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Por Isaac Peral
https://www.burbuja.info/inmobiliaria/threads/invoco-a-los-catolicos-tradicionalistas-y-sedevacantistas.1389231/page-3
Este es un caso bastante extremo, ya no es que le niegue validez a los sacramentos conciliares sino que directamente afirma que ya no existe la Iglesia Católica salvo algún sacerdote suelto y que ya no hay sacramentos, ni se va a misa, ni se confiesa, ni nada de nada.
Creo que este planteamiento en el fondo es una muestra de que el sedevacantismo solo lleva a la división en cada vez un mayor número de sectas al estilo protestante. Este hombre tiene toda la pinta de venir de alguna secta sedevacantista de la que se ha separado, y es lógico que pase esto, pues una vez se niega la autoridad papal se llega a negar cualquier autoridad y cada vez se van atomizando más, es previsible que les sigan saliendo escisiones de este estilo cada cuál más pintoresca que la anterior. ¿Qué pensáis vosotros?
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Por Hispanorromano
Rescato un interesante artículo, publicado en 1940, que creo que puede iluminar algunos aspectos del presente. Se publica en Solidaridad Nacional, parte de la prensa falangista de aquel entonces. Habla del "pecado malthusiano" que atenaza a casi todos los países industriales y especialmente a Francia. Avisa del peligro de despoblación que ya se empieza a notar en algunos pueblos, de la consiguiente destrucción de la industria y el comercio por falta de consumidores, de la insolvencia del Estado, de la debilitación progresiva de la nación a causa de este envejecimiento y de la subsecuente incapacidad para defenderse frente a otros pueblos más jóvenes.
Encontré el artículo por casualidad y he pensado que sería bueno traerlo al foro para ilustrar algunas cuestiones que venimos tratando. Pongo primero una captura del artículo, junto con la correspondiente cabecera del periódico en formato imagen, y después la transcripción del texto, que siempre resulta más cómoda de leer y que es necesaria para que los buscadores indexen este artículo, inédito en internet, aunque sí accesible en alguna hemeroteca.
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Por Diego Álvaro de Moncada
"La Lágrima Ardiente de María". Las llamas, de las que Notre Dame fue víctima, son suficientes.
Un intento de investigación de las causas culturales.
Por David Engels
Publicado originalmente en alemán el 17 de abril de 2019 en el diario Katholische Tagespost
15 de abril de 2019, Francia, París: Las llamas y el humo se elevan desde uno de los hitos más famosos del mundo, la catedral Notre-Dame de París. El alcalde de la capital francesa habla de un "incendio terrible".
No es exagerado decir que toda Europa está conmocionada desde el lunes por la noche. Las terribles imágenes de la catedral en llamas, en el corazón de la capital francesa, que durante muchos siglos ha sido el verdadero corazón de la cultura occidental, ya se han grabado a fuego indeleblemente en la conciencia histórica de toda una generación y, al igual que el derrumbe de las torres gemelas, probablemente serán un símbolo del fin de una era: allí termina la hegemonía política de los E.E.U.U., aquí termina la última ilusión de dominio cristiano sobre Europa. ¿Y si el desastre de la Semana Santa el final se convirtiese en un nuevo comienzo?
Por supuesto que fue un incendio provocado – si bien, a la postre, no importa si detrás del hecho hay una emoción anticristiana cada vez más extendida que ha estado llevando a ataques contra lugares de culto en Francia día tras día durante meses, o más bien "sólo" una negligencia criminal. Las verdaderas raíces del incendio provocado, del que fue víctima Notre Dame, son mucho más profundas: no sólo, como escribió Benedicto XVI hace sólo unos días, esas raíces llegan hasta las convulsiones del Concilio Vaticano II en torno a los años 1968, sino más atrás, hasta el siglo XIX.
Fue en esos días cuando la religión fue degradada gradualmente a un "asunto privado" que ya no tenía que contar en la valoración de las preocupaciones sociales, sino que incluso se interponía en el camino del "progreso". Ya en el siglo XIX, Víctor Hugo escribió con razón: "Notre-Dame está hoy vacía, inmóvil, muerta. Uno se da cuenta de que algo ha desaparecido. Este enorme cuerpo está vacío; es un esqueleto; el espíritu lo ha dejado, sólo se puede ver dónde estuvo una vez, y eso es todo".
Nada ha cambiado al respecto, todo lo contrario. Porque lo que ardía ayer era sólo una cáscara vacía; como tantas otras herencias de nuestra cultura, había sido degradada durante mucho tiempo, reducida a objeto de museo y sólo ocasionalmente instrumentalizada para convertirla en el perfil externo de una iglesia destripada y de un gremio político globalizado, cuyo verdadero credo, tal como Emmanuel Macron lo formuló en 2017, a pesar de todas las seguridades posteriores y de las lágrimas de cocodrilo presentes, corresponde a una sentencia de muerte sobre nuestra civilización rural: "No existe una cultura francesa. Hay una cultura en Francia, y es diversa." ¿Y qué lugar puede reclamar un lugar de culto a la Virgen y Madre de Dios en los corazones y en las moradas de los europeos que han mancillado sistemáticamente los ideales de pureza y fidelidad sexual, de estima caballeresca por lo eternamente femenino, de veneración del misterio de la maternidad, de la santidad de la vida del recién nacido y de los arquetipos complementarios del amor paterno y materno, y tal mancilla se ha dado a menudo incluso con el aplauso de un sacerdocio ideológicamente igualitarista?
Por lo tanto, probablemente sea aún mejor que las puertas del Santísimo Sacramento se cierren ahora durante muchos años y que su interior descanse finalmente de todas esas multitudes de turistas que, en Notre Dame, sólo miran al imponente cadáver de una civilización menguante de la que ya no poseen ninguna referencia interior, o ante aquellas misas en las que el único objetivo parece ser celebrar la relativización del Absoluto y, por lo tanto, metafóricamente dar la espalda al Santo desde el lugar sobre el que se celebraba el Santísimo Sacramento en el siglo XV. En abril de 2019 la torre del crucero se derrumbó. El ensayista Alexander Pschera, por lo tanto, dio en el clavo cuando escribió en vivo sobre las llamas de París, en Facebook: "La Madre de Dios ya no puede soportar la infidelidad de su pueblo, y dejó caer una lágrima de fuego.... eso es lo único que se puede decir sobre la causa del incendio".
Por lo tanto, por terrible que sea el fuego a nivel material, puede incluso ser visto como una especie de purificación, como una llamada a los pocos creyentes que quedan diciéndoles que es hora de romper con una ilusión generalizada y peligrosa: la ilusión de que el cultivo puramente comercial y políticamente justificado de los recuerdos seculares de la cultura cristiana significa algo más que una mera toma de rehenes de la cultura occidental en manos de un Estado, de una élite y de un número creciente de ciudadanos indiferentes interiormente con respecto a esa cultura y que, de hecho, tienen más bien probabilidades de ser hostiles a ella. Si queremos cambiar algo de este hecho, es necesario, por tanto, volver a vivir las propias convicciones sin tener en cuenta la tolerancia condescendiente y cada vez más limitada de una sociedad mayoritaria que se ha vuelto esencialmente atea o musulmana, y ello no sólo en el recinto sosegado del corazón, sino también en toda la vida cotidiana pública y política.
Como hace muchos siglos, esta es la hora de una confesión abierta de nuestros valores y de la voluntad orgullosa de no relativizar la búsqueda de lo absoluto a través de la aparente consideración por los demás, detrás de la cual se esconde sólo la propia cobardía, reduciéndola así al absurdo sino, por el contrario, es el momento de hacer todo lo posible para asegurar que Occidente siga siendo fiel a sus raíces espirituales y espirituales, así como apostar por una dura disciplina interna, que incluye la preparación para lo peor, y por una correspondiente actividad política polémica. Porque el peligro en el que se encuentra nuestra civilización es todo menos imaginario, y no sería la primera vez en la historia de la humanidad que una religión desaparece completamente de su patria ancestral:
"Tú, romano, expiarás inmerecidamente los delitos de tus mayores, hasta que hayas reconstruido los templos, las moradas ruinosas de los dioses y sus imágenes ensuciadas por el negro humo.
Conservas el imperio por conducirte humildemente ante los dioses: de aquí todo principio, hacia aquí debes guiar el fin. Los dioses, por haber sido despreciados, ocasionaron muchas desgracias a la enlutada Hesperia". (Horacio, Carmina 3,6)
Asegurar y reconstruir Notre Dame llevará muchos años, quizás incluso décadas, incluso si se prescinde de ingredientes "modernistas" y "contemporáneos" como terrazas en los tejados, bucles interreligiosos, tiendas de museos y cafeterías futuristas en el cielo. Quizás la tediosa resurrección de la Catedral de Notre Dame a partir de sus propias cenizas se convierta así en el símbolo de esos difíciles años de crisis y purificación que sin duda aguardarán a nuestro continente europeo, continente que se encuentra bajo una fuerte presión tanto interna como externa. Y quién sabe: ¿quizás la reapertura de la catedral, si su reconstrucción va acompañada de una verdadera purificación interna de los europeos, coincida con una verdadera renovación política de Occidente, una verdadera "Renovatio Europae"?
Hemos tomado la traducción española de los versos a partir de la Antología de la Literatura Latina, de J.C. Fernández Conde y a. Moreno Hernández, Alianza: Madrid, 2012. Traductor V. Cristóbal López.
Fuente original: https://latribunadelpaisvasco.com/art/10827/la-lagrima-ardiente-de-maria -
Por Español
El Santo Padre Francisco ha hecho pública esta semana su Exhortación apostólica titulada 'Gaudete et Exsultate' (Alegraos y regocijaos), donde hace un llamamiento a la santidad de todos los católicos. El documento, en el que se referencian muchas realidades de los primeros siglos del cristianismo que siguen estando muy presentes en los tiempos actuales, pretende renovar de forma llana y humilde el llamado a la santidad al que todos los católicos estamos implicados, y del que cada vez, por desgracia, estamos más apartados. Merece la pena leerlo, por supuesto sin detenerse tanto en las formas como en el fondo del mensaje.
INTRODUCCIÓN A LA EXHORTACIÓN APOSTÓLI CAGAUDETE ET EXSULTATE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
SOBRE EL LLAMADO A LA SANTIDAD EN EL MUNDO ACTUAL
1. «Alegraos y regocijaos» (Mt 5,12), dice Jesús a los que son perseguidos o humillados por su causa. El Señor lo pide todo, y lo que ofrece es la verdadera vida, la felicidad para la cual fuimos creados. Él nos quiere santos y no espera que nos conformemos con una existencia mediocre, aguada, licuada. En realidad, desde las primeras páginas de la Biblia está presente, de diversas maneras, el llamado a la santidad. Así se lo proponía el Señor a Abraham: «Camina en mi presencia y sé perfecto» (Gn 17,1).
2. No es de esperar aquí un tratado sobre la santidad, con tantas definiciones y distinciones que podrían enriquecer este importante tema, o con análisis que podrían hacerse acerca de los medios de santificación. Mi humilde objetivo es hacer resonar una vez más el llamado a la santidad, procurando encarnarlo en el contexto actual, con sus riesgos, desafíos y oportunidades. Porque a cada uno de nosotros el Señor nos eligió «para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor» (Ef 1,4).
El documento completo puede leerse y descargarse en este enlace.
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Por Hispanorromano
18 de junio de 1939
FRANCIA SE DESPUEBLA
Hablemos de habitantes. En 1865, Francia tenía 38 millones y Alemania exactamente los mismos; el Japón, 32 millones; Gran Bretaña, 24 millones, e Italia, 24 millones asimismo.
En 1937, Alemania alcanza los 67 millones (un año después, con las anexiones, llega a los 82); el Japón está bordeando hoy los 72 millones; la Gran Bretaña tiene 47 millones; Italia, 44 millones; Francia, 42 millones.
Una observación: los 44 millones italianos son los italianos de Italia. No es exagerado afirmar que diez millones de italianos más viven en el extranjero: Francia, Inglaterra, Norteamérica, Sudamérica, etcétera.
Otra observación: de los 42 millones de franceses, tres millones no son franceses, sino extranjeros, lo que reduce dicha cifra a 39 millones.
La natalidad regresiva de Francia es evidente en los últimos años.
Hoy, Francia registra 610.000 nacimientos por año; Alemania, 1.450.000; 1.031.000 Italia; la Gran Bretaña, 725.000.
«Si la fecundidad de los franceses disminuye al ritmo medio de los dieciocho últimos años, dentro de diez años registrará un máximum anual de 550.000 nacimientos. Y no tendrá soldados para defender sus fronteras. No se trata de un peligro lejano para Francia, sino inminente». He aquí lo que escribía Benito Mussolini el 26 de agosto de 1934 en el periódico de Londres Sunday Express. El pronóstico del Duce puede ser exacto, si no alcanza una verdad todavía menos optimista en 1944.
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Hace mucho tiempo que los franceses saben que este problema es el gran problema de Francia. Madame ne veut pas d'enfants. Y monsieur no discute demasiado, porque tampoco los quiere. Ese perro bien jabonado y lleno de lazos, que cena los domingos en el restaurante con la pareja crepuscular, recoge la ternura tardía del matrimonio que ha secado su vida en la voluptuosidad helada del ahorro...
Fracasan todas las campañas en favor de la mayor alegría de la especie. Fracasan todas las fórmulas de atracción —premios en metálico, por ejemplo— para los que se distingan por su generosidad creadora en la repoblación del país. De vez en cuando, la litografía de un torrero de Bretaña, de su mujer y de sus quince hijos, «que serán recibidos por el presidente de la República», provoca algunas bromas cínicas en lugar de la admiración que se perseguía:
—¡Oh, usted sabe, señora Dupont, cuando se vive en un faro y no se sabe lo que hacer durante años y años...! .
«Se quiera o no se quiera —acaba de escribir Emilio Condroyer en el Journal de París—, Italia y Alemania no tienen una natalidad regresiva, sino todo lo contrario, a pesar de que ya no caben en sus límites los ciudadanos de dichas naciones. Nos encontramos frente a un hecho brutal, frente a la verdad pura de un principio físico: la presión demográfica de estos vecinos resquebraja ya los límites de sus tierras y, sobre todo, los puntos de la mínima resistencia. La mínima resistencia somos nosotros, evidentemente; nuestro país, rico e insuficientemente poblado y nuestro imperio, Para los que siguen con algún interés este hecho, el movimiento ha comenzado: Italia tiene un millón de italianos en el Imperio francés».
Queda por desollar el rabo de Rusia y de su monstruoso enigma. El material humano que contiene aún esa unión de tinieblas del Este de Europa es reclamado angustiosamente por los franceses. Para que la señora y el señor de París puedan cenar tranquilamente los domingos con su perrito, necesitan pensar de vez en cuando en la fecundidad de las noches nevadas de Moscú y en sus dantescas promiscuidades. Rusia es tan grande y tiene tal número de habitantes que Stalin, por mucha que sea su actividad carnicera, no podrá degollarlos a todos en muchos años.
He aquí el terrible problema del número para Francia, tan materializada, que todavía no piensa en el problema de la calidad. El mundo será de los más, pero también de los mejores. De los más generosos, por ejemplo.
Jacinto Miquelarena, ABC, 18 de junio de 1939, p. 5.
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COMENTARIO
Jacinto Miquelarena era un escritor falangista. Este artículo ilustra varias cosas:
La ínfima natalidad en Francia, fruto del hedonismo, y la consiguiente despoblación en fecha tan temprana como 1939. La sustitución afectiva de los niños por mascotas, cosa por desgracia hoy frecuente también en España. La debilidad de Francia y la necesidad de recurrir a extranjeros para llenar los huecos demográficos. Lo que está pasando ahora en Francia ya pasaba entonces y se preveía que iba a empeorar. Varios políticos avisaron de la que se le venía encima a Francia y ofrecieron soluciones, pero nadie hizo caso. La constante preocupación de los falangistas por estos temas que, sin embargo, han sido abandonados por los que hoy se dicen sus herederos, generalmente en favor de consignas gruesas, y la mayoría de veces estúpidas, contra los inmigrantes.
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