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religión La Iglesia modifica el catecismo y declara inaceptable la pena de muerte

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El Papa Francisco ha aprobado recientemente una modificación de gran calado en la enseñanza doctrinal del Catecismo de la Iglesia Católica, declarando como algo “inaceptable” el castigo con la pena de muerte y afirmando el compromiso de la Iglesia con su abolición universal.

El cardenal español Luis Ladaria, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, ha presentado este cambio a los obispos de todo el mundo, en una carta donde se explica la modificación realizada al artículo 2.267 del Catecismo.

Anteriormente, el Catecismo manifestaba lo siguiente en su punto 2267:

    «La enseñanza tradicional de la Iglesia no excluye, supuesta la plena comprobación de la identidad y de la responsabilidad del culpable, el recurso a la pena de muerte, si esta fuera el único camino posible para defender eficazmente del agresor injusto las vidas humanas.

    Pero si los medios incruentos bastan para proteger y defender del agresor la seguridad de las personas, la autoridad se limitará a esos medios, porque ellos corresponden mejor a las condiciones concretas del bien común y son más conformes con la dignidad de la persona humana.

    Hoy, en efecto, como consecuencia de las posibilidades que tiene el Estado para reprimir eficazmente el crimen, haciendo inofensivo a aquél que lo ha cometido sin quitarle definitivamente la posibilidad de redimirse, los casos en los que sea absolutamente necesario suprimir al reo suceden muy rara vez, si es que ya en realidad se dan algunos.»

Tras la reciente modificación el mismo artículo 2267 reza de siguiente forma:

   «Durante mucho tiempo el recurso a la pena de muerte por parte de la autoridad legítima, después de un debido proceso, fue considerado una respuesta apropiada a la gravedad de algunos delitos y un medio admisible, aunque extremo, para la tutela del bien común.
   
    Hoy está cada vez más viva la conciencia de que la dignidad de la persona no se pierde ni siquiera después de haber cometido crímenes muy graves. Además, se ha extendido una nueva comprensión acerca del sentido de las sanciones penales por parte del Estado. En fin, se han implementado sistemas de detención más eficaces, que garantizan la necesaria defensa de los ciudadanos, pero que, al mismo tiempo, no le quitan al reo la posibilidad de redimirse definitivamente.

    Por tanto la Iglesia enseña, a la luz del Evangelio, que la pena de muerte es inadmisible, porque atenta contra la inviolabilidad y la dignidad de la persona, y se compromete con determinación a su abolición en todo el mundo.»

 

Texto de la carta que el cardenal Ladaria ha enviado a los obispos de todo el mundo:
 

Cita

 

    1. El Santo Padre Francisco, en el Discurso con ocasión del vigésimo quinto aniversario de la publicación de la Constitución Apostólica Fidei depositum, con la cual Juan Pablo II promulgó el Catecismo de la Iglesia Católica, pidió que fuera reformulada la enseñanza sobre la pena de muerte, para recoger mejor el desarrollo de la doctrina que este punto ha tenido en los últimos tiempos.[1] Este desarrollo descansa principalmente en la conciencia cada vez más clara en la Iglesia del respeto que se debe a toda vida humana. En esta línea, Juan Pablo II afirmó: «Ni siquiera el homicida pierde su dignidad personaly Dios mismo se hace su garante».[2]

    2. En este sentido, debe comprenderse la actitud hacia la pena de muerte que se ha afirmado cada vez más en la enseñanza de los pastores y en la sensibilidad del pueblo de Dios. En efecto, si de hecho la situación política y social del pasado hacía de la pena de la muerte un instrumento aceptable para la tutela del bien común, hoy es cada vez más viva la conciencia de que la dignidad de la persona no se pierde ni siquiera luego de haber cometido crimines muy graves. Además, se ha extendido una nueva comprensión acerca del sentido de las sanciones penales por parte del Estado. En fin se han implementado sistemas de detención más eficaces, que garantizan la necesaria defensa de los ciudadanos, han dado lugar a una nueva conciencia que reconoce la inadmisibilidad de la pena de muerte y por lo tanto pide su abolición.

    3. En este desarrollo, es de gran importancia la enseñanza de la Carta Encíclica Evangelium vitae de Juan Pablo II. El Santo Padre enumeraba entre los signos de esperanza de una nueva civilización de la vida «laaversión cada vez más difundida en la opinión pública a la pena de muerte,incluso como instrumento de "legítima defensa" social, al considerar las posibilidades con las que cuenta una sociedad moderna para reprimir eficazmente el crimen de modo que, neutralizando a quien lo ha cometido, no se le prive definitivamente de la posibilidad de redimirse».[3] La enseñanza de Evangelium vitae fue recogida más tarde en la editio typica del Catecismo de la Iglesia Católica. En este, la pena de muerte no se presenta como una pena proporcional a la gravedad del delito, sino que se justifica solo si fuera «el único camino posible para defender eficazmente del agresor injusto las vidas humanas», aunque si de hecho «los casos en los que sea absolutamente necesario suprimir al reo suceden muy rara vez, si es que ya en realidad se dan algunos» (n. 2267).

    4. Juan Pablo II también intervino en otras ocasiones contra la pena de muerte, apelando tanto al respeto de la dignidad de la persona como a los medios que la sociedad actual posee para defenderse del criminal. Así, en el Mensaje navideño de 1998, auguraba «en el mundo el consenso sobre medidas urgentes y adecuadas... para desterrar la pena de muerte».[4] Un mes después, en los Estados Unidos, repitió: «Un signo de esperanza es elreconocimiento cada vez mayor de que nunca hay que negar la dignidad de la vida humana, ni siquiera a alguien que haya hecho un gran mal. La sociedad moderna posee los medios para protegerse, sin negar definitivamente a los criminales la posibilidad de enmendarse. Renuevo el llamamiento que hice recientemente, en Navidad, para que se decida abolir la pena de muerte, que es cruel e innecesaria». [5]

    5. El impulso de comprometerse con la abolición de la pena de muerte continuó con los sucesivos Pontífices. Benedicto XVI llamaba «la atención de los responsables de la sociedad sobre la necesidad de hacer todo lo posible para llegar a la eliminación de la pena capital». [6] Y luego auguraba a un grupo de fieles que «sus deliberaciones puedan alentar iniciativas políticas y legislativas, promovidas en un número cada vez mayor de países, para eliminar la pena de muerte y continuar los progresos sustanciales realizados para adecuar el derecho penal tanto a las necesidades de la dignidad humana de los prisioneros como al mantenimiento efectivo del orden público». [7]

    6. En esta misma perspectiva, el Papa Francisco reiteró que «hoy día la pena de muerte es inadmisible, por cuanto grave haya sido el delito del condenado».[8] La pena de muerte, independientemente de las modalidades de ejecución, «implica un trato cruel, inhumano y degradante».[9] Debe también ser rechazada «en razón de la defectiva selectividad del sistema penal y frente a la posibilidad del error judicial».[10] Es en este sentido en el que el Papa Francisco ha pedido una revisión de la formulación del Catecismo de la Iglesia Católica sobre la pena de muerte, de modo que se afirme que «por muy grave que haya sido el crimen, la pena de muerte es inadmisible porque atenta contra la inviolabilidad y la dignidad de la persona».[11]

    7. La nueva redacción del n. 2267 del Catecismo de la Iglesia Católica, aprobado por el Papa Francisco, se sitúa en continuidad con el Magisterio precedente, llevando adelante un desarrollo coherente de la doctrina católica.[12] El nuevo texto, siguiendo los pasos de la enseñanza de Juan Pablo II en Evangelium vitae, afirma que la supresión de la vida de un criminal como castigo por un delito es inadmisible porque atenta contra la dignidad de la persona, dignidad que no se pierde ni siquiera después de haber cometido crímenes muy graves. A esta conclusión se llega también teniendo en cuenta la nueva comprensión de las sanciones penales aplicadas por el Estado moderno, que deben estar orientadas ante todo a la rehabilitación y la reinserción social del criminal. Finalmente, dado que la sociedad actual tiene sistemas de detención más eficaces, la pena de muerte es innecesaria para la protección de la vida de personas inocentes. Ciertamente, queda en pie el deber de la autoridad pública de defender la vida de los ciudadanos, como ha sido siempre enseñado por el Magisterio y como lo confirma el Catecismo de la Iglesia Católica en los números 2265 y 2266.

    8. Todo esto muestra que la nueva formulación del n. 2267 del Catecismo expresa un auténtico desarrollo de la doctrina que no está en contradicción con las enseñanzas anteriores del Magisterio. De hecho, estos pueden ser explicados a la luz de la responsabilidad primaria de la autoridad pública de tutelar el bien común, en un contexto social en el cual las sanciones penales se entendían de manera diferente y acontecían en un ambiente en el cual era más difícil garantizar que el criminal no pudiera reiterar su crimen.

    9. En la nueva redacción se agrega que la conciencia de la inadmisibilidad de la pena de muerte ha crecido «a la luz del Evangelio».[13] El Evangelio, en efecto, ayuda a comprender mejor el orden de la Creación que el Hijo de Dios ha asumido, purificado y llevado a plenitud. Nos invita también a la misericordia y a la paciencia del Señor que da tiempo a todos para convertirse.

    10. La nueva formulación del n. 2267 del Catecismo de la Iglesia Católica quiere ser un impulso para un compromiso firme, incluso a través de un diálogo respetuoso con las autoridades políticas, para que se favorezca una mentalidad que reconozca la dignidad de cada vida humana y se creen las condiciones que permitan eliminar hoy la institución jurídica de la pena de muerte ahí donde todavía está en vigor.

    El Sumo Pontífice Francisco, en la audiencia concedida al infrascrito Secretario el 28 de junio de 2018, ha aprobado la presente Carta, decidida en la Sesión Ordinaria de esta Congregación el 13 de junio de 2018, y ha ordenado su publicación.

    Dado en Roma, en la sede de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el 1º de agosto de 2018, Memoria de San Alfonso María de Ligorio.

    Luis F. Card. Ladaria, S.I.

    Prefecto

    X Giacomo Morandi

    Arzobispo titular de Cerveteri

    Secretario

    ____________________________

    [1] Cf. Francisco, Discurso del Santo Padre Francisco con motivo del XXV Aniversario del Catecismo de la Iglesia Católica (11 de octubre de 2017): L'Osservatore Romano (13 de octubre de 2017), 4.

    [2] Juan Pablo II, Carta enc. Evangelium vitae (25 de marzo de 1995), n. 9: AAS 87 (1995), 411.

    [3] Ibíd., n. 27: AAS 87 (1995), 432.

    [4] Juan Pablo II, Mensaje Urbi et Orbi de Navidad (25 de diciembre de 1998), n. 5: Insegnamenti XXI, 2 (1998), 1348.

    [5] Id., Homilía en el Trans World Dome de St. Louis (27 de enero de 1999): Insegnamenti XXII, 1 (1999), 269; cf. Homilía durante la Misa en la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe en Ciudad de México (23 de enero de 1999): «Renuevo el llamamiento que hice recientemente, en Navidad, para que se decida abolir la pena de muerte, que es cruel e innecesaria»: Insegnamenti XXII, 1 (1990), 123.

    [6] Benedicto XVI, Exhort. Ap. postsinodal Africae munus (19 de noviembre de 2011), n. 83: AAS 104 (2012), 276.

    [7] Id., Audiencia general (30 de noviembre de 2011): Insegnamenti VII, 2 (2011), 813.

    [8] Francisco, Carta al Presidente de la Comisión internacional contra la pena di muerte (20 de marzo de 2015): L'Osservatore Romano (20-21 de marzo de 2015), 7.

    [9] Ibíd.

    [10] Ibíd.

    [11] Francisco, Discurso del Santo Padre Francisco con motivo del XXV Aniversario dela Catecismo de la Iglesia Católica (11 de octubre de 2017): L'Osservatore Romano (13 de octubre 2017), 5.

    [12] Cf. Vincenzo di Lérins, Commonitorium, cap. 23: PL 50, 667-669. En referencia a la pena de muerte, tratando acerca de las especificaciones de los preceptos del decálogo, la Pontificia Comisión Bíblica ha hablado de "afinamiento" de las posiciones morales de la Iglesia: «Con el curso de la historia y el desarrollo de la civilización, la Iglesia ha afinado también las propias posiciones morales con respecto a la pena de muerte y a la guerra en nombre de un culto a la vida humana que ella alimenta sin cesar meditando la Escritura y que toma siempre más color de un absoluto. Lo que está debajo de estas posiciones aparentemente radicales es siempre la misma noción antropológica de base: la dignidad fundamental del hombre creado a imagen de Dios» (Biblia y moral. Raíces bíblicas del comportamiento cristiano, 2008, n. 98).

    [13] Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, n. 4.

 

La última modificación importante que hizo la Iglesia respecto a este asunto, fue un 'motu propio' firmado por el beato Juan Pablo II en 2001, ordenando eliminar por completo dicha pena de las leyes vaticanas, al tiempo que hizo, ya por aquel entonces, una dura crítica a EE.UU. y otros países donde se sanciona con frecuencia con dicho castigo, tachándoles de imponer a menudo penas crueles e inútiles. Actualmente la pena de muerte sigue vigente en numerosos países, siendo China, Arabia Saudí, Irán, Irak y Pakistán, aquellos donde más sentencias a muerte se producen actualmente. Solo en China se producen cada año alrededor de mil ejecuciones, aunque sin duda esta modificación tiene una mayor repercusión en aquellos países con gran población católica, como puedan ser los EE.UU. donde la ejecución sumaria aun sigue vigente en algunos estados.

De todas formas, la mayor importancia de esta reforma estriba en que aún son muchos los católicos en todo el mundo que se acogían al texto que ahora se ha eliminado, para justificar su juicio o prejuicio contra la actitud de otras personas a quienes no consideran dignas de estar vivas. A partir de ahora nadie podrá ya justificar la ejecución de ninguna persona desde una perspectiva católica, algo que sin duda es un torpedo a la línea de flotación de ese movimiento supuestamente «tradicionalista y patriota» que anda sembrando la división, la discordia o la justificación de la violencia al amparo de dichos postulados, en el seno del pensamiento y el sentir católico.

¿Qué os parece?

 

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hace 29 minutos, El Español dijo:

El Papa Francisco ha aprobado recientemente una modificación de gran calado en la enseñanza doctrinal del Catecismo de la Iglesia Católica, declarando como algo “inaceptable” el castigo con la pena de muerte y afirmando el compromiso de la Iglesia con su abolición universal.

El cardenal español Luis Ladaria, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, ha presentado este cambio a los obispos de todo el mundo, en una carta donde se explica la modificación realizada al artículo 2.267 del Catecismo.

Anteriormente, el Catecismo manifestaba lo siguiente en su punto 2267:

    «La enseñanza tradicional de la Iglesia no excluye, supuesta la plena comprobación de la identidad y de la responsabilidad del culpable, el recurso a la pena de muerte, si esta fuera el único camino posible para defender eficazmente del agresor injusto las vidas humanas.

    Pero si los medios incruentos bastan para proteger y defender del agresor la seguridad de las personas, la autoridad se limitará a esos medios, porque ellos corresponden mejor a las condiciones concretas del bien común y son más conformes con la dignidad de la persona humana.

    Hoy, en efecto, como consecuencia de las posibilidades que tiene el Estado para reprimir eficazmente el crimen, haciendo inofensivo a aquél que lo ha cometido sin quitarle definitivamente la posibilidad de redimirse, los casos en los que sea absolutamente necesario suprimir al reo suceden muy rara vez, si es que ya en realidad se dan algunos.»

Tras la reciente modificación el mismo artículo 2267 reza de siguiente forma:

   «Durante mucho tiempo el recurso a la pena de muerte por parte de la autoridad legítima, después de un debido proceso, fue considerado una respuesta apropiada a la gravedad de algunos delitos y un medio admisible, aunque extremo, para la tutela del bien común.
   
    Hoy está cada vez más viva la conciencia de que la dignidad de la persona no se pierde ni siquiera después de haber cometido crímenes muy graves. Además, se ha extendido una nueva comprensión acerca del sentido de las sanciones penales por parte del Estado. En fin, se han implementado sistemas de detención más eficaces, que garantizan la necesaria defensa de los ciudadanos, pero que, al mismo tiempo, no le quitan al reo la posibilidad de redimirse definitivamente.

    Por tanto la Iglesia enseña, a la luz del Evangelio, que la pena de muerte es inadmisible, porque atenta contra la inviolabilidad y la dignidad de la persona, y se compromete con determinación a su abolición en todo el mundo.»

 

Texto de la carta que el cardenal Ladaria ha enviado a los obispos de todo el mundo:
 

La última modificación importante que hizo la Iglesia respecto a este asunto, fue un 'motu propio' firmado por el beato Juan Pablo II en 2001, ordenando eliminar por completo dicha pena de las leyes vaticanas, al tiempo que hizo, ya por aquel entonces, una dura crítica a EE.UU. y otros países donde se sanciona con frecuencia con dicho castigo, tachándoles de imponer a menudo penas crueles e inútiles. Actualmente la pena de muerte sigue vigente en numerosos países, siendo China, Arabia Saudí, Irán, Irak y Pakistán, aquellos donde más sentencias a muerte se producen actualmente. Solo en China se producen cada año alrededor de mil ejecuciones, aunque sin duda esta modificación tiene una mayor repercusión en aquellos países con gran población católica, como puedan ser los EE.UU. donde la ejecución sumaria aun sigue vigente en algunos estados.

De todas formas, la mayor importancia de esta reforma estriba en que aún son muchos los católicos en todo el mundo que se acogían al texto que ahora se ha eliminado, para justificar su juicio o prejuicio contra la actitud de otras personas a quienes no consideran dignas de estar vivas. A partir de ahora nadie podrá ya justificar la ejecución de ninguna persona desde una perspectiva católica, algo que sin duda es un torpedo a la línea de flotación de ese movimiento supuestamente «tradicionalista y patriota» que anda sembrando la división, la discordia o la justificación de la violencia al amparo de dichos postulados, en el seno del pensamiento y el sentir católico.

¿Qué os parece?

 

En lo central estoy de acuerdo, en lo formal me inquietan fórmulas con estos condicionantes:

 Hoy está cada vez más viva la conciencia de que la dignidad de la persona no se pierde ni siquiera después de haber cometido crímenes muy graves. Además, se ha extendido una nueva comprensión acerca del sentido de las sanciones penales por parte del Estado. En fin, se han implementado sistemas de detención más eficaces, que garantizan la necesaria defensa de los ciudadanos, pero que, al mismo tiempo, no le quitan al reo la posibilidad de redimirse definitivamente.

Me inquieta porque puede sonar a acomodo a las circunstancias.

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Más que acomodo yo lo entiendo como una mayor y mejor comprensión de lo que debe significar un castigo penal, que ha dejado de entenderse como un castigo punitivo en base a la justicia conmutativa a ser una medida para apartar al delincuente de la sociedad y permitirle al mismo tiempo su arrepentimiento y reinserción. Creo que se aproxima más al ideal cristiano que la otra medida, aunque aquella haya tenido todo el sentido a lo largo de la historia dada la evolución de las personas.

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Pues me parece poco prudente esta modificación. El Catecismo debe dar lecciones generales más allá de las circunstancias temporales y espaciales concretas. Es decir, puede considerarse que hoy en día en Occidente no hay que aplicar la pena de muerte, pero eso no significa que la pena de muerte esté mal en cualquier circunstancia.

Quizá habría sido más prudente afirmar que debe haber una tendencia a utilizarse otras medidas antes que aplicar la pena de muerte, pero sin excluírla de manera definitiva. De todas maneras, yo sigo pensando que hay cierta clase de crímenes cuyo justo castigo es la pena de muerte, más allá de motivaciones prácticas.

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Esa es la forma en cómo estaba redactado anteriormente ese numeral del catecismo, aunque personalmente creo que de esta forma se adapta mejor al quinto mandamiento. Aunque pueda entender los motivos que antaño llevaron a justificar según que ejecuciones, nunca comprendí por qué la Iglesia aplicaba excepciones a una norma suprema. Llegué incluso a estructurar una forma de pensar que justificase eso en función de la ley de la caridad, pero como digo, personalmente me parece más exacta esta forma que la anterior. Otra cosa será lo que luego los hombres hagamos en nuestros juicios personales.

Evidentemente creo que en esto no vamos a estar de acuerdo.

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Sí, no vamos estar de acuerdo en esto...

Ahora bien, lo que se me hace raro es la necesidad de introducir esta modificación precisamente ahora. No existen ya países de mayoría católica en los que su código penal contemple la pena de muerte (ni que se planteen reimplantarla), con la excepción de Cuba (y lleva sin aplicarse desde 2003). Además, es imposible estar/permanecer en la UE si el código penal del país contempla la pena de muerte.

Aquí un mapa con la pena de muerte por países: https://es.wikipedia.org/wiki/Pena_de_muerte#/media/File:Death_Penalty_World_Map.svg .

Aunque, ahora que lo pienso, quizá alguno de los países africanos que contemplan la pena de muerte sí es de mayoría católica. Habría que ir mirando caso por caso.

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como digo, yo asumo el contenido pero... tomad cualquier otro tema polémico en el mundo de hoy y aplicadle la misma plantilla que marqué en negrita.

 

me parece, cuanto menos, desafortunada la formulación.

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hace 3 horas, elprotegido dijo:

Sí, no vamos estar de acuerdo en esto...

Ahora bien, lo que se me hace raro es la necesidad de introducir esta modificación precisamente ahora. No existen ya países de mayoría católica en los que su código penal contemple la pena de muerte (ni que se planteen reimplantarla), con la excepción de Cuba (y lleva sin aplicarse desde 2003). Además, es imposible estar/permanecer en la UE si el código penal del país contempla la pena de muerte.

Aquí un mapa con la pena de muerte por países: https://es.wikipedia.org/wiki/Pena_de_muerte#/media/File:Death_Penalty_World_Map.svg .

Aunque, ahora que lo pienso, quizá alguno de los países africanos que contemplan la pena de muerte sí es de mayoría católica. Habría que ir mirando caso por caso.

Si todos pensáramos igual, este foro sería otra cosa. Si es un espacio para el debate es por que no todos pensamos de la misma manera y es a través de la conversación que podemos entendernos mejor unos a otros.

Volviendo al tema del debate y desde un punto de vista absolutamente personal, no creo que la postura de la Iglesia en este aspecto sea muy diferente de la que ya tenía. Simplemente ha cerrado el debate afianzando su postura en defensa de la vida sin excepciones. No se trata de un cambio brusco sino de un proceso gradual que ha venido gestándose continuadamente desde Juan Pablo II. Hay que matizar que la Iglesia no defendía la pena de muerte sino que admitía que en determinadas circunstancias, los gobiernos legítimos podían aplicarla en defensa del bien común siempre y cuando no hubiesen otras alternativas y bajo la absoluta certeza de culpabilidad del acusado, lo cual es muy diferente. Sin embargo ahora se ha dejado claramente explícito que, para la Iglesia, la pena de muerte es inadmisible porque se trata de un ataque a la dignidad de la vida humana.

Y esto creo que es importante que ocurra precisamente en este momento porque si bien es cierto, como comentas, que la pena de muerte ya no está vigente en la mayoría de países de tradición católica y por tanto no se explica muy bien este cambio desde esa óptica, también es cierto que las leyes eugenésicas -aborto, eutanasia, etc- están en franco crecimiento en dichos países, y no es coherente que la Iglesia esté justificando por un lado las ejecuciones sumarias en nombre del bien común y por el otro condenando las leyes que atentan contra la vida humana desde su concepción hasta su muerte natural, supuestamente basadas según sus ideólogos en el mismo motivo humanitario. No son pocos los argumentos de los 'antivida' que utilizan el resquicio de esa justificación, ahora eliminada, para justificar por su parte sus posturas eugenésicas frente a las críticas de la Iglesia.

De otro lado también tenemos amplios sectores católicos, donde existe la pujanza de una conciencia cada vez más fuerte, que percibe la eliminación del otro como una vía conforme al Evangelio, si con ello se logra un bien mayor para el individuo o el estado. Y la justificación católica de la pena de muerte solo hacía que ahondar en esa conciencia. La práctica del mal menor que desde hace un par de siglos ha venido siendo una marca distintiva del catolicismo liberal, y que de alguna forma justifica ese modo de pensar, que de excepcional ha pasado a ser algo habitual, no hace otra cosa que conjugar la doctrina católica con el relativismo y el naturalismo, en una ideología bastante perversa e inmoral que está corrompiendo los fundamentos esenciales de la fe.

Dios ordena explicitamente no matar ya en el Antuguo testamento, y Jesús actualiza esa enseñanza haciéndola aún más grave cuando dice «Habéis oído que se dijo a los antepasados: “No matarás”; y aquel que mate será reo ante el tribunal. Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal» (Mt 5, 21-22). La doctrina católica enseña por su parte que «nunca está permitido hacer el mal para obtener un bien» (Cat.1789) ergo, de la enseñanza divina se deduce que matar es hacer el mal y de la enseñanza eclesial, que eso no está permitido. La única justificación posible ante el quebranto de dicho mandamiento sería la defensa propia, ya sea de la persona o de la sociedad cuando no exista otro recurso, cosa que hoy en día no se entiende en el caso de un criminal preso y condenado, y por tanto de muy difícil cuando no imposible reincidencia. Además, la justificación que la tradición ha hecho siempre de la pena de muerte, se basaba en el papel ejecutor del gobierno como brazo de Dios de la justicia, cosa que en un mundo de gobiernos que han rechazado oficialmente a Dios, tiene poco sentido. Nos adentramos cada día más en un mundo de conciencia pura y dura.

Finalmente la pregunta que planteo es la siguiente: Si hemos sido hechos para amar y ser amados, y la ley de Dios es la ley el amor y desde el amor debemos ordenarnos ¿de qué manera estamos amando al otro cuando lo condenamos a muerte?

A esa pregunta he escuchado en ocasiones la respuesta que pone la misericordia hacia el reo como la justificación de su pena, es decir cuando el reo es ejecutado estaría pagando por sus crímenes y de esta forma se le liberaría del sufrimiento de su alma por haberlos cometido o de una vida indigna en prisión. Dicha justificación ha sido ampliamente utilizada en la historia, e incluso da nombre a una antigua daga que llevaban los caballeros en las cruzadas y batallas para dar muerte al enemigo caído y agonizante -daga de la misericordia o quitapenas en su versión española-, sin embargo, si siguiéramos utilizando esa justificación ¿no serían entonces igualmente justificables los argumentos que emplean los defensores de la eutanasia, dar muerte a alguien para librarle de sus sufrimientos?

Personalmente no encuentro otra manera de abordar este asunto desde la perspectiva de la fe católica, aunque sin duda estoy abierto a escuchar otros puntos de vista si con ello podemos avanzar en una mejor comprensión y practica de nuestra fe, que a fin de cuentas es la que ha fundamentado la unidad de la patria que compartimos.

hace 3 horas, don Fernandito dijo:

como digo, yo asumo el contenido pero... tomad cualquier otro tema polémico en el mundo de hoy y aplicadle la misma plantilla que marqué en negrita.

 

me parece, cuanto menos, desafortunada la formulación.

El que exista una nueva comprensión por parte de los estados, que en el ámbito católico podría definirse como una mejor comprensión, no es algo malo sino un deber de toda persona cuando se refiere al entendimiento y la actitud con respecto a la vida humana. El hecho de que la memoria sea inmutable pues se trata de un pasado consumado, no debe impedirnos avanzar en la comprensión de lo que ésta significa para nuestro presente ni mucho menos impedirnos avanzar en el camino de un bien mayor. La tradición no es ni puede ser un monolito insuperable que nos ancle en el pasado, sino un medio vivo por el que nos llegue desde el pasado, el verdadero sentido y orientación que debe tener la vida en Cristo.

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Copio íntegro el discurso del Papa Francisco el pasado mes de octubre de 2017, con motivo del 25 aniversario del Catecismo actual de la Iglesia Católica, donde se refirió explícitamente a este tema y explicó de manera muy clara el motivo que meses después le ha llevado a realizar el cambio doctrinal que origina este debate.

Cita

DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
CON MOTIVO DEL XXV ANIVERSARIO DEL
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

Aula del Sínodo
Miércoles, 11 de octubre de 2017

[Multimedia]


 

Señores Cardenales,
Queridos Hermanos en el Episcopado y en el Sacerdocio,
Señores Embajadores,
Ilustrísimos Profesores,
hermanos y hermanas:

Los saludo cordialmente y le agradezco a Mons. Fisichella sus amables palabras.

La celebración del vigésimo quinto aniversario de la Constitución apostólica Fidei depositum, con la que san Juan Pablo II, a los treinta años de la apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II, promulgó el Catecismo de la Iglesia Católica, es una oportunidad significativa para verificar el camino recorrido desde entonces. San Juan XXIII quiso y deseó el Concilio, no para condenar errores, sino sobre todo para hacer que la Iglesia lograra presentar con un lenguaje renovado la belleza de su fe en Jesucristo. «Es necesario –afirmaba el papa en su Discurso de apertura– que la Iglesia no se aparte del sacro patrimonio de la verdad, recibido de los padres; pero, al mismo tiempo, debe mirar a lo presente, a las nuevas condiciones y formas de vida introducidas en el mundo actual, que han abierto nuevos caminos para el apostolado católico» (11 octubre 1962). «Deber nuestro –continuaba el Pontífice– no es sólo custodiar ese precioso tesoro, como si únicamente nos preocupara su antigüedad, sino dedicarnos también, con diligencia y sin temor, a la labor que exige nuestro tiempo, prosiguiendo el camino que desde hace veinte siglos recorre la Iglesia» (ibíd.).

«Custodiar» y «proseguir» es la tarea que le compete a la Iglesia, en razón de su misma naturaleza, para lograr que la verdad impresa en el anuncio del Evangelio por parte de Jesús alcance su plenitud hasta el fin de los tiempos. Se trata de una gracia concedida al Pueblo de Dios, pero también de una tarea y una misión de la que nos sentimos responsables, para anunciar de una manera nueva y más íntegra el Evangelio de siempre a los hombres de hoy. Con la alegría que brota de la esperanza cristiana, y provistos de la «medicina de la misericordia» (ibíd.), nos acercamos pues a los hombres y mujeres de nuestro tiempo para que descubran la riqueza inagotable de la persona de Jesucristo.

Al presentar el Catecismo de la Iglesia Católica, san Juan Pablo II afirmaba que un catecismo «debe tener en cuenta las declaraciones doctrinales que en el decurso de los tiempos el Espíritu Santo ha inspirado a la Iglesia. Y es preciso que ayude también a iluminar con la luz de la fe las situaciones nuevas y los problemas que en otras épocas no se habían planteado aún» (Const. ap. Fidei depositum, 3). Este Catecismo, por tanto, constituye un instrumento importante, no sólo porque presenta a los creyentes las enseñanzas de siempre, para crecer en la comprensión de la fe, sino también y sobre todo porque pretende que los hombres de nuestro tiempo, con sus nuevas y diversas problemáticas, se acerquen a la Iglesia, que se esfuerza por presentar la fe como la respuesta verdaderamente significativa para la existencia humana en este momento histórico particular. No basta, por tanto, con encontrar un lenguaje nuevo para proclamar la fe de siempre; es necesario y urgente que, ante los nuevos retos y perspectivas que se abren para la humanidad, la Iglesia pueda expresar esas novedades del Evangelio de Cristo que se encuentran contenidas en la Palabra de Dios pero aún no han visto la luz. Este es el tesoro de las «cosas nuevas y antiguas» del que hablaba Jesús cuando invitaba a sus discípulos a que enseñaran lo nuevo que él había instaurado sin descuidar lo antiguo (cf. Mt 13,52).

El evangelista Juan escribió una de las páginas más bellas de su Evangelio al transmitirnos la llamada «oración sacerdotal» de Jesús. Antes de afrontar su pasión y su muerte, Jesús se dirige al Padre manifestando su obediencia mediante el cumplimiento de la misión que se le había confiado. Sus palabras son un himno al amor, y contienen también la súplica para que los discípulos sean custodiados y protegidos (cf. Jn 17,12-15). De la misma forma, Jesús ora por los que más adelante creerán en él gracias a la predicación de sus discípulos, para que también ellos sean congregados y permanezcan unidos (cf. Jn 17,20-23). Con la expresión: «Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo» (Jn 17,3), tocamos el culmen de la misión de Jesús.

Como se sabe, conocer a Dios no consiste en primer lugar en un ejercicio teórico de la razón humana sino en un deseo inextinguible inscrito en el corazón de cada persona. Es un conocimiento que procede del amor, porque hemos encontrado al Hijo de Dios en nuestro camino (cf. Carta enc. Lumen fidei, 28). Jesús de Nazaret camina con nosotros para introducirnos con su palabra y con sus signos en el misterio profundo del amor del Padre. Este conocimiento se afianza, día tras día, con la certeza de la fe de sentirse amados y, por eso, formando parte de un designio lleno de sentido. Quien ama busca conocer aún más a la persona amada para descubrir la riqueza que lleva en sí y que cada día se presenta como una realidad totalmente nueva.

Por este motivo, nuestro Catecismo se entiende a la luz del amor como experiencia de conocimiento, de confianza y de abandono en el misterio. El Catecismo de la Iglesia Católica, al delinear los puntos estructurales que lo componen, retoma un texto del Catecismo Romano, lo hace suyo, proponiéndolo como clave de lectura y de aplicación: «Toda la finalidad de la doctrina y de la enseñanza debe ser puesta en el amor que no acaba. Porque se puede muy bien exponer lo que es preciso creer, esperar o hacer; pero sobre todo debe resaltarse que el amor de Nuestro Señor siempre prevalece, a fin de que cada uno comprenda que todo acto de virtud perfectamente cristiano no tiene otro origen que el amor, ni otro término que el amor» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 25).

En esta perspectiva, me gustaría referirme a un tema que debería ser tratado en el Catecismo de la Iglesia Católica de una manera más adecuada y coherente con estas finalidades mencionadas. Me refiero de hecho a la pena de muerte. Esta cuestión no se puede reducir al mero recuerdo de un principio histórico, sin tener en cuenta no sólo el progreso de la doctrina llevado a cabo por los últimos Pontífices, sino también el cambio en la conciencia del pueblo cristiano, que rechaza una actitud complaciente con respecto a una pena que menoscaba gravemente la dignidad humana. Hay que afirmar de manera rotunda que la condena a muerte, en cualquier circunstancia, es una medida inhumana que humilla la dignidad de la persona. Es en sí misma contraria al Evangelio porque con ella se decide suprimir voluntariamente una vida humana, que es siempre sagrada a los ojos del Creador y de la que sólo Dios puede ser, en última instancia, su único juez y garante. Jamás ningún hombre, «ni siquiera el homicida, pierde su dignidad personal» (Carta al Presidente de la Comisión Internacional contra la pena de muerte, 20 marzo 2015), porque Dios es un Padre que siempre espera el regreso del hijo que, consciente de haberse equivocado, pide perdón y empieza una nueva vida. Por tanto, a nadie se le puede quitar la vida ni la posibilidad de una redención moral y existencial que redunde en favor de la comunidad.

En los siglos pasados, cuando no se tenían muchos instrumentos de defensa y la madurez social todavía no se había desarrollado de manera positiva, el recurso a la pena de muerte se presentaba como una consecuencia lógica de la necesaria aplicación de la justicia. Lamentablemente, también en el Estado Pontificio se acudió a este medio extremo e inhumano, descuidando el primado de la misericordia sobre la justicia. Asumimos la responsabilidad por el pasado, y reconocemos que estos medios fueron impuestos por una mentalidad más legalista que cristiana. La preocupación por conservar íntegros el poder y las riquezas materiales condujo a sobrestimar el valor de la ley, impidiendo una comprensión más profunda del Evangelio. Sin embargo, permanecer hoy neutrales ante las nuevas exigencias de una reafirmación de la dignidad de la persona nos haría aún más culpables.

Aquí no estamos en presencia de ninguna contradicción con la enseñanza del pasado, porque la Iglesia siempre ha enseñado de manera coherente y autorizada la defensa de la dignidad de la vida humana, desde el primer instante de su concepción hasta su muerte natural. El desarrollo armónico de la doctrina, sin embargo, requiere que se deje de sostener afirmaciones en favor de argumentos que ahora son vistos como definitivamente contrarios a la nueva comprensión de la verdad cristiana. Además, como ya mencionaba san Vicente de Lerins: «Quizá alguien diga: ¿Ningún progreso de la religión es entonces posible en la Iglesia de Cristo? Ciertamente que debe haber progreso, y muy grande. ¿Quién podría ser tan hostil a los hombres y tan contrario a Dios que intentara impedirlo?» (Conmonitorium, 23.1: PL 50). Es necesario, por tanto, reafirmar que por grave que haya sido el delito cometido la pena de muerte es inadmisible, porque atenta contra la inviolabilidad y la dignidad de la persona.

«La Iglesia, en su doctrina, en su vida y en su culto perpetúa y transmite a todas las generaciones todo lo que ella es, todo lo que cree» (Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Dei Verbum, 8). Durante el Concilio, los Padres no pudieron encontrar una expresión más afortunada para explicar de manera sintética la naturaleza y la misión de la Iglesia. No sólo con la «doctrina», sino también con la «vida» y con el «culto» se le ofrece a los creyentes la capacidad de ser Pueblo de Dios. Con una sucesión de verbos, la Constitución dogmática sobre la divina Revelación expresa la dinámica progresiva del proceso: «Esta Tradición progresa […] crece […] tiende constantemente a la plenitud de la verdad divina, hasta que en ella se cumplan las palabras de Dios» (ibíd.).

La Tradición es una realidad viva y sólo una mirada superficial puede ver el «depósito de la fe» como algo estático. La Palabra de Dios no puede ser conservada con naftalina, como si se tratara de una manta vieja que hay que proteger de la polilla. ¡No! La Palabra de Dios es una realidad dinámica, siempre viva, que progresa y crece porque tiende hacia un cumplimiento que los hombres no pueden detener. Esta ley del progreso, según la feliz formulación de san Vicente de Lerins: «Annis consolidetur, dilatetur tempore, sublimetur aetate» (Conmonitorium, 23.9: PL 50), pertenece a la peculiar condición de la verdad revelada en cuanto que es transmitida por la Iglesia, y no comporta de manera alguna un cambio de doctrina.

No se puede conservar la doctrina sin hacerla progresar, ni se la puede atar a una lectura rígida e inmutable sin humillar la acción del Espíritu Santo. «Dios, que muchas veces y en diversos modos habló en otros tiempos a los padres» (Hb 1,1), «habla sin intermisión con la Esposa de su amado Hijo» (Dei Verbum, 8). Estamos llamados a hacer nuestra esta «voz», mediante una actitud de «escucha religiosa» (ibíd., 1), para que nuestra vida eclesial progrese con el mismo entusiasmo de los comienzos, hacia esos horizontes nuevos a los que el Señor nos quiere llevar.

Gracias por este encuentro y por su trabajo; les pido que recen por mí y los bendigo de corazón. Gracias.

Fuente: Sitio web del Vaticano

 

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      Una vez más, por aprecio a estos amigos dejo solo el enlace para enviar las visitas a la fuente.

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      Si rebuscáis en las hemerotecas, hay muchos artículos de parecido tenor, incluso mucho más explícitos y en fechas muy anteriores (finales del s. XIX - principios del s. XX). He traído este porque es breve y no hay que hacer el trabajo de escanear y reconocer los caracteres, que siempre da errores y resulta bastante trabajoso, pues ese trabajo ya lo ha hecho la Fundación Gustavo Bueno.

      Señalo algunos hechos que llaman la atención:

      1) En 1947 la natalidad de Francia ya estaba por los suelos. Ni Plan Kalergi, ni Mayo del 68, ni conspiraciones varias.

      2) Pero España, en 1947 y en pleno auge del catolicismo de posguerra, tampoco estaba muy bien. En particular, estaban francamente mal regiones ricas como el País Vasco y Cataluña. ¿Será casualidad que estas regiones sean hoy en día las que más inmigración reciben?

      3) El autor denuncia que ya en aquel entonces los españoles estaban entregados a una visión hedonística de la existencia, que habían perdido la vocación de servicio y que se habían olvidado de los fines trascendentes. No es, por tanto, una cosa que venga del Régimen del 78 o de la llegada al poder de Zapatero. Las raíces son mucho más profundas.

      4) Señala que el origen de este problema es ético y religioso: se ha perdido la idea de que el matrimonio tiene por fin criar hijos para el Cielo. Pero también se ha perdido la idea del límite: las personas cada vez tienen más necesidades y, a pesar de que las van cubriendo, nunca están satisfechas con su nivel de vida.

      Este artículo antiguo ilumina muchas cuestiones del presente. Y nos ayuda a encontrarle solución a estos problemas que hoy nos golpean todavía con mayor fuerza. Creo que puede ser de gran provecho rescatar estos artículos.
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      Recientemente en Madrid se convocó una contramanifestación que acabó con todos los asistentes filiados por la policía. Militantes o simpatizantes de ADÑ denuncian que la convocó inicialmente una asociación fantasma que no había pedido permiso y cuyo fin último podría ser provocar:

      Cabe preguntarles por qué acudieron a una convocatoria fantasma que no tenía permiso. ¿Os dais cuenta de lo fácil que es crear incidentes con un par de mensajes en las redes sociales?

      Un periodista denuncia que se ha puesto en marcha una campaña titulada "Tsunami Español" que pretende implicar a militares españoles y que tiene toda la pinta de ser un bulo de los separatistas o de alguna entidad interesada en fomentar la discordia:

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      Si pincháis en el trending topic veréis que mucha gente de derechas ha caído en el engaño.

      Como decía, desconozco la importancia que puedan tener estas intoxicaciones. Pero sí me parece claro que con las redes sociales sale muy barato intoxicar y hasta promover enfrentamientos físicos con unos cuantos mensajes bien dirigidos. En EEUU ya se puso en práctica lo de citar a dos grupos contrarios en el mismo punto para que se produjesen enfrentamientos, que finalmente ocurrieron.
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