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Comparto con vosotros un pasaje de un libro que me ha parecido interesante, aunque puede que no estéis de acuerdo en algunas cosas (no os cortéis en decirlo). Trata sobre la hipermovilidad que caracteriza al mundo actual y el desarraigo que conlleva. Se lee en 3-4 minutos. Destaco en negrita los pasajes que me parecen más acertados. A los que tengáis la paciencia de leerlo, os formulo una pregunta al final.

Cita

Durante los años 50  60, la movilidad era en Francia el impe­rativo categórico del orden económico, el signo mismo de rom­per con el pasado; todo individuo debía poder desplazarse a vo­luntad, y estar disponible para desplazarse en función de lo que exigiera la economía. El coche representaba entonces (y si­gue representando) la función más profundamente arraigada en la ideología del libre mercado: el desplazamiento. Se había convertido en el elemento fundamental para forjar una nueva y compleja imagen del «hombre disponible»: un individuo que aguanta sin quejarse que lo envíen aquí o allá. [ ... ] Se trataba de una revolución que suponía desmantelar toda disposición pre­via del espacio social, el punto y final de la ciudad histórica, en una reestructuración física y social equiparable a los bulevares construidos cien años antes.

Kristin Ross, Fast Cars, Clean Bodies. Decolonization and the Reordering o French Culture (1995)

 

¿Tiene mi abuelo un porvenir?

Cuando sus hijos le preguntaban a mi abuelo, el tallador de pie­dras, por qué se negaba a ir de vacaciones, él respondía: «Para qué, si no conozco todas las piedras de mi pueblo?». Esta res­puesta, que movía a la risa, solía achacarse a la edad, el miedo al cambio, las viejas costumbres y, no temamos decirlo, a la estre­chez de miras propia de una época premoderna.

Sin embargo, mi abuelo, sin saberlo, formaba parte de una vanguardia. Con su comportamiento anticipaba una respuesta a los desórdenes ecológicos que en parte generan nuestros des­plazamientos motorizados.

Enseñaba que hay que saber preocuparse por lo cercano. Para él, como para el sabio Confucio y para el escritor y viaje­ro ginebrino Nicolás Bouvier, «el mundo empezaba en el um­bral de casa».

Siempre por valles y montañas buscando la piedra ideal, a pie o en su furgoneta dos caballos, era simplemente un agri­mensor del sotobosque, un descubridor de entornos. Veía poco la televisión, no frecuentaba las grandes superficies para ocu­par sus fines de semana. Surcaba el territorio.

Mi abuelo llevaba una vida de pueblo. Una vida de pueblo en el campo de Le Dauphiné, como la vida de barrio que había en la ciudad.

Desde entonces, la llamada al «movimiento» ha recorrido un largo camino. Los discursos en boga claman sin cesar las virtu­des de la desterritorialización y del cambio permanente. El tu­rismo vierte sus flujos en el frenesí de la movilidad que antes tuvo falsos aires emancipadores (las vacaciones pagadas, como tantos otros avances sociales, también contribuyeron a volver el capitalismo aceptable adaptando sus condiciones). El indivi­duo hipermoderno es, si vislumbramos su representación ideal típica, un desarraigado, un «nómada» sin territorio, tecnológi­camente conectado y afectivamente solo. Una entidad inter­cambiable y errática de composición borrosa, ambulante tanto por insatisfacción y obligación como por deseo.

¡Han nacido los nuevos nómadas! Haciendo del viaje su morada, eligen el desarraigo y rechazan el sedentarismo: «Un modo de vida que se une al cambio y al movimiento para abrirse al encuentro día tras día».

Este retrato del «nómada» en la versión de Nature et Décou­verte resulta elocuente. Refleja la generalización de un vade­mécum aplicable a muchos registros de lo cotidiano.

La retórica de la elección de vida esconde hasta qué punto los «cambios» y el «movimiento» en realidad son dictados por normas difusas. Su carácter obligatorio es suavizado por el re­curso habitual a la ética del encuentro y del respeto a la natu­raleza, que aparece ella misma marcada —si bien de manera un poco interesada— por el placer que constituye disfrutar en un bello decorado. En este lugar, donde proliferan los nómada-bo­bos, la «naturaleza» ha sido transformada en algo tan artificial que aparece disfrazada de comercio (¿o a la inversa?), donde se supone que cada objeto contribuye al aprovisionamiento del cliente-nómada que deambula por el camino de «lo esencial». El turista termina siempre donde comenzó: pasando por caja. Como siempre puede pagar, se cree libre de ir y venir a su anto­jo, sin limitaciones aparentes.

En la sociedad capitalista, estar «emancipado» termina equivaliendo a vivir como un turista allá donde se va, como un fláneur sin responsabilidad movido por una personalidad flo­tante, caprichosa e impulsiva. El turista es el arquetipo de in­dividuo moderno «liberal», la versión del tecno-nómada profe­sional en su tiempo libre.

Liberado de la tradición y del sentido de la solidaridad local, herencia juzgada opresiva por no ser el resultado de una elec­ción individual, el individuo narcisista de la modernidad se ha transformado en un átomo sin hogar cuyas relaciones se sitúan, lo quiera o no, en un contexto comercial que parasita la esfe­ra del tiempo libre y la esfera profesional. En este plano don­de la ilusión del libre albedrío prima sobre su realidad efecti­va, resulta más fácil aun temperamento hipermoderno dejarse conmover por la pobreza en la otra punta del planeta, que tiene pocas consecuencias en su vida cotidiana, que por los proble­mas de su vecino de enfrente. Éste podría perturbar la tranqui­lidad e independencia de aquél, y los dos están obnubilados por la búsqueda de una felicidad privada que los aísla, al tiempo que ese aislamiento nutre su malestar.

Así, el turismo ofrece su gama de destinos a todo aquel que quiera gestionar la geografía de su entretenimiento en este in­menso centro comercial en el que se ha convertido el planeta. Aquellos que esperen curar su malestar a golpe de desarrollo personal y desquitarse a costa de adquirir bienes, en algunos ca­sos sostenibles o de comercio justo, preferirán cambiar de en­torno por un tiempo en vez de actuar de manera sostenible en el lugar donde viven. Podemos experimentar la compasión du­rante nuestras vacaciones en Camboya y comportarnos como verdaderos cretinos en el terreno de nuestra vida cotidiana. La contradicción es sólo aparente para el individuo que cree ejer­cer su libertad y llevar una vida «como él la siente», a ser posible residiendo del lado que está a salvo del dolor.

El ámbito de la proximidad, que demasiado a menudo com­porta deberes indeseados, es abandonado por el turista con la confusa esperanza de encontrar en otra parte lo que le falta aquí: el placer de llevar una existencia convivencial en un terri­torio rebosante de sentido y de vitalidad.

Sin embargo, saber quedarse en casa para explorar y crear, a una escala vecinal considerada en toda su diversidad, las hue­llas de una vida cotidiana alegre y llevadera representa un acto verdaderamente popular. Acto popular no porque contribuya a la buena reputación de quien lo realiza, sino porque permite re­anudar relaciones humanas con un sentido auténtico: dar, re­cibir, devolver. En definitiva, se trata de cooperar y de infundir hospitalidad en nuestro entorno más cercano con el fin de crear espacios donde sea agradable vivir y donde no sólo busquemos estar de paso. Esta es la vía para la reterritorialización del tiem­po libre que cambiaría la vida de forma concreta, sin declaracio­nes hipócritas ni buenos sentimientos cargados de exotismo.

Está claro que este tipo de consideraciones podrán parecer poco acordes a los cánones de un nivel alto de vida tal como los expresa la mitología publicitaria; la apología del movimiento es parte integrante del consumo de un mundo que la tecnología no cesa de volver más pequeño. Richard Branson, el playboy ultraliberal presidente y fundador de Virgin, quiere abrir el espa­cio al turismo. En sus primeros pasos, el business model es eli­tista en lo económico: ¿Acabará por extenderse a las masas? A fuerza de ampliar los horizontes, ¿terminará la hipermovilidad cerrando el mundo a cal y canto, aprisionándonos con el sub­terfugio de una compensación tecnológica en los espejismos de universos virtuales que han sustituido la geografía de una reali­dad desprovista ahora de hospitalidad? ¿Seguiremos hablando de realidad aumentada sin que nos asome una sonrisa a la cara? Son cuestiones que parece razonable plantearse.

Rodolphe Christin, Mundo en venta. Crítica de la sinrazón turística, Ediciones El Salmón, 2018

Si habéis tenido la paciencia de leerlo, me gustaría preguntaros dos cosas:

1) ¿Qué grado de acuerdo tenéis con este texto?

2) ¿Situaríais al autor en la derecha o en la izquierda?

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Me parece un texto interesante con el que coincido en gran medida. De hecho, siempre he destacado en mi grupo de amigos por ser el único al que no le ha interesado apenas viajar, siendo en cambio todos mis amigos unos grandes viajeros y turistas otros. Siempre he considerado que alrededor de uno se extiende de continuo un impresionante espectáculo de acontecimientos, formas, costumbres, sensaciones y realidades diversas, que bastan para llenar el alma con todo aquello que se necesita para vivir e incluso extasiarse abundantemente, y que a menudo son las prisas, afanes y rutinas las que hacen que todo eso nos pase desapercibido, moviéndonos a buscar fuera lo que ya tenemos en nuestra propia casa.

Para mi, los grandes viajes son visitar otros lugares de España, tierra que considero mi patria y por tanto esencia de quiénes somos, y por eso casi todos mis viajes han sido en territorio nacional, excepto una vez que viajamos al Pirineo francés con ocasión de una visita al Santuario de Lourdes. Es decir, siempre en casa porque ¿cómo podría yo valorar la creación entera si no conozco siquiera mi propia casa?  ¿Cómo podría yo saborear la sustancia de otros lugares si no conozco ni entiendo la sustancia misma de la que estoy hecho? No me interesa viajar al lejano oriente, ni a los grandes territorios del norte o al África salvaje, por citar destinos habituales entre viajeros, y no porque considere que no tienen valor, belleza o que carezcan de interés alguno sino porque siempre he sabido de alguna forma, que todo lo que puedo encontrar en esos lugares, en el ámbito del ser y las emociones, que es lo que me interesa saborear cuando viajo, puedo encontrarlo también en mis alrededores.

Hubo una época que nos dio por viajar a las sierras de Cazorla y la Villas, en Jaén, y mi mujer y yo estuvimos viajando ocho años consecutivos allí, hasta que nos llenamos de todo lo que aquel impresionante entorno podía ofrecernos, saboreando intensamente cada pueblo, historia, conversación, recodo, riachuelo, senda o rincón que pudiéramos encontrar. Viviendo en definitiva muy íntimas y exquisitas experiencias, incluso alguna de carácter místico, que en parte han ayudado a forjar nuestras vidas, sin necesidad de trasladarnos a Noruega a visitar sus fiordos. Lo mismo me ha ocurrido con el Pirineo, Castilla, Asturias, Cantabria, toda la costa mediterránea y sus islas, o con la abandonada y preciosa tierra aragonesa. Soy de los que se pueden pasar horas contemplando y saboreando un mismo paisaje, sin moverme del sitio, hasta extraer de él su esencia más profunda, su historia, su ser, pues pienso que el verdadero viaje está en el interior y en la forma en como acogemos y desentrañamos nuestra realidad más inmediata, estemos donde estemos.

Recuerdo una anécdota cuando se celebró la Expo de Sevilla en el 92. Fuimos con unos amigos a pasar allí una semana, y recuerdo que en el tiempo que éstos visitaron todos los pabellones, nosotros apenas visitamos una docena, entre ellos por supuesto el español. Esa lentitud nuestra nos llevó a tener una amarga discusión con ellos, pues nos acusaban de ralentizar al grupo e impedirles ver la riqueza de todo lo que había allí, con la consecuencia de que terminamos yendo nosotros por nuestro lado y ellos por el suyo, hasta el punto de que alguno incluso dejó de hablarnos. Era un poco como si tuvieran la necesidad imperiosa de entrar en todos los sitios, de dejar su marca en todas partes como si eso fuera una prueba tangible de su propia universalidad. A mi modo de ver se trataba de lo contrario, era yo el que podía enriquecerse con todo lo que había allí, y por tanto debía saborearlo despacio para extraer la esencia que se encontraba en lo que cada país quería mostrar. Por supuesto es una anécdota y en una exposición así, tampoco iba yo a conocer la verdadera esencia de los países expositores, pero es una imagen válida para entender cómo viajamos actualmente por el mundo, buscando dejar nuestra huella, como el perro que marca su esquina, en lugar de procurar alimentarnos de las esencias, historias y señales que hay en el mundo.

para mí el turismo es eso, gente corriendo de aquí para allá en la búsqueda casi enloquecida de emociones rápidas que nos alejen de nuestra realidad, y que tan pronto pasan como se cambia mentalmente de destino, más por el objeto de presumir sobre dónde hemos estado y lo grandes que somos por ello, que por enriquecernos con lo que hayamos encontrado. Es un poco el reflejo de una vida alegre pero sin sustancia, consumista, que apenas tiene otra utilidad final que la económica.

La finca donde vivimos tiene apenas una hectárea, emplazada en una tranquila zona de pinares y cultivos, donde el tiempo se detiene a cada instante para dar paso a esos pequeños acontecimientos que son toda una historia y verdaderamente enriquecen la propia vida. Una conversación con el vecino acerca de la cosecha de olivas de este año; el zorro que viene a comer de lo que le ponemos a los gatos; las tórtolas y pajarillos que a diario vienen a hurtar el grano de las gallinas; un pequeño árbol que trata de hacerse sitio en un roquedal junto a la casa; el águila que se lanza a la caza de una culebra que luego ves colgar de sus garras en las alturas; el caminante que pasa junto a la casa y te cuenta sus historias; el panadero que viene los sábados a traer el pan de toda la semana y te narra sus últimas conquistas de caza o el problema de salud que tiene su hijo; el pastor que pasa con su rebaño bajo la lluvia por la cresta de la sierra desafiando el temporal para poner a salvo sus ovejas; el camino hasta el pueblo donde te cruzas con algún conejo asustadizo o con una familia de codornices atareada en buscar comida; la conversación amable en la parroquia sobre cómo organizar la próxima recogida de alimentos; el ratillo en la tienda de piensos animales conversando con Carlos de los últimos chismes del pueblo; el campanario del pueblo y las historias que te cuenta al pensar en las horas y acontecimientos que ha marcado su reloj; la señora que pasa ya encorvada tirando de su carrito recordando seguramente los tiempos que ha vivido; el viaje semanal a la ciudad para saborear la riqueza del beso y el encuentro con la familia... La vida está llena de preciosas historias cercanas que acontecen a cada momento, llenas de mensajes de esperanza, sentimientos, pasión y fuerza, y que ocurren en el día a día sin que para la mayoría pasan advertidas.

A veces pienso que el olvido de la religión, de esa religión profunda que mueve al hombre a buscar en cada cosa el vínculo o señal que le comunique con lo eterno, ha traído la consecuencia de que hemos olvidado vivir, entender y saborear la vida. Dejándonos ciegos ante todas esas historias profundas y maravillosas que marcan el ritmo de los días. Incapaces de entender las señales que el Eterno nos regala en cada instante. Mancos para abrazar la cercanía de los nuestros y cojos para recorrer el verdadero camino de la vida, que sin embargo buscamos ansiosamente en un avión, en tierras lejanas que visitamos no más que para dejar allí nuestra orina, como gatos en celo que marcan sus territorios para decirle al mundo ¡Aquí estoy y mando yo! Pero no se trata de estar sino de ser. Ese es el verdadero viaje.

Ignoro la afinidad ideológica del autor de ese texto, pero por lo que yo siento y percibo, intuyo que se trata de alguien que se cuestiona las inercias y dogmas de este mundo y por tanto deduzco que es alguien cercano al tradicionalismo o perteneciente en cambio a esas izquierdas que yo denomino "semiconversas" al estilo de Elvira Roca, Gustavo Bueno, etc, que se plantean si los dogmas modernos en los que han creído, merecen realmente la pena.


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hace 3 horas, El Español dijo:

Me parece un texto interesante con el que coincido en gran medida. De hecho, siempre he destacado en mi grupo de amigos por ser el único al que no le ha interesado apenas viajar, siendo en cambio todos mis amigos unos grandes viajeros y turistas otros. Siempre he considerado que alrededor de uno se extiende de continuo un impresionante espectáculo de acontecimientos, formas, costumbres, sensaciones y realidades diversas, que bastan para llenar el alma con todo aquello que se necesita para vivir e incluso extasiarse abundantemente, y que a menudo son las prisas, afanes y rutinas las que hacen que todo eso nos pase desapercibido, moviéndonos a buscar fuera lo que ya tenemos en nuestra propia casa.

Para mi, los grandes viajes son visitar otros lugares de España, tierra que considero mi patria y por tanto esencia de quiénes somos, y por eso casi todos mis viajes han sido en territorio nacional, excepto una vez que viajamos al Pirineo francés con ocasión de una visita al Santuario de Lourdes. Es decir, siempre en casa porque ¿cómo podría yo valorar la creación entera si no conozco siquiera mi propia casa?  ¿Cómo podría yo saborear la sustancia de otros lugares si no conozco ni entiendo la sustancia misma de la que estoy hecho? No me interesa viajar al lejano oriente, ni a los grandes territorios del norte o al África salvaje, por citar destinos habituales entre viajeros, y no porque considere que no tienen valor, belleza o que carezcan de interés alguno sino porque siempre he sabido de alguna forma, que todo lo que puedo encontrar en esos lugares, en el ámbito del ser y las emociones, que es lo que me interesa saborear cuando viajo, puedo encontrarlo también en mis alrededores.

Hubo una época que nos dio por viajar a las sierras de Cazorla y la Villas, en Jaén, y mi mujer y yo estuvimos viajando ocho años consecutivos allí, hasta que nos llenamos de todo lo que aquel impresionante entorno podía ofrecernos, saboreando intensamente cada pueblo, historia, conversación, recodo, riachuelo, senda o rincón que pudiéramos encontrar. Viviendo en definitiva muy íntimas y exquisitas experiencias, incluso alguna de carácter místico, que en parte han ayudado a forjar nuestras vidas, sin necesidad de trasladarnos a Noruega a visitar sus fiordos. Lo mismo me ha ocurrido con el Pirineo, Castilla, Asturias, Cantabria, toda la costa mediterránea y sus islas, o con la abandonada y preciosa tierra aragonesa. Soy de los que se pueden pasar horas contemplando y saboreando un mismo paisaje, sin moverme del sitio, hasta extraer de él su esencia más profunda, su historia, su ser, pues pienso que el verdadero viaje está en el interior y en la forma en como acogemos y desentrañamos nuestra realidad más inmediata, estemos donde estemos.

Recuerdo una anécdota cuando se celebró la Expo de Sevilla en el 92. Fuimos con unos amigos a pasar allí una semana, y recuerdo que en el tiempo que éstos visitaron todos los pabellones, nosotros apenas visitamos una docena, entre ellos por supuesto el español. Esa lentitud nuestra nos llevó a tener una amarga discusión con ellos, pues nos acusaban de ralentizar al grupo e impedirles ver la riqueza de todo lo que había allí, con la consecuencia de que terminamos yendo nosotros por nuestro lado y ellos por el suyo, hasta el punto de que alguno incluso dejó de hablarnos. Era un poco como si tuvieran la necesidad imperiosa de entrar en todos los sitios, de dejar su marca en todas partes como si eso fuera una prueba tangible de su propia universalidad. A mi modo de ver se trataba de lo contrario, era yo el que podía enriquecerse con todo lo que había allí, y por tanto debía saborearlo despacio para extraer la esencia que se encontraba en lo que cada país quería mostrar. Por supuesto es una anécdota y en una exposición así, tampoco iba yo a conocer la verdadera esencia de los países expositores, pero es una imagen válida para entender cómo viajamos actualmente por el mundo, buscando dejar nuestra huella, como el perro que marca su esquina, en lugar de procurar alimentarnos de las esencias, historias y señales que hay en el mundo.

para mí el turismo es eso, gente corriendo de aquí para allá en la búsqueda casi enloquecida de emociones rápidas que nos alejen de nuestra realidad, y que tan pronto pasan como se cambia mentalmente de destino, más por el objeto de presumir sobre dónde hemos estado y lo grandes que somos por ello, que por enriquecernos con lo que hayamos encontrado. Es un poco el reflejo de una vida alegre pero sin sustancia, consumista, que apenas tiene otra utilidad final que la económica.

La finca donde vivimos tiene apenas una hectárea, emplazada en una tranquila zona de pinares y cultivos, donde el tiempo se detiene a cada instante para dar paso a esos pequeños acontecimientos que son toda una historia y verdaderamente enriquecen la propia vida. Una conversación con el vecino acerca de la cosecha de olivas de este año; el zorro que viene a comer de lo que le ponemos a los gatos; las tórtolas y pajarillos que a diario vienen a hurtar el grano de las gallinas; un pequeño árbol que trata de hacerse sitio en un roquedal junto a la casa; el águila que se lanza a la caza de una culebra que luego ves colgar de sus garras en las alturas; el caminante que pasa junto a la casa y te cuenta sus historias; el panadero que viene los sábados a traer el pan de toda la semana y te narra sus últimas conquistas de caza o el problema de salud que tiene su hijo; el pastor que pasa con su rebaño bajo la lluvia por la cresta de la sierra desafiando el temporal para poner a salvo sus ovejas; el camino hasta el pueblo donde te cruzas con algún conejo asustadizo o con una familia de codornices atareada en buscar comida; la conversación amable en la parroquia sobre cómo organizar la próxima recogida de alimentos; el ratillo en la tienda de piensos animales conversando con Carlos de los últimos chismes del pueblo; el campanario del pueblo y las historias que te cuenta al pensar en las horas y acontecimientos que ha marcado su reloj; la señora que pasa ya encorvada tirando de su carrito recordando seguramente los tiempos que ha vivido; el viaje semanal a la ciudad para saborear la riqueza del beso y el encuentro con la familia... La vida está llena de preciosas historias cercanas que acontecen a cada momento, llenas de mensajes de esperanza, sentimientos, pasión y fuerza, y que ocurren en el día a día sin que para la mayoría pasan advertidas.

A veces pienso que el olvido de la religión, de esa religión profunda que mueve al hombre a buscar en cada cosa el vínculo o señal que le comunique con lo eterno, ha traído la consecuencia de que hemos olvidado vivir, entender y saborear la vida. Dejándonos ciegos ante todas esas historias profundas y maravillosas que marcan el ritmo de los días. Incapaces de entender las señales que el Eterno nos regala en cada instante. Mancos para abrazar la cercanía de los nuestros y cojos para recorrer el verdadero camino de la vida, que sin embargo buscamos ansiosamente en un avión, en tierras lejanas que visitamos no más que para dejar allí nuestra orina, como gatos en celo que marcan sus territorios para decirle al mundo ¡Aquí estoy y mando yo! Pero no se trata de estar sino de ser. Ese es el verdadero viaje.

Ignoro la afinidad ideológica del autor de ese texto, pero por lo que yo siento y percibo, intuyo que se trata de alguien que se cuestiona las inercias y dogmas de este mundo y por tanto deduzco que es alguien cercano al tradicionalismo o perteneciente en cambio a esas izquierdas que yo denomino "semiconversas" al estilo de Elvira Roca, Gustavo Bueno, etc, que se plantean si los dogmas modernos en los que han creído, merecen realmente la pena.

Español, por si  no lo conocieras, creo que te gustarían mucho los escritos del escritor montañés Manuel Llano. Creo que de alguna manera este pasaje de una de sus obras enlaza con el tema del hilo y con tu mensaje:

 

Cita

No es más robusto el que se alimenta con aves y vinos viejos que el

que se mantiene con centeno y con el agua que brota en los campos.

En el arte sucede lo mismo. No es más universal el que habla

de un rascacielos, de un viaje en avión, de un crucero por mares

lejanos, de estatuas griegas, que el que habla de una choza, de un

paseo de aldea, de la barca que atraviesa un río estrecho, de la

cara de vaca que pinta un niño rural en una pared...

Yo soy poco viajero, de hecho cada vacación la empleo en "andar por casa". Aún con mi situación o perfil internacional luego, por otro lado, soy muy localista como cualquiera que observa un poco mis temáticas puede fácilmente comprobar. Quizás sea el mejor equilibrio. Es más, pienso que una de las principales razones de mi entusiasmo Hispanista viene porque ahí encuentro la herramienta perfecta que me permite conciliar lo que parece irreconciliable a primer golpe de Vista. Con el tradicionalismo político me ha sucedido algo similar, aunque algo suavizado por los chascos que uno va viendo.

Nuestra Hispanidad es infinita tanto hacia fuera como hacia dentro. Universal y local. Una maravilla se mire por donde se mire.

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hace 38 minutos, don Fernandito dijo:

Español, por si  no lo conocieras, creo que te gustarían mucho los escritos del escritor montañés Manuel Llano. Creo que de alguna manera este pasaje de una de sus obras enlaza con el tema del hilo y con tu mensaje:

 

Yo soy poco viajero, de hecho cada vacación la empleo en "andar por casa". Aún con mi situación o perfil internacional luego, por otro lado, soy muy localista como cualquiera que observa un poco mis temáticas puede fácilmente comprobar. Quizás sea el mejor equilibrio. Es más, pienso que una de las principales razones de mi entusiasmo Hispanista viene porque ahí encuentro la herramienta perfecta que me permite conciliar lo que parece irreconciliable a primer golpe de Vista. Con el tradicionalismo político me ha sucedido algo similar, aunque algo suavizado por los chascos que uno va viendo.

Nuestra Hispanidad es infinita tanto hacia fuera como hacia dentro. Universal y local. Una maravilla se mire por donde se mire. 

Coincido plenamente contigo, vivimos en un país absolutamente maravilloso.

No conocía al escritor que mencionas, pero me ha gustado mucho ese pasaje que has citado. ¿Alguna recomendación, libro o enlace con el que empezar?

Desde luego lo universal, no se encuentra tanto en lo largo y ancho de este mundo, como en la franqueza y amplitud de nuestro corazón. Creo que ahí es donde empieza todo viaje, independientemente de que éste sea rural o urbano. Quizás el mundo rural es más propicio para observar y entender ese viaje interior, que el mundo urbano. Porque a menudo las cosas se suceden allí al ritmo natural y acompasado de la vida, acelerada y masificada sin embargo en el mundo urbano y por tanto con una mayor dificultad para ver y entender todas esas historias, mensajes y emociones que se encuentran en lo profundo de los acontecimientos diarios.

Pero como he vivido algo más de cuarenta años en la ciudad, soy testigo de que es igualmente posible observarlos y saborearlos si se resta interés a lo propio y se pone la atención en el otro, en lo que ocurre, en cuanto pasa: En lo que Dios provee. Lo universal es nuestra vida, su providencia, sin necesidad de trasladarnos a ningún país lejano para que ésta suceda e independientemente de si vivimos en una aldea perdida o en el centro de una gran ciudad. No obstante, también creo que, si uno presta atención sincera a la vida que acontece en la ciudad, tarde o temprano termina añorando ese otro mundo rural, lento, natural y acompasado, que ha marcado durante siglos el ritmo existencial que de alguna forma se encuentra inscrito en el propio latido de nuestros corazones en paz.

Sin duda vivimos en un país maravilloso donde abunda la gente de gran corazón, y las historias sencillas capaces de explicar los más intrincados secretos de la vida, eso sí, hay que buscarlas fuera de las pantallas de televisión o de los reclamos publicitarios de las agencias de viajes. Están ahí al lado, sucediendo en la habitación de al lado, en la casa del vecino, en la panadería de enfrente, en la plaza del pueblo o en el campo de las afueras, siempre junto a nuestras vidas y sin necesidad de tomar un avión para encontrarlas.

A menudo me pregunto, si a España vienen anualmente millones de turistas interesados en conocer nuestra tierra, paisajes, costumbres, lengua, gastronomía o historia ¿Cómo es que tanta gente prefiere hoy viajar a un país lejano, antes que conocer a fondo toda esa riqueza que buscan los foráneos? ¿Lo lógico no sería, no querer salir hasta no haber conocido a fondo, al menos tu propio país? ¿No es así también como venimos al mundo, después de haber desarrollado el más estrecho vínculo de amor con nuestras madres en su seno? Ese es el problema del turismo consumista, que nos convierte en consumidores de lugares, como hormigas sin pensamiento propio que devoran un animal muerto, para trasladarse a otro lugar una vez acabados los despojos. Y así vamos destruyendo entornos y formas de vida, que luego nos mueven a imponernos cadenas en forma de férreas leyes para preservar lo poco que nos queda.

Ligando un poco con lo que comentaba en el otro mensaje acerca de la pérdida del sentido religioso, pienso que en esa pérdida se encuentra también la de la esperanza eterna ya que, ante la perspectiva de finitud que plantea la muerte, deseamos ver y recorrer a la mayor velocidad, todo ese mundo que nos vende el turismo de masas lleno de emociones rápidas. Si no existe esperanza eterna, si la vida fuese solo un instante de luz en un inmenso océano de oscuridad, querríamos disfrutar y conocer cuánto se pudiera antes de que llegase la hora final. Pero no siempre fue así ni esa desesperación abarca a todos, la promesa eterna lleva implícita la esperanza de que todo cuanto existe, ha existido y existirá, será por nosotros conocido cuando llegue el encuentro final. Desgraciadamente ese viaje a muchos les produce pavor porque su billete lleva implícito un cambio y conversión de la propia vida. Abandonar el yo para abrazar al otro: El universo. Siendo como es, tán cómodo el egoísmo.

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hace 1 hora, El Español dijo:

Coincido plenamente contigo, vivimos en un país absolutamente maravilloso.

No conocía al escritor que mencionas, pero me ha gustado mucho ese pasaje que has citado. ¿Alguna recomendación, libro o enlace con el que empezar?

Desde luego lo universal, no se encuentra tanto en lo largo y ancho de este mundo, como en la franqueza y amplitud de nuestro corazón. Creo que ahí es donde empieza todo viaje, independientemente de que éste sea rural o urbano. Quizás el mundo rural es más propicio para observar y entender ese viaje interior, que el mundo urbano. Porque a menudo las cosas se suceden allí al ritmo natural y acompasado de la vida, acelerada y masificada sin embargo en el mundo urbano y por tanto con una mayor dificultad para ver y entender todas esas historias, mensajes y emociones que se encuentran en lo profundo de los acontecimientos diarios.

Pero como he vivido algo más de cuarenta años en la ciudad, soy testigo de que es igualmente posible observarlos y saborearlos si se resta interés a lo propio y se pone la atención en el otro, en lo que ocurre, en cuanto pasa: En lo que Dios provee. Lo universal es nuestra vida, su providencia, sin necesidad de trasladarnos a ningún país lejano para que ésta suceda e independientemente de si vivimos en una aldea perdida o en el centro de una gran ciudad. No obstante, también creo que, si uno presta atención sincera a la vida que acontece en la ciudad, tarde o temprano termina añorando ese otro mundo rural, lento, natural y acompasado, que ha marcado durante siglos el ritmo existencial que de alguna forma se encuentra inscrito en el propio latido de nuestros corazones en paz.

Sin duda vivimos en un país maravilloso donde abunda la gente de gran corazón, y las historias sencillas capaces de explicar los más intrincados secretos de la vida, eso sí, hay que buscarlas fuera de las pantallas de televisión o de los reclamos publicitarios de las agencias de viajes. Están ahí al lado, sucediendo en la habitación de al lado, en la casa del vecino, en la panadería de enfrente, en la plaza del pueblo o en el campo de las afueras, siempre junto a nuestras vidas y sin necesidad de tomar un avión para encontrarlas.

A menudo me pregunto, si a España vienen anualmente millones de turistas interesados en conocer nuestra tierra, paisajes, costumbres, lengua, gastronomía o historia ¿Cómo es que tanta gente prefiere hoy viajar a un país lejano, antes que conocer a fondo toda esa riqueza que buscan los foráneos? ¿Lo lógico no sería, no querer salir hasta no haber conocido a fondo, al menos tu propio país? ¿No es así también como venimos al mundo, después de haber desarrollado el más estrecho vínculo de amor con nuestras madres en su seno? Ese es el problema del turismo consumista, que nos convierte en consumidores de lugares, como hormigas sin pensamiento propio que devoran un animal muerto, para trasladarse a otro lugar una vez acabados los despojos. Y así vamos destruyendo entornos y formas de vida, que luego nos mueven a imponernos cadenas en forma de férreas leyes para preservar lo poco que nos queda.

Ligando un poco con lo que comentaba en el otro mensaje acerca de la pérdida del sentido religioso, pienso que en esa pérdida se encuentra también la de la esperanza eterna ya que, ante la perspectiva de finitud que plantea la muerte, deseamos ver y recorrer a la mayor velocidad, todo ese mundo que nos vende el turismo de masas lleno de emociones rápidas. Si no existe esperanza eterna, si la vida fuese solo un instante de luz en un inmenso océano de oscuridad, querríamos disfrutar y conocer cuánto se pudiera antes de que llegase la hora final. Pero no siempre fue así ni esa desesperación abarca a todos, la promesa eterna lleva implícita la esperanza de que todo cuanto existe, ha existido y existirá, será por nosotros conocido cuando llegue el encuentro final. Desgraciadamente ese viaje a muchos les produce pavor porque su billete lleva implícito un cambio y conversión de la propia vida. Abandonar el yo para abrazar al otro: El universo. Siendo como es, tán cómodo el egoísmo.

espero no desviar el tema con el enlace y unos comentarios, te auguro que gran parte de la obra de este hombre te va a tocar directo si no me falla el radar. No sé si saldrá bien el enlace, como sabes el Google libros tiene huecos pero como en este caso son relatos cortos algunos de ellos podrás pillarlos completos. Así te haces una idea. Tampoco es cuestión de secuestrar el hilo. Pero la temática rural, el trasfondo religioso -este hombre parece ser que leía la Biblia a diario- y la tesis del egoísmo como una de las principales fuentes de los problemas es un trasfondo presente en casi toda su obra. A ver si sale algo--> ve a la página 61:

https://books.google.de/books?id=DvJZFzCDR-4C&pg=PA35&dq="la+braña"+"manuel+llano"&hl=de&sa=X&ved=0ahUKEwjvuviRqpvgAhUP_qQKHSvPDzsQ6AEIKDAA

Siento no poder aportar enlaces, estos son los títulos sacados de wiki, yo tengo la obra en papel:

  • 1929: El Sol de los Muertos (novela publicada en La Región).
  • 1931: Las Anjanas.
  • 1931: Brañaflor (colección de cuentos).
  • 1932: Campesinos en la Ciudad.
  • 1934: La Braña.
  • 1934: Rabel.
  • 1935: Retablo Infantil.
  • 1935: Parábolas.
  • 1937: Monteazor.
  • 1938: Dolor de Tierra Verde (edición póstuma).
  • 1938: Cuentos de Enero o Malva (edición póstuma).

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No te desvías para nada del hilo, don Fernandito. El texto que has pegado de Manuel Llano es muy bueno y se acopla perfectamente al espíritu del hilo. Por cierto, he descubierto gracias a tus enlaces que La Braña fue prologada por Luys Santa Marina, un falangista de los auténticos. Creía yo que Santa Marina era catalán, pero resulta que era de origen montañés y Cataluña sólo fue su tierra adoptiva.

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hace 22 minutos, Hispanorromano dijo:

No te desvías para nada del hilo, don Fernandito. El texto que has pegado de Manuel Llano es muy bueno y se acopla perfectamente al espíritu del hilo. Por cierto, he descubierto gracias a tus enlaces que La Braña fue prologada por Luys Santa Marina, un falangista de los auténticos. Creía yo que Santa Marina era catalán, pero resulta que era de origen montañés y Cataluña sólo fue su tierra adoptiva.

Llano encandiló a muchos, entre otros a Unamuno. Desde luego, para mí sería un referente interesante en el tema que solemos tratar por aquí de campo y ciudad, religiosidad popular, etc, etc. Su evolución también lo es, desde sus fases iniciales totalmente hostiles a la ciudad a las últimas más conciliadoras.

La intrahistoria con la guerra civil como trasfondo del "Dolor de tierra verde" creo que es poco común.

Volviendo al tema del hilo, a mí no me entra en la cabeza que pueda llamársele turismo al mero consumo superficial de lugares de visita. Al final, aparte de dejar tiempo y dinero,  no conoces ni la tierra, ni a sus gentes, ni las costumbres. Procuro reducirlo al mínimo y casi siempre en los entornos de donde vivo. Lo mío son las cercanías en lo geográfico.

Una de las mejores cosas que he hecho en la vida es visitar hace años Andalucía. A los del norte nos hace especial falta hacerlo obligatoriamente para quitarnos prejuicios y clichés de encima. Aquella me parece la tierra con mayor potencial de España.

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Lo que critica es el consumismo en el mundo del viaje, que es lo que se viene a llamar "turismo". Los viajes fast food, de usar y tirar, que en realidad no son experiencias reales ni se aprende nada de ellos, son coleccionar destinos, poder decir que he ido a x sitio, visitar los 4 destinos turísticos de rigor, hacerse la foto poser en el monumento de turno, etcétera.

Es un fenómeno más del consumismo que asola el mundo moderno, coleccionar cosas y experiencias totalmente superficiales que no aportan nada. Pasa en la mayoría de aficiones.

Ahora bien, no hay que confundir con un viajero de verdad, con gente aventurera que realmente quiere ver mundo, pero de verdad, con experiencias profundas y reales y no pseudoviajes enlatados. Esta gente no hace "turismo" sino que se busca un oficio que le permita viajar, como pueda ser marino mercante, miembro de una banda musical, opositar al cuerpo diplomático, etcétera, o gente que como el vasco de la carretilla, el Frank de la Jungla, Wally Herbert explorando el Polo Norte, los astronautas (no voy a entrar en la polémica sobre si se fue o no a la Luna, lo pongo como ejemplo) y demás. Llevar una vida más o menos nómada no lo veo algo malo per sé, pero el consumismo y el querer tapar las carencias emocionales con eso sí.

https://es.m.wikipedia.org/wiki/El_Vasco_de_la_Carretilla

Gente así ha habido siempre, mercaderes viajando en caravanas o en barco, algunos fueron aún más lejos como Marco Polo que fue a China y Mongolia, juglares tocando de pueblo en pueblo, diplomáticos, aventureros varios, Cristóbal Colón estableciendo contacto en América, Leif Eriksson llegando a Terranova, lo moderno es el turismo, esto es el consumismo aplicado a los viajes, y el consumismo en general.

Ideología, pues con sus apelaciones a la tradición, crítica al desarraigo y demás supongo que de derechas tradicionalista o filotradicionalista.

Editado por Isaac Peral. Motivo:

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Quizás no esté directamente relacionado con el tema pero puede venir al hilo de lo que comenta Isaac Peral. Recientemente he conocido un mapa realizado por Martin Jan Månsson, un graduado del instituto de Tecnología de Suecia, en el que se detallan con extrema precisión todas las rutas comerciales permanentes conocidas, que había en la Edad Media, y que desde luego resulta muy útil para deshacer ese barniz oscurantista con el que se suele pintar aquella época.

Os dejo el enlace y una pequeña captura de pantalla que da una idea de lo global que era ya el mundo, a través del comercio, en aquel tiempo. Desde luego, viajar no era entonces tan sencillo como ahora y por tanto no se puede comparar el turismo actual con los viajes que han dado forma al mundo desde antaño, pero es evidente que, como bien dice el compañero Isaac Peral, viajeros ha habido siempre.

Medieval trade route networks

Medieval trade route networks.png

 

 Nota: El mapa en su web es escalable a un gran nivel de detalle. Os recomiendo visitarlo si os gusta el tema.

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Isaac, es muy correcta la distinción que haces entre el turista y el viajero. La crítica se dirige al turista fast food y no al viajero, como bien has intuido.

El pasaje que cité el principio no es de un autor derechista y desde luego el libro lo publica una editorial que parece tener una importante afinidad con el anarquismo, que alberga corrientes muy dispares, algunas muy dañinas. Dentro de lo que se considera izquierda hay sectores que critican el desarraigo moderno y que favorecen una vuelta a las tradiciones (por ejemplo, el famoso grupo Mes Aieux cuya canción tuvo un enorme éxito entre el público de derechas, pertenece a esa corriente). Se puede hablar con ellos de algunas cosas. El punto de conflicto suele ser la religión, aunque ciertamente hay algunas corrientes que, aunque desprecien el dogma católico, parecen considerar preferible la civilización que alumbró la Iglesia al tipo de civilización actual.

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hace 1 hora, Hispanorromano dijo:

Isaac, es muy correcta la distinción que haces entre el turista y el viajero. La crítica se dirige al turista fast food y no al viajero, como bien has intuido.

El pasaje que cité el principio no es de un autor derechista y desde luego el libro lo publica una editorial que parece tener una importante afinidad con el anarquismo, que alberga corrientes muy dispares, algunas muy dañinas. Dentro de lo que se considera izquierda hay sectores que critican el desarraigo moderno y que favorecen una vuelta a las tradiciones (por ejemplo, el famoso grupo Mes Aieux cuya canción tuvo un enorme éxito entre el público de derechas, pertenece a esa corriente). Se puede hablar con ellos de algunas cosas. El punto de conflicto suele ser la religión, aunque ciertamente hay algunas corrientes que, aunque desprecien el dogma católico, parecen considerar preferible la civilización que alumbró la Iglesia al tipo de civilización actual.

Cierto, Félix Rodrigo Mora y similares, error mío no acordarme de ellos.

Editado por Isaac Peral. Motivo:

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    • Por Español
      Comentario de El Español
      Me parece un texto interesante con el que coincido en gran medida. De hecho, siempre he destacado en mi grupo de amigos por ser el único al que no le ha interesado apenas viajar, siendo en cambio todos mis amigos unos grandes viajeros y turistas otros. Siempre he considerado que alrededor de uno se extiende de continuo un impresionante espectáculo de acontecimientos, formas, costumbres, sensaciones y realidades diversas, que bastan para llenar el alma con todo aquello que se necesita para vivir e incluso extasiarse abundantemente, y que a menudo son las prisas, afanes y rutinas las que hacen que todo eso nos pase desapercibido, moviéndonos a buscar fuera lo que ya tenemos en nuestra propia casa.
      Para mi, los grandes viajes son visitar otros lugares de España, tierra que considero mi patria y por tanto esencia de quiénes somos, y por eso casi todos mis viajes han sido en territorio nacional, excepto una vez que viajamos al Pirineo francés con ocasión de una visita al Santuario de Lourdes. Es decir, siempre en casa porque ¿cómo podría yo valorar la creación entera si no conozco siquiera mi propia casa?  ¿Cómo podría yo saborear la sustancia de otros lugares si no conozco ni entiendo la sustancia misma de la que estoy hecho? No me interesa viajar al lejano oriente, ni a los grandes territorios del norte o al África salvaje, por citar destinos habituales entre viajeros, y no porque considere que no tienen valor, belleza o que carezcan de interés alguno sino porque siempre he sabido de alguna forma, que todo lo que puedo encontrar en esos lugares, en el ámbito del ser y las emociones, que es lo que me interesa saborear cuando viajo, puedo encontrarlo también en mis alrededores.
      Hubo una época que nos dio por viajar a las sierras de Cazorla y la Villas, en Jaén, y mi mujer y yo estuvimos viajando ocho años consecutivos allí, hasta que nos llenamos de todo lo que aquel impresionante entorno podía ofrecernos, saboreando intensamente cada pueblo, historia, conversación, recodo, riachuelo, senda o rincón que pudiéramos encontrar. Viviendo en definitiva muy íntimas y exquisitas experiencias, incluso alguna de carácter místico, que en parte han ayudado a forjar nuestras vidas, sin necesidad de trasladarnos a Noruega a visitar sus fiordos. Lo mismo me ha ocurrido con el Pirineo, Castilla, Asturias, Cantabria, toda la costa mediterránea y sus islas, o con la abandonada y preciosa tierra aragonesa. Soy de los que se pueden pasar horas contemplando y saboreando un mismo paisaje, sin moverme del sitio, hasta extraer de él su esencia más profunda, su historia, su ser, pues pienso que el verdadero viaje está en el interior y en la forma en como acogemos y desentrañamos nuestra realidad más inmediata, estemos donde estemos.
      Recuerdo una anécdota cuando se celebró la Expo de Sevilla en el 92. Fuimos con unos amigos a pasar allí una semana, y recuerdo que en el tiempo que éstos visitaron todos los pabellones, nosotros apenas visitamos una docena, entre ellos por supuesto el español. Esa lentitud nuestra nos llevó a tener una amarga discusión con ellos, pues nos acusaban de ralentizar al grupo e impedirles ver la riqueza de todo lo que había allí, con la consecuencia de que terminamos yendo nosotros por nuestro lado y ellos por el suyo, hasta el punto de que alguno incluso dejó de hablarnos. Era un poco como si tuvieran la necesidad imperiosa de entrar en todos los sitios, de dejar su marca en todas partes como si eso fuera una prueba tangible de su propia universalidad. A mi modo de ver se trataba de lo contrario, era yo el que podía enriquecerse con todo lo que había allí, y por tanto debía saborearlo despacio para extraer la esencia que se encontraba en lo que cada país quería mostrar. Por supuesto es una anécdota y en una exposición así, tampoco iba yo a conocer la verdadera esencia de los países expositores, pero es una imagen válida para entender cómo viajamos actualmente por el mundo, buscando dejar nuestra huella, como el perro que marca su esquina, en lugar de procurar alimentarnos de las esencias, historias y señales que hay en el mundo.
      para mí el turismo es eso, gente corriendo de aquí para allá en la búsqueda casi enloquecida de emociones rápidas que nos alejen de nuestra realidad, y que tan pronto pasan como se cambia mentalmente de destino, más por el objeto de presumir sobre dónde hemos estado y lo grandes que somos por ello, que por enriquecernos con lo que hayamos encontrado. Es un poco el reflejo de una vida alegre pero sin sustancia, consumista, que apenas tiene otra utilidad final que la económica.
      La finca donde vivimos tiene apenas una hectárea, emplazada en una tranquila zona de pinares y cultivos, donde el tiempo se detiene a cada instante para dar paso a esos pequeños acontecimientos que son toda una historia y verdaderamente enriquecen la propia vida. Una conversación con el vecino acerca de la cosecha de olivas de este año; el zorro que viene a comer de lo que le ponemos a los gatos; las tórtolas y pajarillos que a diario vienen a hurtar el grano de las gallinas; un pequeño árbol que trata de hacerse sitio en un roquedal junto a la casa; el águila que se lanza a la caza de una culebra que luego ves colgar de sus garras en las alturas; el caminante que pasa junto a la casa y te cuenta sus historias; el panadero que viene los sábados a traer el pan de toda la semana y te narra sus últimas conquistas de caza o el problema de salud que tiene su hijo; el pastor que pasa con su rebaño bajo la lluvia por la cresta de la sierra desafiando el temporal para poner a salvo sus ovejas; el camino hasta el pueblo donde te cruzas con algún conejo asustadizo o con una familia de codornices atareada en buscar comida; la conversación amable en la parroquia sobre cómo organizar la próxima recogida de alimentos; el ratillo en la tienda de piensos animales conversando con Carlos de los últimos chismes del pueblo; el campanario del pueblo y las historias que te cuenta al pensar en las horas y acontecimientos que ha marcado su reloj; la señora que pasa ya encorvada tirando de su carrito recordando seguramente los tiempos que ha vivido; el viaje semanal a la ciudad para saborear la riqueza del beso y el encuentro con la familia... La vida está llena de preciosas historias cercanas que acontecen a cada momento, llenas de mensajes de esperanza, sentimientos, pasión y fuerza, y que ocurren en el día a día sin que para la mayoría pasan advertidas.
      A veces pienso que el olvido de la religión, de esa religión profunda que mueve al hombre a buscar en cada cosa el vínculo o señal que le comunique con lo eterno, ha traído la consecuencia de que hemos olvidado vivir, entender y saborear la vida. Dejándonos ciegos ante todas esas historias profundas y maravillosas que marcan el ritmo de los días. Incapaces de entender las señales que el Eterno nos regala en cada instante. Mancos para abrazar la cercanía de los nuestros y cojos para recorrer el verdadero camino de la vida, que sin embargo buscamos ansiosamente en un avión, en tierras lejanas que visitamos no más que para dejar allí nuestra orina, como gatos en celo que marcan sus territorios para decirle al mundo ¡Aquí estoy y mando yo! Pero no se trata de estar sino de ser. Ese es el verdadero viaje.
      Ignoro la afinidad ideológica del autor de ese texto, pero por lo que yo siento y percibo, intuyo que se trata de alguien que se cuestiona las inercias y dogmas de este mundo y por tanto deduzco que es alguien cercano al tradicionalismo o perteneciente en cambio a esas izquierdas que yo denomino "semiconversas" al estilo de Elvira Roca, Gustavo Bueno, etc, que se plantean si los dogmas modernos en los que han creído, merecen realmente la pena.
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      Una vez más, por aprecio a estos amigos dejo solo el enlace para enviar las visitas a la fuente.

      Solo comento la foto que ponen de un congreso internacional identitari que hubo un México. Ahí se plasma el cáncer que han supuesto y parece que aún sigue suponiendo aquella enfermedad llamada CEDADE. En dicha foto veo al ex-cabecilla de CEDADE, Pedro Varela -uno de esos nazis que se dicen católicos- junto a Salvador Borrego -que si bien no era nazi, de hecho es un mestizo que además se declara hispanista y favorable a la mezcla racial propiciada por la Monarquía Católica,  sí que simpatizó con ellos por una cuestión que quizá un día podamos comentar- uno de los "revisionistas" más importante en lengua española, así como el también mexicano Alberto Villasana, un escritor, analista, publicista, "vaticanista" con gran predicamento entre los católicos mexicanos, abonado totalmente a la errática acusación contra el papa Francisco... posando junto a tipos como David Duke, ex-dirigente del Ku Kux Klan, algo que lo dice todo.

      Si mis rudimentarias habilidades en fisonomía no me fallan, en el grupo hay otro español, supongo que también procedente del mundillo neonazi de CEDADE.

      Imaginemos la corrupción de la idea de Hispanidad que supone semejante injerto, semejante híbrido contra natura.

      Nuestra querido México tiene la más potente dosis de veneno contra la hispanidad, inyectado en sus venas precisamente por ser un país clave en ella. Es el que otrora fuera más próspero,  el más poblado, también fue y en buena parte sigue siendo muy católico, esta en la línea de choque con el mundo anglo y... los enemigos de nuestra Hispanidad no pueden permitir una reconciliación de ese país consigo mismo ni con la misma España, puente clave en la necesaria Reconquista o reconstrucción. Si por un lado está infectado por el identitarismo amerindio -el indigenismo- por el otro la reacción está siendo narcotizada por un identitarismo falsohispanista, falsotradicionalista o como queramos verlo, en el cual CEDADE juega, como vemos, un factor relevante.

      Sin más, dejo ahí otra vez más mi sincera felicitación al autor de ese escrito. Enhorabuena por su clarividencia y fineza, desde luego hace falta tener personalidad para ser capaz de sustraerse a esa falsa polarización con que se está tratando de aniquilar el hispanismo.

       





        • Excelente 25 puntos positivos y de mejora)
      • 32 respuestas
    • La libertad sexual conduce al colapso de la cultura en tres generaciones (J. D. Unwin)
        • Un aplauso (10 positivos y 5 puntos de mejora)
        • Extraordinario (100 puntos positivos y de mejora)
    • Traigo de la hemeroteca un curioso artículo de José Fraga Iribarne publicado en la revista Alférez el 30 de abril de 1947. Temas que aborda: la desastrosa natalidad en Francia; la ya muy tocada natalidad española, especialmente en Cataluña y País Vasco; las causas espirituales de este problema, etc.

      Si rebuscáis en las hemerotecas, hay muchos artículos de parecido tenor, incluso mucho más explícitos y en fechas muy anteriores (finales del s. XIX - principios del s. XX). He traído este porque es breve y no hay que hacer el trabajo de escanear y reconocer los caracteres, que siempre da errores y resulta bastante trabajoso, pues ese trabajo ya lo ha hecho la Fundación Gustavo Bueno.

      Señalo algunos hechos que llaman la atención:

      1) En 1947 la natalidad de Francia ya estaba por los suelos. Ni Plan Kalergi, ni Mayo del 68, ni conspiraciones varias.

      2) Pero España, en 1947 y en pleno auge del catolicismo de posguerra, tampoco estaba muy bien. En particular, estaban francamente mal regiones ricas como el País Vasco y Cataluña. ¿Será casualidad que estas regiones sean hoy en día las que más inmigración reciben?

      3) El autor denuncia que ya en aquel entonces los españoles estaban entregados a una visión hedonística de la existencia, que habían perdido la vocación de servicio y que se habían olvidado de los fines trascendentes. No es, por tanto, una cosa que venga del Régimen del 78 o de la llegada al poder de Zapatero. Las raíces son mucho más profundas.

      4) Señala que el origen de este problema es ético y religioso: se ha perdido la idea de que el matrimonio tiene por fin criar hijos para el Cielo. Pero también se ha perdido la idea del límite: las personas cada vez tienen más necesidades y, a pesar de que las van cubriendo, nunca están satisfechas con su nivel de vida.

      Este artículo antiguo ilumina muchas cuestiones del presente. Y nos ayuda a encontrarle solución a estos problemas que hoy nos golpean todavía con mayor fuerza. Creo que puede ser de gran provecho rescatar estos artículos.
        • Me gusta (5 positivos y 3 puntos de mejora)
        • Un aplauso (10 positivos y 5 puntos de mejora)
    • En torno a la posibilidad de que se estén usando las redes sociales artificialmente para encrespar los ánimos, recojo algunas informaciones que no sé sin son importantes o son pequeñas trastadas.

      Recientemente en Madrid se convocó una contramanifestación que acabó con todos los asistentes filiados por la policía. Militantes o simpatizantes de ADÑ denuncian que la convocó inicialmente una asociación fantasma que no había pedido permiso y cuyo fin último podría ser provocar:

      Cabe preguntarles por qué acudieron a una convocatoria fantasma que no tenía permiso. ¿Os dais cuenta de lo fácil que es crear incidentes con un par de mensajes en las redes sociales?

      Un periodista denuncia que se ha puesto en marcha una campaña titulada "Tsunami Español" que pretende implicar a militares españoles y que tiene toda la pinta de ser un bulo de los separatistas o de alguna entidad interesada en fomentar la discordia:

      El militar rojo que tiene columna en RT es uno de los que difunde la intoxicación:

      Si pincháis en el trending topic veréis que mucha gente de derechas ha caído en el engaño.

      Como decía, desconozco la importancia que puedan tener estas intoxicaciones. Pero sí me parece claro que con las redes sociales sale muy barato intoxicar y hasta promover enfrentamientos físicos con unos cuantos mensajes bien dirigidos. En EEUU ya se puso en práctica lo de citar a dos grupos contrarios en el mismo punto para que se produjesen enfrentamientos, que finalmente ocurrieron.
        • Un aplauso (10 positivos y 5 puntos de mejora)
    • Una teoría sobre las conspiraciones
      ¿A qué se debe el pensamiento conspiracionista que tiene últimamente tanto auge en internet? Este artículo baraja dos causas: la necesidad de tener el control y el afán de distinguirse de la masa.
        • Correcto (3 positivos y 1 punto de mejora)
        • Un aplauso (10 positivos y 5 puntos de mejora)
      • 105 respuestas
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