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  1. Realizo una crítica del optimismo que reina con respecto a internet en la mayoría de ámbitos contrarrevolucionarios; pero lo hago desde el terreno de las hipótesis y adoptando por comodidad el papel imaginario de fiscal, por lo que ruego que no se corte nadie si quiere ejercer de abogado defensor en este caso: el contraste de ideas puede ser bueno. El ciberoptimismo del que hablo suele tener ribetes utópicos. En realidad, la ciberutopía está muy presente en toda la sociedad desde hace un par de décadas, pero me extraña la facilidad con la que también ha penetrado en ambientes católicos, generalmente más dados a la mesura. Pongo como ejemplo un reciente comentario del periodista católico Eulogio López: Eulogio tiene razón en una cosa: ya no se leen periódicos, se leen noticias (filtradas por las redes sociales en función de nuestros afinidades). Esto en mi opinión es malo, y no entiendo que Eulogio acoja esa novedad con neutralidad o indiferencia. Pero me llama sobre todo la atención la parte que he resaltado en negrita: esa idea de que el más humilde bloguero puede hacer temblar a un imperio. Para empezar, no conozco a ningún bloguero de Almería que haya hecho temblar al imperio. El imperio sigue vivo y coleando. Y no será ningún bloguero de Almería el que lo derribe. ¿De qué manera podría hacer temblar al imperio ese bloguero? Podría dar una noticia que muestre la hipocresía del imperio, pero un bloguero no tiene la capacidad de acceder a esa clase de noticias desde su doritocueva almeriense. Entonces sólo nos queda la opinión del bloguero. Pero con una simple opinión, lanzada al inmenso océano de internet, no se puede derribar un imperio. Esa opinión tendrá que competir con millones de opiniones y de distracciones -entre ellas, el porno- que pugnan por la atención del internauta. Y aun en caso de que en bloguero consiga una gran repercusión, una mera opinión no es capaz de hacer temblar a un imperio. Opiniones las hay para todos los gustos y téngase también en cuenta que, mientras ese bloguero almeriense da su opinión, hay otros blogueros que lanzan una opinión contraria desde Oklahoma o desde Michigan. ¿Ha reflexionado Eulogio sobre el hecho de que ese bloguero almeriense publique su opinión en una plataforma que es propiedad del imperio? Las plataformas condicionan los contenidos y, en caso de que un contenido desafíe de verdad a la plataforma -y al imperio que la sustenta- estas dos entidades pueden optar por desalojar al bloguero. Un bloguero no tiene fuerza para hacer temblar un imperio, y casi mejor que sea así, en mi opinión. Porque si de verdad un bloguero cualquiera fuese capaz de derribar un imperio viviríamos en un caos permanente. Eulogio supone que ese bloguero almeriense quiere derribar el imperio por buenas y católicas razones. ¿Pero por qué no tiene en cuenta que a lo mejor otros blogueros -quizá la mayoría- usan ese supuesto poder para promover otro imperio todavía más opresor o simplemente para destruir los cimientos cristianos de la sociedad? Si un bloguero almeriense tiene tan grande poder, lo tendrá para el bien y para el mal. Tampoco tiene en cuenta Eulogio que a lo mejor el imperio moviliza a sus propios ejércitos de blogueros contra los que resulta imposible luchar desde un dormitorio almeriense. Pero quizá puede ocurrir algo peor, y es que mafias o entidades privadas oscuras usen ese infinito poder que otorga internet para moldear la sociedad a su gusto, en un sentido nada cristiano. Esa idea de que un bloguero aislado puede hacer temblar al imperio o al sistema me parece ilusoria pero, de ser cierta en alguna medida, representaría un peligro más que una oportunidad. Creo que así lo vería un católico contrarrevolucionario del siglo pasado. Un católico de esos tiempos no vería bien que cualquiera pueda opinar y que todas las opiniones valgan lo mismo; como tampoco vería bien que cualquier persona, desde su doritocueva almeriense, pudiese darle la vuelta a la sociedad como un calcetín a base de opiniones y memes. Contemplaría con verdadero pavor que ese poder tan grande pudiera estar en manos de personas malvadas y vería que la evolución natural de esto es que dicho poder lo terminen acumulando las mafias, grupos de presión y Estados que tengan más fuerza y menos escrúpulos a la hora de actuar en internet. Por supuesto, un contrarrevolucionario del siglo pasado tampoco vería bien que en internet circulen las informaciones, las ideas y las imágenes sin ninguna censura o límite. Los contrarrevolucionarios siempre fueron partidarios de la censura a pesar de que indirectamente les pudiese perjudicar. En la concepción católica, las ideas nocivas no deben fluir alegremente y sin censura; la pornografía tampoco. De poco me sirve que un bloguero almeriense pueda hacer temblar al imperio si la contrapartida es que dicho imperio puede meter en mi mente y en la de mis hijos gigas y gigas de imágenes pornográficas e ideas disolventes. Y se engaña quien crea que el flujo de información es simétrico. El bloguero almeriense tiene muy poca capacidad de contaminar la mente del imperio, pero el imperio tiene una inmensa capacidad de contaminar la mente del bloguero. Por no hablar de los imperios paralelos o alternativos que también suministran aberraciones a la mente del internauta para captar su atención. En suma, me parece exagerado ese optimismo con respecto a internet que reina en los círculos contrarrevolucionarios; en poco se diferencia del típico utopismo izquierdista. Creo que harían mejor en tomarse lo de internet con más calma y con un espíritu más crítico, sin dejar de utilizarlo pero al mismo tiempo denunciando sus peligros. Creo que conviene hacerse a la idea de que ningún bloguero católico va a derribar el imperio anticristiano desde su dormitorio almeriense. Internet no es la panacea. De igual forma, me parece una traición a la filosofía católica esa idea que se ha extendido de que las ideas deben fluir sin cortapisas y de que la censura es algo negativo. Me parece una idea verdaderamente revolucionaria, en el peor sentido de esta palabra. Esta publicación ha sido promocionada como contenido independiente
  2. Realizo una crítica del optimismo que reina con respecto a internet en la mayoría de ámbitos contrarrevolucionarios; pero lo hago desde el terreno de las hipótesis y adoptando por comodidad el papel imaginario de fiscal, por lo que ruego que no se corte nadie si quiere ejercer de abogado defensor en este caso: el contraste de ideas puede ser bueno. El ciberoptimismo del que hablo suele tener ribetes utópicos. En realidad, la ciberutopía está muy presente en toda la sociedad desde hace un par de décadas, pero me extraña la facilidad con la que también ha penetrado en ambientes católicos, generalmente más dados a la mesura. Pongo como ejemplo un reciente comentario del periodista católico Eulogio López: Eulogio tiene razón en una cosa: ya no se leen periódicos, se leen noticias (filtradas por las redes sociales en función de nuestros afinidades). Esto en mi opinión es malo, y no entiendo que Eulogio acoja esa novedad con neutralidad o indiferencia. Pero me llama sobre todo la atención la parte que he resaltado en negrita: esa idea de que el más humilde bloguero puede hacer temblar a un imperio. Para empezar, no conozco a ningún bloguero de Almería que haya hecho temblar al imperio. El imperio sigue vivo y coleando. Y no será ningún bloguero de Almería el que lo derribe. ¿De qué manera podría hacer temblar al imperio ese bloguero? Podría dar una noticia que muestre la hipocresía del imperio, pero un bloguero no tiene la capacidad de acceder a esa clase de noticias desde su doritocueva almeriense. Entonces sólo nos queda la opinión del bloguero. Pero con una simple opinión, lanzada al inmenso océano de internet, no se puede derribar un imperio. Esa opinión tendrá que competir con millones de opiniones y de distracciones -entre ellas, el porno- que pugnan por la atención del internauta. Y aun en caso de que en bloguero consiga una gran repercusión, una mera opinión no es capaz de hacer temblar a un imperio. Opiniones las hay para todos los gustos y téngase también en cuenta que, mientras ese bloguero almeriense da su opinión, hay otros blogueros que lanzan una opinión contraria desde Oklahoma o desde Michigan. ¿Ha reflexionado Eulogio sobre el hecho de que ese bloguero almeriense publique su opinión en una plataforma que es propiedad del imperio? Las plataformas condicionan los contenidos y, en caso de que un contenido desafíe de verdad a la plataforma -y al imperio que la sustenta- estas dos entidades pueden optar por desalojar al bloguero. Un bloguero no tiene fuerza para hacer temblar un imperio, y casi mejor que sea así, en mi opinión. Porque si de verdad un bloguero cualquiera fuese capaz de derribar un imperio viviríamos en un caos permanente. Eulogio supone que ese bloguero almeriense quiere derribar el imperio por buenas y católicas razones. ¿Pero por qué no tiene en cuenta que a lo mejor otros blogueros -quizá la mayoría- usan ese supuesto poder para promover otro imperio todavía más opresor o simplemente para destruir los cimientos cristianos de la sociedad? Si un bloguero almeriense tiene tan grande poder, lo tendrá para el bien y para el mal. Tampoco tiene en cuenta Eulogio que a lo mejor el imperio moviliza a sus propios ejércitos de blogueros contra los que resulta imposible luchar desde un dormitorio almeriense. Pero quizá puede ocurrir algo peor, y es que mafias o entidades privadas oscuras usen ese infinito poder que otorga internet para moldear la sociedad a su gusto, en un sentido nada cristiano. Esa idea de que un bloguero aislado puede hacer temblar al imperio o al sistema me parece ilusoria pero, de ser cierta en alguna medida, representaría un peligro más que una oportunidad. Creo que así lo vería un católico contrarrevolucionario del siglo pasado. Un católico de esos tiempos no vería bien que cualquiera pueda opinar y que todas las opiniones valgan lo mismo; como tampoco vería bien que cualquier persona, desde su doritocueva almeriense, pudiese darle la vuelta a la sociedad como un calcetín a base de opiniones y memes. Contemplaría con verdadero pavor que ese poder tan grande pudiera estar en manos de personas malvadas y vería que la evolución natural de esto es que dicho poder lo terminen acumulando las mafias, grupos de presión y Estados que tengan más fuerza y menos escrúpulos a la hora de actuar en internet. Por supuesto, un contrarrevolucionario del siglo pasado tampoco vería bien que en internet circulen las informaciones, las ideas y las imágenes sin ninguna censura o límite. Los contrarrevolucionarios siempre fueron partidarios de la censura a pesar de que indirectamente les pudiese perjudicar. En la concepción católica, las ideas nocivas no deben fluir alegremente y sin censura; la pornografía tampoco. De poco me sirve que un bloguero almeriense pueda hacer temblar al imperio si la contrapartida es que dicho imperio puede meter en mi mente y en la de mis hijos gigas y gigas de imágenes pornográficas e ideas disolventes. Y se engaña quien crea que el flujo de información es simétrico. El bloguero almeriense tiene muy poca capacidad de contaminar la mente del imperio, pero el imperio tiene una inmensa capacidad de contaminar la mente del bloguero. Por no hablar de los imperios paralelos o alternativos que también suministran aberraciones a la mente del internauta para captar su atención. En suma, me parece exagerado ese optimismo con respecto a internet que reina en los círculos contrarrevolucionarios; en poco se diferencia del típico utopismo izquierdista. Creo que harían mejor en tomarse lo de internet con más calma y con un espíritu más crítico, sin dejar de utilizarlo pero al mismo tiempo denunciando sus peligros. Creo que conviene hacerse a la idea de que ningún bloguero católico va a derribar el imperio anticristiano desde su dormitorio almeriense. Internet no es la panacea. De igual forma, me parece una traición a la filosofía católica esa idea que se ha extendido de que las ideas deben fluir sin cortapisas y de que la censura es algo negativo. Me parece una idea verdaderamente revolucionaria, en el peor sentido de esta palabra.
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