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Geopolítica española e iberoamericana.

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He de decir que estoy muy contento de cómo está resultando el hilo. Gerión se ha marcado aquí un nivelazo de calidad en contenidos.

Este tipo de hilos pueden ir convirtiéndose en un referente del foro.

Gracias a todos, en especial al susodicho.

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Gracias. 

Y esto no ha acabado. Hoy traigo nada más y nada menos que a Vázquez de Mella metido a geopolítico.  Cortesía de un antiguo hilo del otro foro.

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LOS ESBOZOS DE LA GEOPOLÍTICA ESPAÑOLA EN VÁZQUEZ DE MELLA 

La geopolítica tradicionalista hispánica se hizo frente a la geopolítica británica. Los intereses geopolíticos enfrentaron a Inglaterra y a España muy tempranamente. Inglaterra era, en aquel entonces, un país en una isla con muchos países y nosotros, restaurado el Reino Godo de Toledo, nos lanzábamos a la construcción de un Imperio, inspirado en un mandato divino y apostólico: ese era nuestro destino, junto a nuestro país hermano Portugal. Nunca faltó buena voluntad para con Inglaterra (para poder decir esto hay que saber algo más que la "leyenda negra" que se impuso contra el Rey Prudente, nuestro grande y bienamado Felipe II). Pero todas nuestras pretensiones demostraron que, a la postre, los españoles éramos unos ingenuos al lado del maquiavelismo inglés: de ahí aquello de la "pérfida Albión" (no sin razón). Los ideólogos de la gran política inglesa de la entonces pequeña y aislada Inglaterra se habían aferrado a una consigna que pudiera cifrarse en esta frase: Inglaterra crecerá en proporción a la mengua de España. Quien ha leído a John Dee sabe que es así -quien no lo haya leído, mejor que no cuestione lo que estoy escribiendo. 

Sabido es que, durante el siglo XIX y el XX, España no tiene políticos... Lo que tiene es un hatajo de charlatanes con la cabeza llena de mierda masónica, repitiendo como cacatúas lo que sus amos invisibles les dictan: a la izquierda es Francia y a la derecha es Inglaterra. En todo el panorama político y cultural no podemos reconocer nada más que a dos geopolíticos españoles: Ángel Ganivet y Juan Vázquez de Mella. Y de los dos, es el Verbo de la Tradición, el gran Vázquez de Mella, el más clarividente en todos los sentidos.

Cuáles eran las ideas geopolíticas de D. Juan Vázquez de Mella?

Dada la naturaleza de su producción literaria, tan dispersa en discursos para el Congreso de los Diputados y para tantas otras instituciones a las que era invitado el gran pensador español, se hace muy dificultoso poder indicar una obra en concreto, donde Vázquez de Mella expusiera sistemáticamente su pensamiento geopolítico. Sin embargo encontramos orientaciones geopolíticas muy elocuentes.

Lo primero que ha de hacer el geopolítico patriota es saber situarse geográficamente, por supuesto. Y extraer de la conciencia de su posición espacial -que es la que es y no otra- las conclusiones oportunas. Vázquez de Mella tenía claro que la ubicación geográfica de España era privilegiada: 

"Formamos una Península, amurallada por los Pirineos y circundada por el mar, y nos encontramos enfrente de dos Continentes: por un lado somos punto de arranque de avance hacia América; por otro lado miramos hacia el Continente africano y constituímos la llave del Estrecho." 

Los tres objetivos de la política internacional española fueron declarados nítidamente por el gran político asturiano:

-El dominio del Estrecho.

-La federación con Portugal.

-La confederación con los estados americanos.


"La autonomía geográfica de España exige el dominio del Estrecho, la federación con Portugal y, como punto avanzado de Europa, y por haber civilizado y engrandecido y sublimado en América, esa red espiritual tendida entre aquel Continente nuevo y el viejo Continente europeo".

Inglaterra es culpable, según Vázquez de Mella:

-Usurpó Gibraltar, privándonos de la llave del Mediterráneo.

-Suscitó, incitó a Portugal a separarse de España, animando y municionando, empujando y sosteniendo a la facción anti-española.

-Sembró el separatismo de la España de Ultramar (a través de sus telarañas masónicas) y apoyó esos movimientos emancipatorios.


Su acción ha sido nefasta para España. Y es que, como nos recuerda Vázquez de Mella: "la Geografía [...] manda en la Historia" y es la geopolítica la que "impone a Inglaterra una política opuesta, y que ha seguido por cierto tenaz y fielmente".

"...he dicho que Inglaterra obedece en toda su política con nosotros a una especie de "sorites" geográfico".

Y con claridad meridiana: 

"Inglaterra ha negado, ha mutilado, ha sometido, ha sojuzgado a mi Patria, ha deshecho su Historia y ha roto sus ideales". 

Hasta qué punto estas claves geopolíticas puedan estar obsoletas es una cuestión que habría que estudiar con mayor detalle. Las cuestiones actuales parecen acuciar en otras direcciones. El Imperio británico, tal y como predijo Hitler, sucumbió tras la II Guerra Mundial (Hitler, ese maldito admirador del Imperio británico que, a la vez, denostaba -por la sinrazón racista- de la católica política colonialista hispano-portuguesa: ¿es que no han leído ustedes ese mamotreto panfletario llamado "Mein Kampf"?).

Pero: ¿cuáles son, a día de hoy, las coordenadas geopolíticas más urgentes para España?

El emplazamiento espacial en el mapamundi no ha cambiado: malo sería; pero sí ha cambiado el signo político de lo interior y de lo que nos circunda. Y en función de esos cambios deberemos trazar una geopolítica patriótica que será la guía indispensable para un movimiento político del porvenir... Si es que antes no nos han exterminado con mayor o menor ruido.

En el deplorable escenario de esa politiquilla a la que se le llama "española" sin serlo (repleto de ineptos de derecha y de izquierda, tontos de solemnidad y cipayos del Nuevo Orden Mundial): ¿puede haber algún ideal geopolítico para España? Estamos absolutamente convencidos de que lo hay. Y aunque sea dificilísimo de alcanzar, dado el envilecimiento de nuestra población y las indigentes condiciones en las que se encuentra nuestra nación... Aunque sea una carrera contra reloj, hemos de aceptar el desafío de construir una geopolítica hispánica, muy distinta a la que siguen estos peleles del PP o del PSOE que no representan en modo alguno los verdaderos intereses del auténtico y genuino espíritu católico y patriótico de España, pues su ilegitimidad (por más votos que tengan en las urnas) se infiere de su clamorosa y patente traición.

No han creído en España y se han arrojado en brazos de la satanocracia mundialista.

FUENTE: LIBRO DE HORAS Y HORA DE LIBROS: GEOPOLÍTICA Y ORIENTACIONES TRADICIONALISTAS

 

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También aparecen sus ideas aquí:

https://carlismo.es/es-posible-una-geopolitica-para-espana/

 

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¿Es posible una geopolítica para España?

27 NOVIEMBRE, 2012

espa%C3%B1a-300x228.jpgLa geopolítica relaciona la actuación de un Estado, u otro ente con alguna relevancia territorial, con las circunstancias geográficas que lo condicionan. Que la geografía imponga ciertos condicionantes de obligada observancia a la política es una afirmación que debería parecer obvia. Y, sin embargo, quizá por casar incómodamente con una concepción puramente voluntarista de la política, esta obviedad está siendo eludida en la práctica de la política exterior española.

La historia demuestra que la geopolítica está más allá de los gobiernos y de las ideologías, que existen unas líneas generales que ―mientras no cambie la geografía, cosa improbable pero no imposible― permanecen constantes en el tiempo. Tanto Richelieu como Napoleón comprendieron que el afianzamiento de Francia como primera potencia continental dependía del fraccionamiento de los pequeños Estados alemanes, a cuya costa podrían ampliar el territorio francés una vez roto el cordón hispánico que abarcaba desde los Países Bajos hasta Milán. El equilibrio europeo, obsesión constante de Inglaterra, era la condición necesaria para que ésta pudiera buscar su prosperidad en el mar: todas sus posesiones coloniales estuvieron orientadas hacia esta vocación marítima. Y Rusia, tanto zarista como soviética, imbuida desde su génesis moscovita de un particular sentido de misión, hizo del “expansionismo mesiánico” ―en palabras de Kissinger― su razón de ser: primero a la sombra de la Ortodoxia, luego de la Internacional.

Estamos acostumbrados a oír ―principalmente en la retórica parlamentaria― hablar de España como un “proyecto”, como una página en blanco sobre la que los españoles “hemos de decidir”. Este tipo de lenguaje, más adulador que pragmático, distorsiona sensiblemente nuestra percepción de la realidad política, inflando el papel que en ella tiene la voluntad y silenciando el de los irrefragables límites que impone, como es natural, el objeto sobre el cual se vierte esta voluntad. Esto hace imposible comprender, entre otras cosas, la naturaleza de la geopolítica, que en gran medida se escapa de nuestra capacidad de decisión. ¿Por qué?

La Iglesia enseña que las obligaciones hacia la patria están comprendidas en el cuarto mandamiento: «honrarás a tu padre y a tu madre». No se trata de una figura retórica que compara a los padres de cada uno con una gran “madre patria” de todos, sino de la lógica extensión del deber de piedad filial: honrar a los ascendientes, a esa cadena genealógica que se remonta más allá del recuerdo, implica respetar la obra que nos han legado. Aquélla que cada generación, una tras otra, ha recibido de la anterior para beneficiarse de ella, para perfeccionarla, y para a su vez transmitirla a la siguiente. Es la dinámica de la civilización: el progreso que se perpetúa mediante la tradición. Honrar a los padres implica honrar esa tradición acumulada que es, en suma, la patria. El cuarto mandamiento nos recuerda, a través de este solemne deber, una realidad bien evidente: que la patria, cuando nacemos, nos viene dada. El “proyecto” ya existe, y todo el trabajo que pueda hacer una generación tiene que partir de él como realidad.

La geopolítica, por tanto, no es algo que pueda ser dictado libremente por cada gobierno o por cada régimen. La continuidad, implícita en la definición de patria, es esencial para la desenvoltura e incluso para la misma existencia de cualquier comunidad política, y por tanto las autoridades que la rigen deben tenerla muy presente en los múltiples niveles de su actuación. Para la geopolítica, que conforma uno de estos niveles, esta necesidad de continuidad se hace aún más palpable por su estrecha unión con el territorio, que cambia muy poco con el tiempo. Del mismo modo que la tienen Francia, el Reino Unido y Rusia ―por citar sólo algunos ejemplos emblemáticos―, ¿tiene España una geopolítica?

No toda política exterior es geopolítica

Tiene una política exterior, sin duda. Y ésta persigue los “intereses de España”: es decir, el gobernante que la establece juzga que ha de servir para algo. Ahora bien, si esta política exterior no constituye una geopolítica acertada, congruente con nuestras condiciones geográficas, lo más probable es que los “intereses” que se persigan no sean los de España como patria, sino como “proyecto”: esto es, el que tenga el político de turno. Hay tantas políticas exteriores como “proyectos”, pero geopolítica coherente sólo hay una. Estas volubles políticas pueden ser electoralmente rentables, incluso pueden satisfacer intereses particulares legítimos, pero siempre serán inútiles e incluso perjudiciales para el futuro, porque carecen de la indispensable continuidad: no contribuirán al bien común. Es decir, no serán auténtica política. Congraciarse con el poderoso puede asegurar una tranquilidad en el presente, una sensación de subirse al carro del vencedor, pero se destinarán preciosos esfuerzos y recursos para cultivar huertos ajenos, descuidando el propio. Es la política de protectorado. Cabe preguntarse si nuestras recientes aventuras militares, incorporándonos a los tradicionales intereses geopolíticos anglo-estadounidenses, no responden a este espíritu.

¿Cuál debe ser, entonces, la geopolítica de España? Sus líneas generales hay que buscarlas, irremediablemente, en la historia. Porque decir patria es decir historia: en su estudio apreciamos esta continuidad generacional que hace posible la comunidad política con la que, de súbito, nos encontramos al nacer. Pero no en un estudio de museo, sino en la tradición viva que llega hasta nuestros días: es decir, se trata de observar el presente y preguntarse cuáles son los elementos que vertebran la historia de España, articulan su continuidad, y permiten su supervivencia, y cuáles, al contrario, son accidentales y por tanto infructuosos o destructivos. Cuando la patria se convierte en “proyecto” maleable a capricho, rompe el cordón vital con el pasado para depender exclusivamente del presente, para seguir existiendo ―mientras dure― sólo por inercia.

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Quizá quien mejor penetrara las directrices geopolíticas de España a través de la Historia (pues ya en su época no presidían la política del Gobierno) fuera Juan Vázquez de Mella, diputado carlista y orador de renombre en las Cortes de la Restauración alfonsina, con sus llamados “dogmas nacionales”: el dominio del estrecho de Gibraltar, la federación con Portugal y la confederación tácita con los Estados americanos.

Las columnas de Hércules

Gibraltar, para Mella, es la clave. Dice en 1915:

«Y ved que el estrecho de Gibraltar es el punto central del planeta, que allí está escrito todo nuestro Derecho internacional; parece que Dios, previendo la ceguedad de nuestros estadistas y políticos parlamentarios, se lo ha querido poner delante de los ojos para que supiesen bien cuál era nuestra política internacional. Es el punto central del planeta: une cuatro continentes; une y relaciona el Continente africano con el Continente europeo; es el centro por donde pasa la gran corriente asiática y donde viene a comunicarse con las naciones mediterráneas toda la gran corriente americana; es más grande y más importante que el Skagerrakh y el Cattegat, que el gran Belt y el pequeño Belt, que al fin no dan paso más que a un mar interior, helado la mitad del tiempo; es más importante que el Canal de la Mancha, que no impide la navegación por el Atlántico y el Mar del Norte; es muy superior a Suez, que no es más que una filtración del Mediterráneo, que un barco atravesado con su cargamento puede cerrar, y que los Dardanelos, que, si se abrieran a la comunicación, no llevarían más que a un mar interior; y no tiene comparación con el Canal de Panamá, que corta un Continente.» [1]

Pero no se trata sólo de la soberanía sobre el Peñón, ni del territorio adicional ―más allá de lo concedido en el Tratado de Utrecht― que ha ido fagocitando Inglaterra en los siglos posteriores. Se trata también del riesgo que ha supuesto Gibraltar como base británica de contrabando y espionaje (apoyando numerosos pronunciamientos militares a lo largo de los siglos XIX y XX, incluido el de Riego, que desvió hacia Madrid un ejército dispuesto a zarpar hacia América para contener a los independentistas) y como centro de proliferación de armas nucleares [2]. Pero se trata, sobre todo, del Estrecho. La península ibérica es el extremo del continente europeo que envuelve y cierra su mar interior, custodiando su acceso: sin Gibraltar queda estratégicamente privada de esta función natural.

Portugal

La federación con Portugal guarda una estrecha relación con Gibraltar: «[Inglaterra] tiene que ser grande dominando el mar, y para dominar el mar necesita dominar el Mediterráneo, que sigue siendo el mar de la civilización, y para dominar el mar de la civilización necesita dominar el estrecho, y para dominar el estrecho necesita dominar la península ibérica, y para dominar la península ibérica necesita dividirla, y para dividirla necesita sojuzgar a Portugal y sojuzgarnos a nosotros en Gibraltar. Y eso ha hecho.» Portugal surge en la Reconquista como un condado enfeudado primero a Asturias y luego a León, independizándose como Reino en el siglo XII. Siguiendo la dinámica de federación dinástica de los demás reinos cristianos, la corona de Portugal llega a recaer pacíficamente en el rey de Castilla en dos ocasiones: con Juan I en 1383 y Felipe II en 1581. Las rebeliones que pondrán fin a ambos períodos de unión, inaugurando respectivamente las dinastías de Avís y de Braganza, recibirán el apoyo de Inglaterra. La separación entre España y Portugal, en palabras del historiador lisboeta Oliveira Martins, no parece responder a motivos culturales o geográficos: «¿Qué fronteras serán las nuestras que cortan perpendicularmente los ríos y las cordilleras?», sino a intereses políticos ajenos: «¿No será la Historia de la Restauración la nueva Historia de un país que, destruida la obra del Imperio ultramarino, surge en el siglo XVII, como en el nuestro aparece Bélgica para las necesidades del equilibrio europeo? ¿No vivimos desde 1641 bajo el protectorado de Inglaterra?»

De todas formas, el binomio España-Portugal ya es en sí mismo una distorsión lingüística de la realidad, confundiendo el todo con las partes. Porque el nombre de España, heredado de la Hispania romana que abarcaba toda la Península (y posteriormente también las provincias Balearica y Mauritania Tingitana), sólo vino a asociarse exclusivamente con los reinos de las coronas de Castilla y Aragón después de los centralismos de los siglos XVIII y XIX, cuando los días de unión ibérica eran ya un recuerdo remoto. Lo que hoy se conoce como España, ese Reino de España que con esta homogeneizadora denominación oficial de nuevo cuño inaugura un Estado que antes no era sino la colección de múltiples reinos bajo un mismo Rey, se ha apropiado injustamente de un nombre que correspondía a todos los integrantes de la Monarquía hispánica ―las Españas―, antes de que ésta se divorciara de Portugal en el siglo XVII y se disolviera en Estados-nación en el XIX. Por ello, la unión que propugnó Vázquez de Mella ―la única posible sin hacer injusticia a las partes― se había de llevar a cabo como un hermanamiento en pie de igualdad: «la conquista, jamás; la absorción, nunca; una federación», para que así se pudieran repetir las palabras de Saavedra Fajardo a los portugueses en 1640: «No deben desdeñarse los portugueses de que se junte aquella Corona con la de Castilla, pues de ella salió como Condado y vuelve a ella como Reino; y no a incorporarse y mezclarse con ella, sino a florecer a su lado sin que se pueda decir que tiene Rey extranjero, sino propio, pues no por conquista, sino por sucesión poseía el Reino y lo gobernaba con sus mismas leyes, estilos y lenguajes, no como castellanos sino como portugueses».

La federación para Vázquez de Mella no es el Estado federal de la doctrina constitucionalista que, siguiendo el modelo clásico de los Estados Unidos de Norteamérica, se “constituye” a golpe de pluma mediante una Constitución escrita que materializa simbólicamente la premisa ilustrada de que las sociedades no se forman mediante largos procesos históricos, sino que surgen de la nada a través de un contrato social que, legitimado exclusivamente por la voluntad de los vivientes, viene a regir la vida según un proyecto racional. Escribe el filósofo Rafael Gambra: «El Estado, en cambio, es, al menos de la Revolución a esta parte, esa estructuración “a priori” que propugnó el espíritu de la Ilustración. La Patria es siempre la misma o no varía sino por una lenta evolución; el Estado, en cambio, puede variar radicalmente de la noche a la mañana.» [3] Al contrario, Vázquez de Mella aprecia la auténtica federación histórica en el progresivo aglutinamiento multisecular de los diversos cuerpos sociales ―familia, municipio, gremio― en los que se integran los hombres concretos (a diferencia del hipotético hombre abstracto ―aquel Hombre y Ciudadano nacido en 1789― en torno al cual se construyen las constituciones modernas), federándose espontáneamente en entidades superiores para suplir las necesidades que no alcanzan las inferiores, éstas conservando en cierta medida su autonomía primigenia y aquéllas actuando subsidiariamente. El contrato social es una ficción filosófico-jurídica que sirve como premisa para explicar los sistemas constitucionales, mientras que la federación histórica es una consecuencia ineludible de la naturaleza sociable del hombre, avalada por la realidad y documentada en los anales de la Historia.

Esto se evidencia con especial claridad en la formación política de España, unión personal de varios reinos en un mismo monarca que debía jurar los fueros y respetar la estructura constitucional de cada uno de ellos. La unidad no era uniformidad, y la diversidad cultural no era obstáculo para la concordia política. Por otro lado, las doctrinas ilustradas puestas en práctica en la Revolución francesa equiparan a la nación ―realidad cultural asociada al lugar de nacimiento, sin connotaciones políticas― con el Estado, con la comunidad política. Los Estados plurinacionales (como el Imperio austríaco) o las naciones pluriestatales (como la italiana, antes de la unificación), ya no podían tener sentido. La aplicación de esta novedosa doctrina no resultaba excesivamente conflictiva en un Reino de Francia homogeneizado por la larga experiencia del centralismo absolutista, pero su exportación a otros países (y la Revolución tenía pretensiones de universalidad) no podía resultar tan armoniosa. Para la Monarquía hispánica fue, sencillamente, el suicidio.

América

Hoy, la Hispanidad como realidad cultural es un hecho innegable. Todos los que pertenecemos a ella sentimos unos vínculos más o menos estrechos con los demás. Incluso el que más fervientemente reniegue de ellos no puede dejar de toparse con el idioma compartido, que con cada palabra articulada nos recuerda nuestro ineludible pasado común. No faltan insignes autores ―tanto ibéricos como americanos, filipinos e incluso borgoñones― que hayan dejado constancia de un sentimiento de orfandad, mucho después de las respectivas separaciones del tronco común. Pero el sentimiento, siempre volátil, no basta para dar razón de unos lazos de naturaleza política. Tampoco la más tangible semejanza cultural es suficiente, pues los lazos, digamos, nacionales, pueden florecer en su ámbito propio sin necesitar ser correspondidos por idénticos vínculos políticos (véase, por ejemplo, el Renacimiento italiano: esta pujanza artística distintivamente italiana ―pese a las particularidades locales y ulterior exportación y desarrollo original en otras partes de Europa― tiene lugar en una península políticamente fragmentadísima. Y el arte renacentista no es vehículo de un anhelo de unificación política, como lo sería el romántico durante el Risorgimento, sino todo lo contrario: es más bien la expresión del espíritu competitivo de los pequeños Estados italianos). La ideología nacionalista, por supuesto, no considera separables los vínculos culturales de los políticos, y de ahí los problemas que encuentra cuando pretende llevarse a la práctica: las fronteras culturales nunca están tan definidas como necesitan estarlo las políticas (un ejemplo paradigmático son los Balcanes después del Imperio austrohúngaro).

Los lazos políticos, por tanto, se fundan en otra cosa. Es la historia, si nos ceñimos a observar la realidad y dejamos a un lado fantasiosos mitos fundacionales, esa tradición acumulada que como hemos dicho equivale a decir patria, la que otorga estabilidad a los vínculos políticos y les da una razón de ser, más allá del puro voluntarismo o la fuerza militar que, como mucho (y no siempre), pueden crearlos pero no sostenerlos. Y cuando esta razón de ser histórica no existe, se fabrica. Porque, en palabras de Francisco Elías de Tejada, «los pueblos no son naciones, son tradiciones». [4]

Las independencias americanas rompen bruscamente (en dos décadas se deshacen tres siglos) sus lazos con la Corona haciendo bandera del nacionalismo, de la pretensión de que el hecho de ser nación da derecho a constituirse como Estado. Pero como no podía ser de otra forma en unos reinos hispánicos vertebrados durante siglos por la idea federativa, la delimitación de quién constituía una nación fue menos que perfecta. Las fronteras precolombinas no podían ser recuperadas, como pretendían algunas posturas indigenistas. Dice el mexicano Luis González de Alba: «No hubo un México prehispánico, salvo en nuestro lenguaje actual: para entendernos, así le decimos a este territorio antes de Hernán Cortés. Pero no había una nación, un pueblo, una lengua, un México. Los tlaxcaltecas y otomíes no eran meshicas, sino enemigos de éstos, mucho menos eran mexicanos, nombre que fue necesario crear, con el de México, y nos condenó a ser un país centralizado no sólo en lo político y económico, sino hasta en la historia, al darnos como herencia cultural indígena a la más reciente y menos importante de las culturas mesoamericanas.» [5] Algunas proclamas independentistas de la época hablan de la “nación americana” como una sola, algo que evidentemente tampoco se realizó. Al final se impuso la particular interpretación de Bolívar del principio uti possidetis iuris: rindiendo un paradójico homenaje a la Corona, los límites de los nuevos Estados serían los de los virreinatos y capitanías generales tal como existían en 1810. Pero el mismo Bolívar no dudó en ignorar este criterio cuando le resultaba políticamente conveniente. La fuerza y el voluntarismo de los caudillos fueron, detrás de justificaciones de variada índole, la ultima ratio regum. En palabras de José Antonio Ullate: «Sólo el decurso de las guerras y de los manejos políticos conducirá a la plasmación de Estados sin nación que, celosamente, se volcarán desde el primer instante en la creación artificial de naciones a medida de sus Estados.» [6] Las subsiguientes guerras fratricidas entre los nuevos Estados y la inestabilidad de sus gobiernos dan fe de las consecuencias que ha tenido para la Hispanidad el abandono de la concepción federativa ―que Vázquez de Mella quería recuperar― y su sustitución por la ideología nacionalista.

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La vigencia de Mella

Vázquez de Mella fue recibido por sus adversarios políticos contemporáneos con burla y condescendencia: «Y si me decís que es soñar, que es sueño ideológico buscar la realización de estos ideales, os diré que ese sueño lo están realizando todas las naciones de la tierra. El pangermanismo significa ese dominio de razas sobre el territorio que habitan sus naturales; el panhelenismo significa la tendencia a querer dominar las islas del Mar Egeo y todas aquellas que llevan el sello helénico; aquellos estados Balcánicos que son nada más que naciones incipientes, tratan de completar su nacionalidad sobre porciones de Turquía; lo tiene Finlandia y todos los países que se extienden a lo largo del Báltico, donde, a pesar de los vendavales moscovitas, no se ha podido extinguir el germen y la flora de las nacionalidades indígenas; lo tiene Inglaterra, rama germánica que se asienta y domina por su territorio sobre los países célticos. Todos buscan su autonomía geográfica; todos aspiran a que se complete el dominio del territorio nacional. ¿Y será aquí, como dicen, sueño romántico, vago idealismo, cosa quimérica, lo que pretendo yo?»

Los “dogmas nacionales” no fueron un brindis al sol, una idea peregrina que se quedara en el tintero. Pocos años antes los había consignado Carlos VII, perdedor de la tercera guerra carlista, en su testamento político: «Gibraltar español, unión con Portugal, Marruecos para España, confederación con nuestras antiguas colonias, es decir, integridad, honor y grandeza; he aquí el legado que, por medios justos, yo aspiraba a dejar a mi patria.» La restauración del Imperio español, cuyos restos perdieron ―sin mucho interés― los gobiernos de Alfonso XII, estaba en el mismo centro del programa político de Carlos VII. Y no era una consigna oportunista lanzada por alguien que ya nada tenía que perder, pues aquel nuevo Don Carlos que durante varios años comandó ejércitos, acuñó moneda, y reinó efectivamente sobre una porción del norte de España, ya ofreció en 1875, en plena guerra, una “tregua patriótica” a su primo y adversario cuando las rebeliones en Cuba amenazaban ―preludio de 1898― con involucrar a los Estados Unidos en una guerra contra España: «se trata de la integridad de la patria y todos sus hijos deben defenderla, que cuando la patria peligra desaparecen los partidos; sólo quedan españoles.»

Los gobiernos de la España actual poco o nada tienen que ver con Carlos VII y Vázquez de Mella. Pero la geopolítica, como muchos otros países han sabido comprender, debe trascender regímenes, ideologías, partidos y “proyectos”. Las proposiciones de Mella serían hoy recibidas con las mismas objeciones que encontraron en su día: «sueño romántico, vago idealismo, cosa quimérica». ¿Pero no será esta actitud disfraz para el miedo a tomar la iniciativa? ¿O quizá no convenga a unos “intereses de España” que sólo son los de unos pocos? Incluso habrá quien grite ¡imperialismo! y rasgue sus vestiduras, sin comprender que la presencia española en América nunca tuvo el carácter de explotación colonial que tuvieron los posteriores imperialismos europeos: el mestizaje, fenómeno único de la América hispana, da fe de la absoluta singularidad de su vocación misionera. Pero aquí no se trata de escrutar el pasado para justificarlo o condenarlo, ni supone la federación de Mella un apego a las formas “virreinales”. Se trata de abrir nuevas vías adecuadas a las circunstancias de cada momento para una mayor cooperación política entre los países que integran la Hispanidad, de dar formas apropiadas a una necesidad latente de aproximación que sentimos todos los hispanos, pero que no acertamos a materializar por recelos pseudo-históricos o porque, todavía apegados a la funesta ideología nacionalista, no concebimos fórmulas políticas de unión que no supongan la dominación imperialista de una nación sobre otra.

Las directrices que según Mella deben guiar la geopolítica española no son quiméricas ni anacrónicas, y la coyuntura actual puede proporcionar terreno fértil. Es verdad que ya no vivimos en la época del pangermanismo y el irredentismo de finales del siglo XIX, pero sí en la de la globalización. La crisis del Estado-nación autosuficiente y exclusivista parece estar consumada. Los gobiernos recientes de España han querido sumarse al impulso europeo de integración, pero esto no implica que se deba renunciar a perseguir la integración en otras direcciones, engarzando con estas perennes líneas directrices de nuestra geopolítica que dirigen nuestra mirada hacia países con los que compartimos todavía mayor afinidad que con los de nuestro entorno europeo. Un mísero océano de por medio  ―o dos―  no fue obstáculo hace quinientos años: hoy debería serlo aún menos.

¿Es posible, pues, una geopolítica para España? Inequívocamente, sí. ¿Es factible llevarla a cabo? También. Pero para hacerlo no basta con cambiar nuestra política exterior. Debemos aprender a afrontarla de otra manera. Alguna vez se ha comparado la presidencia de los Estados Unidos de Norteamérica con la labor del timonel de un portaaviones: el corto plazo de un mandato, incluso de dos, puede a lo sumo aspirar a cambiar muy ligeramente hacia un lado u otro el rumbo que el buque ya lleva impreso. Si España sigue desatendiendo las directrices que deberían inspirar su geopolítica, de acuerdo con su geografía y su historia, y persiste en cambiar su política exterior a capricho del “proyecto” que persiga cada gobierno, o según soplen los vientos de las grandes potencias u organizaciones mundiales, se encontrará ―continuando el símil― capitaneando un pequeño velero que, con un leve toque de timón y una fácil maniobra de botavara, puede trasluchar y cambiar su rumbo en ciento ochenta grados, tantas veces como quiera. Pero mientras navega describiendo un serpenteo inconstante que no lleva a ningún puerto, el portaaviones sigue impasible su travesía. Y si algún día, por azar, el caprichoso manejo del velero lo lleva a interponerse en el rumbo del coloso… no hay duda de cuál de los dos prevalecerá.

FIN

E.P.C

——————-

[1] Discurso en el Teatro de la Zarzuela, el 31 de mayo de 1915. Los demás fragmentos de Mella citados pertenecen también a este discurso.

[2] Cfr. Coronel José María Manrique, Gibraltar como factor de riesgo e inestabilidad.

[3] Rafael Gambra Ciudad, La Primera Guerra Civil de España (1821-1823): Historia y Meditación de una Lucha Olvidada.

[4] Francisco Elías de Tejada y Spínola, Historia de la literatura política en las Españas. Tomo 1, Madrid, 1991, págs. 24 y siguientes.

[5] Luis González de Alba, Mentiras de la Independencia, Revista Nexos, Lima. 1/9/2009

[6] José Antonio Ullate Fabo, Españoles que no pudieron serlo: la verdadera historia de la independencia de América, editorial Libroslibres, 2009. Este párrafo se basa íntegramente en lo expuesto por este libro.

 

 

Fuente: www.ginrevista.com

 

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Eso sí, pediría al autor del hilo que pusiera "Geopolítica española e iberoamericana", porque traeré cosas de brasileños e hispanoamericanos, y también portugueses.

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Un blog de hace unos años, por Ernest Milà. Por lo que veo este autor entra más en las líneas del nuevo gnosticismo eurasianista, pero en este hilo estamos que lo regalamos, hay marxistas, peronistas, gnósticos, católicos, oficialistas, y de todo. Y curiosamente todos coinciden en el acercamiento a Iberoamérica, y los diferentes ejes de penetración norteamericano, europeo... así que hay constantes geopolíticas supraideológicas que son las que hay que dibujar y repasar.

http://infokrisis.blogia.com/2004/120301-analisis-geopolitico-de-espana-i-.php

http://infokrisis.blogia.com/2004/120302-analisis-geopolitico-de-espana-ii-entrega-.php

http://infokrisis.blogia.com/2004/120601-analisis-geopolitico-de-espana-iii-.php

http://infokrisis.blogia.com/2004/120702-analisis-geopolitico-de-espana-iv-.php

 

MAPAMUNDI2.jpg

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No podían faltar las propuestas de Durántez Prados y el Instituto de Estudios Panibéricos ISDIBER, al que dediqué un hilo, lo traigo por recoger a todos este.

 

 

http://isdiber.org/paniberismo-e-iberofonia-2/

 

MAPA-ESPACIO-PANIBERICO.jpg

 

Paniberismo e Iberofonía

El paniberismo es el planteamiento geopolítico y cooperativo que propone la asociación de los países de lenguas ibéricas del mundo, sin exclusiones geográficas. En este sentido, plantea la eventual articulación de un espacio multinacional de países de idiomas ibéricos. Se ha aludido también a esta propuesta y tendencia con las expresiones iberofonía y espacio iberófono.

La justificación de esta corriente se basa, por un lado, en la afinidad sustancial entre las dos principales lenguas ibéricas, el español y el portugués, únicos dos grandes idiomas internacionales en términos cuantitativos que son, en líneas generales, recíprocamente comprensibles. Esta realidad hace que, en términos geopolíticos, geolíngüísticos y culturales, se pueda hablar de un gran espacio multinacional de países de lenguas ibéricas que abarca todos los continentes y que está compuesto por más de treinta países y más de 700 millones de personas.

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El "Meridionalismo", escuela geopolítica brasileña de André Martin.

Un vídeo y un blog que lo explica:

http://movimentobrasilgrande.blogspot.com/2015/04/ainda-sobre-meridionalismo.html

Por si alguien quiere leer más, de la revista Perspectiva Geográfica. 

http://e-revista.unioeste.br/index.php/pgeografica/article/viewFile/16389/11111

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Un libro: 

"Escenarios geopolíticos para el México global". De Arturo Ponce y otros. Lo que veo dibujado es un bonito arco pacífico, el de la Alianza del Pacífico México-Colombia-Perú-Chile, que es la "vía de escape" de México hacia el sur, si quiere contrapesar el superpoder norteamericano. Aunque también sirva para proyectarlo.

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http://www.cenzontle.ws/catalogo/escenarios-geopoliticos-para-el-mexico-global-un-acercamiento-a-los-temas-del-siglo-xxi/

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Por Germán Gorraiz, analista geopolítico. Comentarios preocupantes que podrían vincular la inestabilidad y balcanización de México con la decadencia de EEUU, en una política casi de "tierra quemada". Las propuestas del llamado "caos constructivo" de los geopolíticos norteamericanos, que casi parecen sacados del mismísimo infierno, como Brzezinski, se extiende también a otras naciones. ¿Para cuándo una generación de geopolíticos hispanos norteamericanos que den un giro copernicano a sus relaciones con el sur? Extraído de:

https://www.telesurtv.net/bloggers/La-estrategia-kentiana-de-EE.UU.-en-America-Latina-20150613-0001.html

Respecto a México, Brzezinski afirma que ”el empeoramiento de las relaciones entre una América (EEUU) en declinación y un México con problemas internos podría alcanzar niveles de escenarios amenazantes”. Así, debido al “caos constructivo” exportado por EEUU y plasmado en la guerra contra los cárteles del narco iniciada en el 2.006, México sería un Estado fallido del que sería paradigma la ciudad de Juárez, (la ciudad más insegura del mundo con una cifra de muertes violentas superior al total de Afganistán en el 2009), por lo que para evitar el previsible auge de movimientos revolucionarios antiestadounidenses se procederá a la intensificación de la inestabilidad interna de México hasta completar su total balcanización y sumisión a los dictados de EE.UU.

 

 

El artículo completo:

Cita
La estrategia kentiana de EE.UU. en América Latina
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En el discurso de Obama ante el pleno de la VI Cumbre de las Américas celebrado en Cartagena (Colombia) en el 2012, recordó que la Carta Democrática Interamericana declara “que los pueblos de América Latina tienen derecho a la democracia y sus gobiernos tienen la obligación de promoverla y defenderla, por lo que intervendremos cuando sean negados los derechos universales o cuando la independencia de la justicia o la prensa esté amenazada”, advertencia extrapolable a Ecuador y Venezuela.

La estrategia kentiana de EE.UU. en América Latina

Por otra parte,la revista Foreign Policy, (edición de enero-febrero, 2012), publicó un análisis de Brzezinski titulado “After America” (”Después de América”), donde analiza la tesis de la decadencia de los EE.UU. debido a la irrupción en la escena global de nuevos actores geopolíticos (China y Rusia) y de sus posibles efectos colaterales en las relaciones internacionales.

Respecto a México, Brzezinski afirma que ”el empeoramiento de las relaciones entre una América (EEUU) en declinación y un México con problemas internos podría alcanzar niveles de escenarios amenazantes”. Así, debido al “caos constructivo” exportado por EEUU y plasmado en la guerra contra los cárteles del narco iniciada en el 2.006, México sería un Estado fallido del que sería paradigma la ciudad de Juárez, (la ciudad más insegura del mundo con una cifra de muertes violentas superior al total de Afganistán en el 2009), por lo que para evitar el previsible auge de movimientos revolucionarios antiestadounidenses se procederá a la intensificación de la inestabilidad interna de México hasta completar su total balcanización y sumisión a los dictados de EE.UU.

En Centroamérica, EE.UU. podría estrechar lazos comerciales y militares con el presidente dominicano Danilo Medina ante el peligro de contagio mimético de los ideales revolucionarios chavistas al depender el país dominicano de la venezolana Petrocaribe para su abastecimiento energético.

En Nicaragua, China habría asumido el reto de construir el Gran Canal Interoceánico para sortear el paso del estrecho de Malaca, pues dicho estrecho es vital para China al ser la ruta principal para abastecerse de petróleo pero se habría convertido “de facto” en una vía marítima saturada y afectada por ataques de piratas. Sin embargo, dicha iniciativa contaría con la oposición de múltiples organismos nicaragüenses por su presunto impacto medioambiental , lo que aunado con el litigio que Nicaragua mantiene con Costa Rica por la posesión de la isla Portillos o Harbour Head, (a pesar de la decisión del Tribunal de la Haya de 2011 favorable a las tesis de Costa Rica) y la reciente entrega al Secretario General de la ONU, Ban Ki Moon, por los gobiernos de Colombia, Panamá y Costa Rica de una carta en la que alertaban “de los planes expansionistas de Nicaragua”, será aprovechado por EE.UU. para desestabilizar el gobierno de Daniel Ortega dentro de su estrategia geopolítica global de secar las fuentes energéticas chinas.

Respecto a Panamá, la joya de la corona del Canal tendría un tránsito estimado de 14.000 barcos mercantes y una carga de 300 millones de Tm anuales (5% del comercio mundial), según datos de la Autoridad del Canal de Panamá. Sin embargo, las cifras de tránsito de los últimos años adolecen de un constante deterioro pues el canal de Suez le habría arrebatado parte de su segmento de mercado natural, aunque la prevista inauguración para el 2015 del nuevo Canal de Panamá ampliado debería servir de revulsivo para recuperar el mercado perdido al permitir el tránsito de cargueros de más de 400 metros de longitud y 50 metros de ancho (los llamados post-Panamax) y contar con la seguridad de que “bajo ninguna circunstancia la apertura de la ruta del Ártico afectará el proyecto de ampliación “, según la Autoridad del Canal de Panamá.

En Venezuela, tras las reñidas elecciones presidenciales en Venezuela en las que Maduro se habría impuesto a Capriles por el estrecho margen de 200.000 votos, asistiríamos a una división casi simétrica de la sociedad venezolana que será aprovechado por EE.UU para implantar “el caos constructivo de Brzezinski” mediante una sistemática e intensa campaña desestabilizadora que incluirá el desabastecimiento selectivos de artículos de primera necesidad, la amplificación en los medios de la creciente inseguridad ciudadana y de la legitimidad democrática de Maduro y que contando con la inestimable ayuda logística de Colombia (convertida en el portaaviones continental de EE.UU.) podría llegar a desestabilizar el régimen post-chavista. Así, el acuerdo chino-venzolano por el que la empresa petro-química estatal china Sinopec invertirá 14.000 millones de dólares para lograr una producción diaria de petróleo en 200.000 barriles diarios de crudo en la Faja Petrolífera del Orinoco, (considerado el yacimiento petrolero más abundante del mundo), sería un misil en la línea de flotación de la geopolítica global de EEUU (cuyo objetivo inequívoco sería secar las fuentes energéticas de China), por lo que no sería descartable un intento de golpe de mano de la CIA contra Maduro.

Respecto a Brasil, la decisión de la presidenta brasileña Dilma Rousseff de posponer su visita de Estado a Washington programada para el 23 de octubre, ( decisión avalada por los principales asesores de Rousseff, entre ellos su antecesor y mentor Lula da Silva),entraña el riesgo de una peligrosa confrontación entre las dos grandes potencias del continente americano, pues según Lula  “los americanos no soportan el hecho de que Brasil se haya convertido en un actor global y en el fondo, lo máximo que ellos aceptan es que Brasilia sea subalterno, como ya lo fue”. Así, Rousseff tras su enérgico discurso en la apertura de la 68 Asamblea General de las Naciones Unidas (ONU), se habría granjeado la enemistad de la Administración Obama que procederá a la implementación del “caos constructivo “ en Brasil para desestabilizar su mandato presidencial, no siendo descartable un estrechamiento de relaciones ruso-brasileñas.

Recordar que Brasil, forma parte de los llamados países BRICS ( Brasil, Rusia, India ,China y Sudáfrica) y aunque se descarta que dichos países forman una alianza política como la UE o la Asociación de Naciones del Sureste Asiático (ASEAN), dichos países tienen el potencial de formar un bloque económico con un estatus mayor que del actual G-8 (se estima que en el horizonte del 2050 tendrán más del 40% de la población mundial y un PIB combinado de 34.951 Billones de $) y el objetivo inequívoco de Putin sería neutralizar la expansión de EEUU en el cono sur americano y evitar la posible asunción por Brasil del papel de "gendarme de los neoliberales" en Sudamérica, pues Brasil juega un rol fundamental en el nuevo tablero geopolítico diseñado por EEUU para América Latina ya que le considera como un potencial aliado en la escena global al que podría apoyar para su ingreso en el Consejo de Seguridad de la ONU como miembro permanente, con el consiguiente aumento del peso específico de Brasil en la Geopolítica Mundial.

Finalmente, recordar que el Gobierno norteamericano felicitó efusivamente a CFK por el resultado electoral a través del portavoz para los asuntos de América Latina de EEUU, William Ostick quien transmitió la voluntad de la administración de Obama de "trabajar productivamente" con el gobierno argentino tras los últimos desencuentros entre ambas administraciones. No obstante, en el encuentro privado que mantuvieron en Cannes CFK y Obama en el marco del G-20, la mandataria argentina no habría sido sensible a las tesis de Obama y no habría aceptado la reanudación de ejercicios militares conjuntos con EE.UU en territorio argentino coordinados por EEUU, pues de facto habría significado la ruptura de la nueva doctrina militar diseñada para la región por los gobiernos que suscribieron la UNASUR, cuyo primer Secretario General fue precisamente Néstor Kirchner. Sin embargo, tras la constatación de la entente económica YPF-Chevron, (jugada maestra de Chevron ya que con una exigüe inversión de 1.500 millones $ habría obtenido el megacontrato del siglo que incluiría una extensión de 38.500 km2 de pozos petrolíferos con una expectativa de extracción de 1.600.000 millones $), quedaría perfilada la estrategia de EE.UU. para reconducir los pasos del Gobierno argentino y lograr su ingreso en la Alianza del Pacífico.

La Alianza del Pacífico (2.011), refinado proyecto de ingeniería geoeconómica promovida por Estados Unidos y secundado por México, Colombia, Chile y Perú sería el caballo de Troya de EEUU para dinamitar el proyecto integracionista representado por la UNASUR e intensificar la política de aislamiento de los gobiernos progresista-populista de la región, (Venezuela, Nicaragua, Ecuador, Uruguay y Bolivia). Dicha estrategia fagocitadora tendría como objetivos a medio plazo aglutinar el Arco del Pacífico para integrar además a Costa Rica, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua y Panamá e incorporar por último al Mercosur (Brasil, Argentina, Paraguay y Uruguay) , siguiendo la teoría kentiana del “palo y la zanahoria “ expuesta por Sherman Kent en su libro “Inteligencia Estratégica para la Política Mundial Norteamericana” (1949).

Caso de no ser sensibles a las tesis de EEUU, no sería descartable el retorno a la política del “Big Stick o "Gran Garrote" cuya autoría cabe atribuir al presidente de Estados Unidos Theodoro Roosevelt y que desde principios del siglo XX ha regido la política hegemónica de Estados Unidos sobre América Latina, siguiendo la Doctrina Monroe, "América para los Americanos". Recordar que a comienzos de los años sesenta, el miedo al mimetismo cubano había llevado a los EEUU a apoyar los golpes militares (en Brasil, el 31 de marzo de 1964 las fuerzas armadas derrocaban a Goulart), por lo que podríamos asisitir a la irrupción en el escenario geopolítico de América Latina de una nueva ola involucionista que tendría a Honduras y Paraguay como paradigmas de los llamados “golpes blandos o postmodernos “que protagonizará EEUU en esta década en el nuevo escenario panamericano que surgirá tras el retorno al endemismo recurrente de la Guerra Fría EEUU-Rusia.

 

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Las reivindicaciones territoriales de los países iberoamericanos. Que no se nos olvide ninguna:

1. Gibraltar español. https://es.wikipedia.org/wiki/Disputa_territorial_de_Gibraltar

2. Malvinas, islas del Atlántico Sur y Antártida argentinas. https://es.wikipedia.org/wiki/Cuestión_de_las_islas_Malvinas https://es.wikipedia.org/wiki/Antártida_Argentina

3. Guayana Esequiba venezolana. https://es.wikipedia.org/wiki/Guayana_Esequiba

4. Diferendo Belice-Guatemala. https://es.wikipedia.org/wiki/Diferendo_territorial_entre_Belice_y_Guatemala

5. Antártida chilena.  https://es.wikipedia.org/wiki/Territorio_Chileno_Antártico

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Una curiosidad. ¿sabíais que desde la frontera norte de Argentina, hasta el polo Sur, hay tanta distancia como la entera extensión de Rusia de Este a Oeste? Ésa es la grandeza olvidada de las naciones hispanas.

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Después de la jornada de playa quería abrir hilo pero igual lo dejo en tomar la frase de Felipe II que venía a decir que quien controle Cuba tiene la llave de Indias.

PD: luego miro tus últimos mensajes, que tienen miga a tope.

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Otro análisis, de Fernando Arancón y Joaquín Domínguez.

https://elordenmundial.com/espana-la-eterna-promesa-potencia-media/

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España, ¿la eterna promesa a potencia media?

El proceso de multipolarización que vive el mundo actual no sólo tiene una distribución geográfica centrada claramente en los poderes regionales. A su vez se está produciendo una jerarquización vertical en la que no hay un poder hegemónico por región, sino que en un nivel por debajo de esa potencia zonal existen una serie de países relevantes, con futuro y con serias intenciones de tener su propia esfera de influencia regional y, en parte, global. Son las llamadas potencias medias. Ejemplos de estos países son Indonesia en el sudeste asiático, Sudáfrica y Nigeria en África, Irán en Oriente Medio o Argentina y México en América Latina. Todos ellos poseen unas características concretas pero, sobre todo, un potencial futuro que hace que no convenga perderles de vista.

 

En el continente europeo se cita con cierta frecuencia el eventual papel de España como potencia media. Lo cierto es que dicho estatus fue sugerido hace más de una década, pero como tal nunca se ha llegado a consumar. La absorbente política interna del país ha engarzado con la última crisis económica, donde se ha puesto en evidencia la fragilidad del modelo productivo nacional. Si a esto le sumamos una débil política exterior plagada de desencuentros desde los primeros años del siglo XXI, tenemos como resultado la postergación en la consolidación de tal estatus. Sin embargo, potencial no le falta al país ibérico para convertirse en un middle power. Una posición geoestratégica envidiable, una economía cuantitativamente pujante y el valor cultural son sus bazas, aunque tal camino no está exento de retos: nacionalismos periféricos, debilidades económicas estructurales, una situación política con la incertidumbre como seña y la progresiva irrelevancia internacional son sólo algunos de ellos.

Una política exterior de más a menos

Salvo contadas excepciones, la política exterior no ha sido una prioridad en los distintos gobiernos españoles que se han sucedido en la segunda mitad del siglo XX. Los recursos se destinaron especialmente hacia el desarrollo económico interno del país y a combatir el terrorismo, un grave problema de seguridad que se ha mantenido cinco décadas en la primera línea de la agenda política. Por ello, todos los esfuerzos estaban centrados en fortalecer internamente el país, quedando la política exterior relegada a un segundo plano.

Sin embargo, y aunque las capacidades de un país son importantes a la hora de proyectar su influencia hacia el exterior, no es menos relevante la propia voluntad política –e incluso nacional– de hacerlo. En este segundo punto España también ha mostrado sus flaquezas. Siendo el estado español como es, un ente plurinacional con nacionalismos centrífugos y una clara ruptura centro-periferia, la política exterior es una cuestión espinosa al necesitar una buena dosis de sentido de estado y, sobre todo, de pertenencia al estado. Por tanto, y a menudo con la intención de no herir sensibilidades identitarias ni de generar problemas en varias de las regiones económicamente más potentes del país, la articulación de la política exterior se tradujo en un catálogo de mínimos consensuado, en el que las regiones con identidades distintas a las “propias” del estado español también se veían beneficiadas por el pragmatismo de la política exterior sin tener que haber entrado en el tema nacionalista. Esto, en cierto sentido, fue positivo al no generar problemas dentro del estado, pero también fue contraproducente por el hecho de que no se explotaron todas las capacidades de las que potencialmente dispone España en relación a su influencia en distintas regiones del mundo.

A lo largo de los años ochenta, ya en democracia, la posición y estatus que España no había podido adquirir durante la dictadura se intentaron obtener una vez asentada la Transición. Las líneas maestras se trazaron en torno a las tres regiones más próximas: Europa, el Magreb y América Latina, coincidiendo con las capacidades históricas adquiridas a nivel político, cultural y económico y los intereses españoles del presente. Del mismo modo, los medios también estaban claros: multilateralismo e integración.

Los primeros compases en esta nueva etapa política para España fueron difíciles. Uno de los objetivos iniciales fue la entrada en la Comunidad Económica Europea. Ya en los años sesenta Franco había intentado la adhesión, pero sus pretensiones fueron frenadas por el Informe Birkelbach y diversos estados miembro. Así, con la llegada de la democracia, el proceso integrador se puso de nuevo en marcha. Sin embargo, por el peso que tendría la incorporación española y por los desequilibrios que generaría, se tardó cerca de una década en negociar todos los aspectos de la adhesión, culminada finalmente en 1986.

Por aquellos mismos años, España ya tuvo que definir su posición en la escena internacional. La entrada en la OTAN en 1982 se veía en 1986 cuestionada por un referéndum sobre la permanencia en la organización. El Partido Socialista, contrario a la adhesión cuando se encontraba en la oposición, tuvo que reformular toda su postura para en 1986, ya en el gobierno, apoyar la permanencia. Finalmente, y por un escaso margen, el Sí venció –el No fue mayoritario en Cataluña y País Vasco, por ejemplo– y España quedó plenamente alineada con los intereses euro-atlánticos.

Una vez conseguida la integración europea, el próximo paso político estuvo dirigido a retomar las relaciones con la práctica totalidad de los países latinoamericanos. Muchos de ellos habían dejado atrás recientemente regímenes dictatoriales, especialmente militares, por lo que la convergencia hispanoamericana era otra manera de apoyarse mutuamente en la nueva etapa democrática. La historia común y los nexos culturales eran un excelente trampolín desde el que mejorar las relaciones políticas y profundizar en las económicas. Así, al fomento de las relaciones bilaterales y a las políticas de Ayuda al Desarrollo se le sumó en 1991 la celebración de la primera Cumbre Iberoamericana, un foro en el que anualmente se pudiesen discutir aspectos políticos, económicos y culturales relevantes que afectasen las naciones iberoamericanas.

El tercer frente en abrirse para las relaciones exteriores españolas fue el norteafricano. A mediados de los años noventa, todos estos países eran autocracias personalistas y, si bien no había una concordancia con los sistemas y valores políticos europeos, eran necesarias unas buenas relaciones tanto por vecindad como por cuestiones de seguridad energética o inmigratorias. Así, las relaciones con Marruecos, Argelia, y en menor medida Libia, se volvieron fundamentales para España. De ahí que tanto desde el propio estado español como de los nacionales en las instituciones europeas se promoviese la Asociación Euromediterránea allá en 1995, con la intención de crear un espacio de cierta cooperación y convergencia entre la Unión Europea, los países del Magreb y los estados del Levante.

Espa%C3%B1a_Geopolitica-1.jpg Prioridades geopolíticas de España en el mundo. 

Sin embargo, estas directrices duraron dos décadas escasas. Como política de estado, los dos partidos –mas Unión de Centro Democrático (UCD) en sus últimos momentos– que habían gobernado, Partido Socialista y Partido Popular, trabajaron en las líneas acordadas. Con todo, a partir de 2002, el gobierno de Aznar decidió desechar este consenso político, diseñando una inédita política exterior de manera unilateral. Los nuevos criterios se enmarcaban en la lógica de la Guerra contra el Terror iniciada por Estados Unidos y su presidente George W. Bush tras los atentados del 11 de septiembre de 2001. El giro de Aznar, marcado por el incondicional alineamiento con Estados Unidos, el intervencionismo y la unilateralidad, tenía como fin colocar a España en el bando hegemónico de lo que se suponía iba a ser la reconfiguración de buena parte de las relaciones de poder a nivel global. Realmente, era la salida más fácil de cara a convertir España en una potencia regional de la zona mediterránea. Sin embargo, lo barato –o lo fácil– normalmente sale caro. Además de no conseguir los resultados esperados en Afganistán e Irak –invasión no avalada por la ONU–, el coste de este giro supuso un daño reputacional a nivel internacional enorme para España, empeorado en el interior del propio país por el claro seguidismo hacia Estados Unidos y la desatención de los cánones marcados por el Derecho Internacional.

Esta política exterior, unida a otros factores, fue una de las razones de la derrota electoral del Partido Popular en las elecciones de 2004. La vuelta al gobierno del Partido Socialista significó retomar –o al menos intentarlo– el marco anterior a 2002, sin embargo, esto no fue nada fácil. Por un lado hubo que desmarcarse del alineamiento realizado con los Estados Unidos y Reino Unido con la correspondiente tensión, al igual que retomar el trato con países europeos o latinoamericanos fue difícil por el deterioro de las relaciones durante los años anteriores. En este impasse, dos décadas de política exterior casi dinamitadas y el estigma de la doctrina Bush.

Lo cierto es que la diplomacia española nunca se ha llegado a recuperar de este viaje de ida y vuelta. Cuando se retornó a las líneas marcadas en los ochenta y los noventa, el escenario internacional había cambiado y el posicionamiento de España en este era inadecuado, redundando en una pérdida de influencia. En Europa, la ampliación de la Unión hacia el este había desplazado el centro de gravedad lejos de la región mediterránea; en América Latina las relaciones se habían deteriorado gravemente por la agresividad y el paternalismo de la política de Aznar, mientras que en el Magreb la relación con Marruecos se había tensado hasta el extremo, haciendo del país alauí un casi enemigo cuyo único freno eran los intereses compartidos con España.

Sin embargo, la capacidad de recuperación de la política exterior española fue efímera, ya que desde 2007 se empezaron a superponer distintas crisis económicas, primero la propia española, luego la financiera desde Estados Unidos y posteriormente la de deuda y austeridad por parte de la Unión Europea. Así, el rol internacional español se encuentra en la actualidad en una fase de hibernación, sin avanzar y sin retroceder, esperando a tiempos mejores para volver a intentar recobrar cierto papel. No obstante, a pesar de la inacción institucional española, no conviene perder de vista la propia evolución de los escenarios que son vitales para España, ya que en buena medida eso condicionará la futura capacidad de influencia del país.

Europa: irrelevancia continental o liderazgo periférico

En muchos aspectos, la entrada de España en las Comunidades Europeas fue enormemente beneficiosa. El país ganó en peso político a nivel relativo dentro del continente; el sector agrícola, muy importante en determinadas regiones, era protegido gracias a la Política Agraria Común (PAC); se podían abordar inversiones modernizadoras en infraestructuras con los fondos comunitarios y la economía española se acercaba así a la media europea. Durante casi dos décadas, España fue, económicamente hablando, uno de los eslabones más débiles de la Unión junto con Portugal y Grecia a la vez que uno de los países que más ayudas recibió.
Ya en el siglo XXI y por expreso deseo de Alemania, la Unión se amplió rápidamente hacia el este del continente. Los países hace no mucho en la órbita soviética pasaban ahora a alinearse con Bruselas. Independientemente del debate de si fue conveniente o no tal expansión, lo cierto es que los ocho países que se sumaron al proyecto europeo en 2004 tenían una economía estructuralmente más débil que la española del momento, por lo que su atención era prioritaria. España, por aquellos años, prestó poca atención a dicha ampliación a pesar de ser contraproducente para los intereses nacionales, ya que el alineamiento con Estados Unidos absorbía las preocupaciones del Gobierno. Los asuntos europeos, por tanto, eran secundarios.

El centro de gravedad comunitario se desplazó hacia el este, relegando el peso político español a la periferia de la Unión. Se pasaba así de cierto equilibrio entre la Europa continental y la Europa mediterránea a un abrumador poder de la Mitteleuropa, que quedaría más patente con la entrada de Rumanía y Bulgaria en la UE en 2007. Ante esto, España no articuló ninguna política, ni para con el centro de la Unión ni convergiendo con la periferia. Ausente de la política comunitaria durante unos pocos pero importantes años, ahora pagaba el desacoplamiento de las sintonías creadas en las décadas anteriores. Ni siquiera económicamente se habían creado interdependencias al ser el crecimiento económico español de aquellos años eminentemente interno –construcción, turismo y servicios–, dejando de lado procesos de competitividad e internacionalización.

CENTROS_EUROPA.jpgCon la última crisis, el rol geopolítico español sigue diluyéndose. La política exterior se ha visto prácticamente reducida a sesiones de rendición de cuentas ante la Troika europea dada la obsesión gubernamental por las cifras macroeconómicas. Como ha ocurrido en buena parte de los países miembro, se ha impuesto una versión moderna del vasallaje, y cualquier medida política o económica que se salga de las líneas marcadas por el triángulo Bruselas-Frankfurt-Berlín es reprendida duramente. Por ello se ha acabado naturalizando tal relación entre el centro político y la periferia, haciendo imposible el surgimiento de una concertación política, especialmente en los PIGS (Portugal, Italia, Grecia y España), un plano en el que Madrid sí podría tener una relevancia importante.

América Latina, cercanía cultural y lejanía política

No cabe duda de que compartir un idioma y buena parte de una cultura es un poderoso elemento de unión, sin embargo, esto ni mucho menos es sinónimo de que en el ámbito político o económico existan unas buenas relaciones. Estos lazos culturales no sólo se han dado por la historia, sino que se siguen produciendo por movimientos migratorios actuales o por la globalización de la información.

Desde hace décadas se tiene claro que en las relaciones entre América Latina y Europa, España es un punto de paso casi ineludible, bien como lugar logístico, bien como interlocutor político. Sin embargo, desde ambas partes del Atlántico se han empeñado en dificultar la buena sintonía entre las dos orillas; intereses económicos, actitudes paternalistas y una buena dosis de estrechez de miras políticas son los grandes condicionantes que han impedido que España se convierta realmente en la puerta de entrada de América Latina en Europa.

Desde el país ibérico la estrategia, en rasgos generales y en perspectiva, está bien abordada. No obstante, momentos puntuales han generado graves deterioros con diversos países, interrumpiendo la sintonía ascendente que se ha ido produciendo con los estados latinoamericanos. Cuestiones como las Cumbres Iberoamericanas han favorecido la aproximación de ambas partes, pero las ausencias que se producían anualmente han sido un indicador útil para medir la calidad de las relaciones. Además, no conviene olvidar que durante el gobierno de Aznar se intentó reorientar este foro hacia fines más favorables a los intereses españoles, creando una asimetría y una desviación en la filosofía original de los encuentros, algo que numerosos estados latinoamericanos consideraron enormemente negativo, afectando negativamente a la imagen de España.

La presencia de multinacionales españolas en América Latina también es una característica importante en las relaciones hispanoamericanas. Grandes empresas del sector bancario, las telecomunicaciones o la energía tienen una significativa presencia en países sudamericanos. No obstante, durante el siglo XXI, la proliferación de gobiernos en la región que propugnan un nacionalismo económico y el control público de los recursos ha sido un revés en los intereses de las comentadas multinacionales. Así, en momentos de tensión entre ambos actores, especialmente nacionalizaciones de filiales de empresas españolas, trabas para desarrollar su actividad o acusaciones hacia la actividad económica de las corporaciones, el gobierno español con frecuencia ha optado por apoyar a las empresas, generando inmediatamente un conflicto político, un deterioro en las relaciones y la creación de una imagen de paternalismo selectivo enormemente desfavorable para España.

Presencia empresas España LatAm

En esta línea, en los últimos años América Latina se ha convertido en una región incomprensible para el sector político y mediático español. Los procesos que allí llevan ocurriendo un tiempo no son analizados en profundidad, y se le presuponen –o exigen– estándares de comportamiento político y social “occidentales”, cuando América Latina tiene su propia idiosincrasia. Por este desconocimiento, la estrategia elaborada para abordar política y económicamente la zona ha sido muy desafortunada. La reafirmación del Estado, a caballo entre el nacionalismo cultural y el político; el uso insistente de los medios de comunicación; la forma de articular el discurso; las prioridades políticas de estos estados latinoamericanos y la importancia de los movimientos sociales no se han comprendido en Europa. Si la táctica más conveniente para este escenario, muy cambiante, hubiese sido la adaptación, desde España se ha optado por la confrontación y cierta superioridad moral, algo que en el siglo XXI sólo pone de manifiesto la obsolescencia de los mapas mentales de la política exterior.

Sin embargo, no toda la responsabilidad recae en la visión española. En cierta manera, los gobiernos latinoamericanos se han servido de la hostilidad procedente del otro lado del Atlántico para legitimar sus propios proyectos, a menudo poco acordes con los estándares exigibles de calidad democrática y buen gobierno. No obstante, el clima político-económico hispanoamericano se caracteriza por cierto misticismo. Muchas empresas españolas operan en la región con normalidad y excluyendo el alto nivel, las relaciones son buenas. Sólo cabe analizar hasta qué punto se produce un win-win (conveniencia electoral) entre ambas partes manteniendo en el aire una idea demonizada del contrario.

El futuro de la posición española respecto a América Latina reside en volver a la responsabilidad y comprensión para con los países latinoamericanos. Dejar de un lado la visión paternalista –y a veces la visión culturalmente patrimonial– sería muy beneficiosa para los intereses españoles, obligando parcialmente a los estados latinoamericanos interesados en la tensión a relajar su discurso y aproximarse a la vía cooperativa. No conviene olvidar además la oportunidad que supone España tanto para las empresas translatinas como para las negociaciones políticas a nivel bilateral entre estados europeos y latinoamericanos como para cuestiones relacionadas con la Unión Europea. En esta época en la que buena parte de América Latina tiene que decidir hacia qué costa orientarse –la atlántica o la pacífica–, se debe generar valor para la zona atlántica que contrarreste el potencial futuro de la pacífica, donde la Alianza homónima ya deja entrever la postura de buena parte de los países latinoamericanos.

El Magreb, un flanco débil

A pesar de la cercanía geográfica, a menudo da la sensación de que el Magreb está lejos. Una cultura con enormes diferencias, economías que parecen aspirar a emergentes y sistemas políticos a caballo entre lo viejo y lo nuevo son algunas de sus signos característicos.

Los intereses españoles en la zona se enmarcan principalmente en dos vías: asegurar el flujo de petróleo y gas natural para ganar en seguridad energética y colaborar con los países ribereños frente a los problemas de índole transnacional, especialmente terrorismo y flujos de inmigración ilegal. Sin embargo, y excluyendo los dos casos de colaboración citados, España tiene una actitud pasiva respecto a dichos países. En parte esto se debe a que las políticas de Marruecos, Argelia y Libia han sido tradicionalmente muy activas internacionalmente, buscando respectivamente su pequeño nicho de influencia. Por ello, cuando el papel de España ha sido igualmente activo, se han producido escaladas de tensión importantes, especialmente con Marruecos.

En el corto y medio plazo, esta es claramente la región más crítica para España al ser política y económicamente más débil que las otras dos zonas de interés. Además, la proximidad geográfica es, para cuestiones amenazantes o peligrosas, una enorme desventaja por el poco tiempo de reacción que permite. Esto se demostró cuando se dieron las llamadas “primaveras árabes”, que desestabilizaron poderosamente a los países norteafricanos, tres de los cuales vieron cómo sus sistemas se hundían para dar paso a regímenes muy inestables cuando no directamente fallidos como el caso de Libia. Por suerte para España, los dos países más afines y críticos para sus intereses consiguieron esquivar las turbulencias, no sin problemas y sin tener que acometer reformas. Desde la perspectiva peninsular esto fue un alivio, puesto que en el teatro libio, donde se intervino de manera contundente para derrocar a Gadafi, España tuvo una intervención marginal y dubitativa a pesar de los intereses existentes en el país. Se antoja poco probable que su papel hubiese sido mucho más activo en caso de una crisis similar en Argelia o Marruecos; en detrimento de España, Francia se hubiese hecho cargo de la situación.

Desde hace unos años en adelante, el terrorismo procedente del Sahel es una preocupación considerable. Además, recientemente se le ha añadido otra corriente proveniente del este africano a medida que el Estado Islámico y filiales locales van ganando poder en lugares como Libia. Por tanto, y aunque los intereses son compartidos, la colaboración entre los países norteafricanos y España para luchar contra el yihadismo es clara y prioritaria. Del mismo modo, la lucha contra la inmigración clandestina, que en su máxima expresión es un drama humanitario, ha centrado históricamente buena parte de la agenda política común. En los primeros años de siglo en el estrecho de Gibraltar y las Islas Canarias y en la actualidad en las costas italianas, las migraciones masivas suponen un grave problema para todas las partes implicadas. La desatención de la ayuda al desarrollo para mitigar las causas que originan estos flujos migratorios mas la pasividad de las instituciones europeas y socios comunitarios norteños han provocado que no se destinen los recursos suficientes para dar solución a esto. Una muestra más de la pérdida de influencia española en Europa.

Considerando las distancias “mentales” que separan España de los países norteafricanos, es tan poco posible como recomendable el aumento de influencia en esta zona, ya que la imagen a proyectar puede no ser positiva y estos países, en especial Argelia, quieren destacar como potencia regional en el ámbito africano en no demasiado tiempo. Sin embargo, sí puede ser muy relevante el papel español como socio económico, comercial e incluso político de estos países, generando una convergencia que sea fructífera para todas las partes.

Medgaz

¿Un sueño imposible o por cumplir?

La situación de España geopolíticamente hablando es envidiable, y dadas las limitadas aunque no escasas capacidades del país, tener abiertas tres puertas es un escenario muy favorable. Sin embargo, conviene analizar hasta qué punto se va a explotar tal situación y, sobre todo, si la influencia española no va a ser suplantada por otros estados en las tres regiones críticas, relegando al país ibérico a la más absoluta irrelevancia internacional.

Las debilidades estructurales del país, escenificadas en las elevadas cifras de desempleo y una economía que no termina de evolucionar hacia un perfil de alto valor añadido y competitividad serán dos poderosos lastres para destinar recursos a la política exterior. Igualmente, la creciente atomización del espectro político nacional antojan una progresiva dificultad para llegar a acuerdos, si bien es un aliciente para consensuar nuevamente una política exterior duradera. Sin embargo, por alineamientos políticos e ideológicos, las diferencias en torno al papel que debe tener España en el mundo también son numerosas.

No obstante, buena parte del éxito español pasa por reconsiderarse a sí mismo como país y desterrar todo el ideario anterior al presente siglo. Eso no quiere decir que se deban olvidar las capacidades, fortalezas y objetivos, pero siempre bajo las premisas de multilateralismo y respeto por los demás integrantes del tablero estatal global con los que España tiene especial interés.

Con todo, hay que decir que en los años venideros, el papel español a nivel internacional no se prevé creciente, en parte porque no se está produciendo un cambio en la cultura política que reivindique la importancia de las relaciones exteriores ni una variación del contexto internacional que sea favorable a la posición española. Todo ese tiempo transcurrido –o por transcurrir– no deja de ser tiempo perdido, algo que otros países como Argentina, México, Marruecos, Argelia o Italia pueden aprovechar para ganar en peso político en las respectivas zonas de influencia a las que tienen acceso. Es más, habría que ver hasta qué punto España, dada su baja “capacidad de aceleración” como país, va a poder retomar los niveles de presencia internacional de los años ochenta y noventa a pesar de ser una nación potente. Puede que se esté esperando un tren que ya ha pasado.

 

 

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El "geo-arte" de la izquierda latinoamericanista. No lo hay en otras escuelas. Sí, ya sé que el bolivarianismo indigenista está en las antípodas. Pero geopolíticamente, su proyecto de unidad es equivalente al de otros. Excluyen España por su Leyenda Negra, eso sí: un error. De cualquier forma, aquí dejo unos murales.

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"Las fronteras son las cicatrices de la Conquista...", sí, pero de la conquista inglesa, en el despedazamiento de América en la emancipación.

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Mafalda resumiendo el interés geopolítico: Iberoamérica Primero.

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    • https://www.mundorepubliqueto.com/2020/05/01/no-todo-lo-que-brilla-es-oro/

      Una vez más, por aprecio a estos amigos dejo solo el enlace para enviar las visitas a la fuente.

      Solo comento la foto que ponen de un congreso internacional identitari que hubo un México. Ahí se plasma el cáncer que han supuesto y parece que aún sigue suponiendo aquella enfermedad llamada CEDADE. En dicha foto veo al ex-cabecilla de CEDADE, Pedro Varela -uno de esos nazis que se dicen católicos- junto a Salvador Borrego -que si bien no era nazi, de hecho es un mestizo que además se declara hispanista y favorable a la mezcla racial propiciada por la Monarquía Católica,  sí que simpatizó con ellos por una cuestión que quizá un día podamos comentar- uno de los "revisionistas" más importante en lengua española, así como el también mexicano Alberto Villasana, un escritor, analista, publicista, "vaticanista" con gran predicamento entre los católicos mexicanos, abonado totalmente a la errática acusación contra el papa Francisco... posando junto a tipos como David Duke, ex-dirigente del Ku Kux Klan, algo que lo dice todo.

      Si mis rudimentarias habilidades en fisonomía no me fallan, en el grupo hay otro español, supongo que también procedente del mundillo neonazi de CEDADE.

      Imaginemos la corrupción de la idea de Hispanidad que supone semejante injerto, semejante híbrido contra natura.

      Nuestra querido México tiene la más potente dosis de veneno contra la hispanidad, inyectado en sus venas precisamente por ser un país clave en ella. Es el que otrora fuera más próspero,  el más poblado, también fue y en buena parte sigue siendo muy católico, esta en la línea de choque con el mundo anglo y... los enemigos de nuestra Hispanidad no pueden permitir una reconciliación de ese país consigo mismo ni con la misma España, puente clave en la necesaria Reconquista o reconstrucción. Si por un lado está infectado por el identitarismo amerindio -el indigenismo- por el otro la reacción está siendo narcotizada por un identitarismo falsohispanista, falsotradicionalista o como queramos verlo, en el cual CEDADE juega, como vemos, un factor relevante.

      Sin más, dejo ahí otra vez más mi sincera felicitación al autor de ese escrito. Enhorabuena por su clarividencia y fineza, desde luego hace falta tener personalidad para ser capaz de sustraerse a esa falsa polarización con que se está tratando de aniquilar el hispanismo.

       





        • Excelente 25 puntos positivos y de mejora)
      • 32 respuestas
    • La libertad sexual conduce al colapso de la cultura en tres generaciones (J. D. Unwin)
        • Un aplauso (10 positivos y 5 puntos de mejora)
        • Extraordinario (100 puntos positivos y de mejora)
    • Traigo de la hemeroteca un curioso artículo de José Fraga Iribarne publicado en la revista Alférez el 30 de abril de 1947. Temas que aborda: la desastrosa natalidad en Francia; la ya muy tocada natalidad española, especialmente en Cataluña y País Vasco; las causas espirituales de este problema, etc.

      Si rebuscáis en las hemerotecas, hay muchos artículos de parecido tenor, incluso mucho más explícitos y en fechas muy anteriores (finales del s. XIX - principios del s. XX). He traído este porque es breve y no hay que hacer el trabajo de escanear y reconocer los caracteres, que siempre da errores y resulta bastante trabajoso, pues ese trabajo ya lo ha hecho la Fundación Gustavo Bueno.

      Señalo algunos hechos que llaman la atención:

      1) En 1947 la natalidad de Francia ya estaba por los suelos. Ni Plan Kalergi, ni Mayo del 68, ni conspiraciones varias.

      2) Pero España, en 1947 y en pleno auge del catolicismo de posguerra, tampoco estaba muy bien. En particular, estaban francamente mal regiones ricas como el País Vasco y Cataluña. ¿Será casualidad que estas regiones sean hoy en día las que más inmigración reciben?

      3) El autor denuncia que ya en aquel entonces los españoles estaban entregados a una visión hedonística de la existencia, que habían perdido la vocación de servicio y que se habían olvidado de los fines trascendentes. No es, por tanto, una cosa que venga del Régimen del 78 o de la llegada al poder de Zapatero. Las raíces son mucho más profundas.

      4) Señala que el origen de este problema es ético y religioso: se ha perdido la idea de que el matrimonio tiene por fin criar hijos para el Cielo. Pero también se ha perdido la idea del límite: las personas cada vez tienen más necesidades y, a pesar de que las van cubriendo, nunca están satisfechas con su nivel de vida.

      Este artículo antiguo ilumina muchas cuestiones del presente. Y nos ayuda a encontrarle solución a estos problemas que hoy nos golpean todavía con mayor fuerza. Creo que puede ser de gran provecho rescatar estos artículos.
        • Me gusta (5 positivos y 3 puntos de mejora)
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    • En torno a la posibilidad de que se estén usando las redes sociales artificialmente para encrespar los ánimos, recojo algunas informaciones que no sé sin son importantes o son pequeñas trastadas.

      Recientemente en Madrid se convocó una contramanifestación que acabó con todos los asistentes filiados por la policía. Militantes o simpatizantes de ADÑ denuncian que la convocó inicialmente una asociación fantasma que no había pedido permiso y cuyo fin último podría ser provocar:

      Cabe preguntarles por qué acudieron a una convocatoria fantasma que no tenía permiso. ¿Os dais cuenta de lo fácil que es crear incidentes con un par de mensajes en las redes sociales?

      Un periodista denuncia que se ha puesto en marcha una campaña titulada "Tsunami Español" que pretende implicar a militares españoles y que tiene toda la pinta de ser un bulo de los separatistas o de alguna entidad interesada en fomentar la discordia:

      El militar rojo que tiene columna en RT es uno de los que difunde la intoxicación:

      Si pincháis en el trending topic veréis que mucha gente de derechas ha caído en el engaño.

      Como decía, desconozco la importancia que puedan tener estas intoxicaciones. Pero sí me parece claro que con las redes sociales sale muy barato intoxicar y hasta promover enfrentamientos físicos con unos cuantos mensajes bien dirigidos. En EEUU ya se puso en práctica lo de citar a dos grupos contrarios en el mismo punto para que se produjesen enfrentamientos, que finalmente ocurrieron.
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    • Una teoría sobre las conspiraciones
      ¿A qué se debe el pensamiento conspiracionista que tiene últimamente tanto auge en internet? Este artículo baraja dos causas: la necesidad de tener el control y el afán de distinguirse de la masa.
        • Correcto (3 positivos y 1 punto de mejora)
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