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Vanu Gómez

Manifiesto Panhispanista.

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4. De cerca y de lejos: Hispanidad Humanista e Hispanidad Totalitaria (de MANIFIESTO PANHISPÁNICO)
Imagen de portada: Foto Pixabay
(Cfr. MANIFIESTO PANHISPÁNICO)
SUMARIO 
1. Introducción  2. Los hechos: 577 millones de hablantes 3. La herencia cristiana católica 4. De cerca y de lejos: Hispanidad Humanista e Hispanidad Totalitaria 5. Hispanidad Ortodoxa e Hispanidad Heterodoxa 6. Identidades: lo indio, lo indiano, lo español, lo americano, lo mestizo, lo hispano americano y lo americano latino. 7. Lo panhispánico

DE CERCA Y DE LEJOS: HISPANIDAD HUMANISTA E HISPANIDAD TOTALITARIA

El título de este epígrafe parafrasea el título de un libro: España de cerca y de lejos, de Carlos Real de Azúa. El autor, uruguayo, entonces joven, de una formación completa y erudita, católico, estuvo en España y publicó su trabajo antes de 1945. Es decir, la II Guerra Mundial todavía no había terminado. Uruguay era una sociedad relativamente próspera, culta, integrada, democrática, a muchos kilómetros de distancia del ojo del huracán. Era un territorio donde disputaban su influencia las potencias de la época (Reino Unido, Francia, EEUU, Alemania, Italia, la URSS) pero sin que ninguna predominara.
España de cerca y de lejos no es un trabajo que le haya traído reconocimiento a su autor ni entre tirios ni entre troyanos. Más bien dolores de cabeza, discriminación, haber sido “marcado” en adelante. España de cerca y de lejos trata sobre temas “políticamente incorrectos” para aquella fecha y también para la nuestra. Pero mirando las cosas en perspectiva, es un libro que había que escribir. Y su autor tuvo el valor de hacerlo. Parte del sinsentido de esta época proviene del triunfalismo de aquella, de su ceguera trágica.
“Fuimos a España en el año 1942. Habíamos sido invitados a fines del anterior, a concurrir a unas reuniones, en las cuales, españoles y americanos, debatiríamos sobre ‘la forma de presentar al mundo’, la doctrina de la Hispanidad.” [1]
“Portamos a España en nuestra raíz. La primera presencia de lo occidental y de lo cristiano, esas presencias que llevamos como arquitectos de nuestro ser, se nos dieron en sus formas y en su empresa […] Urge ver si aquellos valores universales que movieron su acción apostólica y civilizadora pueden uncirse […][de manera excluyente] al ideal que hoy corre con el nombre de ‘Hispanidad’, o si nuevas estructuras, los salvan mejor, los prestigian más anchamente. Urge ver, sobre todo, si el espíritu religioso puede encadenarse a un mito histórico, mal y artificialmente resurrecto, y luchar en él, armado de coraza y espada, o si es un fermento universal que, como universal, debe actuar sin atarse a estructuras del pasado y a laboriosas restauraciones […] Se trata de entender. No hay defensa sin perspicacia total, sin inteligencia lúcida […].” [2]
Ante el Consejo de la Hispanidad, Carlos Real de Azúa hace tres precisiones que no podemos dejar de lado:
1. La Hispanidad no puede ser una identidad vista desde España, solamente. América no es un mapa en blanco, los espacios americanos no deben ser vistos como territorios “imperializables”. Hay una riquísima tradición hispanoamericana; la Hispanidad también se tiene que definir como una identidad vista desde América: “Los hispanistas [de España] quisieran que en América hiciésemos su ‘hispanidad’ […] hacérnosla desde Europa, descubrirnos desde afuera. Y sea la salvación que fuere, tenemos que sacárnosla de adentro. Ya lo pedíamos cuando éramos algo así como hispanistas profesionales: una Hispanidad desde América, crecida en nosotros.” [3]
2. La Hispanidad no es una identidad excluyente. No puede entenderse como algo que encorsete o enchaleque. “Los ‘hispanistas’ pasan en general, como sobre ascuas, sobre el gran hecho dominante de una América india y mestiza, en la Cordillera y en el Pacífico; latina y genéricamente cosmopolita en el Atlántico […] En España también, y en el propio Consejo de la Hispanidad, denunciamos las tendencias y formas que latían en la expresión del ideal hispanista: tópico, retórica, lugar común, vaguedad teórica […] ¿Podemos conformarnos con esta ‘hispanidad’ de exclusión, con este cosmos empobrecido? […] Seremos parte de un mundo que constará de una Europa federal y reordenada, de un macizo euro-asiático, agrupado alrededor de Rusia, de China, de la India; probablemente de una gran comunidad de países anglosajones: lo sustancial del Imperio británico y los Estados Unidos. Nuestra misión tal vez consista en ser la unidad tangencial entre el mundo eurásico, de estructuras continentales, y el mundo anglosajón, más universal y de estructura marítima […] Vivimos en un momento de verdadero ‘mesianismo’ de América […] ¿Qué vale este mesianismo de América? Con él poseemos una mística […] Pero infinitamente menos exclusiva, más generosa, más caliente, más abierta y humana […] Vamos a reconstruir para el hombre, los marcos firmes y claros de un universo reordenado a su medida. Vamos a tratar de que el hombre llegue a ser lo que previó y soñó San Clemente de Alejandría: ‘un pimpollo de Dios’.” [4]
3. La Hispanidad no puede ser una regresión en el tiempo. Al contrario, tiene que recuperar lo bueno del pasado para una progresión histórica. “¿Nos ofrece la ‘hispanidad’, con sus diversos tipos humanos, un proyecto deseable? Entiéndase bien, que decimos deseable en un triple sentido: el de integrarse con elementos vivos y no con actitudes que haya que restaurar arqueológicamente; el no despreciar nada de lo nuevo y valioso que el hombre de América encierra; el contener aquellos elementos que una época, la nuestra, exige inexorablemente.” [5]
No sabemos si a Real de Azúa se lo comprendió o si su intervención en el Consejo de la Hispanidad provocó una serie de malos entendidos que llegan hasta la actualidad. El punto 1 quizá impresionó como “regionalismo”; el punto 2, como “una tendencia a diluir lo hispanoamericano en lo latinoamericano”, o en “el indigenismo”; el punto 3 como un brote de “modernismo”. El mismo Carlos Real de Azúa tenía la idea en formación. Era un vocero en ese Consejo pero tampoco era la última palabra. Sobran los autores y documentos capaces de poner en claro los 3 puntos. No hay una sola lectura ni una lectura definitiva, y para desconfiar, más vale confiar, que etimológicamente es “tener fe juntos”, “acompañar al otro en la fe”.
Dentro de este marco de análisis, Real de Azúa, a quien, por estar situado en la encrucijada del asunto, podemos tomar como guía para esta parte, se interesó por dos hechos culturales entonces y ahora característicos de la comunidad hispanohablante: “humanismo” y “totalitarismo”.
No se puede abordar la cuestión de la Hispanidad sin pensar en dos tipos de sistemas, razonaba Real de Azúa: el “de personas”, y el “totalitario”. ¿Pero qué es esto? Nosotros sabemos qué ocurrió después de 1945. Real de Azúa podía intuirlo, pero no podía saberlo. Eurasia, que estaba cubierta, desde Lisboa hasta Tokio por sistemas “totalitarios”, fue “liberada” por el bloque anglosajón, y a la cola, por Francia, Bélgica, y otros países. De ahí lo de “Occidente” en lugar de simplemente “Anglósfera”. Y ese “Occidente” y el “mundo libre”, a partir de 1945, pasaron a ser la misma cosa.
Pero ¿seguros que –a pesar de las consideraciones de Eleonora Roosevelt sobre la libertad de la persona y la democracia, en 1942-, no es “totalitario” el “Occidente” que desde entonces aplastó a los “totalitarismos” de Eurasia (1945-1991), del Medio Oriente (1991-2018) y que ahora mismo busca derrotar a lo que sería la versión de los “totalitarismos populistas” en la América hispanohablante? Primero habría que responder: ¿qué es el “totalitarismo”?, pero no como improperio, sino como categoría sociopolítica.
“Permítasenos que por primera y última vez aventuremos algo así como una nota personal en esta reflexión […] Cosa poco usual en tiempos de total beligerancia, se trata aquí de comprender el fenómeno totalitario.” [6]
El “totalitarismo” –nos dice Real de Azúa- no solo es ideológico partidario. Es cultural. Es el resultado del devenir histórico. No se entra al “totalitarismo” afiliándose a un partido concreto, y sobre todo, no se sale de él desafiliándose. Hay una atmósfera “totalitaria”, una forma de entender el mundo y el hombre que, por cierto, “no ha creado los materiales que utiliza”:
“Simple usufructuario del caos moral contemporáneo, el cinismo y el desprecio de los valores éticos, el culto de la fuerza o del dinero, la negación de la buena fe, la justicia y la verdad, son fenómenos universales desde la postguerra [de 1918-1939] y sus convulsiones. Son los frutos, largamente acunados, de un mundo sin Dios y sin normas, y que, perdidos para él Dios y normas, comprendió, demasiado lúcidamente, la fría inanidad de unas reglas sin raíces religiosas, sin asidero trascendente, con solo unas angostas bases de utilidad y sanción social.”
“También conocemos perfectamente su paternidad filosófica: los utilitarismos diversos, el pragmatismo, el relativismo, el sensualismo, el materialismo biologicista.”
“Todos se han conjugado en este hecho histórico-político, que, a la vez que su corona, su Finisterre dialéctico, es también reacción oscura e incompleta, reacción envenenada y manca, porque lleva dentro de ella, triunfantes, los termes de muchos siglos.” [7]
Considerado desde este punto de vista, el “totalitarismo” también es un tema de preocupación del año 2018, y la obra de Carlos Real de Azúa se convierte en un material de lectura ineludible. Hay una serie de indicios que hacen pensar que nuestro siglo es más “totalitario” que el anterior; hay evidencias de que nuestro siglo profundiza y consolida el “totalitarismo” del siglo anterior.
Entre los primeros mensajes con los que el Generalísimo Francisco Franco, jefe militar del levantamiento del 18 de julio de 1936 y jefe vencedor el 1º de abril de 1939, se dirige a los españoles para caracterizar el futuro Gobierno (1939-1975), hay uno muy conocido donde dice: “Un Estado totalitario armonizará en España todas las capacidades y energías […].”
Tampoco era ajena la sensibilidad “totalitaria” al México del General Lázaro Cárdenas –su vehemente opositor- que en 1955 recibió el “Premio Stalin de la Paz”, fecha en la que ya había evidencias del estalinismo como totalitarismo. [8] Pablo Neruda –talento indiscutible- recibió el Premio Stalin en 1953, y además escribió una Oda a Stalin; lo mismo Rafael Alberti, que le dedicó un Redoble lento; y Nicolás Guillén su poema Stalin Capitán. Neruda dice: “¡Ser hombres! Es esa la ley estaliniana.” Miguel Hernández, interpretando la idea del conductor que armoniza todas las capacidades y energías de la comunidad, le dedicó estos versos:
“Ah, compañero Stalin: de un pueblo de mendigos/ has hecho un pueblo de hombres que sacuden la frente,/ y la cárcel ahuyentan, y prodigan los trigos,/ como a un inmenso esfuerzo le cabe: inmensamente.”
¿Cuál era la idea, en aquel ambiente? Hoy, cuando se traen a colación estos temas, es dentro de alguna declaración de fe “antitotalitaria” o “neototalitaria”. Que normalmente usa algún lenguaje de espíritu totalitarista: de odio, violento, excluyente, humillante, descalificador, injurioso. El “antitotalitarismo” totalitarista está de moda hoy. Pero se podría pensar que “totalitario” –al menos en aquel entonces- era sinónimo de lo que hoy se dice “sinérgico”, “global”, “holístico”, y en principio eso es lo que sugiere en el discurso de Franco la frase “armonizará […] todas las capacidades y energías”, siempre bajo un seguro “caudillo” o lo que hoy se quiere dar a entender con el anglicismo “coaching”. La vulnerabilidad extrema de la persona sola era la sensación que dejaban “la crisis más grande en la historia del capitalismo”, “las peores guerras de la historia de Europa”, etc. [9]
Entre el siglo XX y el siglo XXI hay paralelismos que están dados por la “integración vertical” de la industria, –los sindicatos, bajo el franquismo, fueron “verticales”, o sea, agrupaban patrones y obreros, como los gremios medievales, como las comunidades industriales de los primeros socialistas utópicos, pero en el contexto de la industrialización española del siglo XX-; hay paralelismos, decíamos, que están dados por el régimen de concentración del capital y del trabajo que caracteriza a los procesos económicos, sociales y culturales contemporáneos. Más evidentes en el siglo XXI que en siglos anteriores.
¿Es posible un “totalitarismo humanista”? Sin duda Rafael Alberti, Nicolás Guillén, Miguel Hernández, y otros así lo creyeron. En la España de Franco esa idea se expresó de esta manera:
“La Hispanidad, en toda su anchura –piensa Pemán- es la que puede dar fórmula del único totalitarismo legítimo, o sea, el totalitarismo cristiano, donde verdaderamente se salve todo: la Nación y el Estado de una parte, y de otra, la dignidad de la persona humana, el Espíritu, la Cultura, todo lo que está en peligro en Europa.” Alfonso Junco. Citado por Carlos Real de Azúa, Nota 5, pág. 79.
“El absolutismo de Estado, es decir, la vuelta a la armonía o tercer estadio del pensamiento hegeliano, será no solo aceptable, sino la única salida posible en la época actual, sobre todo para aquellas naciones cuyo nacionalismo sea una sustancialidad religiosa tradicional; es decir, viva en el tiempo, encarnada en la duración, como sucede en España” (José Pemartín, Acción Española Nº 89, pp 400 y 401, Burgos, 1937, citado por Carlos Real de Azúa en Op. cit.)
Pero Carl Schmitt, teórico alemán católico y afín al nacionalsocialismo, tenía ideas diferentes sobre el “totalitarismo” (Estado total/ Estado totalitario). Hilando conceptos de Maquiavelo (El Príncipe), de Hobbes (El Leviatán), de Bodino, llega al concepto de “Estado total” (Totale Staat, en alemán), superador del “Estado liberal”, y de naturaleza paradójica, puesto que, en la medida que se politiza, despolitiza a las organizaciones sociales y a los individuos concretos. El término, de origen fascista, fue usado por primera vez por Benito Mussolini (Stato totalitario, en italiano), proyecto que puso en práctica a partir de 1925. El intérprete de Schmitt, Carlo Galli, consideraba que, mientras en el “Estado total” las dimensiones sociopolíticas se unifican, dándoles la dirección del Estado un sentido político, no ocurre lo mismo en el “totalitarismo”. “Total/totalitario” por un lado, y totalitarista, por otro, serían conceptos entre los cuales hay matices importantes.
Las causas históricas que provocan la crisis del “Estado liberal”, y su pasaje a un “Estado social”, “omnicomprensivo” son, según Schmitt, las transformaciones en los campos de la guerra (“masiva”/”total”), la economía (“de escala”), la técnica (“tecnología”, con grupos de científicos encuadrados en los equipos de las grandes empresas), la masificación (no solo de la economía, sino de la cultura), la interpretación del pensamiento político del Renacimiento que hace nuestra época, y la propia evolución de la democracia liberal. Estos cambios disuelven las relaciones sociales anteriores, colocan a los individuos en situación de vulnerabilidad, pero, al mismo tiempo, crean los medios para un nuevo tipo de Estado, posliberal. En el “Estado total” no hay más libertades para las personas que las que dicho Estado les pueda asegurar. Esta forma de plantear las cosas va en la dirección contraria a ideas de filosofía política liberales, como las de Immanuel Kant, para quien la sociedad civil surge de un deber moral donde lo moral queda por encima de lo político. [10]
En los años 1940, como ya señalamos, la tensión entre el “eje totalitario” y el “mundo libre” se saldó mediante una II Guerra Mundial cuyo desenlace, Carlos Real de Azúa en 1942 no podía conocer pero sí intuir. Mirando hoy esta solución en perspectiva, en su condición de antecedente, no puede dejar de advertirse que no fue el tipo de “salida” que hubiera permitido a las personas hacer su mejor experiencia. Que la guerra en sí misma es “totalitaria”, sobre todo cuando es “masiva” y “total”; y que se pretendió vencer a unos “totalitarismos” apoyándose en otros. Como escribió Carlos Real de Azúa:
“Parecerán estas páginas, a muchos, ya anticuadas. Algo del ‘mea culpa’ tardío, del ‘a moro muerto, gran lanzada’. El programa falangista, con la derrota del nazismo, será archivado para siempre. Sin embargo, las causas que crearon el totalitarismo, no serán destruidas por la victoria. Una paz demasiado simplista podría no matarlas, podría cortar sus troncos y dejar bajo la tierra sus raíces siniestras. A develarlo, y a develar este peligro, va enderezado lo que decimos: a luchar contra la mentalidad paradisíaca de la postguerra. Beligerante contra la suicida creencia en un mundo liberado y ordenado como espontánea consecuencia directa del triunfo militar de la Libertad, están enderezados estos esfuerzos, mínimos pero fervientes, humildes pero constructivos.”
Y si una solución inteligente de todos los problemas de hoy, convirtiera al totalitarismo en Historia, ¿hay maestra mejor y más segura que ella?” [11]
Esto por un lado, por otro, el “totalitarismo” como proceso cultural continúa; no como raíces ocultas, sino como un hecho estructural que se va desarrollando dentro de la cultura de estos dos últimos siglos:
“El totalitarismo […] es inmanencia. Cerrado sobre sí mismo, lo exige todo […] Su fuerza demoníaca radica en que es la primera aplicación en grande del maquiavelismo renacentista y moderno; la primera aplicación que se realiza con el tremendo poder que una era fáustica, de máquinas y dominio de la naturaleza, tenía que proporcionarle. Será la ocasión primera en que el dualismo moral, incubado en la disolución de lo religioso y lo económico […] se hará monismo, y monismo del mal.”
“[…] Pronto también, toda sustancia humana concreta abandona el sistema; lo deja en tal: en sistema. Vacío de pensamiento, de carne, de nervios. Un ridículo, pesado, incómodo paramento de gestos y actitudes se convierte en rito de la vida nacional y en dispensador de autenticidades.” [12]
Victoria demasiado rápida la de 1945. Pensada no tanto para “liberar” al mundo sino para reorganizarlo y “reconstruirlo” a imagen y semejanza de los vencedores, para reordenarlo en un nuevo reparto de influencias; el resultado fue el presentido por Real de Azúa: hoy, más que nunca, el mundo es “totalitario”. El “totalitarismo” no es un partido, es una cultura; no es “un loco”, es un estado de sensibilidad colectiva; puede ser dogmático y apuntar a un Absoluto, creando una mística; pero puede ser instrumental y no electrizar a nadie, conducir fríamente a las personas simplemente a un destino que a ellas les es ajeno solo porque tiene los medios técnicos y los recursos para hacerlo.
Pero entonces, ¿qué es finalmente el “totalitarismo”? Si se trata de una cultura, de una época, de un tipo de mentalidad y sensibilidad, de un perfil humano, de un “hombre nuevo”, entonces solo se puede entender por relación a otros. Su “hombre viejo” es el “hombre liberal” del siglo XIX, aunque no el “neoliberal” de fines del siglo XX. Su opuesto es el “humanismo” nacido en la Edad Media de semillas antiguas, y florecido durante el Siglo de Oro, con proyecciones en los siglos siguientes.
¿Y qué es el “humanismo”? Las diversas corrientes humanistas coinciden en esto: un sistema de ideas donde lo humano, o el ser humano, es “el valor y la preocupación central”. Coinciden también en que hubo, hay y habrá en la historia de la civilización, en todos los continentes, épocas y culturas, “momentos humanistas”.
Pero si el “humanismo” consistiera en rendir culto a “Lo Humano” como un absoluto, estaríamos frente a una nueva forma de “totalitarismo”, que además de hacer del hombre una abstracción, lo colocaría en el centro del Universo, en lugar de Dios, rompiendo con ambos sus vínculos naturales, como hizo el antropocentrismo moderno, o como propuso la Sociedad Teofilantrópica del siglo XIX, donde “teofilantrópico” significaba “amar al hombre como a Dios”. O, si “humanismo” fuera rendir culto a los hombres vivos, se convertiría en una nueva forma de panteísmo, como el hinduismo.
Lo característico del “humanismo” en la tradición cristiana católica entendida no solo como religión sino como historia, cultura y pensamiento, puede, según el mismo Cristo, resumirse en este versículo: “Ama a Dios por encima de todas las cosas, y al prójimo como a ti mismo.”
La clave está en la relación. Pero no cualquier tipo de relación. No solo contacto. No solo nexo, comunicación, ni compañía. Encerrado en un calabozo, privado de contacto físico con el mundo, sometido a tortura, el humanista católico conserva su vida de relación con Dios, con los valores superiores, con sus recuerdos, con sus afectos, con el mismo calabozo, con sus carceleros. Es una vida de relación espiritualmente enriquecida, tanto, que puede sostenerse en situaciones límites, y es más: en ellas puede florecer. Como interpretaba el neotomista Jacques Maritain:
“Tocamos [aquí] el fondo del error inmanentista. Este consiste en creer que la libertad, la interioridad, el espíritu, residen esencialmente en una oposición al no-yo, en una ruptura de lo interno con lo externo […] En el mundo de los cuerpos sí; en el mundo de la acción transitiva, recibir de otro, recibir de afuera, es puramente sufrir [13] […] puesto que se trata precisamente de cosas que no tienen vida; incapaces de completarse a sí mismas pues no son más que lugares de pasaje y de transformación para las energías del universo. Pero en el mundo espiritual, recibir de otro, es primero sufrir, sin duda, pero a título de […] realizarse interiormente y manifestar la autonomía de lo que es verdaderamente vivo.” (Jacques Maritain, Tres Reformadores, París, 1925; citado por Carlos Real de Azúa).
Por eso el cristianismo valora la paciencia en el sufrimiento. No por masoquismo –que sería perversión del concepto y la conducta- sino por su entronque con la resiliencia, que es la capacidad de resistir a los golpes, de sanar, de regenerarse, incluso de perfeccionarse gracias a esos golpes.
Las cosas inanimadas por sí mismas se mantienen estáticas, no se enriquecen ni se completan salvo por acción externa: son “objetos de”. Por eso para ellas sufrimiento y daño son lo mismo. Si reciben un daño no pueden regenerarse como los seres vivos. Por los mismos motivos, desarrollarse espiritualmente como persona en un contexto de sufrimiento, es desarrollar las virtualidades contenidas, las fuerzas creadoras, la vida de la razón, esas que valen la pena y la fatiga.
“En tiempos medievales, la comunión –en una misma fe viva- de la persona humana con las demás personas reales y concretas –y con el Dios que amaban, y con la creación entera- en medio de no pocas miserias, hacía al hombre fecundo en heroísmo, en actividad de conocimientos y en obras de belleza; mientras en los corazones más puros, un gran amor, exaltando en el hombre la naturaleza por encima de sí misma, extendía aun a las cosas el sentido de la piedad fraternal. Un San Francisco comprendía entonces que la naturaleza material, antes de ser explotada en provecho nuestro por nuestra industria, reclama en algún modo ser amansada por nuestro amor. Quiero decir que, amando a las cosas, -y al ser en ellas-, el hombre las atrae a lo humano, en lugar de hacer pasar lo humano bajo la medida de aquellas.” [14]
“Un régimen de respeto a las libertades y autonomías –nos dice, por su parte, Real de Azúa-: un régimen de personas, estará conexo –sin excepciones en la práctica- con la determinación democrática de las formas y ejercicio del gobierno […] (La ‘República’ en el sentido aristotélico-tomista: sociedad de iguales naturales, donde cada uno se gobierna a sí mismo, y todos por la ley y magistrados electivos y temporarios, estaría más cerca de sociedad estatal, de una democracia de derecho, grupos y personas, que el simple concepto republicano moderno, tan susceptible de combinarse con elementos oligárquicos, con extremos tiránicos, con desviaciones totalitarias.” [15]
Vamos ahora a una digresión que es importante para confirmar cómo la Iglesia ha entendido, históricamente las relaciones humanas. La Revolución industrial hizo a la inversa que la comunión: hizo “pasar lo humano bajo la medida de las cosas” dijera Maritain. Y no solo lo humano, sino todo: lo vivo, lo sensitivo, lo inteligente y lo sensible. Cabe preguntarse, si nuestra actitud depredadora con el suelo y la vida que contiene, nuestra crueldad con los animales, no desarrolla en nosotros una cultura que luego aplicamos al mundo humano, tratando al prójimo como ganado, como carne de faena, como cultivo. Si como máquinas no somos maquinizados en “la horda de esclavos”. Si la Humanidad no está regresando a formas sociales que el español Jaime Balmes, apologista de la Iglesia, consideró precristianas:
“Lo primero que hizo el Cristianismo con respecto a los esclavos fue disipar los errores que se oponían no solo a su emancipación universal, sino hasta a la mejora de su estado: es decir que la primera fuerza que desplegó en el ataque fue, según tiene por costumbre, la fuerza de las ideas […]
“Había no solo la opresión, la degradación de una parte de la humanidad; sino que estaba muy acreditada una opinión errónea, que procuraba humillar más y más a esa parte de la humanidad. La raza de los esclavos era, según dicha opinión, una raza vil, que no se levantaba ni de mucho al nivel de la de los hombres libres; era una raza degradada por el mismo Júpiter, marcada con un sello humillante por la naturaleza misma, destinada ya de antemano a ese estado de abyección y vileza. Doctrina ruin sin duda, desmentida por la naturaleza humana, por la historia, por la experiencia; pero que no dejaba por esto de contar distinguidos defensores, y que con ultraje de la humanidad y escándalo de la razón, la vemos proclamar por largos siglos, hasta que el Cristianismo vino a disiparla, tomando a su cargo la vindicación de los derechos del hombre […].”
“[…] Sabido es que el dueño tenía el derecho de vida y de muerte, y que se abusaba de esta facultad hasta matar a un esclavo por un capricho, como lo hizo Quintio Flaminio en medio de un convite; y hasta arrojar a las murenas a uno de esos infelices por haber tenido la desgracia de quebrantar un vaso, como se nos refiere de Vedio Polión. Y no se limitaba tamaña crueldad al círculo de algunas familias que tuviesen un dueño sin entrañas, no, sino que estaba erigida en sistema: resultado funesto, pero necesario, del extravío de las ideas sobre este punto, del olvido de los sentimientos de humanidad: sistema violento que sólo se sostenía teniendo hincado sin cesar el pie sobre la cerviz del esclavo, que sólo se interrumpía cuando pudiendo éste prevalecer, se arrojaba sobre su dueño y lo hacía pedazos. Era antiguo proverbio: ‘tantos enemigos cuantos esclavos’”. [16]
El esclavismo, dice Jaime Balmes, es una doctrina pagana, errónea, al servicio de un sistema violento, que convierte a una parte de la población en enemiga de la otra parte. En cambio:
“Dondequiera que se introduzca el Cristianismo, las cadenas de hierro se trocarán en suaves lazos, y los hombres abatidos podrán levantar con nobleza su frente. Agradable es sobremanera el leer lo que pensaba sobre este punto uno de los más grandes hombres del cristianismo: San Agustín. (De Civit. Dei, 1. 19, 14, 15, 16) […]”
“[…] después de haber proscrito con tan nobles doctrinas toda opinión que se encaminara a la tiranía, o que fundase la obediencia en motivos de envilecimiento; como si temiese alguna réplica contra la dignidad del hombre, se enardece de repente su grande alma, aborda de frente la cuestión, la eleva a su altura más encumbrada, y desatando sin rebozo los nobles pensamientos que hervían en su frente, invoca en su favor el orden de la naturaleza y la voluntad del mismo Dios, exclamando: ‘así lo prescribe el orden natural, así crió Dios al hombre; díjole que dominara a los peces del mar, a las aves del cielo y a los reptiles que se arrastran sobre la tierra. La criatura racional hecha a su semejanza, no quiso que dominase sino a los irracionales, no el hombre al hombre, sino el hombre al bruto’ […]”
“En una palabra, el estado de la esclavitud era una plaga y nada más; era como la peste, la guerra, el hambre u otras semejantes; y por esta causa era deber de todos los hombres el procurar por de pronto aliviarla, y el trabajar para abolirla […] Santo Tomás de Aquino (1 P. Q. 96, art. 4.) […] no ve tampoco ese grande hombre ni diferencia de razas, ni la inferioridad imaginaria, ni medios de gobierno; no acierta a explicársela de otro modo que considerándola como una plaga acarreada a la humanidad por el pecado del primer hombre.” [17]
La esclavitud es antinatural, dice San Agustín (354-430), porque es antinatural que un hombre trate a otro como si fuera inferior a él por naturaleza. Es una plaga, agrega Santo Tomás de Aquino (1225-1274), solo explicable como herencia del pecado original. Criterios de los padres de la Iglesia que conviene tener presentes, cuando en el siglo XXI hay quienes reivindican la doctrina pagana –jupiteriana- de la esclavitud, el error de la natural inferioridad del prójimo. Como relación, la esclavitud, es algo que el cristiano debe sanar, regenerar, humanizar, abolir, nos dice.
El muy católico Jaime Balmes desarrolló esa investigación en polémica con el francés François Guizot, burgués liberal de origen protestante, quien apoyó la Revolución de 1830 que llevó al trono a Luis Felipe de Orleáns, al que sirvió como ministro. Guizot afirmaba que la Iglesia había justificado la esclavitud y la servidumbre, en lugar de promover su abolición. Balmes contesta entonces que la Iglesia no estaba en condiciones de suprimir todo un sistema de producción, pero evitó la cosificación del esclavo, promovió las reflexiones sobre el tema que impulsaron el pensamiento humanista. Hizo posible que el siervo fuera considerado como persona, evitó que se instalara la deshumanización en todas las relaciones de trabajo modernas, y ese es un aporte fundamental. La Iglesia no podía promover una revolución salvo a través de la humanización previa de las relaciones sociales, lo contrario sería una catástrofe.
Después de Santo Tomás de Aquino el paso decisivo lo da el Siglo de Oro con las Leyes de Indias, primera legislación laboral moderna de amparo a trabajadores extranjeros al servicio de empresarios españoles en tierras extranjeras –los indios-, que como toda legislación laboral no suprime el sistema pero lo humaniza, y crea, de esa manera, los valores, y la reflexión para continuar avanzando en ese terreno. En 1512, en América ya se había suprimido el trabajo de los menores de 14 años, de las mujeres gestantes, parturientas, y con niños lactantes, hasta que cumplieran 3 años. En 1593 se agregó la ley de 8 horas con los descansos necesarios al mediodía y a la tarde. Se reguló además la vivienda, la alimentación, la instrucción, y también la salud pública mediante un sistema de hospitales públicos, universales y gratuitos.
Llega la civilización industrial, luego la tecnológica, se desarrolla la concentración del capital y del trabajo. Y el hispanista de origen estadounidense, Waldo Frank, observa que, por eso mismo, el capitalismo es “colectivista”. Expropia al pequeño campesino y al artesano, los convierte en “fuerza de trabajo” y los envía al ergástulo. Una vez más la línea divisoria está en el tipo de relación que se crea:
“El colectivismo está aquí. La máquina lo ha hecho inevitable, y esta guerra de máquinas le hará un lugar en todos los campos, desde la India hasta Chile y desde Argentina hasta Noruega […] El problema es si el colectivismo que la producción de la máquina exige, será para una horda de esclavos, o para comunidades de seres hondamente integrados.” (Waldo Frank, Ustedes y nosotros, Buenos Aires, 1942, pp 26 y 27. Citado por Carlos Real de Azúa). [18]
De nuevo la posibilidad de la esclavitud. Sobre esto hay que tener, como decía Santo Tomás de Aquino, sentido de la culpa, conciencia del pecado original. Conducta basada en el libre albedrío, que es libertad responsable, libertad para hacer el bien, no para hacer el mal. Una moral que no esté basada en el hedonismo, sino que considere valiosas las penas y las fatigas propias, que no las descargue en otros por cosas como el horror al trabajo. (San Pablo se jactaba de que solo tenía –después de hacerse cristiano- lo que había conseguido con el esfuerzo de sus propias manos). Una comunidad más sobria, más austera, menos codiciosa, dispuesta a crear riqueza con su propio trabajo y no con el trabajo de otra, que aprecie la persona, su dignidad y su libertad. Una comunidad capaz de controlar los apetitos del vientre, de no dejarse conducir por ellos ni por las bajas pasiones; que no esclavice ni se autoesclavice por ellos, porque, como ya habían observado los antiguos, las pulsiones esclavizan. Una comunidad con fines espirituales más ambiciosos y fines materiales más humildes, que no derive en un estilo de vida que la obligue a esclavizarse o a esclavizar a otros. Esa es la sociedad que trazaría la verdadera línea divisoria en el mundo industrial, comercial y bancario actual, y sería, al mismo tiempo, una comunidad cristiana apostólica viviendo en comunión:
"Erant autem perseverantes in doctrina apostolorum et communicatione, in fractione panis et orationibus. […] Omnes autem, qui crediderant, erant pariter et habebant omnia communia/ et possessiones et substantias vendebant et dividebant illas omnibus, prout cuique opus erat" (“Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones. […] Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común; vendían sus posesiones y sus bienes y repartían el precio entre todos, según la necesidad de cada uno.”) Hechos de los Apóstoles, 2, 42-45
El vaciamiento del sentido de la vida social conduce a una sociedad limitada o incapacitada para vivir en comunión, privada del contenido de esa vida, dice Real de Azúa: “De toda la concepción totalitaria, se exalta con especialidad el culto al trabajo, el dinamismo, la empresa, la ‘mística’, la regimentación disciplinaria de la vida social. Todo ello por razones evidentes de deficiencia colectiva.”
La diferencia de la cultura actual con el “humanismo” –entendido como horizonte de cultura- es que destruye la vida de relación. El hombre rompe con Dios, con el prójimo, con los valores. Las personas se aíslan, se enfrentan unas con otras, iniciando el camino de dejar de ser personas y convertirse en individuos, en átomos sociales. Y así como un buen cristiano, incluso retenido en un calabozo es capaz de continuar la vida de relación, el individuo actual, incluso en grupo, está solo. Es la soledad gregaria de nuestros días, opuesta a la comunión que predicaron los primeros apóstoles. El lamento de Bécquer está más vigente que nunca, porque la soledad se extiende más allá de la vida, literalmente, cuando hay personas que mueren solas en sus apartamentos y nadie se entera hasta que pasa un año o más: “¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos!”
“Estamos ante una forma de vida introspectiva, subjetivista, solipsista […] Nos hallamos a pesar de todo, en un realismo de estricto apego a las cosas […] Difíciles de dirigir los hombres por un llamado superior [espiritual] la apelación sistemática a las pasiones y al sentimiento, al fondo primitivo y más simple, a lo irracional e instintivo, a un escueto fideísmo, se organizan con poderosa eficacia […] Las formas más groseras de la hipnosis, el uso de las consignas, la sugestión, el simplismo, la demagogia, las artes de la propaganda sumamente concentradas sobre unos pocos objetivos […] llevan dócilmente al hombre, en temperatura de entusiasmo, en ‘tiempo de infantilidad’ al destino que sus amos le han señalado […] Los derechos de la comunidad son llevados al extremo […].”
Ante la realidad del “totalitarismo”, el hecho de que está aquí, entre nosotros, como resultado de una evolución histórica, se pueden hacer dos cosas: exaltarlo –como sus apologistas- o combatirlo, procurando una solución superadora. Por razones de contexto y de proceso histórico, los valores “ideales” del “humanismo” se van debilitando, y en su lugar, se refuerzan antivalores “prácticos”, “materiales”. Pero este proceso de erosión estimula la reflexión renovada sobre los antiguos valores. Así, “totalitarismo” y “humanismo” se transforman en dos tendencias que atraviesan la cultura actual. Los extremos y horrores del “totalitarismo” sobreestimulan la reflexión y hasta el complejo, el trauma antitotalitario, dando vida, por oposición, a nuevos “humanismos”. De la misma forma, la distancia entre el mundo de los ideales y la decadente realidad, o la hipocrecía, radicalizan a los nuevos “totalitarismos”:
1. La relación del hombre con la Fe.- La necesidad de una Fe renovada nace de la propia falta de Fe. La inseguridad, la falta de certezas, se convierte en una característica de la nueva humanidad. Por eso involuciona al mito antiguo y abandona la esperanza cristiana. “[…] todo plan preestablecido de conducta es rechazado; lo existencial [se convierte] en un fluir sin cauces; la variabilidad ilimitada, la improvisación y ondulación cotidianas, son leyes de una vida en la que toda garantía ha desaparecido, en la que toda ‘formalidad’ ha sido suprimida.” [2] “A fuerza de estas lentas, de estas tenaces muertes, llegamos al hombre de nuestros días: inmovilizado a fuerza de duda, paralizado a los encantos del riesgo, del impulso, de la creación y de la aventura. El individualismo termina así por obra y gracia del ideal racionalista de seguridad […]” Se podría comparar esta parálisis del hombre actual con el espíritu de iniciativa de nuestros antepasados, con un Quevedo, escribiendo, por 1637, “España, gloriosísima en todas las edades, no acostumbra temer sus armas […] Será Dios el motivo, España el instrumento.” Es la Fe, no la búsqueda de seguridad, lo que mueve montañas.
2. La relación del hombre con su Conciencia.- Si hay algo propio del cristianismo católico es la conciencia. Saber quién se es, cuál es su misión en este mundo. Conciencia también del pecado, capacidad para el remordimiento y la confesión. Conciencia de la propia fragilidad, inteligencia para ver la viga en el ojo propio más que la paja en el ojo ajeno. Conciencia sabiendo que hay una Conciencia superior y universal. La debilidad de la conciencia conduce a las actitudes contrarias y al descreimiento.
El Amor al prójimo, la idea de que el amor mueve al mundo.- El principio “ama al prójimo como a ti mismo”; que implica la simpatía y hasta la identificación con el otro, es uno de los primeros que hace crisis. “La amplitud se hace exclusividad, y junto con el dogmatismo, y la falta de comprensión y de simpatía humanas, se elabora la perseguida noción, la figura delictiva del disidente, y el dualismo de los buenos y los malos.” “Sobre estas categorías se basa principalmente la negación de la Igualdad. Podrán ser iguales entre sí los ‘buenos’; sobre los ‘malos’ la relación necesaria será la de subordinación persecutoria.”
2. La relación del hombre con la Verdad.- Es muy claro el autor de El Anticristo cuando dice que de toda la escena donde aparecen Cristo y Pilatos lo único que le interesa es el momento en que, en tono socarrón y espíritu incrédulo, el segundo le pregunta al primero: “-¿La Verdad? ¿Y qué es la Verdad?”. [19] La Verdad con mayúscula es la posibilidad de trascender la verdad subjetiva y llegar a una Verdad objetiva. No es que un cristiano sea un fanático, pero es alguien que cree en la posibilidad de encontrar la Verdad, en que su Maestro, Cristo, no lo ha engañado, y por el contrario, le ha ofrecido un camino para llegar a ella. Pero esto no es posible sin fe, sin confianza. El “totalitarismo”, en cambio, surge de una serie de mutaciones que, insensiblemente, llevan a la incredulidad en Dios, en los hombres, en la ley moral, en la existencia de normas supremas universales, objetivas, en valores eternos y esenciales como la Verdad, el Bien y la Justicia, que son sustituidos por el Estado, el poder, o la riqueza entendidos como Absolutos. Con todas las consecuencias que esta opción acarrea en el plano de la conducta. En el primer caso, las que lo religan con la Verdad –y para esto es rico el idioma español-: “el coraje moral, la sinceridad, la veracidad, la franqueza, un rumbo confesado y creído.” A todo esto, el “totalitarismo”, que es completamente incrédulo en este punto, le opone “el pragmatismo” –hoy se diría la posverdad-, “el desprecio de la doctrina como un compromiso previo para la acción -nos dice Real de Azúa, la variación indefinida; la impostura, la traición, la hipocrecía, la astucia, la calumnia, el engaño y la intriga”, siendo la política internacional, para el autor, el mejor ejemplo de todo esto.
3. La búsqueda del Conocimiento, la Ciencia y la Sabiduría.- La pérdida de motivación por alcanzar la Verdad influye en el desinterés por llegar al Conocimiento, la Ciencia, la Sabiduría. Los resultados materiales que se pueden lograr de ellos no son lo suficientemente interesantes porque ignoran el fondo de necesidades espirituales humanas que inspiran estas búsquedas. En esta línea va también el antiintelectualismo, que por un lado es desprecio del estudio y de la erudición, y por otro lado, de la especulación y la reflexión, tan característico de los eruditos cristianos medievales. Pierde sentido el esfuerzo por alcanzar el conocimiento, -entre otros, antiguamente, la autoliberación, la sanación y la salvación del alma, o una mejor vida en comunión-. El esfuerzo escolar declina. Los estudiantes ya no tienen fuerzas ni para leer. Ya en 1895 decía Miguel de Unamuno, “no tienen resistencia nerviosa”. De manera paradójica, el hombre “fáustico”, que creía conquistarlo todo por medio de los avances tecnológicos, se encuentra que “es incapaz de dominar el mundo” salvo “en el plano físico-químico-matemático de la técnica”. Una pobre capacidad de dominio.
4. Las Virtudes de la inteligencia.- La inteligencia orientada siempre a un logro de tipo material pierde sus virtudes. “Entre ‘las virtudes de la inteligencia’ que ‘hemos visto reemplazadas’ –dice Real de Azúa- se encuentran el culto de la lealtad, de la palabra empeñada, de la buena fe”, “la humildad, la modestia, la paciencia y el pudor del heroísmo.” En cambio hay tendencia a sustituirlas por “la soberbia, el orgullo, la vanidad, la irritabilidad, la autocomplacencia y la arrogancia, […] [la ignorancia de] la idea de pecado original; la religión del prestigio, la grandeza [malentendida], ‘lo viril’, el poderío y la ambición.”
5. La Caridad como principio rector de la conducta social.- “Una tras otra -afirma Real de Azúa-, las posiciones más típicas, excelsas y difíciles de la tradición cristiana y humanista son negadas. Pero hay una porción de ellas que se rechaza especialmente. Es la de la generosidad, el desprendimiento, la sobriedad, la templanza, la conformidad, la pobreza, [hoy se diría “aporofobia”, miedo a la pobreza] el desinterés, el sacrificio voluntario […] No es calumnia leer en cada línea del esfuerzo totalitario, la constante exaltación de la conquista y el despojo, del logro y de la rapacidad, de la envidia y el resentimiento; la religión del poder y la expansión, las formas más materiales y primarias de la afirmación de sí.” [20] En el sistema “totalitario” no importa envenenar la vida de relación. Destruídos los vínculos comunitarios, quedan los individuos aislados, aunque despersonalizados, ya que la personalidad se forma en la vida de relación. Individuos atomizados que viven al mínimo de sus capacidades humanas. “Desprecio, sobre todo, de la tercera virtud teologal: de la Caridad y del amor que mueve al mundo.” “Excluídas la piedad, la bondad, la misericordia, el perdón; desechada la humanidad como ‘sensiblería’; […] serán las criaturas preferidas el odio y la venganza, el rencor y el exterminio, la crueldad y la revancha, el desprecio del débil, del enfermo y del desgraciado, cuando ellos no son cifras ‘rescatables’ de la comunidad guerrera y productora.”
6. La búsqueda universal y eterna de la Paz interior, espiritual, social.- Es reemplazada por “el culto de la Guerra –‘santa’ es mejor-, del combate y de la sangre, […]” ¿En qué cree la “filosofía totalitaria” se pregunta Real de Azúa? “En las fórmulas ‘actuales’ de la fuerza, la dominación, la violencia, el sojuzgamiento, el terror, la brutalidad, la conquista, el despotismo y la hegemonía, el matonismo, la humillación y la injuria; en las fórmulas ‘potenciales’ (es más práctico aterrorizar que matar), de la intimidación, la coacción, el pánico, la seducción y la amenaza. Hay una total falta del don de simpatía y comprensión del prójimo. Reinan la parcialidad del juicio y el espíritu sectario.”
Se pregunta finalmente Real de Azúa si la Hispanidad –en el sentido más antiguo del término, la acepción de “lo característicamente hispano”- es o podría llegar a ser cien por ciento “totalitaria”. Pero encuentra cualidades que impedirían que entre nosotros llegara a cristalizar:
1. La Verdad entendida como un valor directriz.- “El español […] que tantos rasgos en común tiene con el sudamericano […] profesa el culto de la palabra dada, es recto, honrado, desconoce la artería. Son suyas una sensibilidad natural para la ética y la noción rápida y certísima del bien y del mal, es hombre de absolutos. Es vitalmente simple, aunque harto sensual en regiones dadas; la sensualidad ‘flamenca’ del bilbaíno, la sensualidad ‘helénica’ del andaluz. Un maquiavelismo, un cinismo del interés nacional nunca será posible en él […] La posición antimaquiavélica: ‘la cara al descubierto’, ‘claro’, ‘tajante’, ‘riguroso’ […]”
2. La Persona como un valor social.- “Tiene el sentido agudo de la libertad, de la dignidad, de la insustituibilidad de la persona. Nadie le podrá confiscar la prioridad intimísima de su relación con Dios, con el mundo, y con los demás hombres. Nadie le podrá imponer, ni hacer imponer una regimentación zoológica de la existencia humana.”
3. Entre las Virtudes de la inteligencia y de la Caridad, la generosidad.- “Y un desapego del mundo, unas vivencias de lo heroico y lo fraterno más crecidas que en cualquier otra parte. Contra la ética del ahorro egoísta es el hombre del dispendio generoso; contra la frivolidad, la disponibilidad […]”
En cambio, otras características que Real de Azúa también considera propias de la Hispanidad, podrían trabajar en contra de nuestros intereses, destruyendo la vida de relación, empujarnos al “totalitarismo”:
1. Individualismo y rebeldía.- “[…] Las doctrinas del falangismo han calificado al individualismo de los siglos XVIII, XIX y XX, de fenómeno de decadencia, contraponiendo a sus sombras, la claridad del esfuerzo colectivo, jerárquico, que habría creado y sostenido la plenitud del Imperio. Sin embargo, no hay tal. El Imperio español fue tan obra de la improvisación, del esfuerzo individual y del desorden, como la decadencia española. Claro que estos se aplicaron a un mundo donde no existía la técnica [tecnología], a un mundo al cual no había advenido aún, con su tremenda fuerza histórica, las naciones nórdicas germano-sajonas con un sentido más solidario y social de la vida […] En cambio, ciertos defectos, ciertas caídas temperamentales de lo nacional hispánico, ayudan peligrosamente a la labor totalitaria. El español [el hispano] es un ser orgulloso, individual y nacionalmente.” El arquetipo de todo esto podría ser un Lope de Aguirre, ya en 1562, escribiendo a Felipe II una iracunda carta en la que le dice que “me desnaturo de estos reinos, que es España”.
2. “Es frecuente […] su impotencia para el diálogo, la transacción y la tolerancia”.- “Vive con intensidad sin par en ningún otro pueblo de la tierra, el clima del sentido trágico [el individuo contra el mundo, la fatalidad] […] de la existencia como ‘agonía’ […]”. Antes señala: “Está propenso a caer en soluciones de imposición, por su temple pasional y su subjetivismo llevado hasta una elemental carencia de espíritu objetivo.” [21]
Pero si hemos entendido en qué consiste esta realidad y sus causas, entonces, -piensa Real de Azúa, podremos asimilar la experiencia y proyectarnos. “Sabemos a lo que no podemos volver.”
“No podemos volver a un mundo sin Dios, sin un espíritu trascendente como entidad protagonista, a un mundo sin instancia última, azarosamente librado al choque de sus fuerzas y sus codicias.”
“No podemos volver a un racionalismo enteco, que ignora lo orgánico, lo instintivo y lo vital; roto de las infusiones suprarracionales de la intuición y de la fe. Y a todos los polvos filosóficos que han parido estos lodos de dolor y destrucción: al relativismo total, al pragmatismo […] al subjetivismo, al idealismo, a la intelectualidad cerebralista, a las ideologías divorciadas de lo real, a las utopías antihumanas […]”
“No podemos volver a la vida burguesa, al culto de la comodidad sin límites, del goce sin cortapisas; al utilitarismo, al sensualismo, a la religión del dinero como ordenadora suprema de la vida […] No podemos volver a la filosofía individualista del ‘sálvese quien pueda’, al funcionarismo, a la inhibición […] a la inacción y al hedonismo, al ‘no te metás’ y al ‘lavarse las manos’ […],”
“No podemos volver al optimismo automático, al progresismo sin esfuerzos; a la pasiva, ciega, ilimitada confianza en un ejemplar humano sin disciplina ni ‘formalidades’ interiores; a un ser sin sentido de la tragedia, a una civilización de espaldas a la muerte, a la eternidad, a la dramática singularidad de la vida. No nos podemos quedar en el industrialismo, en el urbanismo, en la estandarización de los estímulos sensuales, en el maquinismo deshumanizador, en la empobrecedora ruptura del hombre con el cosmos.”
“No podemos volver a la dispersión de esfuerzos y de trabajos; a la anarquía liberal de las actitudes; a una sociedad sin un mínimo de formalidades disciplinarias, estructuras, jerarquías flexibles, obediencia y organización.”
“Sobre el centro de imputación de la vida, de una ‘persona’ con libertad, responsabilidad, intimidad, actuantes y reconocidas, los valores dinámicos, ascéticos, fideístas, telúricos, formales del totalitarismo, utilizados por el totalitarismo, serán fuente creadora y no fuente cegada, vías de enriquecimiento y no de consunción.
“Es cierto que el hombre es un ser enclavado en una comunidad, en relaciones de deber, préstamo y cuidado; con camaraderías y círculos muy limitados y precisos: familia, oficio, grupo voluntario, pueblo, y cuando se tiene: Iglesia. Somos partes de grandes corrientes de comunión humana, estamos insertos en ellas.”
“Necesitamos una Fe, una creencia integral, total; unos puntos de vista en comunión, sobre el hombre, el ser, los valores morales, la vida, que sean la dura geología compartida sobre lo opinable y libre. Necesitamos –nuevo franciscanismo-, una renovada austeridad, un renovado desprendimiento, un renovado desapego de las cosas del mundo, un renovado gusto de la vida simple […]”
“Necesitamos un realismo de apego […] a las entidades humildes, un realismo del pan y de la sal, del fuego y de la tierra, del vino y del aceite […] Necesitamos una total reinmersión en la naturaleza y en lo cósmico, una ruptura parcial, pero no por eso menos firme, con la vida urbana, maquinista e industrial […].”
Sesenta años después de que Real de Azúa escribiera estas líneas, y cien años después de que J. E. Rodó escribiera Ariel [22] como protesta ante el avance de “la moderna barbarie utilitaria”, Javier Ruiz Portella, con el respaldo de Álvaro Mutis y miles de firmas, escribió un Manifiesto, que deja en evidencia la vigencia del humanismo dentro de la Comunidad hispanohablante:
“¿Para qué vivimos y morimos nosotros: los hombres que creemos haber dominado el mundo…, el mundo material, se entiende? ¿Cuál es nuestro sentido, nuestro proyecto, nuestros símbolos…, estos valores sin los que ningún hombre ni ninguna colectividad existirían? ¿Cuál es nuestro destino? Si tal es la pregunta que cimienta y da sentido a cualquier civilización, lo propio de la nuestra es ignorar y desdeñar tal tipo de pregunta: una pregunta que ni siquiera es formulada, o que, si lo fuera, tendría que ser contestada diciendo: ‘Nuestro destino es estar privados de destino, es carecer de todo destino que no sea nuestro inmediato sobrevivir’ […].”
“No queremos un mundo en el que la satisfacción de las necesidades materiales y el imperio de la técnica constituyan el horizonte a partir del cual toma sentido la existencia humana […].”
“No queremos vivir sometidos a un bombardeo publicitario que, invadiéndolo todo, nos asedia con mil señuelos: tan inalcanzables como tentadores y frustrantes […].”
“No queremos vivir como meros átomos agregados los unos al lado de los otros. Rechazamos el individualismo hecho de soledad al que nos condena un mundo masificado, gregario: el más uniforme, el menos individual de todos. […]”
“Sí queremos un mundo movido por un aliento superior, hermoso, noble, lleno de sentido […].” [23]
                                          ***
[1] REAL DE AZÚA, Carlos, España de cerca y de lejos, Impresora L.I.G.U., Ediciones Ceibo, Montevideo, 1943, Introducción. 
[2] Op. cit., pág. 14.
[3] REAL DE AZÚA, C., Op. cit., pág. 277. 
[4] Op. cit., pp. 248, 277, 288, 291 y 293. 
[5] Op. cit., pág. 239. 
[6] Op. cit. pág. 11. 
[7] Op. cit., pág. 23. El destaque con negrita es nuestro.
[8] Creado en 1949, era el equivalente del Premio Nobel de la Paz, pero entregado por el Presidium del Soviet Supremo de la URSS. En 1956 pasó a llamarse Premio Lenin de la Paz.
[9] Ver Eric J. Hobsbawm, “La era de las catástrofes”, en Historia del siglo XX, Barcelona, 2009. 
[10] La discusión sobre si “lo ético está por encima de lo político” o “lo político por encima de lo ético”, dividió a la opinión pública uruguaya hace unos años.
[11] Op. cit., pág. 19.
[12] Op. cit., pág. 26, 71 y 138. 
[13] El destacado con negrita es nuestro. En REAL DE AZÚA, C., Op. cit., Nota 2, pág. 77.
[14] MARITAIN, Jacques, Humanismo integral. Problemas temporales y espirituales de una nueva cristiandad (1936). Biblioteca Palabra, Madrid, segunda edición, 2001. 
[15] REAL DE AZÚA, Carlos, Op. cit., pág. 94.
[16] BALMES, Jaime, “La Iglesia y la esclavitud”, en El protestantismo comparado con el catolicismo en sus relaciones con la civilización europea (1842), Tomo 2, Cap. XVI, 140, 146.
[17] En negrita en el original. Op. cit., en Cap. XIX, 167 y 169.
[18] REAL DE AZÚA, Carlos, Op. cit., Nota 7, pp 79-80.
[19] Op. cit., pág. 28. 
[20] Juan, 18:38. Verdad y mentira son dos formas de existencia. Federico Nietzsche se refiere al versículo bíblico en Más allá del Bien y del Mal. Preludio de una filosofía del futuro, 1886. También trató el tema en El Anticristo, maldición sobre el cristianismo, 1888, una de sus últimas obras.
[21] REAL DE AZÚA, C., Op. cit., pág. 25. 
[22] El destacado con negrita es nuestro.
[23] Las últimas palabras del Ariel de Rodó (1900): “-Mientras la muchedumbre pasa, yo observo que, aunque ella no mira al cielo, el cielo la mira. Sobre su masa indiferente y oscura, como tierra del surco, algo desciende de lo alto. La vibración de las estrellas se parece al movimiento de unas manos de sembrador.” 
[24] El Manifiesto contra la muerte del Espíritu y de la Tierra (2002). Carta de principios. Cfr. https://www.elmanifiesto.com/manifiesto/texto_manifiesto.asp

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Les quedarían por desarrollar estos tres puntos:

 5. Hispanidad Ortodoxa e Hispanidad Heterodoxa 
6. Identidades: lo indio, lo indiano, lo español, lo americano, lo mestizo, lo hispano americano y lo americano latino. 
7. Lo panhispánico

 

 

Editado por Gerión. Motivo:

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Cuando se abran cuentas COES en los diferentes medios hay que contactar con ese hombre e invitarlo al foro.

Sin falta.

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Aquí firma Mónica, comentando a Fermín. En el enlace original se ven además unas cuantas firmas, un total de 36. Creo que uno de los problemas es que estamos muy desperdigados.

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    • https://www.mundorepubliqueto.com/2020/05/01/no-todo-lo-que-brilla-es-oro/

      Una vez más, por aprecio a estos amigos dejo solo el enlace para enviar las visitas a la fuente.

      Solo comento la foto que ponen de un congreso internacional identitari que hubo un México. Ahí se plasma el cáncer que han supuesto y parece que aún sigue suponiendo aquella enfermedad llamada CEDADE. En dicha foto veo al ex-cabecilla de CEDADE, Pedro Varela -uno de esos nazis que se dicen católicos- junto a Salvador Borrego -que si bien no era nazi, de hecho es un mestizo que además se declara hispanista y favorable a la mezcla racial propiciada por la Monarquía Católica,  sí que simpatizó con ellos por una cuestión que quizá un día podamos comentar- uno de los "revisionistas" más importante en lengua española, así como el también mexicano Alberto Villasana, un escritor, analista, publicista, "vaticanista" con gran predicamento entre los católicos mexicanos, abonado totalmente a la errática acusación contra el papa Francisco... posando junto a tipos como David Duke, ex-dirigente del Ku Kux Klan, algo que lo dice todo.

      Si mis rudimentarias habilidades en fisonomía no me fallan, en el grupo hay otro español, supongo que también procedente del mundillo neonazi de CEDADE.

      Imaginemos la corrupción de la idea de Hispanidad que supone semejante injerto, semejante híbrido contra natura.

      Nuestra querido México tiene la más potente dosis de veneno contra la hispanidad, inyectado en sus venas precisamente por ser un país clave en ella. Es el que otrora fuera más próspero,  el más poblado, también fue y en buena parte sigue siendo muy católico, esta en la línea de choque con el mundo anglo y... los enemigos de nuestra Hispanidad no pueden permitir una reconciliación de ese país consigo mismo ni con la misma España, puente clave en la necesaria Reconquista o reconstrucción. Si por un lado está infectado por el identitarismo amerindio -el indigenismo- por el otro la reacción está siendo narcotizada por un identitarismo falsohispanista, falsotradicionalista o como queramos verlo, en el cual CEDADE juega, como vemos, un factor relevante.

      Sin más, dejo ahí otra vez más mi sincera felicitación al autor de ese escrito. Enhorabuena por su clarividencia y fineza, desde luego hace falta tener personalidad para ser capaz de sustraerse a esa falsa polarización con que se está tratando de aniquilar el hispanismo.

       





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    • La libertad sexual conduce al colapso de la cultura en tres generaciones (J. D. Unwin)
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    • Traigo de la hemeroteca un curioso artículo de José Fraga Iribarne publicado en la revista Alférez el 30 de abril de 1947. Temas que aborda: la desastrosa natalidad en Francia; la ya muy tocada natalidad española, especialmente en Cataluña y País Vasco; las causas espirituales de este problema, etc.

      Si rebuscáis en las hemerotecas, hay muchos artículos de parecido tenor, incluso mucho más explícitos y en fechas muy anteriores (finales del s. XIX - principios del s. XX). He traído este porque es breve y no hay que hacer el trabajo de escanear y reconocer los caracteres, que siempre da errores y resulta bastante trabajoso, pues ese trabajo ya lo ha hecho la Fundación Gustavo Bueno.

      Señalo algunos hechos que llaman la atención:

      1) En 1947 la natalidad de Francia ya estaba por los suelos. Ni Plan Kalergi, ni Mayo del 68, ni conspiraciones varias.

      2) Pero España, en 1947 y en pleno auge del catolicismo de posguerra, tampoco estaba muy bien. En particular, estaban francamente mal regiones ricas como el País Vasco y Cataluña. ¿Será casualidad que estas regiones sean hoy en día las que más inmigración reciben?

      3) El autor denuncia que ya en aquel entonces los españoles estaban entregados a una visión hedonística de la existencia, que habían perdido la vocación de servicio y que se habían olvidado de los fines trascendentes. No es, por tanto, una cosa que venga del Régimen del 78 o de la llegada al poder de Zapatero. Las raíces son mucho más profundas.

      4) Señala que el origen de este problema es ético y religioso: se ha perdido la idea de que el matrimonio tiene por fin criar hijos para el Cielo. Pero también se ha perdido la idea del límite: las personas cada vez tienen más necesidades y, a pesar de que las van cubriendo, nunca están satisfechas con su nivel de vida.

      Este artículo antiguo ilumina muchas cuestiones del presente. Y nos ayuda a encontrarle solución a estos problemas que hoy nos golpean todavía con mayor fuerza. Creo que puede ser de gran provecho rescatar estos artículos.
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    • En torno a la posibilidad de que se estén usando las redes sociales artificialmente para encrespar los ánimos, recojo algunas informaciones que no sé sin son importantes o son pequeñas trastadas.

      Recientemente en Madrid se convocó una contramanifestación que acabó con todos los asistentes filiados por la policía. Militantes o simpatizantes de ADÑ denuncian que la convocó inicialmente una asociación fantasma que no había pedido permiso y cuyo fin último podría ser provocar:

      Cabe preguntarles por qué acudieron a una convocatoria fantasma que no tenía permiso. ¿Os dais cuenta de lo fácil que es crear incidentes con un par de mensajes en las redes sociales?

      Un periodista denuncia que se ha puesto en marcha una campaña titulada "Tsunami Español" que pretende implicar a militares españoles y que tiene toda la pinta de ser un bulo de los separatistas o de alguna entidad interesada en fomentar la discordia:

      El militar rojo que tiene columna en RT es uno de los que difunde la intoxicación:

      Si pincháis en el trending topic veréis que mucha gente de derechas ha caído en el engaño.

      Como decía, desconozco la importancia que puedan tener estas intoxicaciones. Pero sí me parece claro que con las redes sociales sale muy barato intoxicar y hasta promover enfrentamientos físicos con unos cuantos mensajes bien dirigidos. En EEUU ya se puso en práctica lo de citar a dos grupos contrarios en el mismo punto para que se produjesen enfrentamientos, que finalmente ocurrieron.
        • Un aplauso (10 positivos y 5 puntos de mejora)
    • Una teoría sobre las conspiraciones
      ¿A qué se debe el pensamiento conspiracionista que tiene últimamente tanto auge en internet? Este artículo baraja dos causas: la necesidad de tener el control y el afán de distinguirse de la masa.
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