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Mostrando el contenido mejor valorado el 11/02/18 en todas las áreas

  1. 1 punto
    14 de agosto de 1948 HACIA UN MUNDO DE VIEJOS Mi amigo, el doctor Carlos Blanco Soler, habla de los viejos desde Monte Ulía: una roja langosta, de carne de porcelana; y arriba, estrellas. San Sebastián, encendido, es como un Río de Janeiro diminuto con proporciones europeas. Línea de luces de la avenida, y redonda, iluminada, como una media naranja cortada, la plaza de toros, donde hierve el público bárbaro del boxeo. —Vamos —me dice— hacia un mundo de viejos. ¿Sabes cuál era el término medio de la vida en la Roma de Virgilio o Nerón? De treinta a treinta y cinco años. A principios de este siglo no pasaba de cuarenta. Ahora la hemos alargado hasta sesenta y dos. Con la penicilina y las futuras drogas, pronto llegaremos a ochenta. Y no te digo si la ciencia consigue curar el cáncer y la tuberculosis. En cambio, en China, en la India, el promedio de la vida es de quince años. —Habrá que revisar —añade— muchos de nuestros conceptos; toda la legislación de la edad de las jubilaciones, y habrá que hacer trabajar a los viejos. Su diálogo chispea, lleno de sugerencias: —¿Cómo serán los hijos de los viejos, nacidos no con la fe entusiasta de la juventud, sino ya con la duda sistemática? —Parece, en efecto —le respondo—, que el hombre moderno, como Fausto, vende su alma —su fe milenaria— a un Mefistófeles, vestido de Ciencia, de Técnica (al diablo más peligroso, porque es el que se niega a sí mismo), a cambio de la juventud, del rubeniano «Divino Tesoro». —No; no se recuperará —me replica— la juventud, la primavera de la vida. Se prolongará el otoño, que es más delicado, más paladeador y degustador, más irisado de matices y detalles mínimos. Es decir, que no reconquistaremos la fresca «alba de oro», sino que prolongaremos el crepúsculo y el planeta se cubrirá con una luz de eclipse. Por todas partes, en Rusia, en Inglaterra, en los Estados Unidos, se investiga, incesantemente, para alargar la vida. Ha nacido una nueva ciencia o arte de envejecer. Se ha encontrado en las células nerviosas un pigmeo opaco que es la «mancha de la vejez». Hace unos años conocí en Madrid al doctor Voronoff. Siendo médico en El Cairo, en la Corte del rey Fuad, había observado que los jóvenes eunucos presentaban todos los síntomas (de artritismo y reumatismo), propios de la senectud. Entonces buscó la juventud en el carcaj del Amor, en las fuentes mismas de la Vida. Siguiendo el humillante árbol genealógico de Darwin, quiso arrebatar el amor a los monos. Cupido se llenó de áspero vello. No tuvo gran éxito; pero acaso sugirió un camino. Yo recuerdo su «Villa» de Mentón, cercana a la de Blasco Ibáñez, con sus jaulas de chimpancés abajo, y en lo alto del jardín, entre rosales, una blanca Venus de mármol. Sobre tan bestiales cimientos quería conquistar la sonrisa divina de Afrodita. Pero sucede algo alarmante: a medida que se prolonga la vejez en la raza blanca, va disminuyendo la natalidad. Después de visitar parte de Europa y algunos países de América, España da la impresión —como me decía agudamente una bella observadora— de un «colegio de niños». En Francia, en Escandinavia, en Inglaterra, ya no hay chicos por las calles. En Norteamérica solo se reproducen abundantemente los negros y los católicos. Los países de más fuerte natalidad han sido vencidos. Una vez, me decía con toda naturalidad una señora en Estocolmo: —Aquel año íbamos a tener un hijo, pero se nos ocurrió marchar a Londres a presenciar el Derby. El hombre se queda aislado y egoísta. Al perder la fe religiosa, se desconecta con el innumerable pueblo de sus muertos. Al limitar la natalidad, corta todos sus lazos con las generaciones futuras, con los ingentes mundos de los «no nacidos». Solo, fijo en el presente, ya no mira hacia el ayer ni hacia el mañana. Cierto es que la naturaleza parece caprichosa e injusta en la distribución de las edades. ¿Por qué la tortuga de América (que semeja un reptil aplastado por un peñasco y que vio retratarse en sus límpidos ojos a las Tres Carabelas) vive quinientos años, mientras la mariposa «efimera», solo dotada de órganos para el vuelo nupcial, muere de pura vejez al cabo de dos breves horas? ¿Por qué han pescado ballenas que llevaban en sus cuerpos arpones normandos de la edad de Carlomagno, mientras Bécquer o Rafael desaparecieron en plena mocedad? Es posible que el hombre, dada la riqueza de su intelecto y de su espíritu, nos parezca que merece más larga duración. ¿Pero no se le quedará el alma, calculada para un máximo de noventa años, pequeña y estrecha como el traje de un adolescente que crece, y dejando al desnudo a ese siglo de suplemento que le brinda la ciencia? ¿Con qué llenará el espíritu esos lentos años que no le correspondían y que estaba decretado que no contemplaría ya sobre la Tierra? Egoísta y personalmente, yo ansío esa prolongación de la vida. Pero acaso resulte injusta, mirada con los ojos frescos y primaverales de la Especie. ¿Os figuráis en el futuro sobre Europa y parte de América al pequeño grupo de viejos blancos, de gruesos lentes, exterminando, con la desintegración de la materia, a las numerosas e hirvientes juventudes de los pueblos de color que los asedian, y que fiaron al amor y no a las drogas la eternidad de su estirpe? Yo imagino, en un perpetuo atardecer del mundo, a unos vigorosos ancianos de trescientos años, dialogando, con amarga sonrisa socrática, sobre un parque sin niños. Agustín de Foxá ABC, 14 de agosto de 1948, p. 3. ---------- También se puede encontrar en el siguiente libro, altamente recomendado: Agustín de Foxá; Historias de ciencia ficción. Relatos, teatro, artículos; La biblioteca del laberinto; 2009.
  2. 1 punto
    Dion Casio Mientras que otros continuaban empeñados en someter a aquellas tribus, Tiberio regresó a Roma tras el invierno en que Quinto Sulpicio y Cayo Sabino asumieron el consulado. Augusto, que le salió al encuentro en los suburbios de la ciudad, lo acompañó hasta los Septa y allí saludó al pueblo desde la tribuna. A continuación celebró todos los actos apropiados para tales circunstancias y ofreció, por medio de los cónsules, juegos triunfales. Los caballeros, con mucha insistencia, solicitaron durante aquellas ceremonias que se derogara la ley sobre los solteros y sobre los que no tienen hijos. Augusto reunió en el foro, en un lado, a los solteros y, en otro, a los que estaban casados o los que tenían hijos. Y al comprobar que estos últimos eran muchos menos que los primeros, se dolió y se dirigió a ellos con las siguientes palabras: «Aunque ciertamente sois pocos en comparación con la vasta multitud de la ciudad, y sois muchos menos que todos aquellos que no quieren cumplir con alguno de sus deberes, yo, por mi parte, sólo puedo elogiaros por vuestro comportamiento. Os guardo el mayor de los reconocimientos porque sois obedientes y engrandecéis la patria. Y es gracias a quienes viven como vosotros que los romanos, en el futuro, serán una gran nación. Pues aunque al principio fuimos un pueblo pequeño, después, cuando comenzamos a practicar el matrimonio y empezamos a tener hijos, superamos a todos los demás pueblos, no sólo en virilidad sino en número de hombres. Con esta idea en la mente, debemos ofrecer un consuelo a la esencia mortal de nuestra naturaleza con la eterna sucesión de generaciones, al modo de antorchas, para que convirtamos en inmortal, con la sucesión de unos a otros, el único aspecto de nuestra naturaleza en que la felicidad de los dioses nos supera. Pues por esta razón, fundamentalmente, aquel primer y gran dios, el que nos creó, dividió en dos la raza de los mortales, haciendo una mitad masculina y otra mitad femenina, y les insufló el deseo y la necesidad de mantener relaciones entre ellos. Hizo que aquella relación fuera fecunda para que, gracias a los nacimientos constantes, la naturaleza mortal se transformara, de alguna manera, en eterna. E incluso de los mismos dioses, a unos se les considera masculinos y a otros femeninos. La tradición asegura que unos han engendrado a los otros y que estos han sido engendrados de aquellos. Y así también consideran hermoso el matrimonio y el nacimiento de los hijos quienes no tienen ninguna de necesidad de ellos. »En consecuencia, actuasteis con rectitud porque imitasteis a los dioses, con rectitud porque imitasteis a vuestros padres para que, de la misma manera que aquellos os engendraron, así vosotros podáis engendrar a vuestros hijos, y para que, de la misma manera que vosotros los consideráis y los llamáis antepasados, así también a vosotros algún día os puedan tener en la misma consideración y dar el mismo título; para que todas aquellas nobles acciones que ellos acometieron y os legaron rodeadas de fama, también vosotros podáis legarlas a otros; para que las propiedades que ellos adquirieron y os legaron, también vosotros las leguéis a quienes hayan nacido de vosotros. ¿No es el mejor don una esposa casta, que guarde la casa, buena administradora, que sepa criar a sus hijos, que te alegre en la salud y te cuide en la enfermedad, que te acompañe en la felicidad y te consuele en la desgracia, que sepa contener la naturaleza alocada de la juventud y que temple la rigurosa severidad de la vejez? ¿No es dulce levantar al hijo nacido de ambos, criarlo y educarlo, imagen de nuestro cuerpo, imagen de nuestra alma, de tal modo que durante su crianza nazca dentro de él otra persona? ¿No es el mayor bien, en el momento de abandonar esta vida, dejar como sucesor y heredero tanto de la estirpe como del patrimonio a alguien nacido de ti mismo, separarse de la vida humana pero seguir vivo en su descendencia, y que nada de eso caiga en manos de extraños, como en la guerra, ni muera totalmente, como en la peste? »Estas son las ventajas de índole privada de las que gozan los que se casan y tienen hijos. Para el bien público, por el que nos hemos visto obligados a emprender muchas acciones contra nuestra voluntad, ¿cómo no va a ser algo hermoso y necesario —siempre que existan ciudades y pueblos, y siempre que vosotros gobernéis sobre los demás y ellos sean vuestros súbditos— que en tiempos de paz una muchedumbre trabaje la tierra, surque los mares, practique las artes y ejerza los oficios, y que en tiempos de guerra proteja todo lo que tenemos con el mejor de los ánimos por mor del linaje, así como que otros reemplacen a los caídos? A vosotros, varones —quizá sois los únicos que con propiedad deberíais recibir este nombre— y padres —título que merecéis tanto como yo—, os estimo el mérito y por esta razón os ensalzo. Y no sólo os honro con los premios que ya os concedí sino que, además, os llenaré de orgullo con otros honores y magistraturas, de modo que disfrutéis de grandes beneficios y los leguéis a vuestros hijos sin ninguna merma. Pasaré ahora a los demás, a los que nunca hicieron nada similar a lo que vosotros habéis hecho y que por eso acabarán recibiendo exactamente lo opuesto, para que no sólo en mis palabras sino aún más en mis acciones comprendáis en cuánto los superáis». Tras estas palabras y después de haber otorgado prebendas a algunos de ellos y de prometer otras a otros, se dirigió a los demás y les dijo lo que a continuación se recoge: «Perplejo me enfrento a esta situación. ¿Cómo debería llamaros? ¿Hombres, si no estáis cumpliendo ninguno de los deberes propios de los hombres? ¿Ciudadanos, cuando la ciudad muere por vuestra actitud? ¿Romanos, si estáis en el intento de destruir ese nombre? No obstante, quienesquiera que seáis, cualquiera que sea el nombre que os convenga, perplejo me enfrento a esta situación. Pues aunque siempre he estado haciendo todo lo posible en pro del aumento de vuestro número y ahora tenía la intención de reprenderos, veo, con desagrado, que sois muchos. Hubiese preferido que aquellos otros a los que antes me dirigí fueran tantos como veo que sois vosotros y que vosotros, o bien estuvierais colocados con ellos o, si no, que no estuvierais aquí. Vosotros, sin tener en consideración la providencia divina ni el respeto a vuestros progenitores, deseáis hacer desaparecer toda vuestra estirpe y convertirla, así, en mortal, y también echar a perder y poner fin a todo el linaje romano. ¿Cuál sería la semilla humana que quedaría si todos los demás hicieran lo mismo que vosotros? Convertidos en modelo de todos ellos, con toda razón vosotros cargaríais con la responsabilidad de su radical desaparición. E incluso si nadie os imitara, ¿no deberíais ser odiados con toda razón por esta causa precisamente, porque despreciáis lo que nadie despreciaría, descuidáis lo que nadie descuidaría y porque implantáis usos y costumbres tales que, si todos los siguieran, todos perecerían, pero que si los aborrecieran, entonces, deberíais ser castigados por ellas? De ningún modo perdonamos a los asesinos porque no todos cometamos asesinatos, ni dejamos marchar a los sacrílegos porque no todos cometamos sacrilegio; cuando se coge a alguien que ha cometido algún acto prohibido, se le castiga por la sencilla razón de que, ya sea solo o en compañía de algún otro, ha cometido lo que nadie habría hecho. E incluso si alguien enumerase los más grandes crímenes, todos esos nada serían frente al que vosotros estáis cometiendo ahora, no sólo si se comparasen uno a uno sino también aunque se comparasen todos juntos a este único crimen. Pues también os mancháis con la sangre del delito cuando decidís, desde el principio, no engendrar a quienes habrían debido ser vuestros descendientes. Estáis cometiendo sacrilegio cuando termináis con los nombres y los honores de vuestros ancestros. Cometéis impiedad cuando destruís vuestras estirpes que vieron la luz gracias a los dioses, así como cuando aniquiláis la mayor de sus ofrendas, la naturaleza humana, destruyendo con esa acción sus ritos y sus templos. Y además también estáis destruyendo el orden político puesto que no os sometéis a las leyes. Estáis traicionado a vuestra patria haciéndola estéril y carente de descendencia; la estáis minando en sus fundamentos, convirtiéndola en un páramo de habitantes futuros. Pues, de alguna forma, la ciudad son sus hombres y no las casas, los pórticos y las plazas vacías de gentes. »Considerad cómo se hubiese encolerizado, con toda justicia, Rómulo, nuestro fundador, si hubiese tenido ocasión de reflexionar sobre las circunstancias en las que él vino al mundo y vuestras actitudes, por las que no queréis tener hijos de vuestros matrimonios legítimos. Considerad cuánto se hubiesen enfadado sus compañeros romanos si hubiesen sabido que, mientras que ellos tuvieron que raptar doncellas extrañas, a vosotros no os agradan las propias y que, mientras que ellos engendraron sus hijos incluso en mujeres enemigas, vosotros no los engendráis ni con mujeres que poseen la ciudadanía. Cómo habría sido la cólera de Curcio, quien llegó a aceptar la muerte con el fin de que quienes ya se habían casado no fuesen privados de sus esposas. Cómo habría sido la de Hersilia, quien acompañó a su hija y fundó entre nosotros todos los ritos nupciales. Ahora bien, nuestros antepasados incluso hicieron la guerra a los sabinos en defensa de sus matrimonios y la terminaron cuando sus esposas e hijos los reconciliaron; por ellos pronunciaron juramentos y firmaron acuerdos de paz. Pero vosotros habéis reducido a la nada todo aquello. Y ¿por qué? ¿Quizá para que vosotros podáis vivir siempre sin esposa a la manera de las sacerdotisas que, tras haber hecho voto de castidad perpetua, viven sin esposos? Pues entonces deberíais ser castigados como ellas si cometéis algún acto impúdico. »Bien sé que os parece que hablo con acritud y dureza. Pero considerad, en primer lugar, que los médicos tratan a la mayoría de sus pacientes, cuando no pueden curarlos de ningún otro modo, cauterizando y amputando, y, en segundo lugar, considerad que no utilizo este tono ni por propia voluntad ni por placer. Y por eso yo también podría acusaros de esto otro: de haberme obligado a pronunciar estas palabras. Pero si realmente os sentís afligidos por mis palabras, no sigáis haciendo todo eso por lo que necesariamente sois censurados. Pues si mis palabras han ofendido a algunos de vosotros, ¿no me ofende más a mí y a todos los romanos, en verdad, vuestro comportamiento? Y bien, si en verdad os sentís dolidos, cambiad de actitud para que pueda elogiaros y cambiar de opinión, porque yo no soy una persona cruel por naturaleza y vosotros no ignoráis que todo lo que he venido disponiendo, sometido siempre a la condición humana, ha sido todo cuanto convenía que hiciera el buen gobernante. »Además, nunca ha estado permitido despreocuparse de la procreación y del matrimonio. Desde el mismo principio, desde el primer establecimiento del orden político, se legisló con precisión sobre estos asuntos. Y, después, el Senado y el pueblo aprobaron otras muchas leyes que sería superfluo enumerar. Yo he aumentado las penas contra quienes las desobedecen para que, por el miedo a sufrirlas, recuperéis el buen juicio. Pero también he establecido premios para quienes las cumplen, premios tan numerosos e importantes como no se conceden por ninguna otra muestra de virtud para que, ya que no puede ser por ninguna otra razón, al menos por ellos os avengáis a casaros y a tener hijos. Pero vosotros, en lugar de animaros por alguno de estos premios o de amedrentaros por alguno de aquellos castigos, lo habéis despreciado todo y todo lo habéis pisoteado como si no vivierais en la ciudad. Y decís que habéis adoptado este régimen de vida sin ataduras y libre, sin hijos y sin esposa, pero, en verdad, nada os diferencia ni de los piratas ni de las bestias más salvajes. Pues, en efecto, no os complacéis en el celibato para llevar una vida sin mujeres. Ninguno de vosotros come solo ni se acuesta solo; sólo queréis tener la libertad para cometer excesos y comportaros con impudicia. Os he permitido buscar para vuestros matrimonios a muchachas todavía tiernas y que, de ningún modo, tienen edad para casarse, para que, con el marchamo de los que ya están comprometidos en matrimonio, podáis llevar una vida provechosa para vuestra casa. También he aceptado que las libertas pudieran ser tomadas como esposas por aquellos que no pertenecen al Senado para que, si alguno hubiese sido llevado a esta situación, ya sea por amor o por simple convivencia, pudiera hacerlo legalmente. Y ciertamente tampoco os he apremiado sino que, en un primer momento, os di tres años enteros para vuestros preparativos y después, dos más. Pero de ninguna manera he conseguido nada, ni con amenazas o exhortaciones, ni prorrogando el plazo ni tampoco con ruegos. »Ved por vosotros mismos cuán más numerosos sois que los casados, cuando era necesario que ya hubieseis engendrado hijos en una cuantía similar o, mejor, muy superior. ¿De qué otra forma podrían pervivir las familias? ¿Cómo podrá salvarse la comunidad si nosotros no nos casamos y no engendramos hijos? Pues, ¿no esperaréis que broten de la tierra los herederos de vuestros bienes y de los negocios públicos, tal y como cuentan las leyendas? No es justo ni bueno que nuestra estirpe se termine, ni que el nombre de los romanos se extinga con nosotros, ni que nuestra ciudad acabe por ser entregada a otros hombres, ya sean griegos o bárbaros. ¿O no es principalmente por esta razón, para hacer de ellos el mayor número de ciudadanos posibles, que liberamos a nuestros esclavos y que hacemos partícipes a nuestros aliados de la ciudadanía para incrementar nuestro número? Pero vosotros, romanos de pura cepa, quienes podéis contar entre vuestros antepasados a aquellos Marcios, Fabios, Quintios, Valerios y Julios, ¿deseáis que con vosotros desaparezcan tanto vuestros linajes como vuestros nombres? Estoy avergonzado de haber tenido que decir todo esto. Parad, locos, y daos cuenta, de una vez, de que es imposible que la ciudad se salve con tantas muertes debidas a las enfermedades y a cada una de las guerras, salvo que su población se renueve gracias a los nuevos nacimientos constantes. »Ninguno deberá creer que no sé que tanto en el matrimonio como en la crianza de los hijos hay aspectos desagradables y gravosos. Pero considerad que no poseemos ningún otro bien al que no vaya asociado algún sufrimiento, y que a los más abundantes y mayores bienes van unidos los más abundantes y mayores dolores. Y en consecuencia, si os queréis apartar de los sufrimientos no busquéis tampoco los bienes. Pues para poseer casi todo lo que conlleva virtud o placer es necesario el esfuerzo antes, durante y después. ¿Qué necesidad tengo de alargarme exponiendo todos los detalles? Pues en efecto, si en el matrimonio y en la crianza de los hijos hay aspectos desagradables, enumerad en cambio sus ventajas y descubriréis que son muchas más y necesarias. Pues, además de todos los bienes que les pertenecen por naturaleza, también las recompensas fijadas por las leyes —cuya parte más insignificante ya podría llevar a muchos a la muerte— deberían induciros a todos a obedecerme. ¿Cómo no va a ser una vergüenza que, por esas mismas recompensas por las que otros llegan a entregar su vida, vosotros no queráis ni tomar esposa ni engendrar hijos? »Varones, ciudadanos —pues creo que ahora sí estáis convencidos de la necesidad de conservar la categoría de ciudadanos y de asumir el título de hombres y de padres—, no os he lanzado todos esos reproches por placer, sino por necesidad; no lo he hecho como si fuera vuestro enemigo u os odiara, sino por amor y por el deseo de ganarme a otros muchos como vosotros, para que, al habitar hogares según nuestras leyes y al tener las casas llenas de herederos, nos podamos acercar a los dioses en compañía de nuestras mujeres e hijos y estrechemos nuestros lazos, asumiendo todos los riesgos por igual y disfrutando proporcionalmente de las esperanzas que en ellos tenemos depositadas. ¿Cómo podría ser un buen gobernante para vosotros si tolerara ver que cada vez sois menos? ¿Cómo podría llamarme, con justicia, vuestro padre si no criáis niños? De esta manera, si realmente me amáis y me habéis concedido ese título no con la intención de adularme sino de honrarme, haced ver vuestro deseo de convertiros en hombres y en padres para que, así, vosotros también disfrutéis del título de padre y me hagáis justo portador del mismo». Estas fueron las palabras que en aquella ocasión pronunció ante aquellos dos grupos. Y a continuación acrecentó las recompensas para quienes tuvieran hijos e hizo una distinción entre casados sin hijos y solteros en relación a las penas judiciales. Les concedió a aquellos dos grupos, los solteros y los que no tenían hijos, el plazo de un año para que, obedeciéndolo en ese periodo, evitaran una consideración de culpabilidad. En contra de la ley Voconia, por la que ninguna mujer podía heredar propiedad alguna que superase el valor de veinticinco mil dracmas, permitió a algunas mujeres que lo hicieran. También concedió a las vestales los mismos privilegios, todos, de los que gozaban las mujeres que habían parido. Seguidamente se promulgó la ley Papia Popea a cargo de Marco Papio Mutilio y Quinto Popeo Segundo, quienes ocupaban el consulado en aquella parte del año. Se daba el caso de que ambos no sólo no tenían hijos sino que no tenían ni esposa. Por esta razón se hizo evidente la necesidad de aquella ley. Dion Casio, Historia romana, Libros L-LX, Editorial Gredos, Libro LVI, p. 346-357.
  3. 1 punto
    ¿Religión de Estado? III parte. Proclamar que los Estados no necesitan profesar o proteger la religión Católica es un error liberal clásico y uno de los mayores errores del Vaticano II. El liberalismo ha dicho, por así decir, “No ataquemos al Catolicismo frontalmente, pero dividamos para reinar. Dividamos al hombre individual de la sociedad aduciendo que el hombre no es un animal social, y entonces podremos pretender que la religión es un asunto puramente individual. Esto nos permitirá adueñarnos de la sociedad y una vez que la hayamos vuelto liberal, haremos de ella un arma poderosa contra el individuo para volverle a él también liberal, porque claro, ¡el hombre es un animal social! Y entonces si algún individuo no quiere ser liberal, tendrá grandes dificultades para resistir a su sociedad que nosotros habremos vuelto liberal”. ¿No es así*? ¡Miren a su alrededor ! Contestemos entonces a tres nuevas objeciones a la doctrina según la cual, para la salvación de las almas, cada Estado tendrá que ser Católico. Excelencia, Nuestro Señor El mismo ha dicho “Dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt.XXII, 21). Aquí Nuestro Señor separa claramente la Iglesia del Estado. Así* que ningún Estado deberá involucrarse en el Catolicismo o en cualquier otra religión. Respuesta: No, ¡Nuestro Señor aquí* no está separando la Iglesia del Estado! Hace la distinción de sentido común entre lo que el individuo debe al Estado (impuestos, etc.) y lo que debe a Dios (culto). De ninguna manera Nuestro Señor dice que el Estado temporal no le debe nada al Dios eterno. De hecho, el Estado, siendo la autoridad colectiva temporal de un conjunto de seres humanos, le debe a Dios en sus actos de autoridad lo que estos seres humanos deben a Dios por ser seres sociales, es decir la observancia de su ley natural y, en lo que se refiere a la Iglesia que la razón natural por si misma puede dar por verdadera, el Estado le debe reconocimiento social y promoción, en la medida que actuando así* no enajene las almas en lugar de ajudar a salvarlas. Pero discernir cual es la verdadera religión es algo que le toca hacer al individuo, ¿cómo entonces el Estado como Estado puede estar obligado por principio a ser Católico? Respuesta: El Estado no es más que la asociación moral (es decir inmaterial) en cuerpo político de un mayor o menor número de seres humanos fí*sicos (es decir materiales). Pero cada uno de estos seres humanos, con el solo uso correcto de su razón natural, tenga o no tenga la virtud sobrenatural de la Fe, es capaz de discernir que Dios existe, que Jesucristo es Dios y que la Iglesia Católica es la única Iglesia fundada por Jesucristo. Si entonces un Estado dado no discierne que ella es la verdadera religión, no es porque sus ciudadanos no puedendiscernirla, sino porque por diversas razones no lo hacen o no lo quieren hacer, negándose así* a hacer buen uso de la razón natural que Dios les ha dado. En realidad ellos si que podrán discernirla, y delante de Dios todos tendrán una mayor o menor responsabilidad, perfectamente medida por El según las condiciones que les son propias, por no haberlo hecho. Pero, Excelencia, si usted insiste en la obligación de cada Estado de ser Católico, usted solamente generará una reacción de muchas almas contra la buena doctrina. Respuesta: Es por la gloria de Dios y la salvación de las almas por lo que cada Estado tendrá que ser Católico. Así*, a los hombres demasiado ignorantes o corrompidos a quienes esta verdad no hará más que alienarlos, uno puede, sin menoscabo del principio, dudar de proclamarlo, pero esto no lo hace menos verdadero. Los verdaderos principios no son menos verdaderos cuando a veces en la práctica se requiere una cierta medida de prudencia en la manera con la cual deben ser afirmados. ¡Seguro que a los lectores de este “Comentario” se les puede decir toda la verdad! Kyrie eleison.
  4. 1 punto
    ¿Religión de Estado? II parte. Según la religión del liberalismo – no se puede repetir lo suficiente que el liberalismo sirve de un sucedáneo de religión-- es una absoluta herejía declarar que cada Estado sobre la tierra tendría que apoyar y proteger la religión Católica. Sin embargo, si Dios existe, si Jesucristo es Dios, si cualquier sociedad natural de seres humanos, como el Estado, es una criatura de Dios, y si Jesucristo fundó la Iglesia Católica como su único y sólo instrumento para salvar a los hombres de los fuegos eternos del Infierno, entonces a menos que un Estado quiera ser un enemigo de la especie humana, está obligado a favorecer y proteger la Iglesia Católica. Pero existen objeciones a esta conclusión. Consideremos tres entrelas mas habituales:-- Primera objeción: Nuestro Señor El mismo dijo a Poncio Pilato (Jn. XVIII,36) que su Reino no era de este mundo. Pero el Estado es de este mundo. Por consiguiente el Estado no tendría nada que hacer con su Reino o con su Iglesia. Solución: Nuestro Señor le estaba diciendo a Pilato que su Reino y el Estado son distintos pero no estaba diciendo que tendrían que estar separados. El alma de un hombre es distinta de su cuerpo, pero separarlos es la muerte del hombre. Los padres son distintos de sus niños, pero separarlos (como las Agencias de la Niñez están hoy alentadas a hacerlo) es la muerte de la familia. La Iglesia y el Estado son tan distintos uno de otro como la vida sobre la tierra es distinta de la vida eterna, pero separarlos es poner un abismo entre la primera y la segunda, y es aumentar mucho el número de los ciudadanos que caerán en el Infierno. Segunda objeción: La religión Católica es verdadera. Pero la Verdad es lo bastante fuertecomo para hacer su propio camino. Por consiguiente la religión Católica no necesita de un poder coercitivo del Estado para ayudarla, tal como la supresión de la practica publicade las otras religiones. Solución: En sí misma, en verdad “La verdad es poderosa y prevalecerá”, como decían los Latinos, pero entre nosotros los hombres no prevalecerá fácilmente, a causa del pecado original. Si todos los seres humanos (con la excepción de Nuestro Señor y de Nuestra Señora) no hubieren sufrido jamás, desde la Caída, de las cuatro heridas de Ignorancia, Malicia, Debilidad e Concupiscencia , entonces le hubiera costado mucho menos a la Verdad prevalecer, y Thomas Jefferson hubiera tenido razón al proclamar que la verdad necesita únicamente ser expuesta en la plaza del mercado para prevalecer. Pero los Católicos saben lo que la Iglesia enseña, a saber que el hombre permanece sujeto, aún despues del bautismo, a ser arrastrado hacia abajo por el pecado original, de tal manera que para encontrar esta verdad, sin la cual él no puede salvar su alma, necesita toda la ayuda razonable de su Estado. Esta ayuda razonable excluye todo esfuerzo del Estado paraobligar a cualquiera a ser Católico, pero incluye que el Estado mantenga las peligrosas anti-verdades afuera de la plaza del mercado de Jefferson. Tercera objeción: Un gran poder puede ser grandemente mal usado. Ahora la unión de la Iglesia y del Estado es muy poderosa para los dos. Por consiguiente puede provocar un gran daño –véase a que punto la Iglesia Conciliar y el Nuevo Orden Mundia secular se están potencializando mutuamente! Solución: “El mal uso no puede parar el uso”, decían los Latinos. ¿Acaso Nuestro Señor no hubiera tenido que darnos la Santa Eucaristía por el hecho de que puede ser gravemente mal usada? La Iglesia Conciliar reuniéndose con el Estado liberal es un poderoso mal uso de la unión de la Iglesia y del Estado, pero prueba el error del liberalismo, no el error de la unión del Estado Católico con la Iglesia Católica. Kyrie eleison.
  5. 1 punto
    ¿Religión de Estado? ¿Que papel tendría que jugar el Estado para proteger o promover la religión Católica? Cualquier Católico que sabe que el Catolicismo es la única verdadera religión del único verdadero Dios puede contestar únicamente que el Estado, siendo también una criatura de ese Dios, está obligado a servir lo mejor que pueda a Su única verdadera religión. Por otro lado cualquier liberal que cree que no le incumbe al Estado decir cual es la verdadera religión porque, por ejemplo, la religión es en todo caso asunto de cada individuo, contestará que el Estado debe proteger el derecho de todos sus ciudadanos a practicar la religión de su elección, o ninguna. Veamos los argumentos Católicos. El hombre viene de Dios. Su naturaleza viene de Dios. El hombre es por naturaleza un ser social, por eso su carácter sociable viene de Dios. Pero el hombre en su totalidad, y no solamente una parte de él (Primer Mandamiento), debe rendir culto a Dios. La sociabilidad del hombre, pues, debe rendir culto a Dios. Pero el Estado no es otra cosa que la sociedad formada por la sociabilidad de todos sus ciudadanos que se reúnen juntos en su cuerpo político. Por consiguiente, el Estado debe rendir culto a Dios. Pero entre todos los diferentes cultos que necesariamente se contradicen el uno al otro (de otra manera no serían diferentes), todos pueden ser mas omenos falsos, perono puede haber mas que uno que sea totalmente verdadero. De tal manera que si existe tal culto, totalmente verdadero y reconocible como tal, entonces ese es el culto que cada Estado, como Estado, le debe a Dios. Ahora bien, el Catolicismo es tal culto. Por consiguiente todo Estado, como Estado, debe rendir el culto Católico a Dios, ¡incluyendo aún la Inglaterra de hoy, o Israel o Arabia Saudita! Pero una parte esencial del culto es rendirle a Dios el servicio del cual uno es capaz. ¿De qué servicio es capaz el Estado? ¡De un gran servicio! El hombre siendo social por naturaleza, su sociedad tiene una gran influencia sobre la manera como él siente, piensa y cree. Y las leyes de un Estado tienen una influencia decisiva para moldear la sociedad de sus ciudadanos. Por ejemplo, si el aborto o la pornografía están legalizados, muchos ciudadanos terminarán por pensar que tienen poco o nada de malo. Por consiguiente cada Estado tiene en principio el deber de proteger y promover por sus leyes la fe y la moral Católicas. Así de claro está el principio. Pero, ¿será que ese principio significa que todos los no-Católicos deberían ser arriados por la policía y quemados en la hoguera? Claro que no, porque el objetivo del culto y del servicio a Dios es darle gloria y salvar las almas. Ahora bien, una acción desconsiderada por parte del Estado tendrá el efecto contrario, expresamente de desacreditar al Catolicismo y de alejar a las almas. Por ello la Iglesia enseña que incluso un Estado Católico tiene el derecho de abstenerse en la práctica de actuar contra una falsa religión cuando tal acción pueda causar un mal mayor o impedir un bien mayor. Pero el principio del deber de cada Estado de proteger la fe y la moral Católicas permanece intacto. ¿Significa eso imponer el Catolicismo alos ciudadanos ? No, en absoluto, porque la creencia Católica no es algo que pueda ser forzado –“Nadie cree contra su voluntad” (San Agustín). Lo que sí significa es que en un Estado Católico la práctica pública de todas las religiones que no sean el Catolicismo puede o tendría que ser prohibida ahí donde tal acción puede o tendría que no ser contra-producente. Esta conclusión lógica fue denegada por el Vaticano II, porque aquel Concilio fue liberal. Sin embargo ha sido una práctica común en los Estados Católicos antes del Concilio, y habrá ayudado a salvar muchisimas almas. Kyrie eleison. http://www.dinoscopus.org/index.html
  6. 1 punto
    La combinación de la ley de castigo a las "ofensas al sentimiento religioso" con la ausencia de un estado católico es letal. Será una de las palancas que se utilicen, con los progres donjulianes del siglo XXI echando una mano, para blindar la expansión del Islam en España, al bloquear todo discurso contrario a la expansión de esa religión en España con las mezquitas como bases. Aquí, enlazando ahora con el tema del hilo dedicado a la estructuración administrativa de España, sería de gran ayuda el municipalismo que promueve el tradicionalismo español El municipalismo sería una herramienta muy eficaz al levantamiento de mezquitas en nuestros pueblos y barriadas de las ciudades.
  7. 1 punto
    Juan Manuel de Prada ha empezado a escribir una serie de artículos sobre este tema: Me extraña que no haya tenido más circulación en las webs afines que habitualmente republican sus artículos.
  8. 1 punto
    Polibio En nuestra época se han abatido sobre Grecia entera una natalidad muy baja y una despoblación que ha vaciado ciudades y ha ocasionado una improductividad, a pesar de que no hemos tenido guerras continuas ni pestilencias. Si alguien decidiera formular una consulta a los dioses, para que nos revelaran qué es lo que debemos decir o hacer para multiplicarnos y habitar ciudades más populosas, ¿no sería la pregunta superflua, siendo la causa clara y estando la solución al alcance de nuestra mano? Si los hombres son educados en la fanfarronería, en la avaricia y en la desidia, si se niegan a casarse, o bien, aunque contraigan matrimonio, rehúsan mantener a sus hijos, de los que en la mayoría de los casos aceptan uno, difícilmente dos, para criarlos regaladamente y dejarlos ricos, el mal crecerá rápida e inadvertidamente. Porque de estos hijos, que son uno o dos, supongamos que a uno lo mata la guerra y al otro un mal epidémico: la consecuencia es una casa vacía. Aquí pasa lo mismo que en los enjambres de abejas: también las ciudades se deshabitan poco a poco y van perdiendo poder. No necesitamos en absoluto preguntar a los dioses cómo librarnos de esta calamidad. El primer hombre con que nos topemos nos dirá que la solución está en nosotros mismos, en que modifiquemos nuestras apetencias, y si no, en que promulguemos leyes que obliguen a alimentar a los hijos nacidos. Para ello, no se necesitan ni adivinos ni prodigios. Polibio, Historias, Libros XVI-XXXIX, Editorial Gredos, Libro 36, p. 451.
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