Versión en inglés: The political expansion of evangelical churches in Latin America.

Tema

La presencia de las iglesias evangélicas en la vida política de los distintos países latinoamericanos se ha incrementado de forma sensible en los últimos años.

Resumen

La presencia de las iglesias evangélicas en la vida política de los distintos países latinoamericanos se ha incrementado de forma sensible en los últimos años, como prueban los resultados del intenso ciclo electoral en el que está inmerso la región. Desde este punto de vista, entre los comicios más reseñables de los celebrados en 2018 hay que dejar constancia de la elección en Brasil de Jair Bolsonaro, del paso a la segunda vuelta de Fabricio Alvarado en Costa Rica y del papel jugado por el evangélico Partido Encuentro Social en México coaligado con Andrés Manuel López Obrador y que facilitó su elección como presidente.

El deterioro de la política, de los partidos tradicionales –especialmente los de izquierda– y de las instituciones democráticas, junto al retroceso de la Iglesia Católica en la mayor parte de la región, han colaborado a este despegue. A eso hay que añadir el énfasis puesto en el discurso valórico y el apoyo a la familia como elementos centrales de su discurso. Gracias a ello, y contando con un fuerte respaldo popular, han logrado reforzar el peso de las opciones conservadoras en buena parte de América Latina.

Análisis

La frontera entre religión y política, o entre poder divino y poder temporal, nunca ha sido clara y todavía hoy sigue sin serlo. A lo largo de la historia el conflicto entre ambos poderes ha sido permanente y en ocasiones no ha estado exento de fuertes tensiones e incluso de violencia. En Europa y América Latina durante el siglo XX fue constante la presencia de partidos demócrata cristianos, que en muchas ocasiones llegaron al poder, como ocurrió en Chile, Venezuela, Costa Rica o Guatemala. En nuestros días cierto terrorismo radical se recubre con un manto islámico, a la vez que determinados fundamentalismos religiosos pugnan por aumentar su presencia en las más diversas regiones del mundo. Simultáneamente, en América Latina asistimos a la emergencia de movimientos políticos de corte evangélico que están adquiriendo un considerable empuje en la vida política de sus países e incluso se han convertido en un fenómeno de alcance regional.

Hoy es posible encontrar algún templo evangélico o algún lugar de culto en prácticamente cualquier rincón del continente, por más pobre o marginal que sea. El vínculo constante e intenso de las iglesias pentecostales o neopentecostales con los sectores populares y los estratos más pobres de sus sociedades les ha permitido incidir en la política regional como ningún otro partido o movimiento lo puede hacer. Si a eso le sumamos su peculiar orientación ideológica podemos concluir, como hace Javier Corrales, que las iglesias evangélicas le están “dando a las causas conservadoras [en América Latina] –en especial a los partidos políticos– un nuevo impulso y nuevos votantes”.

El mismo autor va más allá y dice que “El ascenso de los grupos evangélicos es políticamente inquietante porque están alimentando una nueva forma de populismo. A los partidos conservadores les están dando votantes que no pertenecen a la elite, lo cual es bueno para la democracia, pero estos electores suelen ser intransigentes en asuntos relacionados con la sexualidad, lo que genera polarización cultural. La inclusión intolerante, que constituye la fórmula populista clásica en América Latina, está siendo reinventada por los pastores protestantes”.

El desembarco evangélico en América Latina

Marta Lagos, la directora del Latinobarómetro, se ha mostrado tajante sobre el auge evangélico: “Hay una influencia tremenda de la iglesia evangélica, sobre todo en la gente más pobre… Los candidatos van a buscar los votos evangélicos”. De este modo, estamos asistiendo en América Latina a un fenómeno sumamente novedoso, la creciente implantación de las iglesias evangélicas, básicamente pentecostales y neopentecostales.

Estas últimas han logrado incrementar su presencia política en diversos países, a la vez que aumentar su representación institucional, tanto en cargos ejecutivos como en órganos de representación, comenzando por los parlamentos nacionales y regionales. Es importante, sin embargo, diferenciar a las iglesias evangélicas históricas y más tradicionales, como la metodista, de las iglesias pentecostales más modernas y las neopentecostales, especialmente aquellas más vinculadas al “movimiento carismático”, debido a que la aproximación política distinta que tienen las primeras.

Los orígenes de esta expansión hay que buscarlos en numerosas campañas proselitistas originadas en ciertas iglesias protestantes de EEUU a partir de mediados del siglo pasado, que terminaron implantándose básicamente en América Central. Por su parte, el núcleo de expansión de las iglesias evangélicas en América del Sur fue Brasil, a tal punto que hoy es posible encontrar pastores brasileños predicando en cualquier capital latinoamericana o en muchas de sus grandes ciudades.

Pero, como se señaló más arriba, la combinación de religión y política no es un fenómeno novedoso, como tampoco lo es la combinación entre evangelismo y política. Ya en su día un Alberto Fujimori prácticamente desconocido por el gran público peruano logró el apoyo de algunas iglesias evangélicas para su candidatura presidencial. El pastor Carlos García, líder de la Iglesia Bautista, lo acompañó en la fórmula con la que Cambio 90 acudió a las elecciones presidenciales de 1990 y fue elegido vicepresidente segundo.

Su respaldo y el de otras iglesias evangélicas peruanas fue esencial para garantizar la candidatura de Fujimori. Fueron ellos los que recolectaron las firmas necesarias para poder inscribir a Cambio 90 como partido político, de forma que pudiera competir en los comicios. También colaboraron en la implantación de comités locales en todo el territorio nacional, como forma de garantizar un mayor apoyo ciudadano. No sólo eso, unos 50 fieles evangélicos fueron candidatos al Congreso por Cambio 90, de los cuales se eligieron 14 diputados y cuatro senadores. Sin embargo, la decepción con el nuevo presidente fue rápida, ya que no sólo no consiguió los niveles de desarrollo que había prometido, sino que tampoco logró equiparar a sus congregaciones con los mismos beneficios que la Iglesia Católica.

Una anécdota más reciente ejemplifica claramente el imparable ascenso de la influencia evangélica en la vida política de los países latinoamericanos y las señales favorables que reciben permanentemente de los políticos, sean estos de izquierdas o de derechas. En 2014, dos meses antes de una de las elecciones brasileñas más disputadas de su historia, numerosos políticos se dieron cita para participar en el centro de São Paulo en la inauguración del Templo de Salomón, una megaiglesia de 100.000 metros cuadrados capaz de albergar a más de 10.000 fieles.

Allí estuvo pese a su pasado de ex guerrillera y su condición de agnóstica declarada la entonces presidenta Dilma Rousseff, del Partido de los Trabajadores. También se hizo presente el vicepresidente Michel Temer (hoy al frente del gobierno nacional pero pendiente de traspasar el cargo a Jair Bolsonaro). Junto a ellos acudió un importante grupo de ministros de su gabinete, sin olvidar a Geraldo Alckmin, gobernador de São Paulo, y a Fernando Haddad, alcalde de la ciudad. Estos eran las máximas autoridades del estado y de la ciudad de São Paulo y luego fueron los candidatos presidenciales por el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) y por el Partido de los Trabajadores (PT) en los comicios brasileños de octubre de 2018. Tampoco se puede obviar la presencia de numerosos gobernadores y de algunos de los miembros más destacados del Congreso Federal. La inauguración del templo, transformada en una especie de convención suprapartidaria, fue el fiel retrato de la importancia política que los evangélicos han ido adquiriendo en los últimos años en la política del país.

Este ambicioso proyecto fue llevado a cabo por el obispo Edir Macedo, líder de la Iglesia Universal del Reino de Dios y uno de los principales exponentes de la religión evangélica en Brasil, a la vez que poseedor de una gran fortuna. Macedo, que en su día apoyó a Lula, en esta oportunidad fue uno de los más importantes apoyos de Bolsonaro para ganar la elección. Entre las herramientas más importantes al servicio de la causa del ex militar convertido a político se cuentan las redes sociales y la potente red de medios audiovisuales liderada por TVRecord, propiedad de Macedo.

En México, por su parte, el Movimiento Regeneración Nacional (Morena) y el Partido del Trabajo (PT) se aliaron con el evangélico Partido Encuentro Social en la búsqueda de un mayor respaldo para Andrés Manuel López Obrador de cara a las decisivas elecciones presidenciales de julio de 2018. Si bien, como se demostró en el resultado, López Obrador hubiera ganado de todos modos, esta alianza le resultó funcional para lograr sus objetivos e inclinar las encuestas a su favor. Gracias a ello pudo ganar de forma abultada y conseguir amplias mayorías en las dos Cámaras del Congreso federal.

Prueba de la importancia que López Obrador le daba a su acercamiento a los evangélicos, es que el hoy presidente electo pasó en medio año de decir que nunca se vincularía al Encuentro Social a proponer, el mismo día que fue declarado candidato por los ultraconservadores, una Constitución moral para el país. En la Semana Santa de 2018, ya en plena campaña electoral, López Obrador dijo: “Soy cristiano en el sentido más amplio de la palabra, porque Cristo es amor”.

Hoy Guatemala tiene un presidente evangélico, Jimmy Morales, pese a la escasa o nula experiencia política con que contaba en el momento de ser elegido. Costa Rica con Fabricio Alvarado, estuvo a punto de tener otro evangélico como presidente. En Chile Sebastián Piñera cortejó el voto evangélico en las últimas elecciones, a tal punto que incorporó a cuatro obispos de esas comunidades a su equipo de campaña. En Venezuela y Colombia los pastores evangélicos Javier Bertucci y Jorge Antonio Trujillo se presentaron como candidatos para las elecciones presidenciales, pese a sus escasas opciones. Más recientemente, Jair Bolsonaro fue elegido presidente en Brasil con el pleno respaldo de las iglesias evangélicas.

La inserción política evangélica

Para desarrollar su acción política, los grupos evangélicos cuentan a su favor con un factor que no tienen los partidos tradicionales, especialmente los más conservadores: la cercanía a las clases populares, cansadas de las elites, y que tradicionalmente se decantaban por formaciones de izquierda. También se apoyan en la extensa red de centros de culto distribuida por todo el territorio de sus países y en un potente sistema de medios de comunicación, basado en centenares o miles de emisoras de radio y televisión, muchas de ellas de ámbito comunitario, más una fuerte presencia en las redes sociales.

De este modo, los evangélicos aprovechan no sólo los espacios que pierde la Iglesia Católica, sino también el gran desencanto social con la política y los gobiernos. Con una fuerte presencia en los barrios populares, las iglesias evangélicas proporcionan a distintos grupos de población, especialmente los más desfavorecidos, asistencia de distinto tipo, desde el cuidado de salud o de los hijos hasta la búsqueda de trabajo. El hecho de ofrecer una gran variedad de servicios comunitarios les proporciona, como contrapartida, una más que notoria adhesión popular, algo que ningún partido –especialmente los de izquierda–, ni ninguna ONG, ni ningún otro movimiento político o social es capaz de igualar.

Por lo general, no suele haber un patrón regional en la movilización política y reivindicativa de las iglesias evangélicas. En algunos países estas pueden salir a la calle contra determinados proyectos de ley que estiman contrarios a sus creencias. En otros, tienen a sus propios grupos políticos manifestándose. E incluso, a veces, suelen contar con candidatos presidenciales.

Sin embargo, y más allá de las particularidades nacionales, las manifestaciones políticas de corte evangélico emergen cada vez con mayor fuerza en el mapa político latinoamericano. Hasta hace poco tiempo las mayorías de las opciones de las iglesias evangélicas que participaban en la política y de los partidos a los que apoyaban se concentraban en los niveles locales y provinciales y en la presencia parlamentaria más que en la lucha por el poder ejecutivo. Sin embargo, a la vista de los últimos resultados, esto parece estar cambiando y de modo acelerado.

Esta situación retrata adecuadamente los objetivos y limitaciones que caracterizan el accionar político evangélico. De todos modos, y es una de sus principales características, suelen ejercer una presión creciente en el debate político en torno a la agenda valórica: familia, género y sexualidad. Y si bien, como manifiesta Javier Corrales, la “ideología de los pastores evangélicos es variada”, en lo referente a los temas de género y sexualidad suelen hacer gala de sus “valores… conservadores, patriarcales y homofóbicos”.

Como se ha señalado, la agenda moral y política evangélica se centra en la defensa de los valores familiares, lo que implica básicamente oposición al aborto, a la fecundación in vitro, al matrimonio igualitario, al divorcio y a la eutanasia. Salvo en lo que atañe a la defensa de la familia cristiana y sus valores, sus propuestas suelen girar más en torno al rechazo de determinadas cuestiones que al respaldo de propuestas concretas. En este “paquete” de rechazo, la mal llamada “ideología de género” ocupa un lugar estelar. La lucha contra ella les ha permitido ganar muchos enteros entre sus seguidores. Sin embargo, no se trata de un patrimonio exclusivo de los líderes evangélicos, ya que la jerarquía católica y buena parte del sacerdocio también se han manifestado abiertamente en su contra.

Esta definición, de una profunda raíz conservadora, se utiliza comúnmente para descalificar cualquier intento de defensa de la diversidad sexual y de la variedad de género, apuntando a que se trata básicamente de una ideología y no de una aproximación científica al problema, en la línea con la posición de psicólogos y otros profesionales médicos y de la conducta. Como recuerda Corrales, “la ideología de género les permite [a los evangélicos] encubrir su homofobia con un llamado a proteger a los menores”.

Otro eje movilizador de los seguidores de las iglesias pentecostales y neopentecostales ha sido la lucha contra la corrupción y la denuncia del papel de los políticos en la misma. En todos estos temas es posible observar una convergencia bastante llamativa entre las iglesias evangélicas, la jerarquía católica, determinados movimientos social-cristianos y partidos políticos de corte conservador. Esta aproximación es mucho más visible en determinadas ocasiones particulares, especialmente cuando el nivel del escándalo las ha convertido en objeto mediático.

Sin embargo, hasta ahora los líderes evangélicos, sus referentes políticos y sus portavoces en los medios de comunicación no suelen pronunciarse sobre otras cuestiones centrales de la gestión estatal, como la economía o las relaciones internacionales. Habrá que ver en qué medida, a partir de una mayor presencia institucional en las más altas esferas de la administración de sus países, se mantendrá o no esta tendencia.

Los fieles que profesan el culto evangélico son muy disciplinados. La voz de sus pastores es una clara referencia, incluso para votar. Con independencia del perfil de los candidatos, a la hora del sufragio no sólo prima su filiación política sino también la recomendación de los responsables del culto. Se trata de un mecanismo similar al existente hace décadas en los Partidos Comunistas dominados por la idea del centralismo democrático.

En base a su auge reciente y a la disciplina a la hora de acudir a las urnas, el voto evangélico se ha convertido en un bien deseado por casi todos los candidatos al margen de su identidad política o ideológica. De este fenómeno saben un poco tanto en Colombia, Brasil y México, y en los otros países latinoamericanos donde se votará próximamente. No hay que olvidar que en 2019 habrá elecciones en Guatemala, El Salvador, Panamá, Argentina, Uruguay y Bolivia y será entonces el momento de evaluar el comportamiento del voto evangélico en todos estos países.

En Brasil, el poder parlamentario evangélico se estructuró en torno al llamado Grupo de la Biblia. En el anterior Parlamento las iglesias evangélicas tenían 81 diputados (de 513) y tres senadores (de 81). Se trataba de tener un grupo parlamentario cohesionado y fuertemente organizado que les permitiera frenar las acciones contra la iglesia. En este bloque están incluidas todas las iniciativas para legalizar el aborto o el matrimonio entre personas del mismo sexo, permitido desde 2014 por la Corte Suprema de Brasil. En apoyo de Bolsonaro se ha manifestado el conocido como Grupo de las 3B (Biblia, Bala y Buey), que incluye a los defensores de la libre posesión de armas para la autodefensa (Bala) y de los grandes productores agrarios y empresarios frigoríficos (Buey).

Incluso, gracias a la presión de las iglesias evangélicas se han llegado a cerrar ciertas exposiciones de arte por considerarlas inmorales. Esto ocurrió con la muestra sobre “Queermuseo, cartografías de la diferencia en el arte brasileño” organizada en el Centro Cultural Santander de Porto Alegre, que debió cerrarse a los pocos días de su inauguración en septiembre de 2017. Bajo el argumento de que el Banco Santander patrocinaba una exposición que promovía “la pedofilia, la zoofilia y la pornografía”, tanto el Movimiento Brasil Libre (MBL) como distintos grupos evangélicos impulsaron una dura campaña en las redes sociales que obligó a los organizadores a cerrar la exposición.

La presencia social de las iglesias evangélicas

La presencia de las iglesias evangélicas en América Latina y el número de sus seguidores se ha incrementado de forma sostenida en las últimas décadas, aunque su crecimiento no ha sido homogéneo. El fenómeno responde a una doble dinámica. Por un lado, al imparable aumento del número de creyentes cristianos no católicos, lo que supone un enorme desafío para las diferentes conferencias episcopales; por el otro, al desprestigio creciente de los políticos y de los partidos, lo que ha permitido la emergencia de nuevas opciones.

En la actualidad, el número de fieles evangélicos ya supone algo más del 20% de la población latinoamericana. La cifra es más importante si se tiene en cuenta que hace sólo 60 años apenas suponían el 3% de la población, según datos recogidos por el Pew Research Center. En México más del 10% de la población es evangélica; en Perú, Ecuador, Colombia, Venezuela, Argentina y Panamá se habla de una cifra superior al 15%; en Costa Rica y Puerto Rico se llega al 20%; en Brasil se barajan cifras que oscilan entre el 22% y el 27%; y en algunos países centroamericanos, como Guatemala, Honduras y Nicaragua, la cifra supera el 40%.

Como ya se ha señalado, el auge evangélico debe verse en relación al proceso paralelo de retroceso católico. En lugar de la “teología de la liberación”, que supuso una fuerte implantación de curas revolucionarios, obreros y campesinos, en las décadas de 1960 y 1970, los pastores evangélicos han sabido introducir entre sus fieles con mucho éxito la llamada “teología de la prosperidad”. Se trata de un concepto que ilustra claramente los principios e intereses que mueven a sus fieles.

Hoy los católicos en América Latina llegan a los 425 millones, lo que según la última medición del Latinobarómetro supone el 60% de la población regional. La cifra es importante ya que implica que el 40% de los católicos presentes en todo el mundo se encuentra en América Latina. A esto hay que sumar otro dato importante, y es que el Papa Francisco (Jorge Mario Bergoglio), en el cargo desde marzo de 2013, es de origen argentino. Ahora bien, pese a su magnitud, no se puede ocultar que la mayoría católica ha disminuido de forma significativa desde la cifra del 80% registrada en 1996.

En este doble proceso de descenso de la población católica e incremento de la evangélica, habría que preguntarse cuánto incidió el ataque sistemático contra la teología de la liberación ordenado por el Vaticano y por las diversas jerarquías eclesiásticas regionales. De algún modo, la renuncia a la “opción preferencial por los pobres”, característica de la teología de la liberación, supuso el abandono de los sectores populares por parte de la Iglesia Católica.

En algunas iglesias evangélicas comienzan a verse signos preocupantes de una cierta paramilitarización. Uno de los ejemplos más claros es el de los llamados “Gladiadores de Cristo”, pertenecientes a la Iglesia Universal del Reino de Dios. Esto implica que los fieles son entrenados con una cierta dinámica militar. Y si bien no se trata de un fenómeno novedoso ni dentro ni fuera de América Latina, como muestran la actuación de la organización católica peruana “Sodalicio de Vida Cristiana”, que intentaba que sus seguidores vivieran en comunidad como “soldados de Cristo”, el fenómeno debe ser vigilado de cerca.

El Sodalicio, una agrupación liderada por laicos, fue reconocido por Juan Pablo II en 1997 como una sociedad de vida apostólica de derecho pontificio. Tampoco se puede olvidar el caso de “Tradición, Familia y Propiedad” (TFP), otra asociación de laicos católicos fundada en Brasil tras la Revolución Cubana y posteriormente implantada en buena parte de América Latina y que hizo una activa cruzada en contra de la teología de la liberación.

En el punto relativo a la presencia cada vez más extendida de los “Gladiadores de Cristo” la principal pregunta es: ¿qué pasará si en un momento determinado las iglesias neopentecostales quieren pasar de reivindicar sus argumentos con los votos y deciden pasar a la acción directa? Como ha dicho Javier Corrales: “Se está volviendo a la polarización clásica latinoamericana del siglo XIX entre grupos conservadores y anticlericales, que produjo muchísima tensión política inclusive hasta mediados del siglo XX”.

Conclusiones

Las iglesias evangélicas han ido adquiriendo en los últimos años un protagonismo creciente en la vida política latinoamericana. La creciente desafección con la democracia y el fuerte deterioro de los partidos políticos tradicionales y de las instituciones democráticas es un factor que facilita el proceso, pero no el único. Otros elementos a tener en cuenta son, por un lado, la fuerte implantación de los distintos cultos pentecostales y neopentecostales en los sectores populares, favorecido por el abandonado de los partidos de izquierda y de la Iglesia Católica, y, por el otro, la inclusión en su discurso de una cerrada defensa de la llamada agenda valórica, que incluye el rechazo del matrimonio igualitario, del aborto y del divorcio entre otras cuestiones.

Si inicialmente estas iglesias limitaban su incursión en la política al nivel local o regional, su renovado protagonismo las ha llevado a plantearse metas más ambiciosas. De este modo se observa una presencia mayor en la política nacional, con hechos notables como los ocurridos recientemente en Guatemala, Brasil, México y Costa Rica. Sin embargo, no se trata sólo de un funcionamiento autónomo. Es tal su poderío e influencia que los políticos tradicionales, de cualquier signo o adscripción política e ideológica, intentan conquistar su apoyo en respaldo de sus causas particulares.

Ahora bien, su discurso valórico ha aumentado la polarización en todas aquellas sociedades donde está presente. Se trata de un relato en blanco y negro que no admite matices y, por tanto, excluye cualquier tipo de compromiso y negociación. Este maniqueismo, de corte populista, ha servido para reforzar las opciones conservadoras en América Latina, lo que favorece el retroceso de los partidos de izquierda e incluso de las posturas bolivarianas. Al mismo tiempo, de confirmarse la línea ascendente de mayor influencia de las iglesias evangélicas en la política nacional y regional, no sería descartable una importante vuelta atrás en lo que se refiere a la separación entre la iglesia y el Estado, aunque esta ya esta no estaría representada por la jerarquía católica sino por estos nuevos grupos religiosos emergentes.

Carlos Malamud
Investigador principal, Real Instituto Elcano
| @CarlosMalamud


1 Esta frase recuerda el lema “Lulinha, paz y amor” inventado por Lula poco antes de la elección de 2002 para, en su cuarto intento de ser presidente de Brasil, disminuir el rechazo de los sectores tradicionales, algo que logró ampliamente gracias a su alianza con la derecha y a la colaboración inestimable de Edir Macedo.