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Pius

Presentación.

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Saludos a todos, soy Pius y estoy encantado de estar aquí donde espero contribuir no solo a la comunidad, sino a los ideales que esta representa. Un saludo, atentamente, Pius.

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Bienvenido a la comunidad Pius.

De momento somos poca gente pues no llevamos más de un mes en funcionamiento, aunque poco a poco vamos siendo más, con la esperanza de sacar entre todos adelante este proyecto en beneficio de su finalidad.

De otro lado, si en algo se te puede ayudar no tienes más que decirlo. Aquí somos una pequeña familia pero muy buena gente.

Un saludo y encantado de contar con tu presencia.

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Bienvenido Pius, seguro que encontrarás provecho y podrás aportar también de tu parte.

El sitio está tomando una forma mejor de lo que yo esperaba.

Así que... a participar!

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Bienvenido, Pius.

Somos pocos, pero el foro acaba de empezar y no se busca tanto la cantidad como la calidad. Ciertas cosas es preferible tratarlas en formato foro o en formato blog -que también permite esta comunidad- antes que en las redes sociales, ya que éstas presentan ciertas limitaciones.

Celebro que te hayas registrado y creo que tu presencia será de gran provecho.

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Gracias a todos por vuestras palabras.

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En 13/1/2018 a las 8:45, don Fernandito dijo:

Cuéntanos algo de tí, Pious, y también de lo que echas en falta por aquí (aparte de el aún escaso número de firmas).

 

Pues bien; me considero así mismo como  «tradicionalista», dicho de otras maneras, soy falangista. Estoy adscrito al pensamiento de José Antonio Primo de Rivera entre otros teóricos de aquella histórica y heroica Falange. Soy Católico Apostólico Romano practicante y soy profundamente crítico con el CVII [Concilio Vaticano II] hallando mi persona en Marcel Lefebvre un modelo a seguir para todo católico de bien en estos tiempos aclarar que no soy sedevacantista y opino que a S.S Francisco I pese a sus errores ha sido y es atacado por parte de una derecha liberal interesada en promocionar herejías con fines políticos, cabe decir que también estoy adscrito a los ideales del 18 de Julio y al lema imperecedero que utilizó Blas Piñar —que sigue hoy vigente— que dice: «Dios, Patria y Justicia».

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Me gusta de tu discurso el que, a pesar de ser crítico con el CVII , tengas la capacidad de discernimiento al detectar la voluntad aniquiladora que subyace a los métodos manlipuladores respecto a las declaraciones del actual papa y sus predecesores "segundovaticanistas".

Creo que en esa crítica desenmascadora es donde deberíamos confluír. Más allá de ahí me considero persona inapropiada para hacer juicios teológicos, de ahí que no suela entrar demasiado profundamente en esos temas.

Saludos.

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Hola Pius.

Como católico, y sin ánimo de polemizar sino tan solo de tratar de entender mejor las diferentes posturas dentro de la Iglesia, ¿qué aspectcos concretos del CVII son los que no compartes? A menudo encuentro a bastante gente en foros, redes o los típicos comentarios en blogs y medios informativos, que se declaran lefebvristas o cuando menos cercanos a esa posición, contrarios pues a la orientación que la Iglesia ha tomado como consecuencia de aplicar las directrices del Concilio. También he tratado de leer y conocer al respecto, en medios y documentos adscritos a dicha postura pero sin embargo, más allá de observar grandes dosis de polémica por un lado o de reconocer por el otro una excelente teología que no termino de entender de otro modo, cómo responde a la realidad actual de nuestro mundo, en general no logro conectar con los puntos concretos, o si quieres, con la esencia concreta, que sostiene esa postura de numerosos hermanos dentro de la Iglesia. Postura que, como bien has señalado, quienes dicen defenderla cada vez más la van aproximando hacia posiciones sedevacantistas, que a menudo acaban derivando en ataques directos e incluso insultantes contra la figura del Papa, cosa que consecuentemente termina desprestigiando la institución Pontificia y por extensión la propia autoridad moral y la Comunión de la Iglesia.

Ya te digo que lo pregunto de corazón y sin ningún ánimo de polemizar, sino tan solo de comprender, aunque si crees que es un tema que debiéramos tratar aparte, me parecería estupendo que lo hiciéramos pues tengo la impresión de que, aparte de ser para mi una postura tan legítima como la de quienes defienden la Iglesia postconciliar, está siendo utilizada por la ultra derecha pagana europea para infiltrar su ideología en el alma de los católicos más ortodoxos, y por el progresismo para justificar su propia ideología en el alma de aquellos creyentes más heterodoxos. Y eso supone a mi juicio un peligro muy grave para la Iglesia, por ambos lados. Si pudiera llegar a entender mejor que aspectos concretos, dicho esto en términos humanos y teológicos y no en líneas generales, son los que sostienen esa posición, me sería más fácil separar el grano de la paja cuando leo según que informaciones y comentarios que se publican por diferentes medios, y me ayudaría también cuando trato según que temas en mi actividad parroquial.

Gracias de antemano y perdóname la extensión de la pregunta.

Un saludo

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hace 3 horas, El Español dijo:

Hola Pius.

Como católico, y sin ánimo de polemizar sino tan solo de tratar de entender mejor las diferentes posturas dentro de la Iglesia, ¿qué aspectcos concretos del CVII son los que no compartes? A menudo encuentro a bastante gente en foros, redes o los típicos comentarios en blogs y medios informativos, que se declaran lefebvristas o cuando menos cercanos a esa posición, contrarios pues a la orientación que la Iglesia ha tomado como consecuencia de aplicar las directrices del Concilio. También he tratado de leer y conocer al respecto, en medios y documentos adscritos a dicha postura pero sin embargo, más allá de observar grandes dosis de polémica por un lado o de reconocer por el otro una excelente teología que no termino de entender de otro modo, cómo responde a la realidad actual de nuestro mundo, en general no logro conectar con los puntos concretos, o si quieres, con la esencia concreta, que sostiene esa postura de numerosos hermanos dentro de la Iglesia. Postura que, como bien has señalado, quienes dicen defenderla cada vez más la van aproximando hacia posiciones sedevacantistas, que a menudo acaban derivando en ataques directos e incluso insultantes contra la figura del Papa, cosa que consecuentemente termina desprestigiando la institución Pontificia y por extensión la propia autoridad moral y la Comunión de la Iglesia.

Ya te digo que lo pregunto de corazón y sin ningún ánimo de polemizar, sino tan solo de comprender, aunque si crees que es un tema que debiéramos tratar aparte, me parecería estupendo que lo hiciéramos pues tengo la impresión de que, aparte de ser para mi una postura tan legítima como la de quienes defienden la Iglesia postconciliar, está siendo utilizada por la ultra derecha pagana europea para infiltrar su ideología en el alma de los católicos más ortodoxos, y por el progresismo para justificar su propia ideología en el alma de aquellos creyentes más heterodoxos. Y eso supone a mi juicio un peligro muy grave para la Iglesia, por ambos lados. Si pudiera llegar a entender mejor que aspectos concretos, dicho esto en términos humanos y teológicos y no en líneas generales, son los que sostienen esa posición, me sería más fácil separar el grano de la paja cuando leo según que informaciones y comentarios que se publican por diferentes medios, y me ayudaría también cuando trato según que temas en mi actividad parroquial.

Gracias de antemano y perdóname la extensión de la pregunta.

Un saludo

Para responder me gustaría mencionar un par de artículos de Leopoldo Eulogio Palacios:

 

Cita

LA MISA TRADICIONAL (3ª de ABC, 16/04/1976)

Uno de los espectáculos que ofrece el mundo religioso contemporáneo es el empeño que tienen algunos laicos en hacer entrar por las puertas de la iglesia las cosas que los clérigos han arrojado por la ventana. Ved lo que pasa con la misa tridentina latina de San Pío V, alma y centro del catolicismo, hoy tirada al desamparo para dar lugar a un nuevo rito en lenguas vernáculas. La defenestración de la misa tradicional ha suscitado un plantel de personas fervientes, en su mayor parte laicos, que piden con vehemencia su restauración. Quizá esto sea una compensación divina al desvío con que han tratado la misa tradicional los hombres que debían custodiarla. ¿Es así como se trata un modo de orar consagrado por una tradición de siglos? Primero han babelizado su lengua, después han deformado su rito. La caída del latín les ha dejado indiferentes. Era la pérdida de la unidad católica en beneficios de las divergencias nacionales, y además arrastraba consigo las maravillas del canto gregoriano y de la polifonía sagrada. ¡Qué importa!

Antes de que fuera asestado este golpe, preparado desde hace tiempo en la sombra, un presentimiento de infortunio cruzó la frente de la intelectualidad europea, y algunos hombres de letras y algunos artistas, no todos adictos a la Iglesia católica, unieron su voz para pedir a Roma la conservación del latín y del canto gregoriano, que encerraban inestimables valores de nuestra cultura. Ingmar Bergman, Pablo Casals, Giorgio de Chirico, Carl Theodor Dreyer, Julien Green, Gertrud von Lefort, Salvador de Madariaga, Gabriel Marcel, Jacques Maritain, François Mauriac, Luigi dalla Piccola, Salvatore Quasimodo y otros no menos ilustres abogaban por la conservación de «uno de los mayores legados culturales de Occidente».

Desconocer lo que pedían estas voces fue un crimen de lesa cultura. Pero los reformadores de la liturgia cayeron en un error todavía más grave, perpetraron un desafuero contra la religión. Pues además de su valor cultural y humano las palabras litúrgicas tienen para el católico otra valía superior: la eficacia de impetrar el bien que pedimos de los poderes sobrenaturales del cielo. Aquí ya no se mira la lengua litúrgica a la manera de un lenguaje literario o como la letra de una música excepcional, sino como un conjunto de fórmulas públicas que tienen la virtud de hacer que los cielos nos sean propicios y nos colmen de dádivas sobrenaturales. Por eso hay que proteger esta lengua contra toda posible variación, hay que inmunizarla contra la locura de los tiempos, hay que tenerla por vehículo fijo e inmutable, incluso sacrificando a esta seguridad la facilidad de ser entendida de las muchedumbres. Y también por eso ni para la misa ni para las fórmulas sacramentales (salvo en el matrimonio y en casos excepcionales del bautismo) sirven las lenguas vulgares, que son mudables, están en evolución y son inalcanzables por la autoridad, siquiera sea por la razón meramente cuantitativa de su número. En nuestros días, a fuerza de traducir el latín litúrgico a los idiomas de todas las gentes ya se ha empezado a perder el sentido de la lengua original, y hay sobrado peligro de que las fórmulas religiosas vayan perdiendo insensiblemente su misteriosa eficacia sobrenatural.

Este escollo era uno de los que más frenaban a la Iglesia para no dar el paso fatal que hoy han dado sus reformadores. En el Concilio de Trento (sesión 22, capítulo 8) se prohíbe que la misa sea celebrada de ordinario en lengua vulgar, es decir, se prohíbe la misma cosa que ahora se hace.

Mucho después de Trento el Magisterio condenó varias veces por boca de Clemente XI y de Pío VI, la proposición de introducir lenguas vulgares en las preces litúrgicas: proposición que «es falsa, temeraria, perturbadora del orden prescrito para la celebración de los misterios y fácilmente causante de mayores males».

Nunca como en nuestros días las circunstancias daban tanto la razón a la praxis secular de la Iglesia. Nunca como hoy ha sido tan necesaria una lengua nacionalmente neutra para el comercio espiritual de los hombres. Además, habiendo hoy muchos menos analfabetos que en la edad postridentina, un libro con el texto latino y la traducción era accesible a casi todos los fieles. Hoy se viaja también muchísimo más. Un libro con el texto latino y la traducción en una sola lengua podía servir para recorrer los templos católicos del mundo entero. Ahora nada de esto es posible, ni siquiera en España, donde las misas se dicen en cuatro idiomas: castellano, vascuence, catalán y gallego. Antes de la reforma los católicos peregrinantes se sentían extranjeros en todas partes, menos en el templo; y ahora, sin salir de su patria, se sienten extranjeros hasta en los templos de su propia nación.

La caída del latín litúrgico, que arrastró consigo el canto gregoriano y la polifonía sagrada, tenía un móvil clandestino: facilitar con la excusa del cambio la imposición del nuevo rito de Pablo VI. A primera vista nada puede decirse contra el nuevo rito considerado en absoluto. Pero comparado con la misa tradicional se ve que es cosa distinta. El canon de la misa original es único; en la nueva ceremonia es cuádruple. Y aun escogiendo de los cuatro cánones el más favorable a la equiparación se notan las diferencias. El resto es labor de tijera sobre la misa originaria, y a la poda se ha unido a veces la intromisión. Fueron cortadas a cercén las más bellas preces del ofertorio y otras que vienen detrás del «Pater nostre» y de la comunión. Y ya al principio se han suprimido también las oraciones introductorias al pie del altar, «al Dios que alegra mi juventud», sin duda porque el altar ha cambiado de signo y ha sido sustituido por otra mesa, a la manera de los oficios protestantes. Ante esta mesa nos muestra sin cesar su rostro, no siempre placentero, el «presidente de la asamblea», que ya no da la cara a Dios, sino al pueblo.

John Eppstein, en su bello libro titulado «¿Se ha vuelto loca la Iglesia católica?», pone de relieve «la extrema vaguedad de las nuevas rúbricas comparadas con las exactísimas reglas de la misa tridentina, las cuales, de acudo con el sagrado carácter y función del celebrante, dirigían todos sus gestos y ademanes, adaptándolos a la expresión simbólica de la oración, la alabanza, el recogimiento o la adoración». Y recuerda la espléndida elevación de los brazos del sacerdote cuando, a la cabeza de su pueblo, entonaba el «Gloria in excelsis».

Son innumerables las personas que advierten la superioridad de la misa tradicional sobre el nuevo rito, pero que no se atreven a decirlo por acatamiento al orden vigente. Luego vienen los otros y les motejan de pusilánimes. Quizá el caballo de batalla del actual catolicismo galopa por un círculo vicioso: unos dan a entender que hay que aceptar el nuevo rito porque lo ha promulgado este Papa, y otros contestan que no hay que aceptar este Papa, puesto que ha promulgado el nuevo rito.

Es claro que los descontentos anteponen su propio juicio al juicio de la autoridad. Pero responden que, a pesar de la infalibilidad pontificia, los Papas sólo tienen derecho a la obediencia cuando transmiten inalterado el depósito de la fe. Además citan la palabra de Cristo relativa a los falsos profetas, «Por sus frutos los conoceréis» (Mt. 7, 16), señalando los males en que paran las reformas posconciliares: liturgia deformada, clima de confusión, catecismos ambiguos, seminarios que se cierran, congregaciones religiosas que languidecen.

Los descontentos aguantan con tesón estos males que consideran castigo de la Providencia. Su postura no es fácil. Desamparados de la mayor parte del alto clero, pero obedientes al mandato de Dios manifiesto en la tradición sagrada, procuran estar firmes en medio del espiritual cataclismo, apoyados en las escasas columnas de la Iglesia que todavía resisten a los embates del infierno.

Es una noche horrible. La cólera del cielo se desata y el huracán arrecia, y ya se han derrumbado preciosos techos y columnas vivas. Se dice que hay fuertes muros que aún pueden resistir hasta que asome la aurora, y estos católicos esperan con paciencia el amanecer, aunque tengan que pernoctar entre ruinas.

Cita

MONSEÑOR LEFEBVRE (3ª de ABC, 29/10/1977)

La posición que sustenta Marcel Lefebvre podría ser calificada de catolicismo puro, en contraposición a otro catolicismo que acepta ingredientes extraños y que ya no es puro, sino mezclado de liberalismo: se le ha llamado catolicismo liberal. Para el concepto de catolicismo puro me remito al libro clásico de Karl Adam, «La esencia del catolicismo». Para el concepto de catolicismo liberal recuerdo la «Historia del catolicismo liberal», de Emmanuel Barbier, en cinco volúmenes. Lo que suele entenderse por catolicismo liberal es un movimiento que aspira a conciliar la Iglesia y la Revolución (con mayúscula), maridaje que correría a cargo de los que viven dentro de la ciudadela eclesiástica. No todos han mirado este movimiento con simpatía. Sus hombres pretendían dar un sesgo favorable a los principios revolucionarios opuestos al catolicismo, y trabajaban dentro de éste con la aspiración de trazar planes de poder, ganar adeptos entre el clero, captar la voluntad del episcopado y elegir un papa a su gusto, que, convocado un concilio, impusiera a todos los fieles, merced al firme aparato disciplinal de la Iglesia, la nueva concepción religiosa, coronando con la cruz de Cristo el gorro frigio de la Revolución.

El liberalismo católico del siglo XIX halló en nuestro tiempo fervientes continuadores y paladines, entre cuyas manos se transformó en humanismo católico. Y con el advenimiento de Pablo VI esta tendencia doctrinal, que había sido en más de un punto discutidísima, comenzó a ejercer una influencia avasalladora. El Concilio Vaticano II no se hizo famoso por la exposición y defensa de innumerables verdades tradicionales, sino por el asombro que causaba en las gentes verle admitir ideas que se consideraron siempre enemigas de la tradición católica.

Terminado el Concilio, el seguimiento de las ideas triunfadoras desconcertó la vida de la Iglesia de Cristo. Eran ideas diferentes de las que habían imperado hasta entonces, sobre todo en lo más característico de la nueva concepción: su manera de mirar al mundo y la modernidad. Desde la Revolución francesa, los grandes pontífices -Pío VI, Gregorio XVI, Pío IX, León XIII, San Pío X, Pío XII- habían enseñado sobre el mundo moderno todo lo contrario de lo que se enseñaba ahora. Pero no por eso variaba el tono autoritario de las enseñanzas, ni se evitaba desazonar a sacerdotes y fieles, como se vio en la imposición despótica de las reformas litúrgicas. No es maravilla que el descontento cundiera por doquier y que surgieran movimientos de resistencia católica. Uno de ellos -no el único- es el representado por el obispo Lefebvre, fundador del Seminario Internacional de Ecône (Suiza) y de la Hermandad Sacerdotal San Pío X.

Hay personas que no pueden vivir más que apoyadas moralmente por un jefe espiritual: si son católicas, este jefe es el Papa. Pero cabe la posibilidad, ya estudiada por los teólogos, de que este jefe pierda la confianza de sus fieles, por no defenderles de los enemigos de la Iglesia o por favorecer dentro de ella a un partido unilateral. ¿Qué hará entonces el católico ajeno a dicho partido? No le queda otra posición más digna que la de Lefebvre, el cual se siente en perfecta comunión con el Papa, pero solamente cuando el Papa sigue en unión con sus predecesores y transmite el depósito de la fe. También acepta Lefebvre las novedades íntimamente conformes a la tradición y a la fe, pero no se siente vinculado por la obediencia a novedades que van en contra de la tradición y que amenazan la fe. En lo que toca al Concilio, cuando le preguntan si no es un concilio como los demás, responde: «Por su ecumenicidad y su convocatoria, sí; por su objeto, y esto es lo esencial, no. Un concilio que no es dogmático puede no ser infalible; no lo es más que en la medida en que repite verdades dogmáticas tradicionales.»

Lefebvre advierte que los tres principios de la Revolución: Libertad, Igualdad, Fraternidad han tenido reciente entrada en al Iglesia. La libertad, con la suplantación de la tolerancia por la libertad religiosa, que otorga los mismos derechos a la verdad y al error. La igualdad, con la práctica de la colegialidad, que debilita la autoridad del obispo en cada diócesis y la del Romano Pontífice en toda la Iglesia, subordinando derechos de origen divino a la decisión de asambleas puramente humanas, reunidas para discutir y votar, y en las que triunfa la autoridad del número. La Fraternidad, con la idea del ecumenismo, que para agradar a los «hermanos separados» ha elaborado reformas litúrgicas de marcado sabor protestante, que no han unido a los cristianos y han desunido a los católicos. Con ninguna de éstas tres cosas transige monseñor Lefebvre, porque al parecer la Iglesia conciliar no ha hecho un uso acertado ni de la libertad, ni de la igualdad, ni de la fraternidad. Y donde se trasluce mejor esta intransigencia es en la celebración de la misa. Rechaza las variaciones introducidas en la ceremonia por el nuevo rito de Pablo VI, y celebra castizamente, de cara a Dios y en latín, según el rito inmemorial que San Pío V legalizó para siempre.

Es explicable que los prelados que simpatizan con las «ideas modernas», como las llamaba Nietzsche, obedezcan a las nuevas orientaciones posconciliares: es su inclinación y su gusto. Pero que también hagan lo mismo los prelados conservadores ya no es tan fácil de explicar. En religión, la obediencia a la autoridad puede convertirse en «obediencia indiscreta» cuando pone en peligro la supervivencia de la fe divina tradicional de los fieles. Ahora bien, esta fe católica tradicional está hoy muy debilitada por la atmósfera enervante del nuevo clima vaticano, que se refleja en la catequesis, en los seminarios, en la liturgia de la misa y de los sacramentos, en la noción del sacerdocio y hasta en la constitución de la Iglesia. Por eso se han vuelto tantos ojos hacia monseñor Lefebvre, el fundador del Seminario Internacional de Ecône, que da respuesta a un gravísimo problema. «Porque el problema de Ecône -afirmaba una vez Lefebvre- es el problema de millares y millones de conciencias cristianas destrozadas, divididas, trastornadas por este dilema martirizante: u obedecer arriesgándose a perder la fe, o desobedecer y conservar la fe; u obedecer y colaborar a la destrucción de la Iglesia, o desobedecer y trabajar por la preservación de la Iglesia; o aceptar la Iglesia reformada y liberal o mantener su pertenencia a la Iglesia católica.» Por eso, cuando el 29 de agosto de 1976 monseñor Lefebvre, dando testimonio de una fortaleza singular que después le ha asistido siempre, celebró contra viento y marea la histórica misa de Lille, se ensanchó el corazón de millares de católicos, que encontraban por fin un pastor que entendía sus problemas espirituales.

Este gran galo que es monseñor Lefebvre, hijo de Francia, la primogénita de la Iglesia, es un «gallus» en el sentido cabal del término, que en latín significa, a la par, galo y gallo. Le vemos como un gallo valeroso al que han querido dar en la cresta; y le oímos hablar de la separación de la luz y las tinieblas que hoy se entremezclan en el catolicismo posconciliar como oímos al gallo cuando canta limpiamente esa disociación de la luz y las tinieblas que es el amanecer.

Coincido en los comentarios que haces El Español; la modernista y liberal «alt-right» critica únicamente al Papa y utiliza como arma arrojadiza a los tradicionalistas de bien con fines políticos; el CVII les importa bien poco; es por ello que las críticas generalmente lanzadas a S.S Francisco I [que pese a mis discrepancias teológicas es el legítimo S.S] tienen un trasfondo geopolítico y tienen el fin de convertir a los católicos en sedevacantistas, en ateos o bien en ortodoxos.

Cuando S.S Juan Pablo II realizaba actos similares que S.S Francisco I yo no observé tales críticas pues S.S Juan Pablo II era alabado por la derecha liberal y puesto como un baluarte católico contra el comunismo por lo que fue sumamente apoyado y por ejemplo realizaba un similar ecumenismo al que practica S.S Francisco I. ¿Por qué critican a S.S Francisco I? Llanamente, por razones ideológicas. Al S.S Francisco I se le ha llegado a calificar de «comunista» entre otros insultos llanamente por sus razones ideológicas; y es que las críticas al S.S Francisco I han venido por ejemplo recientemente de esa derecha liberal (entiéndase «alt-right») por pedir que se respete el status quo en Tierra Santa y no posicionarse a favor del Estado de Israel.

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Yo también soy de la opinión de Pius. Es decir, soy crítico con el CVII y con los papados posteriores. También con algunos papados anteriores, pues creo que el problema no empieza en el CVII. Pero eso no me impide ver que Francisco I es el Papa y que hay una campaña innoble contra él que argumenta profundas razones doctrinales cuando sólo es ideología.

De todas formas, hay que señalar que la FSSPX se está conduciendo de manera modélica por lo general. Los ataques no están partiendo de ella sino de sectores conservadores que generalmente se encontraban muy cómodos con Juan Pablo II. Los conservadores han llegado a tacar a la FSSPX por ser, según ellos, demasiado seguidistas con Francisco.

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hace 6 minutos, Hispanorromano dijo:

Yo también soy de la opinión de Pius. Es decir, soy crítico con el CVII y con los papados posteriores. También con algunos papados anteriores, pues creo que el problema no empieza en el CVII. Pero eso no me impide ver que Francisco I es el Papa y que hay una campaña innoble contra él que argumenta profundas razones doctrinales cuando sólo es ideología.

De todas formas, hay que señalar que la FSSPX se está conduciendo de manera modélica por lo general. Los ataques no están partiendo de ella sino de sectores conservadores que generalmente se encontraban muy cómodos con Juan Pablo II. Los conservadores han llegado a tacar a la FSSPX por ser, según ellos, demasiado seguidistas con Francisco.

Efectivamente Hispanorromano. Tales críticas vienen por parte de medios llanamente liberales; son conservadores del CVII como bien has dicho, Hispanorromano. Cuando S.S Benedicto XVI (por poner otro ejemplo) hacía a grandes rasgos lo mismo que S.S Francisco I.

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Hay una moda entre todos estos sectores raros. Y es que han encontrado una especie de mina en las grietas que se abren entre los críticos del CVII y los que no lo son tanto.

Los primeros creo que deberían extremar prudencias pues utilizan sus argumentos como palanca para abrir aún más esas grietas.

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Te agradezco sinceramente la respuesta Pius, y los dos documentos que aportas para sostenerla. Desde luego son de un gran nivel, acorde a lecturas que ya había realizado del tema. Sin embargo sigo con el mismo problema que tenía y es que no alcanzo a entender como una vuelta a la Iglesia preconciliar, puede resolver la falta de fe y vocaciones que hoy padece la Iglesia Universal. No obstante el tema es de tal calado que daría para dialogar largo y tendido sobre muchos aspectos interpretaciones y matices que se me ocurren al respecto, pero no es mi intención profundizar en las brechas que dividen a la Iglesia, mucho menos en un tema de presentación personal como es este. Quizás sería más conveniente tratarlo en un tema aparte si llegara el caso.

Nada más, agradecer de nuevo tu interés y tu paciencia en contestar y por supuesto, reiterarte mi bienvenida personal.

Un saludo.

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      Si mis rudimentarias habilidades en fisonomía no me fallan, en el grupo hay otro español, supongo que también procedente del mundillo neonazi de CEDADE.

      Imaginemos la corrupción de la idea de Hispanidad que supone semejante injerto, semejante híbrido contra natura.

      Nuestra querido México tiene la más potente dosis de veneno contra la hispanidad, inyectado en sus venas precisamente por ser un país clave en ella. Es el que otrora fuera más próspero,  el más poblado, también fue y en buena parte sigue siendo muy católico, esta en la línea de choque con el mundo anglo y... los enemigos de nuestra Hispanidad no pueden permitir una reconciliación de ese país consigo mismo ni con la misma España, puente clave en la necesaria Reconquista o reconstrucción. Si por un lado está infectado por el identitarismo amerindio -el indigenismo- por el otro la reacción está siendo narcotizada por un identitarismo falsohispanista, falsotradicionalista o como queramos verlo, en el cual CEDADE juega, como vemos, un factor relevante.

      Sin más, dejo ahí otra vez más mi sincera felicitación al autor de ese escrito. Enhorabuena por su clarividencia y fineza, desde luego hace falta tener personalidad para ser capaz de sustraerse a esa falsa polarización con que se está tratando de aniquilar el hispanismo.

       





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    • La libertad sexual conduce al colapso de la cultura en tres generaciones (J. D. Unwin)
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    • Traigo de la hemeroteca un curioso artículo de José Fraga Iribarne publicado en la revista Alférez el 30 de abril de 1947. Temas que aborda: la desastrosa natalidad en Francia; la ya muy tocada natalidad española, especialmente en Cataluña y País Vasco; las causas espirituales de este problema, etc.

      Si rebuscáis en las hemerotecas, hay muchos artículos de parecido tenor, incluso mucho más explícitos y en fechas muy anteriores (finales del s. XIX - principios del s. XX). He traído este porque es breve y no hay que hacer el trabajo de escanear y reconocer los caracteres, que siempre da errores y resulta bastante trabajoso, pues ese trabajo ya lo ha hecho la Fundación Gustavo Bueno.

      Señalo algunos hechos que llaman la atención:

      1) En 1947 la natalidad de Francia ya estaba por los suelos. Ni Plan Kalergi, ni Mayo del 68, ni conspiraciones varias.

      2) Pero España, en 1947 y en pleno auge del catolicismo de posguerra, tampoco estaba muy bien. En particular, estaban francamente mal regiones ricas como el País Vasco y Cataluña. ¿Será casualidad que estas regiones sean hoy en día las que más inmigración reciben?

      3) El autor denuncia que ya en aquel entonces los españoles estaban entregados a una visión hedonística de la existencia, que habían perdido la vocación de servicio y que se habían olvidado de los fines trascendentes. No es, por tanto, una cosa que venga del Régimen del 78 o de la llegada al poder de Zapatero. Las raíces son mucho más profundas.

      4) Señala que el origen de este problema es ético y religioso: se ha perdido la idea de que el matrimonio tiene por fin criar hijos para el Cielo. Pero también se ha perdido la idea del límite: las personas cada vez tienen más necesidades y, a pesar de que las van cubriendo, nunca están satisfechas con su nivel de vida.

      Este artículo antiguo ilumina muchas cuestiones del presente. Y nos ayuda a encontrarle solución a estos problemas que hoy nos golpean todavía con mayor fuerza. Creo que puede ser de gran provecho rescatar estos artículos.
        • Me gusta (5 positivos y 3 puntos de mejora)
        • Un aplauso (10 positivos y 5 puntos de mejora)
    • En torno a la posibilidad de que se estén usando las redes sociales artificialmente para encrespar los ánimos, recojo algunas informaciones que no sé sin son importantes o son pequeñas trastadas.

      Recientemente en Madrid se convocó una contramanifestación que acabó con todos los asistentes filiados por la policía. Militantes o simpatizantes de ADÑ denuncian que la convocó inicialmente una asociación fantasma que no había pedido permiso y cuyo fin último podría ser provocar:

      Cabe preguntarles por qué acudieron a una convocatoria fantasma que no tenía permiso. ¿Os dais cuenta de lo fácil que es crear incidentes con un par de mensajes en las redes sociales?

      Un periodista denuncia que se ha puesto en marcha una campaña titulada "Tsunami Español" que pretende implicar a militares españoles y que tiene toda la pinta de ser un bulo de los separatistas o de alguna entidad interesada en fomentar la discordia:

      El militar rojo que tiene columna en RT es uno de los que difunde la intoxicación:

      Si pincháis en el trending topic veréis que mucha gente de derechas ha caído en el engaño.

      Como decía, desconozco la importancia que puedan tener estas intoxicaciones. Pero sí me parece claro que con las redes sociales sale muy barato intoxicar y hasta promover enfrentamientos físicos con unos cuantos mensajes bien dirigidos. En EEUU ya se puso en práctica lo de citar a dos grupos contrarios en el mismo punto para que se produjesen enfrentamientos, que finalmente ocurrieron.
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    • Una teoría sobre las conspiraciones
      ¿A qué se debe el pensamiento conspiracionista que tiene últimamente tanto auge en internet? Este artículo baraja dos causas: la necesidad de tener el control y el afán de distinguirse de la masa.
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