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Mostrando el contenido mejor valorado el 24/12/17 en todas las áreas

  1. 1 punto
    La de hoy es una noche de gloria, esa gloria proclamada por los ángeles en Belén y también por nosotros en todo el mundo. Es una noche de alegría, porque desde hoy y para siempre Dios, el Eterno, el Infinito, es Dios con nosotros: no está lejos, no debemos buscarlo en las órbitas celestes o en una idea mística; es cercano, se ha hecho hombre y no se cansará jamás de nuestra humanidad, que ha hecho suya. Es una noche de luz: esa luz que, según la profecía de Isaías (cf. 9,1), iluminará a quien camina en tierras de tiniebla, ha aparecido y ha envuelto a los pastores de Belén (cf. Lc 2,9). Los pastores descubren sencillamente que «un niño nos ha nacido» (Is 9,5) y comprenden que toda esta gloria, toda esta alegría, toda esta luz se concentra en un único punto, en ese signo que el ángel les ha indicado: «Encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (Lc 2,12). Este es el signo de siempre para encontrar a Jesús. No sólo entonces, sino también hoy. Si queremos celebrar la verdadera Navidad, contemplemos este signo: la sencillez frágil de un niño recién nacido, la dulzura al verlo recostado, la ternura de los pañales que lo cubren. Allí está Dios. Y con este signo, el Evangelio nos revela una paradoja: habla del emperador, del gobernador, de los grandes de aquel tiempo, pero Dios no se hace presente allí; no aparece en la sala noble de un palacio real, sino en la pobreza de un establo; no en los fastos de la apariencia, sino en la sencillez de la vida; no en el poder, sino en una pequeñez que sorprende. Y para encontrarlo hay que ir allí, donde él está: es necesario reclinarse, abajarse, hacerse pequeño. El Niño que nace nos interpela: nos llama a dejar los engaños de lo efímero para ir a lo esencial, a renunciar a nuestras pretensiones insaciables, a abandonar las insatisfacciones permanentes y la tristeza ante cualquier cosa que siempre nos faltará. Nos hará bien dejar estas cosas para encontrar de nuevo en la sencillez del Niño Dios la paz, la alegría, el sentido luminoso de la vida. Dejémonos interpelar por el Niño en el pesebre, pero dejémonos interpelar también por los niños que, hoy, no están recostados en una cuna ni acariciados por el afecto de una madre ni de un padre, sino que yacen en los escuálidos «pesebres donde se devora su dignidad»: en el refugio subterráneo para escapar de los bombardeos, sobre las aceras de una gran ciudad, en el fondo de una barcaza repleta de emigrantes. Dejémonos interpelar por los niños a los que no se les deja nacer, por los que lloran porque nadie les sacia su hambre, por los que no tienen en sus manos juguetes, sino armas. El misterio de la Navidad, que es luz y alegría, interpela y golpea, porque es al mismo tiempo un misterio de esperanza y de tristeza. Lleva consigo un sabor de tristeza, porque el amor no ha sido acogido, la vida es descartada. Así sucedió a José y a María, que encontraron las puertas cerradas y pusieron a Jesús en un pesebre, «porque no tenían [para ellos] sitio en la posada» (v. 7): Jesús nace rechazado por algunos y en la indiferencia de la mayoría. También hoy puede darse la misma indiferencia, cuando Navidad es una fiesta donde los protagonistas somos nosotros en vez de él; cuando las luces del comercio arrinconan en la sombra la luz de Dios; cuando nos afanamos por los regalos y permanecemos insensibles ante quien está marginado. ¡Esta mundanidad nos ha secuestrado la Navidad, es necesario liberarla! Pero la Navidad tiene sobre todo un sabor de esperanza porque, a pesar de nuestras tinieblas, la luz de Dios resplandece. Su luz suave no da miedo; Dios, enamorado de nosotros, nos atrae con su ternura, naciendo pobre y frágil en medio de nosotros, como uno más. Nace en Belén, que significa «casa del pan». Parece que nos quiere decir que nace como pan para nosotros; viene a la vida para darnos su vida; viene a nuestro mundo para traernos su amor. No viene a devorar y a mandar, sino a nutrir y servir. De este modo hay una línea directa que une el pesebre y la cruz, donde Jesús será pan partido: es la línea directa del amor que se da y nos salva, que da luz a nuestra vida, paz a nuestros corazones. Lo entendieron, en esa noche, los pastores, que estaban entre los marginados de entonces. Pero ninguno está marginado a los ojos de Dios y fueron justamente ellos los invitados a la Navidad. Quien estaba seguro de sí mismo, autosuficiente se quedó en casa entre sus cosas; los pastores en cambio «fueron corriendo de prisa» (cf. Lc 2,16). También nosotros dejémonos interpelar y convocar en esta noche por Jesús, vayamos a él con confianza, desde aquello en lo que nos sentimos marginados, desde nuestros límites, desde nuestros pecados. Dejémonos tocar por la ternura que salva. Acerquémonos a Dios que se hace cercano, detengámonos a mirar el belén, imaginemos el nacimiento de Jesús: la luz y la paz, la pobreza absoluta y el rechazo. Entremos en la verdadera Navidad con los pastores, llevemos a Jesús lo que somos, nuestras marginaciones, nuestras heridas no curadas, nuestros pecados. Así, en Jesús, saborearemos el verdadero espíritu de Navidad: la belleza de ser amados por Dios. Con María y José quedémonos ante el pesebre, ante Jesús que nace como pan para mi vida. Contemplando su amor humilde e infinito, digámosle sencillamente gracias: gracias, porque has hecho todo esto por mí. (Homilía del santo Padre Francisco en la Santa Misa de Nochebuena - Natividad del Señor. Sábado 24 de diciembre de 2016.) Que vivamos todos hoy una muy felíz y auténtica Nochebuena, amigos. ¡Feliz Navidad!
  2. 1 punto
    Queridos amigos, por la presente me dirijo a ustedes con mis mejores deseos . Pasen unos días felices con sus familias. Nos vemos en breve.
  3. 1 punto
    Sí, la orientación del discurso papal hacia estas cuestiones está levantando escamas. La furibunda reacción derechoide contra su persona es un indicador que apunta a una visión de la Iglesia como instrumento de apoyo a la organización social que les interesa.
  4. 1 punto
    Se ha utilizado el elemento identitario como coartada para fines ilegítimos. Esto ha producido un daño grande sobre cuestiones de identidad que en sí mismas no tendrían por qué necesariamente servdañinas. Y por otro lado también algo que va en línea con lo que dicen Hispanorromano y Destraler. Hacer de realidades históricas en la fecha X que a su vez derivan de avatares históricos como si la historia hubiera de ser una foto fija o como si en el mismo Régimen Tradicional no hubiera dinamismo y readaptaciones contínuas del entramado administrativo y de diversas organizaciones, pues es un disparate. Es decir, habría que desvincular la correspondencia automática que se estableció entre identidad y administración. Y, por otro lado, reconciliar la autonomía o autárquía tradicional hispánica a la lealtad de sus actividades. Mi fuero Corazón Montañés está íntimamente relacionado con estas ideas que ya medio boceteé en burbuja y van en la línea de la provincialidad por la que aboga Hispanorromano.
  5. 1 punto
    O puede que de derecha tengan lo que yo de obispo, y en realidad estén tan torcidos como la izquierda. Lo de ir derecho es algo que no se estila, pues exige sacrificio pero no produce dividendos.
  6. 1 punto
    Pues sí. Creo que más o menos pensamos lo mismo. Lo que decía elprotegido de la izquierda española tiene toda la razón: ni le importa el bien de España ni le importan siquiera los ideales tradicionales que se supone sustentan su razón de ser. Ayer eran internacionalistas y hoy son nacionalistas. Oportunismo, ansia de notoriedad, búsqueda de poder político: es lo único que entienden. Allá donde puedan meter la garra para arrancar un puñado de votos y dividir si cabe un poco más la nación, de forma que ellos puedan pescar en río revuelto, allá que se zambullen. No queda más. Cualquier otra cosa es lenguaje vacío y populismo barato. Y con la derecha liberal ocurre otro tanto de lo mismo, aunque trajeado. Andan siempre más preocupados en sostener la unidad de sus intereses que la de España. Al interés general por el bien común se le ha hurtado su sentido, quedándose no más en interés general, formado por las distintas sumas de intereses particulares. Como si el bien común fuese algo que definiese los negocios y beneficios de unos pocos, obtenidos con el sacrificio de muchos. Al final el bien común de la patria ha quedado reducido a un guiñapo, que para unos es la suma de los gustos más o menos mayoritarios que controlan, y para otros el negocio más o menos exclusivo que les motiva, pero que en ambos casos se busca por sí mismo y no para las personas que conforman la unidad de la patria, y que solo en ella pueden alcanzar su verdadero bien. Finalmente, y en cuanto a centralismo o regionalismo, siempre he pensado que hay un exceso de regiones que no responden a ninguna auténtica realidad histórica sino a determinados intereses modernos sobre los que se sostiene ese falso bien común que mencionaba antes, y que tiene más que ver con la aplicación del conocido lema Divide et impera, tras la muerte del Caudillo, que con un verdadero reconocimiento de quienes somos. Históricamente siempre ha habido cuatro o cinco grandes regiones sobre las que se ha organizado la vida social y política, desde la división de las provincias romanas, hasta las coronas cristianas que conforman finalmente la unidad nacional que conocemos. Y como fuese cierto lo que indica Hispanorromano de que todo ese festival histórico identitario, no hace más que enquistar nuestras diferencias en lugar de procurar nuestro bien común, yo también considero que tal vez, un gobierno central que respondiese a una división territorial por provincias, sería una forma más adecuada y conforme a realidad de organizarnos. Todo lo demás solo produce desencuentros, gastos, deuda, humo, conflictos y por supuesto mucha ganancia para quienes lo administran.
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