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Hispanorromano

Sobre la baja natalidad. Dos textos clásicos que sorprenden por su vigencia

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Dion Casio

Mientras que otros continuaban empeñados en someter a aquellas tribus, Tiberio regresó a Roma tras el invierno en que Quinto Sulpicio y Cayo Sabino asumieron el consulado. Augusto, que le salió al encuentro en los suburbios de la ciudad, lo acompañó hasta los Septa y allí saludó al pueblo desde la tribuna. A continuación celebró todos los actos apropiados para tales circunstancias y ofreció, por medio de los cónsules, juegos triunfales. Los caballeros, con mucha insistencia, solicitaron durante aquellas ceremonias que se derogara la ley sobre los solteros y sobre los que no tienen hijos. Augusto reunió en el foro, en un lado, a los solteros y, en otro, a los que estaban casados o los que tenían hijos. Y al comprobar que estos últimos eran muchos menos que los primeros, se dolió y se dirigió a ellos con las siguientes palabras:

«Aunque ciertamente sois pocos en comparación con la vasta multitud de la ciudad, y sois muchos menos que todos aquellos que no quieren cumplir con alguno de sus deberes, yo, por mi parte, sólo puedo elogiaros por vuestro comportamiento. Os guardo el mayor de los reconocimientos porque sois obedientes y engrandecéis la patria. Y es gracias a quienes viven como vosotros que los romanos, en el futuro, serán una gran nación. Pues aunque al principio fuimos un pueblo pequeño, después, cuando comenzamos a practicar el matrimonio y empezamos a tener hijos, superamos a todos los demás pueblos, no sólo en virilidad sino en número de hombres. Con esta idea en la mente, debemos ofrecer un consuelo a la esencia mortal de nuestra naturaleza con la eterna sucesión de generaciones, al modo de antorchas, para que convirtamos en inmortal, con la sucesión de unos a otros, el único aspecto de nuestra naturaleza en que la felicidad de los dioses nos supera. Pues por esta razón, fundamentalmente, aquel primer y gran dios, el que nos creó, dividió en dos la raza de los mortales, haciendo una mitad masculina y otra mitad femenina, y les insufló el deseo y la necesidad de mantener relaciones entre ellos. Hizo que aquella relación fuera fecunda para que, gracias a los nacimientos constantes, la naturaleza mortal se transformara, de alguna manera, en eterna. E incluso de los mismos dioses, a unos se les considera masculinos y a otros femeninos. La tradición asegura que unos han engendrado a los otros y que estos han sido engendrados de aquellos. Y así también consideran hermoso el matrimonio y el nacimiento de los hijos quienes no tienen ninguna de necesidad de ellos.

»En consecuencia, actuasteis con rectitud porque imitasteis a los dioses, con rectitud porque imitasteis a vuestros padres para que, de la misma manera que aquellos os engendraron, así vosotros podáis engendrar a vuestros hijos, y para que, de la misma manera que vosotros los consideráis y los llamáis antepasados, así también a vosotros algún día os puedan tener en la misma consideración y dar el mismo título; para que todas aquellas nobles acciones que ellos acometieron y os legaron rodeadas de fama, también vosotros podáis legarlas a otros; para que las propiedades que ellos adquirieron y os legaron, también vosotros las leguéis a quienes hayan nacido de vosotros. ¿No es el mejor don una esposa casta, que guarde la casa, buena administradora, que sepa criar a sus hijos, que te alegre en la salud y te cuide en la enfermedad, que te acompañe en la felicidad y te consuele en la desgracia, que sepa contener la naturaleza alocada de la juventud y que temple la rigurosa severidad de la vejez? ¿No es dulce levantar al hijo nacido de ambos, criarlo y educarlo, imagen de nuestro cuerpo, imagen de nuestra alma, de tal modo que durante su crianza nazca dentro de él otra persona? ¿No es el mayor bien, en el momento de abandonar esta vida, dejar como sucesor y heredero tanto de la estirpe como del patrimonio a alguien nacido de ti mismo, separarse de la vida humana pero seguir vivo en su descendencia, y que nada de eso caiga en manos de extraños, como en la guerra, ni muera totalmente, como en la peste?

»Estas son las ventajas de índole privada de las que gozan los que se casan y tienen hijos. Para el bien público, por el que nos hemos visto obligados a emprender muchas acciones contra nuestra voluntad, ¿cómo no va a ser algo hermoso y necesario —siempre que existan ciudades y pueblos, y siempre que vosotros gobernéis sobre los demás y ellos sean vuestros súbditos— que en tiempos de paz una muchedumbre trabaje la tierra, surque los mares, practique las artes y ejerza los oficios, y que en tiempos de guerra proteja todo lo que tenemos con el mejor de los ánimos por mor del linaje, así como que otros reemplacen a los caídos? A vosotros, varones —quizá sois los únicos que con propiedad deberíais recibir este nombre— y padres —título que merecéis tanto como yo—, os estimo el mérito y por esta razón os ensalzo. Y no sólo os honro con los premios que ya os concedí sino que, además, os llenaré de orgullo con otros honores y magistraturas, de modo que disfrutéis de grandes beneficios y los leguéis a vuestros hijos sin ninguna merma. Pasaré ahora a los demás, a los que nunca hicieron nada similar a lo que vosotros habéis hecho y que por eso acabarán recibiendo exactamente lo opuesto, para que no sólo en mis palabras sino aún más en mis acciones comprendáis en cuánto los superáis».

Tras estas palabras y después de haber otorgado prebendas a algunos de ellos y de prometer otras a otros, se dirigió a los demás y les dijo lo que a continuación se recoge:

«Perplejo me enfrento a esta situación. ¿Cómo debería llamaros? ¿Hombres, si no estáis cumpliendo ninguno de los deberes propios de los hombres? ¿Ciudadanos, cuando la ciudad muere por vuestra actitud? ¿Romanos, si estáis en el intento de destruir ese nombre? No obstante, quienesquiera que seáis, cualquiera que sea el nombre que os convenga, perplejo me enfrento a esta situación. Pues aunque siempre he estado haciendo todo lo posible en pro del aumento de vuestro número y ahora tenía la intención de reprenderos, veo, con desagrado, que sois muchos. Hubiese preferido que aquellos otros a los que antes me dirigí fueran tantos como veo que sois vosotros y que vosotros, o bien estuvierais colocados con ellos o, si no, que no estuvierais aquí. Vosotros, sin tener en consideración la providencia divina ni el respeto a vuestros progenitores, deseáis hacer desaparecer toda vuestra estirpe y convertirla, así, en mortal, y también echar a perder y poner fin a todo el linaje romano. ¿Cuál sería la semilla humana que quedaría si todos los demás hicieran lo mismo que vosotros? Convertidos en modelo de todos ellos, con toda razón vosotros cargaríais con la responsabilidad de su radical desaparición. E incluso si nadie os imitara, ¿no deberíais ser odiados con toda razón por esta causa precisamente, porque despreciáis lo que nadie despreciaría, descuidáis lo que nadie descuidaría y porque implantáis usos y costumbres tales que, si todos los siguieran, todos perecerían, pero que si los aborrecieran, entonces, deberíais ser castigados por ellas? De ningún modo perdonamos a los asesinos porque no todos cometamos asesinatos, ni dejamos marchar a los sacrílegos porque no todos cometamos sacrilegio; cuando se coge a alguien que ha cometido algún acto prohibido, se le castiga por la sencilla razón de que, ya sea solo o en compañía de algún otro, ha cometido lo que nadie habría hecho. E incluso si alguien enumerase los más grandes crímenes, todos esos nada serían frente al que vosotros estáis cometiendo ahora, no sólo si se comparasen uno a uno sino también aunque se comparasen todos juntos a este único crimen. Pues también os mancháis con la sangre del delito cuando decidís, desde el principio, no engendrar a quienes habrían debido ser vuestros descendientes. Estáis cometiendo sacrilegio cuando termináis con los nombres y los honores de vuestros ancestros. Cometéis impiedad cuando destruís vuestras estirpes que vieron la luz gracias a los dioses, así como cuando aniquiláis la mayor de sus ofrendas, la naturaleza humana, destruyendo con esa acción sus ritos y sus templos. Y además también estáis destruyendo el orden político puesto que no os sometéis a las leyes. Estáis traicionado a vuestra patria haciéndola estéril y carente de descendencia; la estáis minando en sus fundamentos, convirtiéndola en un páramo de habitantes futuros. Pues, de alguna forma, la ciudad son sus hombres y no las casas, los pórticos y las plazas vacías de gentes.

»Considerad cómo se hubiese encolerizado, con toda justicia, Rómulo, nuestro fundador, si hubiese tenido ocasión de reflexionar sobre las circunstancias en las que él vino al mundo y vuestras actitudes, por las que no queréis tener hijos de vuestros matrimonios legítimos. Considerad cuánto se hubiesen enfadado sus compañeros romanos si hubiesen sabido que, mientras que ellos tuvieron que raptar doncellas extrañas, a vosotros no os agradan las propias y que, mientras que ellos engendraron sus hijos incluso en mujeres enemigas, vosotros no los engendráis ni con mujeres que poseen la ciudadanía. Cómo habría sido la cólera de Curcio, quien llegó a aceptar la muerte con el fin de que quienes ya se habían casado no fuesen privados de sus esposas. Cómo habría sido la de Hersilia, quien acompañó a su hija y fundó entre nosotros todos los ritos nupciales. Ahora bien, nuestros antepasados incluso hicieron la guerra a los sabinos en defensa de sus matrimonios y la terminaron cuando sus esposas e hijos los reconciliaron; por ellos pronunciaron juramentos y firmaron acuerdos de paz. Pero vosotros habéis reducido a la nada todo aquello. Y ¿por qué? ¿Quizá para que vosotros podáis vivir siempre sin esposa a la manera de las sacerdotisas que, tras haber hecho voto de castidad perpetua, viven sin esposos? Pues entonces deberíais ser castigados como ellas si cometéis algún acto impúdico.

»Bien sé que os parece que hablo con acritud y dureza. Pero considerad, en primer lugar, que los médicos tratan a la mayoría de sus pacientes, cuando no pueden curarlos de ningún otro modo, cauterizando y amputando, y, en segundo lugar, considerad que no utilizo este tono ni por propia voluntad ni por placer. Y por eso yo también podría acusaros de esto otro: de haberme obligado a pronunciar estas palabras. Pero si realmente os sentís afligidos por mis palabras, no sigáis haciendo todo eso por lo que necesariamente sois censurados. Pues si mis palabras han ofendido a algunos de vosotros, ¿no me ofende más a mí y a todos los romanos, en verdad, vuestro comportamiento? Y bien, si en verdad os sentís dolidos, cambiad de actitud para que pueda elogiaros y cambiar de opinión, porque yo no soy una persona cruel por naturaleza y vosotros no ignoráis que todo lo que he venido disponiendo, sometido siempre a la condición humana, ha sido todo cuanto convenía que hiciera el buen gobernante.

»Además, nunca ha estado permitido despreocuparse de la procreación y del matrimonio. Desde el mismo principio, desde el primer establecimiento del orden político, se legisló con precisión sobre estos asuntos. Y, después, el Senado y el pueblo aprobaron otras muchas leyes que sería superfluo enumerar. Yo he aumentado las penas contra quienes las desobedecen para que, por el miedo a sufrirlas, recuperéis el buen juicio. Pero también he establecido premios para quienes las cumplen, premios tan numerosos e importantes como no se conceden por ninguna otra muestra de virtud para que, ya que no puede ser por ninguna otra razón, al menos por ellos os avengáis a casaros y a tener hijos. Pero vosotros, en lugar de animaros por alguno de estos premios o de amedrentaros por alguno de aquellos castigos, lo habéis despreciado todo y todo lo habéis pisoteado como si no vivierais en la ciudad. Y decís que habéis adoptado este régimen de vida sin ataduras y libre, sin hijos y sin esposa, pero, en verdad, nada os diferencia ni de los piratas ni de las bestias más salvajes. Pues, en efecto, no os complacéis en el celibato para llevar una vida sin mujeres. Ninguno de vosotros come solo ni se acuesta solo; sólo queréis tener la libertad para cometer excesos y comportaros con impudicia. Os he permitido buscar para vuestros matrimonios a muchachas todavía tiernas y que, de ningún modo, tienen edad para casarse, para que, con el marchamo de los que ya están comprometidos en matrimonio, podáis llevar una vida provechosa para vuestra casa. También he aceptado que las libertas pudieran ser tomadas como esposas por aquellos que no pertenecen al Senado para que, si alguno hubiese sido llevado a esta situación, ya sea por amor o por simple convivencia, pudiera hacerlo legalmente. Y ciertamente tampoco os he apremiado sino que, en un primer momento, os di tres años enteros para vuestros preparativos y después, dos más. Pero de ninguna manera he conseguido nada, ni con amenazas o exhortaciones, ni prorrogando el plazo ni tampoco con ruegos.

»Ved por vosotros mismos cuán más numerosos sois que los casados, cuando era necesario que ya hubieseis engendrado hijos en una cuantía similar o, mejor, muy superior. ¿De qué otra forma podrían pervivir las familias? ¿Cómo podrá salvarse la comunidad si nosotros no nos casamos y no engendramos hijos? Pues, ¿no esperaréis que broten de la tierra los herederos de vuestros bienes y de los negocios públicos, tal y como cuentan las leyendas? No es justo ni bueno que nuestra estirpe se termine, ni que el nombre de los romanos se extinga con nosotros, ni que nuestra ciudad acabe por ser entregada a otros hombres, ya sean griegos o bárbaros. ¿O no es principalmente por esta razón, para hacer de ellos el mayor número de ciudadanos posibles, que liberamos a nuestros esclavos y que hacemos partícipes a nuestros aliados de la ciudadanía para incrementar nuestro número? Pero vosotros, romanos de pura cepa, quienes podéis contar entre vuestros antepasados a aquellos Marcios, Fabios, Quintios, Valerios y Julios, ¿deseáis que con vosotros desaparezcan tanto vuestros linajes como vuestros nombres? Estoy avergonzado de haber tenido que decir todo esto. Parad, locos, y daos cuenta, de una vez, de que es imposible que la ciudad se salve con tantas muertes debidas a las enfermedades y a cada una de las guerras, salvo que su población se renueve gracias a los nuevos nacimientos constantes.

»Ninguno deberá creer que no sé que tanto en el matrimonio como en la crianza de los hijos hay aspectos desagradables y gravosos. Pero considerad que no poseemos ningún otro bien al que no vaya asociado algún sufrimiento, y que a los más abundantes y mayores bienes van unidos los más abundantes y mayores dolores. Y en consecuencia, si os queréis apartar de los sufrimientos no busquéis tampoco los bienes. Pues para poseer casi todo lo que conlleva virtud o placer es necesario el esfuerzo antes, durante y después. ¿Qué necesidad tengo de alargarme exponiendo todos los detalles? Pues en efecto, si en el matrimonio y en la crianza de los hijos hay aspectos desagradables, enumerad en cambio sus ventajas y descubriréis que son muchas más y necesarias. Pues, además de todos los bienes que les pertenecen por naturaleza, también las recompensas fijadas por las leyes —cuya parte más insignificante ya podría llevar a muchos a la muerte— deberían induciros a todos a obedecerme. ¿Cómo no va a ser una vergüenza que, por esas mismas recompensas por las que otros llegan a entregar su vida, vosotros no queráis ni tomar esposa ni engendrar hijos?

»Varones, ciudadanos —pues creo que ahora sí estáis convencidos de la necesidad de conservar la categoría de ciudadanos y de asumir el título de hombres y de padres—, no os he lanzado todos esos reproches por placer, sino por necesidad; no lo he hecho como si fuera vuestro enemigo u os odiara, sino por amor y por el deseo de ganarme a otros muchos como vosotros, para que, al habitar hogares según nuestras leyes y al tener las casas llenas de herederos, nos podamos acercar a los dioses en compañía de nuestras mujeres e hijos y estrechemos nuestros lazos, asumiendo todos los riesgos por igual y disfrutando proporcionalmente de las esperanzas que en ellos tenemos depositadas. ¿Cómo podría ser un buen gobernante para vosotros si tolerara ver que cada vez sois menos? ¿Cómo podría llamarme, con justicia, vuestro padre si no criáis niños? De esta manera, si realmente me amáis y me habéis concedido ese título no con la intención de adularme sino de honrarme, haced ver vuestro deseo de convertiros en hombres y en padres para que, así, vosotros también disfrutéis del título de padre y me hagáis justo portador del mismo».

Estas fueron las palabras que en aquella ocasión pronunció ante aquellos dos grupos. Y a continuación acrecentó las recompensas para quienes tuvieran hijos e hizo una distinción entre casados sin hijos y solteros en relación a las penas judiciales. Les concedió a aquellos dos grupos, los solteros y los que no tenían hijos, el plazo de un año para que, obedeciéndolo en ese periodo, evitaran una consideración de culpabilidad. En contra de la ley Voconia, por la que ninguna mujer podía heredar propiedad alguna que superase el valor de veinticinco mil dracmas, permitió a algunas mujeres que lo hicieran. También concedió a las vestales los mismos privilegios, todos, de los que gozaban las mujeres que habían parido. Seguidamente se promulgó la ley Papia Popea a cargo de Marco Papio Mutilio y Quinto Popeo Segundo, quienes ocupaban el consulado en aquella parte del año. Se daba el caso de que ambos no sólo no tenían hijos sino que no tenían ni esposa. Por esta razón se hizo evidente la necesidad de aquella ley.

Dion Casio, Historia romana, Libros L-LX, Editorial Gredos, Libro LVI, p. 346-357.

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Polibio

En nuestra época se han abatido sobre Grecia entera una natalidad muy baja y una  despoblación que ha vaciado ciudades y ha ocasionado una improductividad, a pesar de que no hemos tenido guerras continuas ni pestilencias. Si alguien decidiera formular una consulta a los dioses, para que nos revelaran qué es lo que debemos decir o hacer para multiplicarnos y habitar ciudades más populosas, ¿no sería la pregunta superflua, siendo la causa clara y estando la solución al alcance de nuestra mano? Si los hombres son educados en la fanfarronería, en la avaricia y en la desidia, si se niegan a casarse, o bien, aunque contraigan matrimonio, rehúsan mantener a sus hijos, de los que en la mayoría de los casos aceptan uno, difícilmente dos, para criarlos regaladamente y dejarlos ricos, el mal crecerá rápida e inadvertidamente. Porque de estos hijos, que son uno o dos, supongamos que a uno lo mata la guerra y al otro un mal epidémico: la consecuencia es una casa vacía. Aquí pasa lo mismo que en los enjambres de abejas: también las ciudades se deshabitan poco a poco y van perdiendo poder. No necesitamos en absoluto preguntar a los dioses cómo librarnos de esta calamidad. El primer hombre con que nos topemos nos dirá que la solución está en nosotros mismos, en que modifiquemos nuestras apetencias, y si no, en que promulguemos leyes que obliguen a alimentar a los hijos nacidos. Para ello, no se necesitan ni adivinos ni prodigios.

Polibio, Historias, Libros XVI-XXXIX, Editorial Gredos, Libro 36, p. 451.

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Buenísimo, Hispanorromano. Creo que esta entrada merece ser enlazada por doquier. Gracias por proporcionarnos munición tan buena.

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Juan Manuel de Prada ha empezado a escribir una serie de artículos sobre este tema:

Cita

Antinatalistas (I)

Hace algunas semanas, Irene Hernández Velasco firmaba un excelente reportaje en el diario El Mundo en el que entrevistaba a varios antinatalistas militantes que se han esterilizado, para evitar tener descendencia, convencidos de que la procreación es la mayor de las calamidades. A diferencia de los habitantes de Uqbar, aquella geografía borgiana, estos antinatalistas no abominan de la cópula «porque multiplica el número de los hombres». Se conforman con abominar de la procreación, porque son adeptos de esa religión erótica avizorada por Chesterton que, «a la vez que exalta la lujuria, prohíbe la fecundidad». Sus adeptos más integristas y furibundos.

Se trata, evidentemente, de una religión nihilista. No sólo por enmascarar su odio al género humano pretendiendo que la vida carece de valor intrínseco; sino también por postular burdos sofismas que delatan un deterioro de la razón lastimoso (pero muy característico de nuestra época). Los antinatalistas del reportaje repiten como discos rayados que «la vida es sufrimiento»; y que, por lo tanto, al no traer nuevas personas al mundo están actuando benéficamente, pues les están ahorrando dolor. Pero si fuese verdad que la vida es sufrimiento estos antinatalistas empezarían por suicidarse, pues nadie ama más al prójimo que a sí mismo. Así, suicidándose, no sólo evitarían el sufrimiento de su hipotética descendencia, sino también el propio, mucho menos hipotético (pues se supone que, al afirmar que la vida es sufrimiento, se fundan en su propia experiencia). Pero aceptemos que, aunque estos antinatalistas sufren una barbaridad, no tienen valor para suicidarse, porque les marea la sangre o no les gusta el sabor del cianuro. ¿Por qué no imitan entonces a los habitantes de Uqbar y reniegan de la cópula? Si la vida es sufrimiento, la cópula debe ser al menos tan dolorosa como un cólico miserere, pues se trata de una de las experiencias vitales más intensas. ¿Por qué estos antinatalistas no abrazan radicalmente su causa, renunciando a la vez a la fecundidad y a la lujuria? De este modo, aparte de no procrear, mitigarían el sufrimiento de su existencia, pues la harían menos sobresaltada, más estoica e impasible (y ya se sabe que quien no siente no padece). Abominar del coito sería una actitud antinatalista mucho más coherente y cabal que ligarse las trompas o hacerse la vasectomía.

En realidad, estos antinatalistas saben perfectamente que la vida está entreverada de goces a los que se aferran como lapas; lo que pretenden es prescindir, precisamente, del entrevero. Quieren gozar sin dolerse, quieren la risa sin el llanto, quieren disfrutar de los placeres de la vida y expulsar los sinsabores. No sólo los dolores del parto, sino también los sacrificios que exige la crianza de un hijo, a menudo tan gigantescos como las alegrías que brinda; pero, con tal de evitar los sacrificios, están dispuestos a prescindir de las alegrías (que, por otro lado, esperan sustituir con las alegrías sucedáneas que les dispensen sus mascotas). Y disfrazan su egoísmo de filantropía y su esclavitud de generosidad, según esa inversión de las categorías que tanto gusta a nuestra época. No contentos con ello, lanzan además un reproche sobre quienes osan procrear: «Tener un hijo es un acto egoísta que responde sólo a los intereses de los progenitores», afirman sin rebozo. Pero, suponiendo absurdamente que tener un hijo fuese una cuestión de mero ‘interés’, lo cierto es que ‘interesaría’ a mucha más gente que a sus progenitores. Interesaría, por ejemplo, a los propios antinatalistas, que (puesto que no se suicidan ni a tiros) algún día querrán cobrar una pensión que esos hijos nacidos de un ‘acto egoísta’ les sufragarán. También, por cierto, les puede ‘interesar’ a estos antinatalistas tan aferrados a la vida que, llegados a la senectud, alguien les limpie el culo, allá en la residencia de ancianos que podrán pagar más fácilmente que esos progenitores que tuvieron que emplear sus ahorros en la crianza de sus hijos. Y quien entonces les limpie el culo será hijo de alguno de esos progenitores que cometieron el ‘acto egoísta’ de concebirlo, parirlo y criarlo.

Tener un hijo no es un acto interesado, sino más bien –considerando el clima adverso– un acto de generosidad extrema. Y es también, como nos enseñaba Chesterton, «el signo de la libertad personal» más heroico que un hombre y una mujer pueden realizar, en medio de una sociedad capitalista. Pero, ¡oh sorpresa!, resulta que estos antinatalistas también justifican su religión erótica afirmando que «vivimos bajo un capitalismo terrible y despiadado y tener un hijo significa darle un nuevo esclavo al sistema». Desmontaremos este ridículo sofisma en una entrega próxima.

http://www.xlsemanal.com/firmas/20180205/juan-manuel-de-prada-antinatalistas.html

Me extraña que no haya tenido más circulación en las webs afines que habitualmente republican sus artículos.

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La segunda parte del artículo de Prada. Me gusta algo menos pero la pongo igualmente:

Cita

Antinatalistas (y II)

Glosábamos en un artículo anterior un excelente reportaje de Irene Hernández Velasco sobre el movimiento antinatalista, en el que entrevistaba a un grupo de personas convencidas de que la especie humana es «algo nefasto» que conviene erradicar. Para camelar a la gente desprevenida, estos antinatalistas afirmaban que «vivimos bajo un capitalismo terrible y despiadado y tener un hijo significa darle un nuevo esclavo al sistema». Se trata de un sofisma especialmente irrisorio, pues lo cierto es que el capitalismo ha tenido siempre la obsesión recurrente de disminuir la
población; y, puesto a elegir su prototipo de esclavo favorito, ha buscado siempre consumidores sin compromisos familiares, personas ‘solteras’ en el sentido etimológico de la palabra, mucho más permeables a sus mensajes y menos pugnaces en la lucha por sus derechos laborales. Incluso en sus épocas de mayor expansión, el capitalismo siempre ha preferido forzar corrientes migratorias antes que favorecer la natalidad.

Este designio antinatalista del capitalismo lo hallamos en todas las épocas y circunstancias; es, pues, constitutivo de su esencia. Adam Smith solicitó la prohibición de las ‘Leyes de Pobres’ que, al asegurar subsidios a las familias más necesitadas, favorecían que tuviesen hijos. David Ricardo defendió que los salarios debían tender hacia un nivel que apenas cubriese las «necesidades de subsistencia» de los trabajadores, que de este modo se abstendrían de aumentar su prole. Thomas Malthus, por su parte, afirmó sin ambages que el modelo económico capitalista sólo podría sostenerse si se realizaba un «control preventivo» de la población, para lo que recomendaba que los pobres permaneciesen solteros, o que en todo caso se les obligase a «matrimonios tardíos» (exactamente como ocurre hoy). John Stuart Mill, por su parte, afirmó que la doctrina capitalista sólo se podría afianzar si se lograba que la población trabajadora «restringiese voluntariamente su número».

Y aquella obsesión antinatalista de los padres del capitalismo se extremó durante los siglos XX y XXI. Thomas Nixon Carver defendió tras el crack de 1929 la necesidad de esterilizar a los «palmariamente ineptos», entendiendo como tales a aquellas personas que no lograban alcanzar un ingreso anual de mil ochocientos dólares (que entonces era la mitad de la población estadounidense). Más tarde, el capitalismo disimularía sus fervores eugenésicos (para que no pudieran emparentarlo con el derrotado nazismo) sustituyéndolos por otras modalidades mucho más eficientes de antinatalismo: fabricación industrial de anticonceptivos, legalización del aborto, exaltación del homosexualismo y demás «políticas de identidad», etcétera. Algunos marxistas clarividentes, como Pier Paolo Pasolini, advirtieron que el capitalismo estaba utilizando la ‘libertad sexual’ –que los ilusos izquierdistas de entonces, como los cínicos izquierdistas de ahora, jaleaban–como instrumento para imponer sus designios. Pero fueron excepciones entre los loritos que repetían, a modo de salmodia lobotomizada –como hacen los antinatalistas del reportaje que comentamos–, que «tener un hijo significa darle un nuevo esclavo al sistema». Si estos antinatalistas no estuviesen cegados por su nihilismo doctrinario (que, en realidad, es el rebozo de su hedonismo egoísta) repararían en que notorios plutócratas y adalides del capitalismo, desde Soros a Gates, gastan ingentes cantidades en promover exactamente lo mismo. Y entonces descubrirían con horror que ellos son los auténticos esclavos del sistema.

El capitalismo no quiere que la gente tenga hijos por dos razones muy sencillas: cada vez necesita menos mano de obra para garantizar la producción; y la gente sin hijos acepta condiciones laborales más oprobiosas y tienen menos fuelle y redaños en el combate contra la injusticia. Además, para ser sostenible, el capitalismo necesita consumidores que puedan emplear la mayoría de sus ingresos en la adquisición de los chismes superfluos que fabrica. La gente que tiene hijos es menos permeable a los reclamos del consumismo; y exige salarios más altos, para poder alimentar a su prole. Como nos enseñaba Chesterton, «la gente que prefiere los placeres del capitalismo a semejante milagro [tener un hijo] está agotada y esclavizada. Prefiere la escoria antes que la fuente primigenia de la vida. Prefiere la última, torcida, subalterna, copiada, repetida y muerta creación de nuestra agonizante civilización capitalista a la realidad que supone el único rejuvenecimiento verdadero de cualquier civilización. Son ellos los que abrazan las cadenas de la esclavitud».

http://www.xlsemanal.com/firmas/20180212/juan-manuel-de-prada-antinatalistas-y-ii.html

 

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Pues seamos un poco mordaces, ¿no notáis que una componente importante del rechazo a la inmigración está fundamentado en el miedo de muchos a confrontarse con gente que maneja un sistema de valores que pueda comprometer ese sistema de vida que se ha montado? Algo similar a lo de esos "identitarios" que reivindican el destape en la vestimenta o el descoque de las mujeres como "valores occidentales" que se verían amenazados por el retraso de impronta religiosa.

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hace 54 minutos, don Fernandito dijo:

Pues seamos un poco mordaces, ¿no notáis que una componente importante del rechazo a la inmigración está fundamentado en el miedo de muchos a confrontarse con gente que maneja un sistema de valores que pueda comprometer ese sistema de vida que se ha montado? Algo similar a lo de esos "identitarios" que reivindican el destape en la vestimenta o el descoque de las mujeres como "valores occidentales" que se verían amenazados por el retraso de impronta religiosa.

Desde luego que hay mucho de esto. Muchos están preocupados porque ven peligrar su modo de vida degenerado. En realidad no peligra tanto ese modo de vida, pero ellos lo perciben así. Creen que un "retraso de impronta religiosa" amenaza sus plácidas existencias.

Un verdadero católico, en vez de insultar a las musulmanas porque lleven pañuelo, aprovecharía este hecho para moralizar al personal autóctono. Y lo mismo con la natalidad. No les atacaría porque "se reproducen como conejos"; aprovecharía este hecho para estimular a los autóctonos a que muestren la misma apertura a la vida, en consonancia con las enseñanzas católicas.

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Sí, sí, en el clavo. Añado otra observación... y es la inquietud que les provoca a los autocomplaciente a de la deserción de las iglesias el hecho de que algunas iglesias hayan rellenado con gentes de la América hispánica un poco el vacío dejado por los desarraigados patrios.

Es una de las cosas que escuecen por algunos de esos identitarios de rasgos más bien poco españoles.

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      Encontré el artículo por casualidad y he pensado que sería bueno traerlo al foro para ilustrar algunas cuestiones que venimos tratando. Pongo primero una captura del artículo, junto con la correspondiente cabecera del periódico en formato imagen, y después la transcripción del texto, que siempre resulta más cómoda de leer y que es necesaria para que los buscadores indexen este artículo, inédito en internet, aunque sí accesible en alguna hemeroteca.

       
    • Por Hispanorromano
      El psiquiatra Pablo Malo publica en Twitter una reseña de un antiguo libro de J. D. Unwin titulado Sex and Culture que creo interesante dar a conocer en este foro. El libro, de 1934, trata de cómo afecta la moral sexual al florecimiento o la caída de las civilizaciones. Aunque es un enfoque exclusivamente racional y quizá un tanto naturalista, coincide en las conclusiones con lo que siempre ha enseñado la moral católica.
      Alejando Ortiz M., usuario venezolano, formula el siguiente apunte:
      No se trata de ser catastrofistas, pues eso bloquearía la solución. Pero sí conviene tomar nota de estos estudios que, ya en los años treinta del siglo pasado, avisaban de los peligros que se cernían sobre la civilización occidental por haberse alejado de la moral católica. La fe católica, como siempre, tiene solución a muchos de los problemas de los que nos quejamos desconsoladamente.
    • Por Hispanorromano
      En el tomo II de las Vidas Paralelas de Plutarco, dedicado a Pericles, se encuentra este premonitorio texto:
      Recuerdo a los recién llegados que en el foro hemos rescatado muchos textos antiguos que relatan situaciones similares:
      Una Francia despoblada sustituye a los niños por perritos (Jacinto Miquelarena, 1939) - Debate de actualidad - Corazón Español
      Hacia un mundo de viejos (Agustín de Foxá, 1948) - Memoria de las Españas - Corazón Español
      Sobre la baja natalidad. Dos textos clásicos que sorprenden por su vigencia - Debate de actualidad - Corazón Español
      El tema del antinatalismo y de la baja natalidad española, a veces asociada a cierto animalismo, lo hemos tocado en infinidad de hilos:
      Antinatalismo ¿Se está gestando un nuevo ataque cultural contra la vida humana? - Debate de actualidad - Corazón Español
      "Prefiero oír ladrar a un perro que a un bebé". El empoderamiento femenino lleva a esto - Debate de actualidad - Corazón Español
       
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  • Temas relevantes

    • https://www.mundorepubliqueto.com/2020/05/01/no-todo-lo-que-brilla-es-oro/

      Una vez más, por aprecio a estos amigos dejo solo el enlace para enviar las visitas a la fuente.

      Solo comento la foto que ponen de un congreso internacional identitari que hubo un México. Ahí se plasma el cáncer que han supuesto y parece que aún sigue suponiendo aquella enfermedad llamada CEDADE. En dicha foto veo al ex-cabecilla de CEDADE, Pedro Varela -uno de esos nazis que se dicen católicos- junto a Salvador Borrego -que si bien no era nazi, de hecho es un mestizo que además se declara hispanista y favorable a la mezcla racial propiciada por la Monarquía Católica,  sí que simpatizó con ellos por una cuestión que quizá un día podamos comentar- uno de los "revisionistas" más importante en lengua española, así como el también mexicano Alberto Villasana, un escritor, analista, publicista, "vaticanista" con gran predicamento entre los católicos mexicanos, abonado totalmente a la errática acusación contra el papa Francisco... posando junto a tipos como David Duke, ex-dirigente del Ku Kux Klan, algo que lo dice todo.

      Si mis rudimentarias habilidades en fisonomía no me fallan, en el grupo hay otro español, supongo que también procedente del mundillo neonazi de CEDADE.

      Imaginemos la corrupción de la idea de Hispanidad que supone semejante injerto, semejante híbrido contra natura.

      Nuestra querido México tiene la más potente dosis de veneno contra la hispanidad, inyectado en sus venas precisamente por ser un país clave en ella. Es el que otrora fuera más próspero,  el más poblado, también fue y en buena parte sigue siendo muy católico, esta en la línea de choque con el mundo anglo y... los enemigos de nuestra Hispanidad no pueden permitir una reconciliación de ese país consigo mismo ni con la misma España, puente clave en la necesaria Reconquista o reconstrucción. Si por un lado está infectado por el identitarismo amerindio -el indigenismo- por el otro la reacción está siendo narcotizada por un identitarismo falsohispanista, falsotradicionalista o como queramos verlo, en el cual CEDADE juega, como vemos, un factor relevante.

      Sin más, dejo ahí otra vez más mi sincera felicitación al autor de ese escrito. Enhorabuena por su clarividencia y fineza, desde luego hace falta tener personalidad para ser capaz de sustraerse a esa falsa polarización con que se está tratando de aniquilar el hispanismo.

       





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    • La libertad sexual conduce al colapso de la cultura en tres generaciones (J. D. Unwin)
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    • Traigo de la hemeroteca un curioso artículo de José Fraga Iribarne publicado en la revista Alférez el 30 de abril de 1947. Temas que aborda: la desastrosa natalidad en Francia; la ya muy tocada natalidad española, especialmente en Cataluña y País Vasco; las causas espirituales de este problema, etc.

      Si rebuscáis en las hemerotecas, hay muchos artículos de parecido tenor, incluso mucho más explícitos y en fechas muy anteriores (finales del s. XIX - principios del s. XX). He traído este porque es breve y no hay que hacer el trabajo de escanear y reconocer los caracteres, que siempre da errores y resulta bastante trabajoso, pues ese trabajo ya lo ha hecho la Fundación Gustavo Bueno.

      Señalo algunos hechos que llaman la atención:

      1) En 1947 la natalidad de Francia ya estaba por los suelos. Ni Plan Kalergi, ni Mayo del 68, ni conspiraciones varias.

      2) Pero España, en 1947 y en pleno auge del catolicismo de posguerra, tampoco estaba muy bien. En particular, estaban francamente mal regiones ricas como el País Vasco y Cataluña. ¿Será casualidad que estas regiones sean hoy en día las que más inmigración reciben?

      3) El autor denuncia que ya en aquel entonces los españoles estaban entregados a una visión hedonística de la existencia, que habían perdido la vocación de servicio y que se habían olvidado de los fines trascendentes. No es, por tanto, una cosa que venga del Régimen del 78 o de la llegada al poder de Zapatero. Las raíces son mucho más profundas.

      4) Señala que el origen de este problema es ético y religioso: se ha perdido la idea de que el matrimonio tiene por fin criar hijos para el Cielo. Pero también se ha perdido la idea del límite: las personas cada vez tienen más necesidades y, a pesar de que las van cubriendo, nunca están satisfechas con su nivel de vida.

      Este artículo antiguo ilumina muchas cuestiones del presente. Y nos ayuda a encontrarle solución a estos problemas que hoy nos golpean todavía con mayor fuerza. Creo que puede ser de gran provecho rescatar estos artículos.
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    • En torno a la posibilidad de que se estén usando las redes sociales artificialmente para encrespar los ánimos, recojo algunas informaciones que no sé sin son importantes o son pequeñas trastadas.

      Recientemente en Madrid se convocó una contramanifestación que acabó con todos los asistentes filiados por la policía. Militantes o simpatizantes de ADÑ denuncian que la convocó inicialmente una asociación fantasma que no había pedido permiso y cuyo fin último podría ser provocar:

      Cabe preguntarles por qué acudieron a una convocatoria fantasma que no tenía permiso. ¿Os dais cuenta de lo fácil que es crear incidentes con un par de mensajes en las redes sociales?

      Un periodista denuncia que se ha puesto en marcha una campaña titulada "Tsunami Español" que pretende implicar a militares españoles y que tiene toda la pinta de ser un bulo de los separatistas o de alguna entidad interesada en fomentar la discordia:

      El militar rojo que tiene columna en RT es uno de los que difunde la intoxicación:

      Si pincháis en el trending topic veréis que mucha gente de derechas ha caído en el engaño.

      Como decía, desconozco la importancia que puedan tener estas intoxicaciones. Pero sí me parece claro que con las redes sociales sale muy barato intoxicar y hasta promover enfrentamientos físicos con unos cuantos mensajes bien dirigidos. En EEUU ya se puso en práctica lo de citar a dos grupos contrarios en el mismo punto para que se produjesen enfrentamientos, que finalmente ocurrieron.
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    • Una teoría sobre las conspiraciones
      ¿A qué se debe el pensamiento conspiracionista que tiene últimamente tanto auge en internet? Este artículo baraja dos causas: la necesidad de tener el control y el afán de distinguirse de la masa.
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