Retrato de Felipe II a finales de su reinado, junto al una imagen del mecanismo interior del autómata que Felipe II encargó en honor de San Diego de Alcalá en 1562
Retrato de Felipe II a finales de su reinado, junto al una imagen del mecanismo interior del autómata que Felipe II encargó en honor de San Diego de Alcalá en 1562

Bajo la protección del Rey de España, el gran relojero, ingeniero, matemático e inventor Juanelo Turriano realizó infinidad de artefactos sorprendentes para la época, entre los que se encontraban una serie de «robots» primitivos hechos de madera que se movían solos con avanzados mecanismos

Madrid Actualizado:

Que los humanos han soñado con humanoides y similares desde hace mucho tiempo es algo fácil de probar con la historia que les vamos a contar a continuación de dos sorprendentes autómatas creados hace casi 500 años en España. Era la pasión por las máquinas llevadas a su máxima expresión, representada por Juanelo Turriano, el gran relojero, ingeniero, matemático, inventor y hasta astrónomo de Carlos V y Felipe II durante la revolución científica del siglo XVI, cuando nuestro imperio consolidaba su hegemonía mundial a base de exploraciones. Una época en la que la innovación era continua y en la que nuestro protagonista llegó a ser considerado «el nuevo Arquímedes».

Cuenta Nicolás García Tapia en «Patentes de invención españolas en el siglo de oro» (Ministerio de Industria y Energía, 1991) que Turriano había sido pastor y que, «observando las estrellas cuando era solo un niño, llegó a deducir él mismo sus movimientos. Sabido esto por Giorgio Fondulo, profesor de la Universidad de Padua, le enseñó los principios de la astronomía. Entonces se le conocía como Janello, Gianello, Lionello, variantes italianas de Giovanni, su nombre de nacimiento».

En Milán montó su primer taller de relojes y empezó a dar muestras de su ingenio con una potente máquina para sacar piezas pesadas del interior de una fosa muy profunda. Pronto propuso también un sistema para limpiar los acarreos acumulados en los canales de Venecia, con el que la ciudad ahorraría el 90% de los costes que venía produciendo. Y se le atribuye igualmente de aquella época una ingeniosa cerradura para las casas, la utilización y mejora de las bombas hidráulicas y la invención de la conocida «suspensión de Cardán».

«El hombre de palo»

Pero el año que cambió la vida de Turriano fue 1529, cuando Carlos I llegó a Italia para ser coronado emperador del Sacro Imperio Romano como Carlos V. Con tal motivo, la ciudad de Milán pensó en regalarle el famoso reloj astrónomo de Giovanni Dondi, construido dos siglos antes. El problema es estaba totalmente descompuesto y nadie podía arreglarlo. Pero entonces nuestro protagonista, que ya había dado muestras de su habilidad, se ofreció para el trabajo y acabó siendo nombrado por el monarca como su relojero oficial.

El ingeniero se convirtió en una de las 50 personas al servicio de Carlos V, hasta el punto de acompañarlo a su retiro en Yuste, en Cáceres, donde adoptó el nombre de Juanelo Turriano. Allí se encargó del mantenimiento de los relojes, a los que el emperador era muy aficionado, y comenzó a construir sus primeros autómatas, tales como muñecas que tocaban y bailaban y hasta pájaros que volaban. Entre los que han sobrevivido se encuentra una dama de madera que tocaba el laúd y se encuentra en el Museo de Historia del Arte de Viena.

Uno de los más conocidos, el primero de los ejemplos mencionados, fue «El hombre de palo», que se cree que lo construyó ya en época de Felipe II, bajo cuya protección desarrolló sus principales trabajos. Entre ellos, un famoso artificio hidráulico capaz de elevar el agua del Tajo 100 metros para llevarlo hasta el Alcázar y el sorprendente reloj astronómico conocido como «el cristalino», debido a que sus paredes de cristal permitían contemplar el complejo mecanismo. El autómata, por su parte, era de madera, tenía la apariencia de un monje y, según varios documentos antiguos, se paseaba por las calles de Toledo pidiendo limosna.

«Era tal su nivel de realismo, que no pudo evitar convertirse en objetivo de la Santa Inquisición, ya que defendían que Dios era único autorizado para crear seres vivos. El autómata, de un realismo sin precedentes hasta ese momento, tan solo podía ser para la Iglesia un objeto poseído por el diablo. Por eso se pensó, durante siglos, que acabó siendo quemado por hereje», aseguraba Rolando Fernández Benavidez en «¿Puede pensar y tener alma un Robot?: Inteligencia Artificial» (Nova, 2019). Pero hoy en día, este «hombre de palo» se ha convertido en una especie de leyenda y no se sabe a ciencia cierta cuál fue su paradero.

El accidente en Alcalá de Henares

La historia del segundo «robot» comienza con una tragedia acaecida en 1562, cuando el príncipe Carlos se cayó por las escaleras de su residencia en Alcalá de Henares mientras perseguía a una sirvienta. El hijo de Felipe II se golpeó la cabeza contra una puerta y, aunque al principio no pareció muy grave, su estado empeoró rápidamente: la cabeza se le inflamó de manera alarmante, la fiebre le subió mucho, empezó a delirar y hasta perdió la vista. En la corte de Felipe II estaban muy preocupados, puesto que aquel adolescente estaba destinado a ser el Rey de España, gran parte de Europa, Filipinas y la recién descubierta América.

En las calles comenzó a correr el rumor de que el accidente había sido provocado por Dios, que estaba enojado, y hasta se organizaron procesiones como la de la Virgen de Atocha. De Europa llegaban los mejores doctores para aplicarle todo tipo de ungüentos y hacerle purgas, pero nada. Lo único que le provocaban eran continuas evacuaciones intestinales. Desesperado, el monarca puso a los pies de la cama de su hijo la momia de fray Diego de Alcalá, muerto justo cien años antes, e hizo un pacto con Dios: si obraba el milagro de curarle, él le pagaría con otro milagro.

Aquella súplica se produjo al mismo tiempo que en la corte recurrían a los servicios del gran Andrés Vesalio, una de las figuras más relevantes de la medicina universal y autor de uno de los libros más influyentes sobre anatomía humana: «Sobre la estructura del cuerpo humano». Este optó por una trepanación, una operación muy arriesgada que consiste en agujerear levemente el cráneo para aliviar la presión. Aquello parece que provocó su rápida recuperación, aunque a Felipe II creyó que había sido un milagro del San Diego.

El sueño de San Diego de Alcalá

¿Qué podía hacer él que estuviera a la altura? ¿Cuál podría ser su «milagro»? Varios documentos de la época relatan que, la primera vez que pudo hablar tras el accidente, el príncipe Carlos le contó a su padre un sueño que había tenido durante sus delirios. En él aparecía un monje con la cabeza rapada, la nariz puntiaguda y la mirada penetrante vestido con los hábitos franciscanos, el cual, tras entrar en su habitación, se acercaba a él y, con una cruz en la mano, le decía que no se preocupara, que pronto todo iba a mejorar.

El Rey asoció aquella imagen con la de Fray Diego de Alcalá y le pidió a a Turriano que construyera una versión mecánica de este. Pero nuestro relojero fue un paso más allá en lo que a realismo se refiere y obró su pequeño «milagro» con un segundo autómata en honor al santo. Un ejemplo primitivo de «robot» de madera y hierro con aspecto de monje, con un aspecto tan real que resultaba sorprendente para la época. Se movía por sí solo con un mecanismo totalmente oculto dentro de su cuerpo y, a diferencia otros sencillos autómatas construidos anteriormente, su aspecto no era precisamente encantador. Producía respeto y tenía un aire misterioso y realista que le alejaba de un simple juguete.

Lo más sorprendente es que este sí se ha conservado hasta nuestros días. Llegó desde Ginebra, en 1977, al Museo Nacional de Historia Estadounidense del Smithsonian, en Washington, donde aún se le puede ver en movimiento, igual que hace 500 años, con sus más de 40 centímetros de alto, 15 de ancho y otros 12 de grosor. Camina poniendo un pie tras el otro, se da golpes en el pecho con una mano como si entonara el mea culpa y levanta y baja una pequeña cruz de madera con la otra, mientras gira su cabeza gira y mueve los ojos y la boca como si estuviera rezando.

 

Este prodigio, sin embargo, no resultó de gran ayuda en lo que a la salud del príncipe Carlos se refiere, puesto que murió a los 23 años entre brotes psicóticos y encerrado en sus aposentos. Los daños cerebrales provocados por la trepanación agravaron su ya temperamento impulsivo y violento. El relojero, por su parte, murió arruinado en 1585, después de que nadie quisiera financiar los gastos de su artificio hidráulico para el Alcázar de Toledo. Hace dos años, la Biblioteca Nacional de España (BNE) le rindió un homenaje a través de la exposición «Juanelo Turriano, un genio del renacimiento».