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Hispanorromano

Hispanistas olvidados: Pablo Antonio Cuadra

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Siguiendo el propósito que formulé hace tiempo de rescatar a hispanistas que hubiesen caído en el olvido en España, traigo esta vez un artículo de Pablo Antonio Cuadra, poeta y escritor nicaragüense que siempre defendió a España y que escribió bellísimas líneas en defensa de la Hispanidad y de su reunificación. Un esbozo biográfico:

Cita

Pablo Antonio Cuadra Cardenal  (1912-2002)

Poeta católico e ideólogo nicaragüense, nacido en Managua el 4 de noviembre de 1912, y fallecido el 2 de enero de 2002 en la misma capital. Una de las figuras más influyentes y prestigiosas de Nicaragua en las últimas décadas del siglo XX, al punto de ser habitualmente conocido por sus siglas: PAC. Hijo de Carlos Cuadra Pasos (1879-1964), jurista, estadista, canciller y diplomático, y de Merceditas Cardenal, su entorno familiar no es ajeno ni a la política ni a la poesía (entre sus familiares: José Coronel Urtecho y el presbítero Ernesto Cardenal, Ministro de Cultura cuando el régimen sandinista). De muy joven se incorporó como fundador al movimiento vanguardista de Nicaragua, en el que junto con José Coronel Urtecho mostró especial preocupación por los aspectos políticos e histórico culturales: sobre ellos ejerció muy temprana influencia Ramiro de Maeztu y la Defensa de la Hispanidad. Dirigió junto con Octavio Rocha la revista Vanguardia. Su abundante obra parte de los Poemas nicaragüenses, escritos entre 1930 y 1933 y publicados por la editorial Nascimento en Santiago de Chile en 1934. En 1936 se licencia en Leyes por la Universidad de Oriente y Mediodía (Granada, Nicaragua). Pero siendo todavía estudiante había tomado ya contacto con el grupo de monárquicos católicos que en la España de la República se habían organizado en torno a la revista Acción Española, de la que muy pronto sería colaborador. [Sigue la biografía en filosofía.org]

Contexto en al que se publica el artículo: 1943, en plena Segunda Guerra Mundial, cuando España se inclina hacia la neutralidad. Pablo Cuadra simpatiza con la España nacional y le presta su apoyo desde el primer momento. De hecho, este artículo se publica en una revista oficial del régimen. Las cursivas son propias del artículo y nada más he añadido negritas en algunos pasajes para facilitar la lectura.

Cita

POLÍTICA INTERNACIONAL

Y POLÍTICA UNIVERSAL DE ESPAÑA

 

I

Aunque nicaragüense, la presencia de España en mi sangre y en mis pensamientos, y la razón de Imperio que mueve mis anhelos, dan suficiente excusa a estas líneas sobre la política exterior de España, la cual, desde el momento en que cruzó el Atlántico e hizo posible una Hispanidad —gracias a la espada y a la cruz de nuestros antepasados—, no se pertenece ni puede circunscribirse a un "nacionalismo" fronterizo, porque tenemos tanto interés en ella los que hace cuatrocientos años la llevamos a través del mundo para imponerla, como los que, durante esos siglos, se quedaron aquí para guardarla. Interés que manifestamos —con nuestro dolor, nuestra angustia y nuestra pasión—
cuando los que debían guardarla la perdieron, y cuando, perdida, la rescataron. Interés que sigue y aumenta cuando, ya libre, unos y otros la queremos colocar donde la Historia obliga: en la jefatura del mundo. A la cabeza de la política universal.

Es prehistórico para España hablar de política internacional. España, cuando ha vivido conforme a España, cuando ha hecho historia, nunca ha tenido una política "internacional". La relojería de precisar normas para una Europa hecha piezas, el reajuste mecánico de ideales parcializados y egoístas, la locura de los "nacionalismos" (partidos monstruos para las babélicas Cortes de Ginebra) no fue nunca tema español. El tema de la Historia de España es la unidad. Y por ello, cuando la política de España trasciende, es política universal.

Todo el movimiento del alma y de la vida de España tiende a converger en ese vértice apasionado de la unidad. Hable San Leandro junto al esplendor cristiano de Recaredo. Brille la espada, casi cruz, de San Fernando. Digan, las Partidas su literatura para partir hacia el Imperio. Y allí donde avanzan sobre campos sangrientos o sobre páginas blancas espadas o plumas, allí también avanza la Historia hasta, por fin, cerrarse —en el nombre de Santiago— en las puertas de Granada. Isabel y Fernando realizan la universalidad de España. Y tras de ellos, la cesárea monarquía de los Austrias la hará trascender hacia Europa y hacia América. Flandes o Leyes de Indias. Lucha católica, apostólica y romana.

Viendo terminarse la Edad Medía, Carlos y Felipe hacen el empuje titánico de convertirla en "edad entera". Salvar en su unidad católica a Europa, y con la Europa universal verificar la del mundo, ya completo y redondeado por la gracia cristiana de sus vasallos. Pero fue vencida la acción —que no la pasión— de España. Y con los trozos de aquella universalidad quebrada se quiso reconstruir Europa en mapas de colores y discursos democráticos. Vino el dominio de lo internacional, que tenía que llevar al dominio de la Internacional. El ansia de una "comunidad" desechando el único lazo de unidad, que es el espíritu, tenía que producir el comunismo, que es el franco anhelo de comunión por la materia. Fueron dos siglos de lento raciocinio histórico hacia el desenlace fatal. Hasta que otra vez la conciencia universal de España se levantó a dar la última y decisiva batalla a lo internacional (Ginebra) y a la Internacional (Rusia).

Este es el momento en que toda la Hispanidad recobrada —sacudida por los clarines peninsulares— vuelve sus ojos a la España redentora. Y lo primero que ve es un nacionalismo que apenas logra su cometido se rompe en Imperio. Y lo primero que escucha es una orden de "neutralidad" en el preciso instante en que lo internacional hace sus últimos destrozos, sus últimos esfuerzos caóticos, agónicos, por lograr inútilmente la unidad perdida. Es decir: la Hispanidad toda ha encontrado a España en su puesto en la Historia. Dueña de la unidad. En visperas de trascender, de imponer por el Imperio su misión universal al mundo.

II

¿Cuál es esa misión, esa política universal de España?

Tomemos su posición en los paralelos y meridianos del espíritu y de la geografía, y de tal posición desprenderemos su política.

España no es contemporánea al mundo actual. Se ha adelantado, con una guerra por el espíritu, a otra edad nueva —¡nueva Edad Media!—, a la cual el resto del mundo, que camina tropezándose consigo mismo en un fangal de materialismo y herejías no ha llegado aún. España, madrugadora y profética, se echó a la guerra de Dios adelantando el reloj de la Historia. Precipitó el "amanecer" de la Cristiandad, mientras el resto, de Europa todavía anda en las tinieblas nocturnas de su pecado contra la unidad.

A esa su posición de "adelantada"' en las rutas de la Historia agreguemos su posición imperial en los caminos del espíritu. España es la única nación en el universo que, a una voz de su genialidad y de su sangre, puede escuchar ecos más allá de los mares procelosos del Oriente o al otro lado —azul y latino— del Atlántico. La única que tiene una misma lengua para perforar el horizonte de veinte naciones en América y de un verde archipiélago en el Asia. La única que puede lograr en haz doscientos millones de labios en una sola oración, hacia un solo Dios verdadero. La única que tiene medio mundo por base para elevar el nuevo monumento de la unidad católica universal. ¡Nadie como ella podrá ofrecer mejores garantías imperiales, ni a los designios de Dios ni a la buena voluntad de los hombres moradores de la Cristiandad!

Y a esa su posición rectora en el imperio universal del espíritu, todavía añadamos su lugar europeo, su posición geográfica capital y decisiva. Ella misma es la válvula del corazón del mundo: el Mediterráneo. En ella se explica, se ata y se desata la circulación del mar. Ella fue el impulso —¡y lo es todavía, corazón enfermo por una decadencia que termina!— de la sangre pura, cristiana y arterial del Atlántico, y a ella llega, en busca incesante de misión, de oxígeno católico y evangélico, la sangre venosa, congestionada de paganismos de los mares asiáticos.

Centro del mundo: España. Capital y vértice de todas las inquietudes de unidad y de paz, ella es la única que puede levantar una fuerza mundial, dominadora, capaz de enderezar la historia universal. Ella heredó ese destino de Roma, cuando Roma, quebrada se historia por la obra de Cristo, dejó para sí la universalidad de la Cruz, encargando a España su imperio y su defensa, o sea: la universalidad de su espada.

III

Colocada en tal sitio, destinada a tan alta jerarquía, ya vemos cómo España no puede pertenecer —en la actualidad internacionalista— a ningún "eje" de naciones, porque ella es, espiritual y geográficamente, el eje mismo del mundo cristiano. No puede tomar bando ni partido en la política internacional, porque ella es cabeza fiel de unidad en la balanza de la Historia. La encargada y la única posibilitada para darle al internacionalismo la unidad esencial que ha de convertirlo en Ecumenicidad.

Por otra parte, si España se adelantó a la Historia para que la Historia la espere, es decir, para que el mundo cristiano confíe todas sus esperanzas en ella, y si precisamente las esperanzas del mando nacen porque ella dio la batalla del espíritu, mientras el resto de las naciones, en laberinto de matanza, se desgarran por la carne, por la concupiscencia y por la materia, señal es que su labor imperial vuelve a ser cristiana y cristianizadora. Que Lepanto aún proyecta sobre el porvenir una obligación misionera. Que El Escorial todavía vigila, centinela del Vaticano, por la divina política de Roma. La esencia, pues, de la política interna y externa de España es la catolicidad. España levantó las banderas de su Cruzada para encontrar a Dios en España. No puede levantar las banderas de su Imperio para buscar otra cosa en el exterior.

Y definido así su "ser", fácil es descubrir su "hacer", su quehacer universal.

Su Imperio existe. Está sobre el mapa solamente dormido, esperando la voz de resurrección. Por tanto, su labor de conquista, su labor imperial, no puede rebajarse a imperialismo. Su labor de conquista, como antes dije, es la unidad. Y esta unidad imperial, lógicamente, sólo puede y debe lograrse —por esfuerzo del espíritu— en las tierras que responden por historia a la misma misión universal. En América y en las Filipinas. ¡La fuerza del Imperio, que todos en comunidad necesitamos para cumplir el mismo destino ecuménico, está en manos de España! Su labor conquistadora es darnos, como madre y misionera, la lección de espiritualidad que ha de enlazamos dentro de la libertad de un poderío capaz de imponer al mundo su nueva ruta católica. España necesita de América para punto de apoyo en la gran empresa a todos asignada. América necesita de España para alcanzar a Europa en su anhelo, también imperial, de universalidad. Son todas las Españas las que, sintiendo el mismo soplo vasto y poderoso de su Historia y de su sangre comunes, necesitan reforzarse en esa unión, en esa unidad que, basada en el espíritu, en una labor de espíritu tiene también que rebalsar.

Obligada está España, pues, a no dejar que la brújula de su Imperio decline hacia imperialismos que quebrarían el rumbo de su destino, haciéndola entrar en una nueva decadencia. Pero mientras por una labor lenta e intensa de expansión espiritual produce esta consolación imperial de toda la Hispanidad, su posición geográfica le ordena, por capital y decisiva, a que su neutralidad sea una "neutralidad en acecho", un apartarse digno de la internacional, pero un vigilar tenso y constante sobre lo universal. En otras palabras, España está obligada a utilizar esa reserva actual para acrecentar su poderío, necesario para el futuro del mundo. Su neutralidad no es "un volver las espaldas", sino "un estar alerta" para aprovechar todas las circunstancias del derrumbe de lo internacional en beneficio de su grandeza y de su fuerza como potencia. Sea cual sea la solución de esta guerra, Europa está liquidando en ella toda una edad podrida. Quizá estemos ya en el cruce violento de dos épocas. Y la nueva que ha de abrirse, bajo nuevas amenazas, bajo nuevas formas cansadas de la anti-Europa, esa nueva edad, a quien ha de pedir la solución de su angustia naciente, es a quien la tiene y a quien puede dársela. A España, cuya obligación es la de estar firme sobre su geografía decisiva, y la de contar con el respaldo imperial de toda Hispanidad reconstruida.

España, pues, sólo tiene dos caminos —que se juntan y llevan al mismo destino— en su política exterior, en su política universal. Esperar el momento universal de Europa fortaleciendo, en una neutralidad alerta, su potencialidad nacional, destacándose cada vez más, haciéndose cada vez más necesaria, hasta adueñarse de la última palabra en la solución de la nueva edad que se abre. Y para fuerza de este quehacer, para auxilio en esta empresa, para base de la cristianización del mundo que le encarga Roma, tomar la dirección espiritual en la reconstrucción del Imperio de la Hispanidad, dándole a esa Hispanidad una empresa que la unifique: La empresa de la espada al servicio de la Cruz.

PABLO ANTONIO CUADRA

 

Pablo Antonio Cuadra, Política internacional y política universal de España, Revista de estudios políticos, N.º 9-10, 1943, p. 161.

 

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    • Por Latino I
      Fuentes: https://www.vatican.va/content/benedict-xvi/es/speeches/2008/september/documents/hf_ben-xvi_spe_20080912_parigi-cultura.html
                      Brague, Rémi (2021): Manicomio de verdades: Remedios medievales para la era moderna. Madrid: Encuentro
       
      En otros hilos hemos tratado el asunto de la geopolítica y los bloques que existen hoy en el mundo, y también cómo deben posicionarse los países hispanos ante esta situación. Relacionado con este tema, hemos hablado de la batalla cultural que se puede llevar a cabo desde el mundo hispánico. Me parece que además de considerar de manera estratégica (geopolítica) las opciones que los países hispanos tienen a la hora de formar un "bloque" independiente de los que hoy dominan el mundo, tenemos que partir del concepto de cultura que está en el centro del catolicismo. Y no creo que haya mejor fuente para revisar dicho concepto que el discurso que Benedicto XVI pronunció en el College des Bernardins en París en el año 2008.
      En ese discurso, Ratzinger se refirió al período histórico de derrumbe del Imperio Romano, una época de "confusión en la que nada parecía quedar en pie"; se trataba de un mundo que estaba siendo aniquilado, como el actual. Por aquel entonces, los monjes se retiraban a los monasterios, no con la intención de preservar una cultura o de crear una nueva, sino que lo hacían simplemente para buscar a Dios ("quaerere Deum"). El papa desglosó con maestría y con su característico estilo límpido y bello los elementos que eran inherentes a dicha búsqueda, a saber, el cultivo de la palabra (en la que debemos incluir el canto) y el trabajo. La propia naturaleza de la fe católica, que es a su vez universal, empujaba a los monjes al estudio de la gramática y al trabajo manual.
      Uno de los participantes en aquel encuentro del mundo de la cultura con el papa fue el filósofo de la Sorbona Rémi Brague, que en un reciente volumen titulado "Manicomio de verdades: remedios medievales para la vida moderna", editado por Encuentro, hace un análisis extraordinario del concepto de cultura partiendo de esta conferencia a la que había acudido como oyente. Brague se refiere a la cultura como "subproducto", en la línea de lo que Benedicto XVI hacía en la conferencia, es decir, como el resultado final de un proceso ajeno a la propia cultura: en nuestro caso, la búsqueda de Dios por parte de los monjes.
      Afirma Brague lo siguiente: "El ejemplo que el papa Benedicto sitúa en el foco de su meditación es, como observé al principio, bastante sorprendente: la vida monástica en la Edad Media. Según el papa Benedicto, la intención de los monjes medievales no era, definitivamente, la de crear cultura, ni siquiera la de preservar una cultura anterior. Ahora bien, lo que sucede es que lograron – y de una forma espléndida – algo que no pretendían obtener. En términos históricos, sus actividades culturales fueron asimismo subproductos."
      Retomando la propia naturaleza de la fe católica de los primeros cristianos, y comentando acerca de la nueva relación que se estableció entre los conceptos "fe" y "cultura", escribe Brague que "tanto los judíos como los paganos tenían sistemas de cultura completamente desarrollados, integrados en una sola religión. Pero san Pablo provocó un cambio radical. Separó la cultura de la religión, en contra de la paideia griega y la halaja judía." Esto contrasta claramente con otras culturas de diversos periodos históricos y áreas geográficas, en las que se puede producir una identidad religión-cultura bastante claro. Y esto se demuestra de manera clara cuando nos fijamos en las materializaciones concretas de ciertos "elementos culturales: vemos que existe una moda musulmana, pero no cristiana; lo mismo pasa con la gastronomía, no existe una cocina cristiana. El papa, en su discurso, explicaba esto aludiendo a la universalidad de Dios y de la razón que se encontraban en el centro de las motivaciones de los monjes: para ellos "la fe no pertenecía a las costumbres culturales, diversas según los pueblos, sino al ámbito de la verdad que igualmente tiene en cuenta a todos."
      Me parece interesante todo esto que comento por el tema de la batalla cultural que hoy está tan de moda. Si no existe, propiamente hablando, una cultura cristiana, sino que ella es un subproducto de algo más, el punto de partida de dicha batalla no pueden ser leyes o alianzas geoestratégicas, pues sin ese “quaerere Deum” que mencionaba el papa todo lo demás es vano. De ahí lo vació de propuestas culturales que hemos tratado en otros hilos, como pueden ser la escuela de Oviedo o el falso tradicionalismo de partidos políticos como Vox.
      Otro elemento esencial, a mi modo de ver, es el hecho de que los monjes de entonces, en su búsqueda de Dios, no preservaron solo la literatura y los escritos cristianos, sino que custodiaron también obras claramente paganas. Esto nos enseña hoy que no podemos rechazar “en bloque” los elementos culturales que han producido los distintos imperios que diariamente criticamos (americanos, chinos, rusos…) En nuestros días, estas “estructuras” o “productos” son la naturaleza sobre la que tiene que actuar la gracia. Escribe Brague algo que tiene que ver con esto cuando dice:
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      Fuente original: https://www.vatican.va/content/benedict-xvi/es/speeches/2008/september/documents/hf_ben-xvi_spe_20080912_parigi-cultura.html
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      Copio algunos de los fragmentos de la entrevista, ya que es bastante extensa, y dejo el enlace a la misma aquí, para los que queráis leerla en su integridad.
      Entrevista al completo / Fuente: https://lasoga.org/miguel-ayuso-torres-cuando-uno-ve-la-politica-los-estados-unidos-secundada-la-union-europea-la-impresion-sigue-la-estrategia-del-gobierno-medio-del-caos/
       
      Fuente original: https://lasoga.org/miguel-ayuso-torres-cuando-uno-ve-la-politica-los-estados-unidos-secundada-la-union-europea-la-impresion-sigue-la-estrategia-del-gobierno-medio-del-caos/
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      La denominada “revolución americana”, para ellos, no es más que un perfeccionamiento de la francesa.
      León XIII, en su carta Testem benevolentiae, advirtió contra aquellos que “quieren una Iglesia distinta en América de la que existe en todas las demás regiones”. Apreciaba el Papa con gran clarividencia cómo el espíritu de la “nueva sociedad” de los Estados Unidos de América, fundada en principios totalmente contrarios al orden social católico propuesto por la Iglesia desde sus inicios, amenazaba con contaminar las mentes de los propios católicos estadounidenses.
      Lo que León XIII quiso combatir fue precisamente lo que hoy, comúnmente, y en sentido más amplio, conocemos por “americanismo”, que, trasladado a nuestro mundo actual, no es más que la influencia global del poder y principios sociales que sustentan a los Estados Unidos de América. Ensoberbecidos por los principios que inspiraron la construcción de la Estatua de la Libertad, en la firme creencia de que se estaba fundando un nuevo mundo sobre los principios de la verdadera libertad, no se estaba haciendo otra cosa que otorgar carta de naturaleza a la filosofía racionalista liberal aplicada a la política, con el inestimable apoyo del protestantismo y la masonería, núcleo duro de la filosofía de sus adorados “padres fundadores”.
      La consecuencia inmediata de esta ideología fue la llamada “doctrina Monroe”, que pretendía establecer una tabla rasa de diferenciación y de definitiva emancipación de los valores de la “new society” respecto de cualquier condicionamiento procedente del exterior del continente. Muchos pueden entender este planteamiento como meramente geopolítico, pero efectivamente no es así, sino que tiene un alcance más amplio. No olvidemos que esta “doctrina” fue fundada en la fase final de la mal llamada “emancipación” de las provincias españolas de Ultramar, y por tanto, no puede entenderse sino en el contexto de la “des-hispanización” de Hispanoamérica, a la vez promovida por criollos burgueses y masones, como bien demuestra Ramiro de Maeztu en su “Defensa de la Hispanidad”. Se trataba pues, del primer plan de ingeniería social ejecutado por la entonces recién alumbrada nación, y que sirvió de paso para dar el toque de gracia al ya más que decadente imperio hispano, que no había representado sino el baluarte contra Lutero y el martillo de los antepasados de quienes siglos después desembarcaron para construir su “sueño americano”.
      Casi doscientos años después, la “doctrina Monroe” ha cruzado sus propias fronteras, y parece haberse reformulado tácitamente en algo así como “el mundo para los americanos”. La influencia social y cultural de los Estados Unidos, especialmente tras su confirmación como primera potencia tras la Primera Guerra Mundial, es indiscutible. Pero, ¿en qué consiste esa influencia? ¿en qué principios se asienta?
      Comenzando por la segunda cuestión, hay que decir que la denominada “revolución americana”, para ellos, no es más que un perfeccionamiento de la francesa: el traslado a sus últimas consecuencias, de los principios ilustrados. Para el americanista, el gran error de la revolución francesa fue su deriva totalitaria, el Leviathan administrativo que engendró, anulando despóticamente la viva organización social que le precedió para instaurar el germen de lo que más recientemente ha venido a llamarse por algunos el “neodirigismo tecnocrático”, es decir, la política como pura administración de un ingente aparato mecanicista, que es el Estado. La revolución americana, por el contrario, habría conseguido mejor que nadie plasmar socialmente esos ideales ilustrados de libertad e igualdad. Así, los americanistas consideran el gobierno de la voluntad general como otra forma tiránica, heredera de la monarquía absoluta, pero sin renunciar a los principios ilustrados e iluministas que inspiraron a 1789, y se inclinan por la división de poderes, en el marco de una sociedad estrictamente individualista y de laissez faire.
      En cuanto a la primera cuestión, esa influencia consiste en la exportación, a escala global, de esa filosofía profundamente individualista, economicista, pragmática, pelagiana y auto-suficiente. Sin vínculos de sangre, sin más méritos que la iniciativa individual y el afán constante de progreso material. Además, muchos liberales conservadores, entre ellos católicos, que ven sin disgusto ese espíritu materialista, se maravillan contemplando la idea de que Estados Unidos es, a la vez, la “nación religiosa”, tierra donde se armonizan perfectamente la libertad (liberal) con la moral. Pero para superar esta falacia, es necesario comprender la significación que tiene esa mención a lo religioso en relación al enfoque de las logias americanas respecto de las europeas. La masonería americana es deísta, mientras que la europea, comandada por la francesa, es generalmente atea y anticlerical. Luego la significación que tiene el término “dios” o “religión” en uno y otro contexto, en el fondo vienen a significar lo mismo, porque en realidad son la misma esencia traspuesta sobre dos estructuras diferentes. Y esa esencia es la negación sistemática de los principios católicos tradicionales en relación al orden social y político que tan brillantemente se plasmaron en la Cristiandad, así como la persecución de todo aquél que luche por implantarlos en el ámbito público. En el mejor de los casos, para el americano, la religión es una cuestión interna, de conciencia, en la que el Estado no debe inmiscuirse, pero nunca un asunto de Estado, donde sigue rigiendo el racionalismo político ultramoderno.
      Ante estas dos cuestiones, muchos católicos piensan también que, puesto que el sistema político estadounidense, por su configuración minimalista del Estado, respeta la conciencia individual a priori más que los sistemas políticos europeos, más inspirados en el totalitarismo revolucionario francés, coronado por una influencia neo-marxista gramsciana mucho más escasa al otro lado del charco, este modelo es el más adecuado para la convivencia de la Iglesia con la sociedad. O, lo que es lo mismo, la doctrina de la “Iglesia libre en el Estado libre”. Reformulado en términos más llanos: la irrelevancia social es el precio que la Iglesia debe pagar a cambio de que el Estado mantenga en su “burbuja” a los católicos, y no les incomode en el ejercicio de sus derechos y deberes ciudadanos, fundamentalmente desde el despliegue de amplios mecanismos jurídicos de objeción de conciencia, frente a las ya de por sí escasas intromisiones estatales en asuntos morales. Pues bien, esta tesis, además de contraria al Magisterio de la Iglesia, que constantemente a lo largo de los siglos ha enseñado la grave obligación de los gobernantes para con Dios y la Iglesia, es un síntoma de contagio de la mentalidad liberal americanista. Desde esta perspectiva tenemos el terreno sembrado para el comunitarismo clerical, que no es sino una especie dentro del individualismo, a saber, una auto-limitación de los efectos de la vida cristiana al ámbito de los iguales en la fe, solo que en este caso, el ente “individuo” se ensancha analógicamente a la “comunidad cristiana”.
      Para acabar, dos reflexiones que nos han de servir para ubicar este tema en las coordenadas de la más rabiosa actualidad: la primera, la situación venezolana, que no es (y sin que esto sirva para justificar un ápice el sangriento narco-régimen de Maduro) sino otro reflejo del afán de dominio estadounidense sobre los puntos geoestratégicos, otro experimento como el de las “primaveras árabes”, con el agravante de la situación geográfica en el continente americano, pero al que se puede vaticinar idéntico resultado a que a otras revueltas propiciadas por ellos, y después vendidas al mundo como “acciones de liberación”: caos, anarquía y más sufrimiento para la población civil; la segunda reflexión trata acerca del estupor generado por la aprobación, en el estado de Nueva York, de la ley que permite el aborto hasta el momento inmediatamente anterior al nacimiento (último paso antes de la legalización del infanticidio). “En el país de la libertad”, “en la ciudad de la estatua”, esto no puede ocurrir, se dicen muchos. Como si esta ley fuese una traición al espíritu americano de libertad, y no lo que realmente es: otra muestra del camino al que conduce la sociedad regida por la libertad entendida como el ejercicio de las pulsiones interiores del individuo. Que no es otro el leit motiv del liberalismo, y de su derivado, del americanismo.
      Ciertamente, no es que Europa esté mejor, pero lo que está claro es que plantear en términos americanistas la resolución del conflicto religión-sociedad moderna (conflicto que lleva más de un siglo pululando por los despachos vaticanos, sínodos y Concilio incluido), no hace sino agravar el problema, es decir, continuar alejando al mundo moderno de Dios. La Iglesia, custodia del Derecho natural (en otro tiempo denominado “derecho de gentes”), sencillamente no puede abdicar, tampoco en el orden social, de la lucha por “Instaurare Omnia in Christo”. La Iglesia no tiene que comprar su libertad, sino liberar al mundo de la esclavitud del pecado, hodiernamente, del pecado liberal y sus múltiples adyacentes. Y eso no se consigue construyéndole un safe harbour para su supervivencia, ni una open society para el “desenvolvimiento de su personalidad”. Se consigue restaurando las cosas en la Verdad, la única que nos hace libres. Pues no hay imagen que represente más la libertad que la cruz de Cristo.
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       Canal de Javier de Miguel en Youtube
    • Por Hispanorromano
      La hipocresía secular
      Lo paradójico de nuestra sociedad actual es que. siendo atea en principio, pretende exigir del hombre de hoy la práctica de las virtudes cristianas. Y esta hipocresía me repugna» (El crepúsculo de los viejos)
      Por Juan Jesús Priego Rivera

      Un día de 1931 un periodista de apellido Lefèvre preguntó al escritor francés Georges Bernanos (1888-1948): «¿Le parece justo, señor, que la Iglesia se entrometa en lo temporal? ¿No es esto un contrasentido, sobre todo cuando ella misma asegura que su reino no es de este mundo?». Sin dudar un instante, Bernanos le respondió así: «No escupo sobre la desdicha de nadie. Sólo quiero que se juegue limpio. Lo paradójico de nuestra sociedad actual es que, siendo atea en principio, pretende exigir del hombre de hoy la práctica de las virtudes cristianas. Y esta hipocresía me repugna» (El crepúsculo de los viejos).

      ¡Qué bien captó el novelista francés la contradicción esencial de nuestra época! Por un lado, se hace todo para que los hombres se olviden de Dios, pero por el otro se les pide que se comporten con la mansedumbre de un San Francisco de Asís; por un lado, se promueve la más abierta irreligión, y por el otro se pide a los ciudadanos que sean dulces, honrados, caritativos y generosos, que nos den de su tiempo, que nos sonrían al pasar y nos cuiden desinteresadamente cuando nos ponemos enfermos.

      ¿Cómo resolver semejante contradicción? Pues bien, es preciso decirlo: tal contradicción no puede resolverse, pues éstas que se piden al ciudadano son virtudes cristianas, y en un suelo abonado por el ateísmo tan bellas rosas sencillamente no pueden florecer. 

      Cristo lo dijo con claridad: «Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada. Si alguno no permanece en mí, como el sarmiento, se seca» (Juan 15, 5ss). Estas palabras del Señor valen también para las virtudes: si se las arranca de Cristo para luego secularizarlas —como se quiere hacer hoy, como de hecho se hace hoy—, ¿durante cuánto tiempo vivirán todavía? Su suerte, indudablemente, será la de las hojas que se han separado de la rama que los nutría. 

      En su libro Por un orden católico (1934), el filósofo francés Étienne Gilson (1884-1978) habló largamente sobre este asunto, y, entre otras cosas, dijo también esta verdad irrebatible: «Es absurdo querer descristianizar un país sin desmoralizarlo… El error fatal del radicalismo francés (y también del mexicano, añado yo) consiste en haber querido conservar la moral cristiana, haber ensayado mantener una sociedad fundada sobre las virtudes cristianas sin conservar el Cristianismo, porque sólo él había introducido en el mundo esas virtudes y sólo él puede hacerlas vivir... Libertad, igualdad, fraternidad: éstas son tres virtudes cristianas y es en vano querer hacerlas vivir fuera de la única doctrina que posee el secreto de su aparición». 

      Sin embargo, no nos limitemos sólo a las virtudes; tomemos también, por ejemplo, los llamados derechos humanos, de los que hoy se habla hasta el cansancio. Bien, ¿dónde está escrito que haya que respetar al hombre, dónde que haya que casi venerarlo? No nos engañemos: en la Biblia, ese libro del que ha abjurado la Modernidad. Dios es el garante de la dignidad del hombre, es Él quien ha dicho: «No matarás» (Éxodo 20, 13), pues la vida es sagrada; pero si no hay Dios, ¿quién lo defenderá de los que quieren acabar con él? «El que mate a Caín, lo pagará siete veces» (Génesis 4, 15). En un mundo gobernado por Dios, hasta Caín tiene derecho a vivir; pero si no hay Dios, ¿quién protegerá a Caín de los asesinos? ¿Y quién, sobre todo, a Abel? 

      Y, por lo demás, ¡cómo causan risa esas campañas que de cuando en cuando suele emprender el Estado mexicano para animar a los ciudadanos a practicar la honestidad! Hace unos años llenó las calles de cartelones con fotos de hombres y mujeres cuyos nombres eran, verbigracia, Justo Pérez, Honesto Mendoza, Laboriosa Ortiz. Y uno, al verlos, se preguntaba: «¿Creen de veras los autores de este despliegue publicitario que con cosas como éstas van a hacer de nosotros gente más justa, honesta y laboriosa? ¡Qué ilusos son y qué mal conocen el corazón humano! ¡Para ser justo, honesto y laborioso se necesita algo más que unas pancartas! Se necesita un Dios que premie las buenas acciones y castigue las malas.

      Ya es hora de decirlo: sin una base teológica se hace muy difícil, si no imposible, defender ciertos valores. ¿Cuáles? Precisamente esos que nuestros Estados ateos quieren que pongamos en práctica para que pueda al menos sobrevivir la especie humana en esta vasta jungla en la que se ha convertido el universo. Dijo una vez Max Horkheimer (1895-1973), el famoso —y ateo— pensador alemán: «Sin una base teológica, la afirmación de que el amor es mejor que el odio resulta absolutamente inmotivada y carente de todo sentido». Y añadió: «¿Por qué tendría que ser el amor mejor que el odio? Después de todo, aplacar el propio odio causa a menudo más satisfacción que aplacar el propio amor». Claro, claro, así es. Si Dios no existe —como muy bien afirmó Dostoievski—, todo está permitido. Y si todo está permitido, hay más de tres razones para echarse a temblar. 

      En un ensayo de 1929, Gilbert K. Chesterton hizo la siguiente advertencia: «El hecho es éste: que todo el mundo moderno, con sus modernas agitaciones, está viviendo de su capital, que es católico. Está usando y malgastando las verdades que le quedan del viejo tesoro de la Cristiandad… No está produciendo cosas nuevas que pueda llevar lejos en lo futuro. Por el contrario, está recogiendo cosas viejas que no puede llevar a ninguna parte. Porque éstos son los dos signos de los modernos ideales morales: primero, que han sido encontrados y arrancados de manos antiguas o medievales; y segunda, que se marchitarán pronto en manos modernas… (La modernidad) sacó leños encendidos la hoguera inmortal; pero la verdad es que aunque sus herejes blandieron las antorchas furiosamente, como si quisieran quemar con ellas el mundo entero, la verdad es que se les apagaron muy pronto entre las manos». ¡No nos engañemos! Sin el cristianismo, el mundo se convertirá pronto en una selva. Por lo cual es preciso decir lo siguiente, aunque parezca pedante: el mundo del futuro será cristiano o simplemente no será (porque ya no existirá).

      La hipocresía secular  
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    • https://www.mundorepubliqueto.com/2020/05/01/no-todo-lo-que-brilla-es-oro/

      Una vez más, por aprecio a estos amigos dejo solo el enlace para enviar las visitas a la fuente.

      Solo comento la foto que ponen de un congreso internacional identitari que hubo un México. Ahí se plasma el cáncer que han supuesto y parece que aún sigue suponiendo aquella enfermedad llamada CEDADE. En dicha foto veo al ex-cabecilla de CEDADE, Pedro Varela -uno de esos nazis que se dicen católicos- junto a Salvador Borrego -que si bien no era nazi, de hecho es un mestizo que además se declara hispanista y favorable a la mezcla racial propiciada por la Monarquía Católica,  sí que simpatizó con ellos por una cuestión que quizá un día podamos comentar- uno de los "revisionistas" más importante en lengua española, así como el también mexicano Alberto Villasana, un escritor, analista, publicista, "vaticanista" con gran predicamento entre los católicos mexicanos, abonado totalmente a la errática acusación contra el papa Francisco... posando junto a tipos como David Duke, ex-dirigente del Ku Kux Klan, algo que lo dice todo.

      Si mis rudimentarias habilidades en fisonomía no me fallan, en el grupo hay otro español, supongo que también procedente del mundillo neonazi de CEDADE.

      Imaginemos la corrupción de la idea de Hispanidad que supone semejante injerto, semejante híbrido contra natura.

      Nuestra querido México tiene la más potente dosis de veneno contra la hispanidad, inyectado en sus venas precisamente por ser un país clave en ella. Es el que otrora fuera más próspero,  el más poblado, también fue y en buena parte sigue siendo muy católico, esta en la línea de choque con el mundo anglo y... los enemigos de nuestra Hispanidad no pueden permitir una reconciliación de ese país consigo mismo ni con la misma España, puente clave en la necesaria Reconquista o reconstrucción. Si por un lado está infectado por el identitarismo amerindio -el indigenismo- por el otro la reacción está siendo narcotizada por un identitarismo falsohispanista, falsotradicionalista o como queramos verlo, en el cual CEDADE juega, como vemos, un factor relevante.

      Sin más, dejo ahí otra vez más mi sincera felicitación al autor de ese escrito. Enhorabuena por su clarividencia y fineza, desde luego hace falta tener personalidad para ser capaz de sustraerse a esa falsa polarización con que se está tratando de aniquilar el hispanismo.

       





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    • La libertad sexual conduce al colapso de la cultura en tres generaciones (J. D. Unwin)
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    • Traigo de la hemeroteca un curioso artículo de José Fraga Iribarne publicado en la revista Alférez el 30 de abril de 1947. Temas que aborda: la desastrosa natalidad en Francia; la ya muy tocada natalidad española, especialmente en Cataluña y País Vasco; las causas espirituales de este problema, etc.

      Si rebuscáis en las hemerotecas, hay muchos artículos de parecido tenor, incluso mucho más explícitos y en fechas muy anteriores (finales del s. XIX - principios del s. XX). He traído este porque es breve y no hay que hacer el trabajo de escanear y reconocer los caracteres, que siempre da errores y resulta bastante trabajoso, pues ese trabajo ya lo ha hecho la Fundación Gustavo Bueno.

      Señalo algunos hechos que llaman la atención:

      1) En 1947 la natalidad de Francia ya estaba por los suelos. Ni Plan Kalergi, ni Mayo del 68, ni conspiraciones varias.

      2) Pero España, en 1947 y en pleno auge del catolicismo de posguerra, tampoco estaba muy bien. En particular, estaban francamente mal regiones ricas como el País Vasco y Cataluña. ¿Será casualidad que estas regiones sean hoy en día las que más inmigración reciben?

      3) El autor denuncia que ya en aquel entonces los españoles estaban entregados a una visión hedonística de la existencia, que habían perdido la vocación de servicio y que se habían olvidado de los fines trascendentes. No es, por tanto, una cosa que venga del Régimen del 78 o de la llegada al poder de Zapatero. Las raíces son mucho más profundas.

      4) Señala que el origen de este problema es ético y religioso: se ha perdido la idea de que el matrimonio tiene por fin criar hijos para el Cielo. Pero también se ha perdido la idea del límite: las personas cada vez tienen más necesidades y, a pesar de que las van cubriendo, nunca están satisfechas con su nivel de vida.

      Este artículo antiguo ilumina muchas cuestiones del presente. Y nos ayuda a encontrarle solución a estos problemas que hoy nos golpean todavía con mayor fuerza. Creo que puede ser de gran provecho rescatar estos artículos.
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    • En torno a la posibilidad de que se estén usando las redes sociales artificialmente para encrespar los ánimos, recojo algunas informaciones que no sé sin son importantes o son pequeñas trastadas.

      Recientemente en Madrid se convocó una contramanifestación que acabó con todos los asistentes filiados por la policía. Militantes o simpatizantes de ADÑ denuncian que la convocó inicialmente una asociación fantasma que no había pedido permiso y cuyo fin último podría ser provocar:

      Cabe preguntarles por qué acudieron a una convocatoria fantasma que no tenía permiso. ¿Os dais cuenta de lo fácil que es crear incidentes con un par de mensajes en las redes sociales?

      Un periodista denuncia que se ha puesto en marcha una campaña titulada "Tsunami Español" que pretende implicar a militares españoles y que tiene toda la pinta de ser un bulo de los separatistas o de alguna entidad interesada en fomentar la discordia:

      El militar rojo que tiene columna en RT es uno de los que difunde la intoxicación:

      Si pincháis en el trending topic veréis que mucha gente de derechas ha caído en el engaño.

      Como decía, desconozco la importancia que puedan tener estas intoxicaciones. Pero sí me parece claro que con las redes sociales sale muy barato intoxicar y hasta promover enfrentamientos físicos con unos cuantos mensajes bien dirigidos. En EEUU ya se puso en práctica lo de citar a dos grupos contrarios en el mismo punto para que se produjesen enfrentamientos, que finalmente ocurrieron.
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    • Una teoría sobre las conspiraciones
      ¿A qué se debe el pensamiento conspiracionista que tiene últimamente tanto auge en internet? Este artículo baraja dos causas: la necesidad de tener el control y el afán de distinguirse de la masa.
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