¡Buenos días!
Antes que nada, me gustaría daros las gracias. Gracias a cada uno de vosotros por vuestro trabajo aquí. Dentro. Cada uno tiene su trabajo, lo conoce… También hay equipos de trabajo en el Vaticano… Este trabajo es lo que hace que funcione este “tren” que es el Vaticano, la Santa Sede, que parece tan pesado, tan grande, con tantos problemas, tantas cosas… Y cada uno de vosotros da lo mejor de sí para hacer este trabajo. Soy consciente de que sin vuestro trabajo… uno de vosotros me dijo que ha estado trabajando aquí durante 43 años; ¡Cuánta memoria! – sin el trabajo que hacéis, las cosas no marcharían bien, y esto significa que el trabajo de la Iglesia no marcharía bien, no se podría hacer tanto trabajo para la predicación del Evangelio, para ayudar a muchas personas, a los enfermos, a las escuelas, tantas cosas… Vosotros formáis parte de esta “cadena” que lleva a cabo nuestro trabajo en la Iglesia.
La primera palabra que quisiera deciros es trabajo. Pero no para deciros: ¡trabajad más duro, daos prisa! No, no, para agradecéroslo. Gracias. Pero en el Vaticano, cuando se habla de trabajo, también hay un problema. Una señora de vosotros cuando entró, señalando a un joven dijo: “Ayudad a los trabajadores precarios”. El otro día tuve una reunión con el Cardenal Marx, que es el presidente del Consejo de la Economía, y con Mons. Ferme, el secretario, y dije: “No quiero trabajo ilegal en el Vaticano”. Os pido disculpas si todavía lo hay. El famoso artículo 11, que es un artículo válido para una prueba, pero una prueba de uno o dos años, no más. Así como he dicho que no se debe dejar a nadie sin trabajo, es decir, despedirlo, a menos que haya otro trabajo fuera que le convenga, o que haya un acuerdo que sea conveniente para la persona, lo mismo digo: tenemos que trabajar aquí dentro para que no haya ni trabajo ni trabajadores precarios. También es un problema de conciencia para mí, porque no podemos enseñar la doctrina social de la Iglesia y luego hacer estas cosas que no son buenas. Se entiende que durante un tiempo determinado una persona puede estar en prueba, sí, prueba un año, tal vez dos, pero basta. Trabajo sumergido, nada. Esta es mi intención. Ayudadme vosotros, ayudad también a los superiores, los que dependen de la Gobernación, el Cardenal, el Secretario, ayudad a resolver estos problemas de la Santa Sede: los trabajos precarios que aún existen.
Entonces, la primera palabra es trabajo, para daros las gracias, hablar de trabajo precario y también, una última cosa: el trabajo es vuestro camino de santidad, de felicidad, de crecimiento. Hoy, quizás la maldición más fea es la de no tener trabajo. Y tanta gente -seguramente conoceréis mucha- no tiene trabajo. Porque el trabajo nos da dignidad, y la seguridad laboral nos da dignidad. No quiero decir nombres, pero los encontraréis en los periódicos. Hoy vi en un periódico estos dos problemas, de dos compañías importantes, aquí en Italia, que corren peligro, y para salvar la vida, se debe “racionalizar” –esa es la palabra- el trabajo, y despedir a entre 3 y 4 mil personas . Esto es malo, muy malo. Porque se pierde la dignidad. Y es un problema no solo aquí, en el Vaticano, en Italia o en Europa: es un problema mundial. Es un problema que depende de muchos factores en el mundo. Mantener el trabajo y mantener la dignidad, llevar el pan a casa: “Lo traigo, porque lo gano. No porque pasa a Caritas para que me lo den, no. Lo gano yo “. Esto es dignidad. Por lo tanto, el trabajo. Gracias. Ayudad a vuestros superiores a acabar con las situaciones desiguales de trabajo irregulares y conservad el trabajo porque es vuestra dignidad. Yo diría: mantened el trabajo, ¡pero hacedlo bien! ¡Esto es importante!
La segunda palabra que viene a la mente para deciros es: familia. Me gustaría deciros sinceramente: cuando sé que una de vuestras familia está en crisis, que hay niños que están angustiados porque ven que la familia es… un problema, yo sufro. Pero dejad que os ayudemos. En la Gobernación, quería que el Secretario General fuera un obispo para que tuviera esta dimensión pastoral. Por favor salvad a las familias. Sé que no es fácil, hay problemas de personalidad, problemas psicológicos, problemas … tantos problemas en un matrimonio. Pero tratad de pedir ayuda a tiempo, para proteger a las familias. Sé que hay algunos separados entre vosotros; lo sé y sufro, sufro con vosotros… la vida ha ido así. Pero también me gustaría ayudaros en esto; dejaos ayudar . Si ya está hecho, al menos que los niños no sufran; porque cuando los padres riñen, los niños sufren, sufren. Y un consejo que os doy: nunca riñáis delante de los niños. Nunca.Que no lo sepan, Proteger a la familia. Y para esto tenéis aquí a Mons. Verges y también a los capellanes; ellos os dirán a dónde ir para que os ayuden. La familia: esta es la gran joya, porque Dios nos ha creado familia. La imagen de Dios es el matrimonio, hombre y mujer, fecundos: “multiplicaos”, tened hijos, avanzad. Hoy me he sentido feliz viendo tantos niños aquí. Es una familia. Proteger a la familia es la segunda palabra que me viene a la mente.
La tercera palabra que me viene a la mente – tal vez algunos de vosotros querría decirme: “¡Pero basta ya!”. Es una palabra recurrente: el cotilleo. Tal vez estoy equivocado… en el Vaticano no se chismorrea… tal vez, no sé… Uno de vosotros, un trabajador como vosotros, un día que yo había predicado acerca de los cotilleos, y él había venido con su esposa a la misa, me dijo: “Padre. Si no se cotillea en el Vaticano, uno se queda aislado “. ¡Tremendo, tremendo! Vosotros habéis escuchado lo que digo sobre el cotilleo: el cotilla es un terrorista, porque es como los terroristas: arroja la bomba, se va, la bomba explota y daña a tantos otros, con la lengua, esa bomba. ¡No seáis terroristas ! No hagáis terrorismo con los chismes, por favor. Esta es la tercera palabra que se me ocurre.
Pero alguien podría decirme: “Padre, denos un consejo: ¿cómo podemos hacer, para no chismorrear?”. ¡Muérdete la lengua! Seguramente se te hinchará, pero habrás hecho bien en no chismorrear. Los chismes, también, de algunas personas que tienen que dar ejemplo y no, no lo dan.
Y aquí, la cuarta palabra que me gustaría deciros: perdón. “Perdón” y “disculpa”. Porque no siempre damos buen ejemplo; nosotros – hablo de “la fauna clerical” – nosotros [sonríe] no siempre damos buen ejemplo. Hay errores en la vida que hacemos nosotros los clérigos, pecados, injusticias, o a veces tratamos mal a las personas, un poco neuróticos, injusticias… Perdón por todos estos ejemplos que no son buenos. Debemos pedir perdón. También pido perdón, porque a veces “me vuelan los gorriones” [ríe] [la paciencia se me acaba]…
Queridos colaboradores, hermanos y hermanas. Aquí están las palabras, las cuatro palabras que me han salido del corazón: trabajo, familia, cotilleo, perdón.
Y la última palabra es la felicitación de Navidad: ¡Feliz Navidad! Pero feliz Navidad en el corazón, en la familia, incluso en la conciencia. No tengáis miedo, también vosotros, de pedir perdón si la conciencia te reprende; buscad un buen confesor y ¡haced una buena limpieza! Dicen que el mejor confesor es el sacerdote sordo [sonríe]: ¡no te hace sentir avergonzado! Pero sin ser sordos, hay tantos misericordiosos, muchos, que te escuchan y te perdonan: “¡Adelante!”. La Navidad es una buena oportunidad para hacer las paces también dentro de nosotros. Todos somos pecadores, todos. Ayer hice la confesión de Navidad: el confesor vino… y me hizo bien. Todos tenemos que confesar.
Os deseo una Feliz Navidad, de alegría, pero esa alegría que viene de dentro. Y no quisiera olvidarme de los enfermos, que tal vez haya en vuestra familia, que sufren, y enviarles, también a ellos, una bendición. Muchas gracias. Protejamos el trabajo, que sea justo; protejamos a la familia, protejamos la lengua; y, por favor, perdonadnos por los malos ejemplos; y hagamos una buena limpieza del corazón en esta Navidad, para estar en paz y felices.
Y antes de irme, me gustaría daros la bendición, a vosotros y a vuestras familias, a todos. Muchas gracias por vuestra ayuda.
Recemos un Ave María a Nuestra Señora: “Dios te salve María …”
[Bendición]Y rezad por mí: ¡no os olvidéis!
Mensaje de Navidad de Su Majestad el Rey
en Debate de actualidad
Publicado
Hola a todos.
Tras el breve paréntesis navideño en el foro, retomo la actividad con este tema que entronca de raíz con la temática general del mismo.
Como cada año, su majestad el rey pronunció la noche del pasado domingo, el discurso televisado de Navidad.
Entre los diversos temas tratados por el Rey, destaca sobre todos la mención al tema de Cataluña tras las elecciones, advirtiendo que no se debe retomar el camino del enfrentamiento social, e hizo un recorrido histórico por los cuarenta años de democracia, que calificó como «la historia de un gran triunfo de todos los españoles», a la que no debemos renunciar. También se refirió a otros temas como el terrorismo islamista, la justicia social, el empleo y la economía, la unidad europea y el peso de España en Europa, o la siempre presente corrupción política. Destaca también la mención explicita al cambio climático o la violencia de género, temas que, aparte de tener un gran transfondo ideológico, no recuerdo haberlos escuchados otros años en este tipo de discursos.
Si os parece reproduzco el texto tomado de la web de la Casa Real, por si creéis oportuno hacer alguna valoración.
Un saludo.
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Mensaje de Navidad de Su Majestad el Rey
Buenas noches,
Me dirijo a todos vosotros para felicitaros la Navidad y transmitiros junto a la Reina, la Princesa de Asturias y la Infanta Sofía nuestros mejores deseos para el año 2018.
Y os agradezco que en esta noche de encuentro de familias y de seres queridos, me permitáis acompañaros unos minutos para compartir con vosotros algunas reflexiones cuando estamos ya a punto de terminar el año.
2017 ha sido en España, sin duda, un año difícil para nuestra vida en común; un año marcado, sobre todo, por la situación en Cataluña, a la que luego me referiré.
Pero también ha sido un año en el que hemos comprobado el compromiso muy sentido, firme y sincero de los españoles con la España democrática que juntos hemos construido.
Porque lo largo de los últimos 40 años, hemos conseguido hacer realidad un país nuevo y moderno, un país entre los más avanzados del mundo:
Hemos asentado definitivamente la democracia, incluso superando hace décadas un intento de involución de nuestras libertades y derechos.
Somos una parte esencial de una Unión Europea con la que compartimos objetivos y una misma visión del mundo.
Frente al terrorismo hemos conseguido hacer prevalecer la vida, la dignidad y la libertad de las personas con la fuerza de nuestras convicciones democráticas.
Y hemos llevado a cabo, en fin, la transformación más profunda de nuestra historia en muchos ámbitos de nuestra vida: en educación y en cultura, en sanidad y en servicios sociales, en infraestructuras y en comunicaciones, o en defensa y seguridad ciudadana.
En definitiva, a lo largo de todos estos años de convivencia democrática, los derechos y libertades, el progreso y la modernización de España, y también su proyección y relevancia internacional, han ido de la mano.
Y todo ese gran cambio, todo ese gran salto sin precedentes en nuestra historia, ha sido posible gracias a una España abierta y solidaria, no encerrada en sí misma; una España que reconoce y respeta nuestras diferencias, nuestra pluralidad y nuestra diversidad, con un espíritu integrador; una España inspirada en una irrenunciable voluntad de concordia.
En el camino que hemos recorrido, desde luego, hay que reconocer que no todo han sido aciertos; que persisten situaciones difíciles y complejas que hay que corregir, y que requieren de un compromiso de toda la sociedad para superarlas.
A pesar de todo ello, el balance tan positivo de todos estos años es innegable. Tenemos que apreciarlo y valorarlo. Merece la pena y nos lo merecemos como país y como sociedad.
Porque la historia de la España que juntos hemos construido es la historia de un gran triunfo de todos los españoles. Una España a la que no debemos renunciar, que debe ilusionar y motivarnos, y que debemos seguir construyendo, mejorándola, actualizándola, sobre la base sólida de los principios democráticos y los valores cívicos de respeto y de diálogo que fundamentan nuestra convivencia.
Unos principios y valores que, como hemos comprobado incluso en este año 2017, están profundamente arraigados en nuestra sociedad, en la vida diaria de nuestros ciudadanos, y tienen raíces muy hondas en las conciencias y en los sentimientos de los españoles. Mucho más de lo que nos podíamos imaginar.
España es hoy una democracia madura, donde cualquier ciudadano puede pensar, defender y contrastar, libre y democráticamente, sus opiniones y sus ideas; pero no imponer las ideas propias frente a los derechos de los demás.
Respetar y preservar los principios y valores de nuestro Estado social y democrático de Derecho es imprescindible para garantizar una convivencia que asegure “la libertad, la igualdad, la justicia y el pluralismo político”, tal y como señala nuestra Constitución. Porque cuando estos principios básicos se quiebran, la convivencia primero se deteriora y luego se hace inviable.
Hace unos días, los ciudadanos de Cataluña han votado para elegir a sus representantes en el Parlament, que ahora deben afrontar los problemas que afectan a todos los catalanes, respetando la pluralidad y pensando con responsabilidad en el bien común de todos.
El camino no puede llevar de nuevo al enfrentamiento o a la exclusión, que –como sabemos ya– solo generan discordia, incertidumbre, desánimo y empobrecimiento moral, cívico y –por supuesto– económico de toda una sociedad.
Un camino que, en cambio, sí debe conducir a que la convivencia en el seno de la sociedad catalana –tan diversa y plural como es– recupere la serenidad, la estabilidad y el respeto mutuo; de manera que las ideas no distancien ni separen a las familias y a los amigos. Un camino que debe conducir también a que renazca la confianza, el prestigio y la mejor imagen de Cataluña; y a que se afirmen los valores que la han caracterizado siempre en su propia personalidad y le han dado los mejores momentos de su historia: su capacidad de liderazgo y de esfuerzo, su espíritu creativo y vocación de apertura, su voluntad de compromiso, y su sentido de la responsabilidad.
Pero superar los problemas de convivencia que ha generado esta situación no nos puede hacer olvidar, por supuesto, otras serias preocupaciones y desafíos de la sociedad española, que también condicionan nuestro futuro y a los que me voy a referir muy brevemente:
Nuestra economía y el empleo han mejorado sustancialmente, pero la creación de puestos de trabajo estables tiene que ser siempre un objetivo esencial y prioritario. Como igualmente no puede caer en el olvido la obligación y la responsabilidad de afrontar la desigualdad y las diferencias sociales, sobre todo tras las consecuencias generadas por la reciente crisis económica, que tanto daño ha hecho a no pocas familias, y ha afectado tanto al futuro de muchos jóvenes.
El terrorismo yihadista sigue siendo una amenaza mundial y este año nosotros lo hemos sufrido directamente en Barcelona y Cambrils. Los españoles sabemos muy bien que solo desde la unidad democrática, la firmeza del Estado de Derecho, y la eficacia de la cooperación internacional, podremos vencerlo y derrotarlo. Y así lo haremos, teniendo siempre muy presentes el recuerdo y el respeto permanente a sus víctimas.
La corrupción se mantiene también como una de las principales preocupaciones de la sociedad, que demanda que sigan tomándose las medidas necesarias para su completa erradicación y que los ciudadanos puedan confiar plenamente en la correcta administración del dinero público.
Por otra parte somos Europa, y Europa se encuentra en estos momentos en una encrucijada histórica. España debe recuperar su protagonismo en un proyecto europeo que ahora requiere una mayor vitalidad e impulso. Europa –y España con ella– tiene que hacer frente a unos retos que son globales y ante los que no cabe la debilidad o la división sino la fortaleza de la unión.
La defensa del medio ambiente y la lucha contra el cambio climático no son problemas menores ni secundarios por la dimensión y los riesgos que acarrean y que ya estamos sufriendo. Debemos ser muy conscientes de ello, e implicarnos todos mucho más. Y España debe mantenerse firme en sus compromisos ante un problema que afecta a todo el planeta y que requiere soluciones no sólo globales, sino verdaderamente urgentes.
Tenemos otras muchas preocupaciones –desde luego– pero esta noche no quiero olvidarme de las mujeres que, en un silencio tantas veces impuesto por el miedo, sufren la violencia de género. Una lacra inadmisible que nos hiere en nuestros sentimientos más profundos y nos avergüenza e indigna. Mantengamos la firmeza y el apoyo político para ayudar y defender a las víctimas y concienciemos a toda la sociedad contra esa violencia, criminal y cobarde, que degrada nuestra convivencia.
2018 nos espera en unos días y debemos seguir construyendo nuestro país, porque la historia no se detiene. Y no hemos llegado hasta aquí para temer al futuro sino para crearlo.
Y estoy seguro de que nadie desea una España paralizada o conformista, sino moderna y atractiva, que ilusione; una España serena, pero en movimiento y dispuesta a evolucionar y a adaptarse a los nuevos tiempos.
Sintámonos, sin complejos, orgullosos de todo lo que hemos conseguido porque es mérito de todos; confiemos en lo que siempre nos ha unido, en lo que somos, tal y como somos, y sobre todo en lo que podemos alcanzar juntos con una fe firme en nuestras convicciones y en nuestras capacidades. Si seguimos por ese camino, si lo hacemos así, y con todas nuestras energías, yo estoy convencido de que el año que viene –y los que vendrán después– serán mucho mejores. Sin duda.
Ese es mi deseo para todos en esta noche tan especial.
Muchas gracias. Feliz Navidad, Eguberri on, Bon Nadal y Boas festas.
Buenas noches. Y Feliz y próspero año 2018.