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Pius

«El Fascio»

Publicaciones recomendadas

En este hilo dejaré publicado el número 1 [único publicado] «El Fascio».

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El Fascio

Nace esta revista bajo el signo y el nombre de EL FASCIO.


Hemos querido dejar por el primer momento este nombre, que aun siendo extranjero en sus orígenes, hoy se ha universalizado y constituye un punto de referencia internacional. Al fin y al cabo, el «Fascio» es el haz de vergas con el hacha lictoria, de que se servía Roma para ir fundando y consolidando su «Pax Romana», el «orbis romanus», la primera Europa unida y civilizada de nuestra historia.


Todo el mundo sabe instintivamente lo que quiere representar este signo salvador frente a otros disolventes. Frente a la «Hoz y el Martillo» del comunismo y frente al «Triángulo y el Compás» de la masonería.


Nosotros aspiramos desde esta revista a informar a nuestro pueblo, a propagar a nuestro pueblo lo que el «Fascio» es como doctrina, como política, como acción y como salvación del mundo. Y sobre todo, como salvación de España frente a todos los peligros disolventes que amenazan aplastarla.


El «Fascio» en español significa «Haz», que es una palabra popular, campesina e histórica. Pues va desde la gavilla de espigas –desde el pan nuestro de cada día– hasta el «haz» simbólico de «flechas» con que nuestros Reyes Católicos hicieron la unidad de España en el Renacimiento.


Cuando nuestros lectores se hayan familiarizado con el contenido de EL FASCIO no habrá inconveniente en nacionalizar esta palabra y emplear la nuestra castiza de «Haz».


«Haz» significará, no sólo el agruparse los genuinos españoles en Juntas de ofensa y defensa contra los enemigos de España. Significará también el imperativo que más necesita el español: el imperativo de «hacer». «¡Haz!»

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Publicado en «El Fascio» el 16 de marzo del 1933. Número 1, página 8.

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Orientaciones
Hacia un nuevo Estado

Los fundamentos del Estado liberal


El Estado liberal no cree en nada, ni siquiera en su destino propio, ni siquiera en sí mismo. El Estado liberal permite que todo se ponga en duda, incluso la conveniencia de que él mismo exista.


Para el gobernante liberal, tan lícita es la doctrina de que el Estado debe subsistir, como la de que el Estado debe ser destruído. Es decir, que puesto a la cabeza de un Estado «hecho», no cree ni siquiera en la bondad, en la justicia, en la conveniencia del Estado ese. Tal un capitán de navío que no estuviera seguro de si es mejor la arribada o el naufragio. La actitud liberal es una manera de «tomar a broma» el propio destino; con ella es lícito encaramarse a los puestos de mando sin creer siquiera en que debe haber puestos de mando, ni sentir que obliguen a nada, ni aun a defenderlos.


Sólo hay una limitación: la ley. Eso sí: puede intentarse la destrucción de todo lo existente, pero sin salirse de las formas legales. Ahora que, ¿qué es la ley? Tampoco ninguna unidad permanente; tampoco ningún concepto referido a principios constantes. La ley es la expresión de la voluntad soberana del pueblo; prácticamente, de la mayoría electoral.


De ahí dos notas:


Primera. La Ley –el Derecho– no se justifica para el liberalismo por su «fin», sino por su «origen». Las escuelas que persiguen como meta permanente el bien público consideran buena ley la que se pone al servicio de tal fin. Y mala ley, la promulgue quien la promulgue, la que se aparta de tal fin. La escuela democrática –y la democracia es la forma en que se siente mejor expresado el pensamiento liberal– estima que una ley es buena y legítima si ha logrado la aquiescencia de la mayoría de los sufragios, así contenga en sus preceptos las atrocidades mayores.


Segunda. Lo justo para el liberalismo no es una categoría de razón, sino un producto de voluntad. No hay nada justo por sí mismo. Falta una norma de valoración a que referir, para aquilatar su justicia, cada precepto que se promulgue. Basta con recontar los votos que lo abonen.


Todo ello se expresa en una sola frase: «El pueblo es soberano». Soberano; es decir, investido de la virtud de autojustificar sus decisiones. Las decisiones del pueblo son buenas por el hecho solo de ser suyas. Los teóricos del absolutismo real habían dicho: «Quod principi placuit legem habet vigorem.» Había de llegar un momento en que los teóricos de la Democracia dijeran: «Hace falta que haya en las sociedades cierta autoridad que no necesite tener razón para validar sus actos; esta autoridad no está más que en el pueblo.» Son palabras de Jurien, uno de los precursores de Rousseau.


Libertad, Igualdad, Fraternidad


El Estado Liberal –el Estado sin fe, encogido de hombros– escribe en el frontispicio de su templo tres bellas palabras: «Libertad, Igualdad, Fraternidad.» Pero bajo su signo no florece ninguna de las tres.


La Libertad no puede vivir sino al amparo de un principio fuerte, permanente. Cuando los principios cambian con los vaivenes de la opinión, sólo hay libertad para los acordes con la mayoría. Las minorías están llamadas a sufrir y callar. Todavía bajo los tiranos medievales quedaba a las víctimas el consuelo de saberse tiranizadas. El tirano podría oprimir, pero los materialmente oprimidos no dejaban por eso de tener razón contra el tirano. Sobre las cabezas de tiranos y súbditos estaban escritas palabras eternas, que daban a cada cual su razón. Bajo el Estado democrático, no: la ley –no el Estado, sino la ley, voluntad presunta de los más– «tiene siempre razón». Así, el oprimido, sobre serlo, puede ser tachado de díscolo peligroso si moteja de injusta a la ley. Ni esa libertad le queda.


Por eso ha tachado Duguit de «error nefasto» la creencia en que un pueblo ha conquistado su libertad el día mismo en que proclama el dogma de la soberanía nacional y acepta la universalidad del sufragio. ¡Cuidado –dice– con substituir el absolutismo monárquico por el absolutismo democrático! Hay que tomar contra el despotismo de las asambleas populares precauciones más enérgicas quizá que las establecidas contra el despotismo de los Reyes. «Una cosa injusta sigue siéndolo, aunque sea ordenada por el pueblo y sus representantes, igual que si hubiera sido ordenada por un Príncipe. Con el dogma de la soberanía popular hay demasiada inclinación a olvidarlo.»


Así concluye la libertad bajo el imperio de las mayorías. Y la Igualdad. Por de pronto, no hay igualdad entre el partido dominante, que legisla a su gusto, y el resto de los ciudadanos, que lo soporta. Más todavía, produce el Estado liberal una desigualdad más profunda: la económica. Puestos, teóricamente, el obrero y el capitalista en la misma situación de libertad para contratar el trabajo, el obrero acaba por ser esclavizado al capitalista. Claro que éste no obliga a aquél a aceptar por la fuerza unas condiciones de trabajo; pero le sitia por hambre: le brinda unas ofertas que, en teoría, el obrero es libre de rechazar; pero si las rechaza, no come, y al cabo tiene que aceptarla. Así trajo el liberalismo la acumulación de capitales y la proletarización de masas enormes. Para defensa de los oprimidos por la tiranía económica de los poderosos hubo de ponerse en movimiento algo tan antiliberal como es el socialismo.


Y por último, se rompe en pedazos la Fraternidad. Como el sistema democrático funciona sobre el régimen de mayorías, es preciso, si se quiere triunfar dentro de él, ganar la mayoría a toda costa. Cualesquiera armas son lícitas para el propósito; si con ello se logra arrancar unos votos al adversario, bien está difamarle, calumniarle y deformar de mala fe sus palabras. Para que haya minoría y mayoría tiene que haber por necesidad «división». Para disgregar al partido contrario tiene que haber por necesidad «odio». División y odio son incompatibles con la fraternidad. Y así los miembros de un mismo pueblo dejan de sentirse integrantes de un todo superior, de una alta unidad histórica que a todos los abraza. El patrio solar se convierte en mero campo de lucha, donde procuran despedazarse dos –o muchos– bandos contendientes, cada uno de los cuales recibe la consigna de una voz sectaria, mientras la voz entrañable de la tierra común, que debiera hermanarlos a todos, parece haber enmudecido.


Las aspiraciones del nuevo Estado


Todas las aspiraciones del nuevo Estado podrían resumirse en una palabra: «unidad». La Patria es una totalidad histórica, donde todos nos fundimos, superior a cada uno de nosotros y a cada uno de nuestros grupos. En homenaje a esa unidad han de plegarse clases e individuos. Y la construcción del Estado deberá apoyarse en estos dos principios:


Primero. En cuanto a su «fin», el Estado habrá de ser instrumento puesto al servicio de aquella unidad, en la que tiene que creer. Nada que se oponga a tal entrañable, trascendente unidad, debe ser recibido como bueno, sean muchos o pocos quienes lo proclamen.


Segundo. En cuanto a su «forma», el Estado no puede asentarse sobre un régimen de lucha interior, sino sobre un régimen de honda solidaridad nacional, de cooperación animosa y fraterna. La lucha de clases, la pugna enconada de partidos, son incompatibles con la misión del Estado.


La edificación de una nueva política, en que ambos principios se compaginen, es la tarea que ha asignado la Historia a la generación de nuestro tiempo.

Editado por Pius. Motivo:

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«El fascio no es un régimen esporádico» por José Antonio Primo de Rivera.

Publicado en «El Fascio» el 16 de marzo del 1933. Número 1, página 4.

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Los que, refiriéndose a Italia, creen que el fascismo está ligado a la vida de Mussolini, no saben lo que es fascismo ni se han molestado en averiguar lo que supone la organización corporativa. El Estado fascista, que debe tanto a la firme voluntad del Duce, sobrevivirá a su inspirador, porque constituye una organización inconmovible y robusta.


Lo que pasó en la Dictadura española es que ella misma limitó constantemente su vida y apareció siempre, por propia voluntad, como un Gobierno de temporal cauterio. No hay, pues, que creer, no hay siquiera que pensar, que nosotros perseguimos la implantación de un nuevo ensayo dictatorial, pese a las excelencias del que conocimos. Lo que buscamos nosotros es la conquista plena y definitiva del Estado, no para unos años, sino para siempre.


Los últimos partidarios de la democracia, fracasada y en crisis, procuran, con la mala intención que es de suponer y en defensa de los reductos agrietados, llevar el confusionismo al pensamiento de las gentes. Estamos aquí nosotros para impedir el engaño de todos los que no quieran dejarse engañar. Nosotros no propugnamos una dictadura que logre el calafateo del barco que se hunde, que remedie el mal una temporada y que suponga sólo una solución de continuidad en los sistemas y en las prácticas del ruinoso liberalismo. Vamos, por el contrario, a una organización nacional permanente, a un Estado fuerte, reciamente español, con un Poder ejecutivo que gobierne y una Cámara corporativa que encarne las verdaderas realidades nacionales. Que no abogamos por la transitoriedad de una dictadura, sino por el establecimento y la permanencia de un sistema.


El distingo es muy importante, y no hay que olvidarlo.

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«La Camisa Negra» por Juan Aparicio.

Publicado en «El Fascio» el 16 de marzo del 1933. Número 1, página 8.

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En las horas maduras de 1915 algún joven español perplejo hubo de preguntarse su futuro. Entonces iba Italia a seguir a D'Annunzio; al tuberculoso Corridoni; a Mussolini, el socialista. Una sangre popular y noble empapaba el hálito de la nación. La antigua sangre garibaldina de Bruno Garibaldi, el voluntario muerto en el frente francés, era un ansia de guerra, un alarido de venganza.


La multitud legendaria y exasperada ondeó por el foro romano la camisa del héroe. La roja camisa de la unidad y luego del martirio. Cada mártir traía un testimonio de virtudes y una pasión de ejemplos para la Europa endomingada de la neutralidad. Esa Europa cobarde de los mercachifles y el marxismo, cuyo pecado fue ofrecer a la pugna sacra y varonil del mundo, o su pedantería derrotista, o se negocio infame.


El español sin zoco ni materialismo histórico, el español ingenuo y genuino de una tradición de contiendas civiles y universales, ese español leía en el primer número y en la primera página, en el atrio remoto ya de una revista de 1915, un artículo preliminar de Ortega y Gasset: «La camisa roja».


Era la camisa de Bruno Garibaldi, la roja camisa interventora, desplegada también aquí –dentro de ESPAÑA– por el capitán de una generación sincrónica de la italiana. (Los cincuenta años redondos de Mussolini. El medio siglo espectador del profesor Ortega.) Ortega proclamaba: «Y hoy, cuando llega la hora, ya inminente, de entrar Italia en la guerra absoluta, en la guerra definitiva, vamos a sentir con evidencia aterradora que somos una nación descamisada.» Y más adelante: «Desde el momento en que Italia apareció desintegrada de la Triple Alianza, debemos fijar en ella los ojos. Toda una nueva política comenzó entonces a ser posible. Acaso la única posible.»


Detrás del trapo rojo del legionario itálico, su patria desemboca en Vittorio Veneto. Después en la negra camisa del fascismo: «la nueva política posible, la única posible.»


La ambición belicosa de la revista ESPAÑA fracasaba pacíficamente. Se nos escamoteó la coyuntura del peligro, el trance del combate y de la gloria, cuando la metralla hubiera sido el mejor cirujano de hierro de Costa. La agitación de ESPAÑA se desleía en algo frígido y aséptico, como los muebles de pino inglés de la Institución Libre o el «humanismo» socialista de nuestro partido obrero. (Ante la divinidad o lo demónico, lo humano –nunca el hombre– es una cosa helada.) Quisieron el triunfo sin ganarlo, y su poca gana no pudo siquiera imponer la intervención a Dato –a Dato le asesinaron los sindicalistas–. La embestida de España frente a la tela carmesí permanecía inédita. El viejo toro ibérico era todo cuernos y resignación, cornucopia florida de Museo.


Pero en abril de 1931, la gente pusilánime –ni vencedora ni vencida– del año 15 recolecta por sorpresa el Poder. Ministros son sus redactores y colaboradores: Azaña, De los Ríos, Albornoz, Domingo, Zulueta. Embajadores son Canedo, Pérez de Ayala, Araquistáin... El mismo Casares Quiroga fue el oscuro corresponsal provinciano en «A Cruña» de la revista ESPAÑA.


El centenar de diputados socialistas es casi análogo en su sentido y cifra a los 156 diputados rojos de la Italia de 1920. La España neutral produce como un hongo insólito las setas venenosas de la postguerra. La historia convulsiva y explicable de quien acaba de disparar su arma –utopías marxistas, 1917-1918: Hungría, Alemania, Rusia– es la parodia hoy, entre cándida y cínica, de este país inerme, zarrapastroso, maniatado, descamisado todavía.


Nosotros le ofrecemos la armadura compacta y juvenil de una camisa negra. El luto de una pena antiquísima, el porvenir de una ilusión enorme. Tendrá que pelear esta batalla la mocedad valerosa de España. Tendrá que decidirse de una vez para siempre por una guerra auténtica. Con sus cruces sobre los caídos. Y sus himnos de júbilo adelante del éxito. La trinchera fascista nos espera ansiosa. Vayamos antes que presenciemos la mascarada o la felonía de aprovecharse del fascismo, sin haberlo logrado palmo a palmo, muerto a muerto, victoria a victoria. Hasta imponer a la anarquía y a la vesania nacionales una hercúlea camisa de fuerza. Nuestra camisa negra.

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«Haz y yugo» por Rafael Sánchez Mazas.

Publicado en «El Fascio» el 16 de marzo del 1933. Número 1, página 8.

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Ante la torre casi derruida de Castellamare, en Palermo, una fina puerta de arco rebajado, hermana de las de Toledo y Alcalá, sostiene las armas reales. El sol de mediodía da, como en el rostro de un cuadrante solar, en el viejo escudo de España. Sobre el intenso azul del mar, aquietado en el cerco de oro de los montes, flotan, como pétalos en una copa, las embarcaciones pintadas a la antigua, de colores claros. Bajo las nubes blancas, que desunen ya de su cortejo matinal de bodas, el escudo del Rey Fernando y de la Reina Isabel casi brilla en el mármol donde fue sobriamente inciso sin escarolados follajes. A los flancos lleva esculpidos –invención de Antonio Nebrija– el yugo del buey y el haz de flechas. ¡Escudos españoles de Sicilia! Ellos dicen que tuvimos alguna parte en la idea humana, virgiliana, clásica y cristiana del Imperio. Se quiso defender con ellos una unicidad, una civilización, una religión, una cultura, una católica y romana pastoral de los Cárpatos a los Andes, un concierto de pueblos superiores... Ellos dicen cómo supimos continuar el discurso milenario de las armas y de las letras, cómo invocamos, hasta donde nos fue posible, en la larga pelea, el socorro de las musas; cómo dimos nuestra odisea de ultramar y nuestra Edad de Oro; cómo ensayamos no sólo humillar y oprimir a los pueblos –según se nos reprocha–, sino también establecer una cooperación más elevada, inteligente y generosa que la que existe ahora. Hicimos un esfuerzo por establecer una Monarquía universal, por hacer copartícipes a los pueblos en una jerarquía de las mejores... Quisimos una paz y unidad en la religión, en la cultura, en el heroísmo.


Aquí, a la tierra de Sicilia, antes que con el de las columnas del Plus Ultra, vinimos con aquel otro escudo. Trajimos, entre un yugo y un haz de flechas, los cuarteles de la nacional dinastía. Cantaba sus Geórgicas con el yugo y cantaba su Eneida con el haz. Más que ningún otro blasón se acomodaba éste a la sencillez, al consejo de Hesiodo, a la modestia, a la fuerte y templada dignidad de Itaca y de Castilla, al griego de Homero como a los latines de Isidoro y al romance de Garcilaso y de Fray Luis. Nunca tuvimos otro escudo mejor. Con su haz de flechas y su yugo arcaico él hacía pensar en la patria romana, «rica de cosechas y de héroes», que Virgilio había cantado.


Así volvía, en el escudo virgiliano de la Reina Isabel, aquel equilibrio de la pastoral y de la epopeya que pasa todavía como un sueño dorado de Cervantes. A la tierra de Cíclopes y de pastores, donde Vulcano acicalaba las armas de Aquiles y donde Minerva enseñaba a los hombres el arte de arar y de uncir los bueyes, volvía, en signos castellanos y aragoneses, el recuerdo de la lección maravillosa. En los trabajos y en los días, de España, en las mocedades de un Imperio, he aquí los símbolos sin énfasis que bastan al esfuerzo común. Significaron en sus acepciones más altas, más que predominio vanaglorioso, educación perfecta, hecha de soportar los yugos de las Ciencias y de las Artes y de afinarse en punterías y destrezas exactas de arquero.


Repongamos en el escudo yugo y haz. Si el yugo sin las flechas resulta pesado, las flechas sin el yugo corren peligro de volverse demasiado voladoras. Tornemos, más que a una política, a una disciplina, a una conducta, a un estilo, a un modo de ser, a una educación. Unamos a la laboriosidad cotidiana la audacia vigilante y el ojo seguro del sagitario.


Poco diría el yugo si sólo dijese: sujeción. Dice también instrumento para realizar la fatiga, ayuda piadosa, domesticidad, mansedumbre, coyunda sacramental de amor. Poco diría el haz si sólo dijese: la unión es la fuerza. Dice también que tiene en ligadura presta a soltarse alas de pluma y aguijones de acero.


¡Escudo virgiliano de la Reina Isabel! Haznos volar, aguijonear, arar, tender el arco en afinada puntería, espolear la yunta y el vuelo, tener una conciencia diaria del surco y de la trayectoria. Entre el yugo del buey y el haz de flechas tú podrías volverte nuestro cuadrante, en espera del Mediodía.


Rafael Sánchez Mazas


(Fragmento de una conferencia dada en Santander y publicada por el Boletín de la «Biblioteca Menéndez y Pelayo» en 1927.)

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«El sentido social del fascismo» por Ernesto Giménez Caballero.

Publicado en «El Fascio» el 16 de marzo del 1933. Número 1, página 10.

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Hasta ahora que ha llegado la República a España, para seguir despertando a España –tras el clarinazo de la Dictadura– de una modorra casi secular, ha sido difícil y peligroso hablar en serio del Fascismo entre nosotros.


Los interesados en mantener el equívoco –y son muchos en España– habían hecho creer a las buenas gentes que el Fascismo significaba algo negativo, reaccionario, capitalista, monárquico, clerical y tiránico del pueblo. Habían hecho creer a nuestras buenas gentes –y son muchas en España– que el Fascismo era algo así como un pronunciamiento a lo siglo XIX.

 

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Pero las cosas se han precipitado de tal modo que en el ambiente español –y en el ambiente europeo– que la palabra «Fascismo» va teniendo un nuevo sentido, un nuevo sentido salvador, positivo, social y universal.


Hoy Europa –y el mundo– están divididos en tres campos de lucha: el «campo comunista», que desea arrasar con su avalancha, oriental y bárbara, toda una civilización secular, hecha entre lágrimas, heroísmos y sangre; el «campo liberal socialdemócrata», que con sus anticuados órganos de Gobierno (Parlamento, sufragio universal) quiere por un lado contener inútilmente el cataclismo, y por otro, instaurar un iluso equilibrio de fuerzas sociales, a base del mito de «la libertad individual». Y por último, el «campo fascista», que aceptando las masas sociales y los procedimientos de acción directa propios del comunismo, salva con ellos cierta autonomía individual, salva esencias imponderables de la civilización europea, y organiza de nuevo el mundo en una paz equilibrada, en una armonía de Capital y de Trabajo, en un sentido corporativo del Estado.

 

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Frente al «Comunismo», que todo lo quiere para la «Masa» («todo el poder para el Soviet»), y frente al «Liberalismo», que todo lo quiere para el «individuo», llega el «Fascismo», para integrar estos dos factores en un único cuerpo o «Corporación». La derecha y la izquierda sirven en el Fascismo a un solo cuerpo: «el Estado.» Lo mismo que en el hombre, la derecha y la izquierda le sirven para la lucha del cuerpo y del alma.


Roma, otra vez en la historia, ha resuelto la gran ecuación social. Como en tiempos de César, de San Pablo, de Constantino, de San Agustín, de Santo Tomás, de Campanella, de San Ignacio.


Mussolini tiene ese sentido profundo en la nueva historia del mundo. Siendo socialista, marxista, aportó en su movimiento el «genio de Oriente», comunista, y admitió las masas al Poder. Pero siendo también europeo, aceptó la función de la «iniciativa privada», del capital, y la libertad, para que las masas pudieran moverse.


Es hora ya de decir que el Fascismo, consecuencia de la Revolución rusa, es el triunfo de lo social: nacionalizado, universalizado, racionalizado.


Ni Oriente ni Occidente, sino lo universal, lo ecuménico. Ni Moscú ni Ginebra: Roma.


Por eso los que visitan Italia, tras diez años de este régimen tan nuevo y tan antiguo, tan moderno y tan tradicional, observan que el secreto y el sentido del Fascismo es «fundamentalmente social».


El Capital no ha sido aplastado por la Masa. Sino controlado por el Estado, para que sirva a la Masa, a los humildes. El trabajador en el régimen fascista, lo es todo. Es el auténtico régimen de los «trabajadores». Los trabajadores en el Fascismo han ascendido a primera clase social. Todo está en el Fascismo, en vista de la producción nacional.


Y el trabajador, ascendido a primate histórico, ha dejado de ser proletario. Y es patriota, y es espiritual, y siente ansias nobles de expansión y de dominio, de gloria.

 

* * *



La Historia se repite porque es siempre la misma. Antiguamente se decía: «Todos los caminos llevan a Roma.» Hoy lo podemos repetir. Sobre todo, los pueblos que nacimos del genio romano. Y es porque Roma, con el Fascismo, ha encontrado de nuevo la «solución de la Historia», la salvación de Europa, el «sentido de lo social».

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«Qué son las JONS» por Ramiro Ledesma Ramos.

Publicado en «El Fascio» el 16 de marzo del 1933. Número 1, página 14 y 15.

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QUÉ SON LAS JONS
 

Los orígenes. Fe política militante. La maravilla y el orgullo de ser españoles. Lo primero, la acción. Buscamos haces, juntas. Al servicio de una mística de juventud y de violencia. Imperio y pan. La glorificación de las masas.
¡Viva España!


He aquí la conversación con Ramiro Ledesma Ramos:

«Localice usted el nacimiento y creación de las Juntas de Ofensiva Nacionalsindicalista en la hora misma en que suspendió su publicación «La Conquista del Estado», víctima del rigor policiaco de Galarza, y tanto como eso, de la atmósfera de entontecimiento demoliberal que se respiraba en España –derecha, izquierda y centro– hasta hace unos meses. «La Conquista del Estado» desapareció hace ya un año y medio; pero sus veinticinco números denunciaron antes que nadie toda la mentira, toda la ineficacia, toda la candidez y todo el peligro de desviación y hasta de traición nacional que representaban aquellos pobres principios decimonónicos de las jornadas abrileñas. Y no era eso oposición a la República, como tal. No. Pues ante nuestra vista estaba bien cercano el pobrísimo impulso y el fracaso terminante de la Monarquía. Era otra cosa: teníamos sentido nacional español, ansia de servicios eficaces a la cultura y a la tierra que constituían nuestro ser de españoles; sabíamos quién era el enemigo –las organizaciones marxistas, poderosas y violentas–, y nos creíamos, por último, en posesión de las técnicas más precisas para debilitarlo.»

«Y entonces, abrazados a una interpretación militante de nuestra fe política, dimos paso a las JONS, donde, repito, los grupos de jóvenes lectores que se habían adherido a la consigna de resurgimiento nacional propagada en nuestro periódico, colaboraron durante un año en una tarea silenciosa y resignada, con perfecta cohesión y disciplina. Nos sostenía un espíritu vigilante, seguros de que muy pronto el pueblo español sentiría la necesidad de defender a la desesperada su derecho a una Patria y a una cultura que él mismo había creado. Pues la presencia angustiosa de tres realidades, de tres amenazas, como son: los separatismos roedores de la Unidad, la ola marxista antinacional y bárbara operando en nuestro suelo; la ruina económica y el paro constituyen peligro suficiente para que la gran mayoría de los españoles, o por lo menos la minoría más heroica, tenaz y responsable, aceptasen el compromiso de una acción política encaminada a recuperar la fortaleza de la Patria y la prosperidad económica del pueblo.»

«No hay política, eficacia política, sin acción. No interesa tanto a las JONS atraer millones de españoles a sus banderas como organizar cientos de miles en un haz de voluntades, con una disciplina y una meta inexorable que atrapar. El nombre mismo de nuestros grupos, las Juntas señala la primera preocupación del partido, la de promover a categoría activa, militante, el mero existir pasivo y frío que caracteriza hoy la intervención política del pueblo.»

«Sí. Delimitamos, por ahora, el sector de nuestras propagandas. Sabemos que el espíritu y la táctica de las JONS, es decir, sus ideas y su estilo de acción, sólo puede ser aceptado por la juventud española universitaria y obrera. Esto es, hijos de burgueses y proletariado joven, unidos en dos logros supremos: el resurgimiento de la grandeza y dignidad de España y la elaboración de una economía nacional, de sentido sindicalista, corporativo, sin lucha de clases ni marxismo. Sólo la juventud sabe que las instituciones y procedimientos que sirven de base al Estado liberal-burgués son una ruina en nuestro siglo, capaces tan sólo de despertar la adhesión y el entusiasmo de las gentes viejas. Y sólo ella sabe también que no hay licitud política alguna a extramuros de una idea nacional indiscutible, irrevisable, y que para mantener en su más firme pureza esa fe nacional, ese sentimiento de la Patria, es hoy necesario formar en unas filas uniformadas y violentas que contrarresten y detengan las calidades temibles del enemigo rojo.»

«En efecto: imperio y pan. No hay grandeza nacional y dignidad nacional sin estas dos cosas: un papel que realizar en el mundo, en la pugna de culturas, razas y regiones que caracteriza el vivir humano del planeta; un pueblo satisfecho, de coma y alcance, un nivel de vida superior, o, por lo menos, igual que el de otras naciones y países. Pero hay más. Si la economía nacional ha de ser próspera, es decir, lo necesariamente rica para asegurar el esplendor vital del pueblo, el primer factor es el de tener como base una pujanza y una fortaleza nacionales, una capacidad productora y un optimismo creador, imperial, que sólo consiguen y atrapan los pueblos que aparecen en la historia formados apretadamente en torno a la bandera de su Patria. Por ejemplo, la España del siglo XVI. Y hoy, el fascismo italiano.»

«Nada es hoy posible sin un orden, una disciplina y una colaboración activísima de las masas. Quien rechace o prescinda de las masas como de algo molesto y negativo está fuera del espíritu español de nuestro siglo, de la realidad que ahora vivimos. Las JONS aceptan, acogen y comprenden en su verdadera significación esa especie de glorificación de las masas a que asistimos hoy. Y por ello creemos que la única garantía de que pueda lograrse en España un orden permanente, una fecunda disciplina española, es aceptar, o más aún, reclamar la presencia palpitante del pueblo, de las masas españolas. Demostraremos al marxismo que no nos asustan las masas, porque son nuestras. Es, pues, tarea del partido, primera justificación del partido, el encontrar los moldes, los perfiles recios, durables y auténticos sobre que volcar la colaboración, efusividad y fuerza creadora del pueblo español. El marxismo encrespa las masas e inutiliza su carácter de españolas, movilizándolas bajo consignas negativas y rabiosas. Las hace bárbaras, insolidarias y hasta criminales. Al contrario de eso, las JONS intentarán ofrecer, aclarar y señalar a las masas hispánicas cuál es la ruta del pan; es decir, de la prosperidad y del honor; esto es, de su salvación como hombres libres y como españoles libres. Sabemos bien que sólo será libre el pueblo español cuando recobre su ser, su coraje y su fuerza –que viene negando o desconociendo desde hace dos siglos– y proyecte todo eso sobre el cerco enemigo que le ataca.»

«Nuestra negación radical es el marxismo. Nuestra afirmación primera, la grandeza y dignidad de España. Claro que estos dos afanes pueden compartirlos asimismo –en la letra, no en el espíritu– los sectores burgueses de izquierda; pero las JONS saben bien que sólo coronando esos propósitos con una política de sacrificio y de violencia, de realidad nacional y no de farsa parlamentaria, de heroísmo en la calle popular frente a los rojos, pueden ser obtenidos rotundamente. Esperamos, pues, la adhesión inmediata de esas juventudes burguesas de izquierda, ilusionadas hasta ahora por los mitos del siglo XIX, ingenuos, candorosos, y lo que es peor, ineficaces y blandos ante el enemigo.»

«Las JONS constituyen, puede decirse, un partido contra los partidos. No admitimos como lícitos en política otros móviles que los de índole nacional. España va a la deriva, gobernada por el egoísmo de los partidos, que hacen jirones la unanimidad histórica de España, su capacidad de independencia y sus defensas esenciales. Queremos el partido único, formado por españoles sin calificativo alguno derrotista, que interprete por sí los intereses morales, históricos y económicos de nuestra Patria. Queremos la dictadura transitoria de ese partido nacional, forjado, claro es, en la lucha y asistido activamente por las masas representativas de España. ¡¡Dictadura nacional frente a la dictadura del proletariado que propugnan los rojos y frente a los desmanes de la plutocracia capitalista!! Hasta conseguir las nuevas instituciones, el nuevo orden español, el nuevo Estado nacional de España. Nada nos liga a la España liberal y blanducha anterior al 14 de abril. Nada nos impide, pues, comenzar nuestro camino desde esta situación republicana que hoy existe. Pero, repito, la historia de España es gloriosa, formidable. Algunos de sus Reyes, magníficos jerarcas, geniales creadores de alma nacional, y de ellos estamos orgullosos ante el mundo. Ahora bien: hoy España, el pueblo español, vive una forma republicana de gobierno, y las JONS declaran que se librarán mucho de aconsejar al pueblo su abandono. En todo caso, ni Monarquía ni República: el régimen nacional de las JONS, el nuevo Estado, la tercera solución que nosotros queremos y pedimos.»

«Las JONS se consideran revolucionarias. Por su doble índole de partido que utiliza y propugna la acción directa y lucha por conseguir un nuevo orden, un nuevo Estado, subvirtiendo el orden y el Estado actuales. Somos, en lo económico, sindicalistas nacionales. Tenemos en nuestro programa la sindicación forzosa de productores, y desde los Sindicatos de industria a la alta Corporación de productores –capital y trabajo–, una jerarquía de organismos nacionales garantizará a todos los legítimos intereses económicos sus rotundos derechos. Otra cosa es en nuestra época caos, convulsión, ruina de los capitales y hambre del pueblo. Sólo nosotros, nuestro sindicalismo nacional, puede hacer frente a todo eso, aniquilando la lucha de clases y la anarquía económica.»

«¿Cómo no vamos a ser católicos? Pues ¿no nos decimos titulares del alma nacional española, que ha dado precisamente al catolicismo lo más entrañable de ella: su salvación histórica y su imperio? La historia de la fe católica en Occidente, su esplendor y sus fatigas, se ha realizado con alma misma de España; es la historia de España. Pero quede bien claro que las JONS aceptan muy poco, se sienten muy poco solidarias de la actuación política de los partidos católicos que hoy existen en España. Viven éstos apartados de la realidad mundial, y al indicar como metas aceptables las conquistas y los equilibrios belgas, denuncian un empequeñecimiento intolerable de sus afanes propiamente nacionales, españoles.»

«Sí. ¡Viva España! Vamos a airear este grito, haciendo que las masas lo hagan resonar con orgullo. Una de las más tristes cosas, de tantas cosas tristes como se ofrecían a los españoles desde hace sesenta años, era esta realidad de que el grito de ¡Viva España! fuese considerado como un grito reaccionario, al que había que proscribir en nombre de Europa y del progreso. ¡Oh, malditos!»

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    • https://www.mundorepubliqueto.com/2020/05/01/no-todo-lo-que-brilla-es-oro/

      Una vez más, por aprecio a estos amigos dejo solo el enlace para enviar las visitas a la fuente.

      Solo comento la foto que ponen de un congreso internacional identitari que hubo un México. Ahí se plasma el cáncer que han supuesto y parece que aún sigue suponiendo aquella enfermedad llamada CEDADE. En dicha foto veo al ex-cabecilla de CEDADE, Pedro Varela -uno de esos nazis que se dicen católicos- junto a Salvador Borrego -que si bien no era nazi, de hecho es un mestizo que además se declara hispanista y favorable a la mezcla racial propiciada por la Monarquía Católica,  sí que simpatizó con ellos por una cuestión que quizá un día podamos comentar- uno de los "revisionistas" más importante en lengua española, así como el también mexicano Alberto Villasana, un escritor, analista, publicista, "vaticanista" con gran predicamento entre los católicos mexicanos, abonado totalmente a la errática acusación contra el papa Francisco... posando junto a tipos como David Duke, ex-dirigente del Ku Kux Klan, algo que lo dice todo.

      Si mis rudimentarias habilidades en fisonomía no me fallan, en el grupo hay otro español, supongo que también procedente del mundillo neonazi de CEDADE.

      Imaginemos la corrupción de la idea de Hispanidad que supone semejante injerto, semejante híbrido contra natura.

      Nuestra querido México tiene la más potente dosis de veneno contra la hispanidad, inyectado en sus venas precisamente por ser un país clave en ella. Es el que otrora fuera más próspero,  el más poblado, también fue y en buena parte sigue siendo muy católico, esta en la línea de choque con el mundo anglo y... los enemigos de nuestra Hispanidad no pueden permitir una reconciliación de ese país consigo mismo ni con la misma España, puente clave en la necesaria Reconquista o reconstrucción. Si por un lado está infectado por el identitarismo amerindio -el indigenismo- por el otro la reacción está siendo narcotizada por un identitarismo falsohispanista, falsotradicionalista o como queramos verlo, en el cual CEDADE juega, como vemos, un factor relevante.

      Sin más, dejo ahí otra vez más mi sincera felicitación al autor de ese escrito. Enhorabuena por su clarividencia y fineza, desde luego hace falta tener personalidad para ser capaz de sustraerse a esa falsa polarización con que se está tratando de aniquilar el hispanismo.

       





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    • La libertad sexual conduce al colapso de la cultura en tres generaciones (J. D. Unwin)
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    • Traigo de la hemeroteca un curioso artículo de José Fraga Iribarne publicado en la revista Alférez el 30 de abril de 1947. Temas que aborda: la desastrosa natalidad en Francia; la ya muy tocada natalidad española, especialmente en Cataluña y País Vasco; las causas espirituales de este problema, etc.

      Si rebuscáis en las hemerotecas, hay muchos artículos de parecido tenor, incluso mucho más explícitos y en fechas muy anteriores (finales del s. XIX - principios del s. XX). He traído este porque es breve y no hay que hacer el trabajo de escanear y reconocer los caracteres, que siempre da errores y resulta bastante trabajoso, pues ese trabajo ya lo ha hecho la Fundación Gustavo Bueno.

      Señalo algunos hechos que llaman la atención:

      1) En 1947 la natalidad de Francia ya estaba por los suelos. Ni Plan Kalergi, ni Mayo del 68, ni conspiraciones varias.

      2) Pero España, en 1947 y en pleno auge del catolicismo de posguerra, tampoco estaba muy bien. En particular, estaban francamente mal regiones ricas como el País Vasco y Cataluña. ¿Será casualidad que estas regiones sean hoy en día las que más inmigración reciben?

      3) El autor denuncia que ya en aquel entonces los españoles estaban entregados a una visión hedonística de la existencia, que habían perdido la vocación de servicio y que se habían olvidado de los fines trascendentes. No es, por tanto, una cosa que venga del Régimen del 78 o de la llegada al poder de Zapatero. Las raíces son mucho más profundas.

      4) Señala que el origen de este problema es ético y religioso: se ha perdido la idea de que el matrimonio tiene por fin criar hijos para el Cielo. Pero también se ha perdido la idea del límite: las personas cada vez tienen más necesidades y, a pesar de que las van cubriendo, nunca están satisfechas con su nivel de vida.

      Este artículo antiguo ilumina muchas cuestiones del presente. Y nos ayuda a encontrarle solución a estos problemas que hoy nos golpean todavía con mayor fuerza. Creo que puede ser de gran provecho rescatar estos artículos.
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    • En torno a la posibilidad de que se estén usando las redes sociales artificialmente para encrespar los ánimos, recojo algunas informaciones que no sé sin son importantes o son pequeñas trastadas.

      Recientemente en Madrid se convocó una contramanifestación que acabó con todos los asistentes filiados por la policía. Militantes o simpatizantes de ADÑ denuncian que la convocó inicialmente una asociación fantasma que no había pedido permiso y cuyo fin último podría ser provocar:

      Cabe preguntarles por qué acudieron a una convocatoria fantasma que no tenía permiso. ¿Os dais cuenta de lo fácil que es crear incidentes con un par de mensajes en las redes sociales?

      Un periodista denuncia que se ha puesto en marcha una campaña titulada "Tsunami Español" que pretende implicar a militares españoles y que tiene toda la pinta de ser un bulo de los separatistas o de alguna entidad interesada en fomentar la discordia:

      El militar rojo que tiene columna en RT es uno de los que difunde la intoxicación:

      Si pincháis en el trending topic veréis que mucha gente de derechas ha caído en el engaño.

      Como decía, desconozco la importancia que puedan tener estas intoxicaciones. Pero sí me parece claro que con las redes sociales sale muy barato intoxicar y hasta promover enfrentamientos físicos con unos cuantos mensajes bien dirigidos. En EEUU ya se puso en práctica lo de citar a dos grupos contrarios en el mismo punto para que se produjesen enfrentamientos, que finalmente ocurrieron.
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    • Una teoría sobre las conspiraciones
      ¿A qué se debe el pensamiento conspiracionista que tiene últimamente tanto auge en internet? Este artículo baraja dos causas: la necesidad de tener el control y el afán de distinguirse de la masa.
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