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  1. Esta tarde en TVE2 han puesto un Documental sobre el tortuoso exilio de intelectuales alemanes ante la llegada de Hitler al poder. Las feroces críticas del líder Nazi al "arte corrupto" así como al pensamiento moderno, pusieron en aviso a eso intelectuales de que había llegado la hora de hacer las maletas dejando atrás todo. La verdad es que se le queda a uno el corazón arrugado. Ver a esos "jóvenes" con un futuro prometedor por delante huyendo de su país por el peligro que suponía para ellos la intolerancia dogmática del nuevo régimen, me hizo pensar. ¿Puede el talento narrativo que se expresa en las artes y en las letras sufrir ningún tipo de contención o amedrentamiento?. ¿Puede esa expresión ser origen de males intolerantes a juicio del censor?. ¿Son conscientes los intelectuales del efecto de sus obras?. ¿Existe legitimidad alguna que procure ponerle vallas al monte de la creatividad humana?. ¿Es posible contemplar la posibilidad de catalogar esas obras según el criterio del bien común o la mera acción de proponerlo sería un atentado contra el derecho a decir lo que se piensa?. ¿Qué atributos especiales tendría que tener el censor o debemos aceptar el principio liberal de que las obras se sometan únicamente al criterio público como si éste fuera el único juez tolerable en una sociedad "abierta"?. No somos ajenos a la implicación profunda que tiene la obra intelectual en nuestras vidas, como tampoco que existe un mercado interesado por obras que previamente habrán de sufrir criterios comerciales y de éxito, de inversión, en el que los editores y expertos con su buen juicio profesional acaban siempre poniendo las cosas en su punto justo... Peo tampoco ignoramos la enorme concentración que se está llevando a cabo desde el poder económico de todo lo relativo al arte, al pensamiento, a la literatura y al ocio, y que parece razonable, en una sociedad abierta, que tales conglomerados inversores tenga su propia idea de sociedad y de linea editorial. Esto nos lleva a la paradoja de que todo intento por parte del estado de intervenir en los flujos culturales nos parecen malos, perversos, fascistas... Pero asumimos de buen grado que las corporaciones que se dedican a la cosa cultural; que nadie las elige y que solo responden a sus intereses y que en modo alguno representan el bien común, se comportan después de todo de manera "democrática" pues su criterio no obedecería a razones de tipo ideológico, sino puramente comercial, y entonces, el valor intrínseco de esas obras no estaría en lo que expresan sino en su aceptación por el público y el "mercado". Tampoco se nos escapa que ese público que acaba siendo parte del mercado cultural, previamente ha sido instruido en ideas-fuerza y sus preferencias masivas no es posible justificarlas como procesos individuales de maduración intelectual sino como modas, que nunca las propone la gente, salvo gente que encuentra el apoyo económico de esas corporaciones. El documental acentuaba el aspecto humano de quien se ve perseguido por sus ideas, como si las ideas en sí nunca fueran malas o capaces de causar ningún daño. De repente me vino a la mente la idea de que en el fondo estaban padeciendo en proximidad agobiante el peso del Poder sobre sus hombros amenazando su libertad creativa e incluso su propia vida. Luego sentí pena por ellos y al mismo tiempo comprendía que se veían en una situación como la de los adolescentes arrogantes cuando se dan de bruces con una realidad que los supera. No se, había cierto infantilismo en el sesgo humano del documental como diciendo: mira, eso te pasa cuando el fascismo no quiere que digas la "verdad"... En fín la cosa puede llegar más lejos y me gustaría saber vuestras opiniones. Saludos.
  2. Español

    La banalización de la imagen

    La imagen siempre ha tenido una componente banal. Ya en la Biblia Dios prohíbe al hombre hacerse imágenes de lo que está arriba en el cielo y abajo en la tierra, y esto creo que tiene un significado concreto ya que la imagen cercena una de las cualidades más poderosas del ser humano, su imaginación. La imagen es capaz de fijar en nuestra memoria, un estado de las cosas que en realidad es variable, diverso y circunstancial, y por tanto nos sustrae de enriquecernos el entendimiento con dicha diversidad. Esa misma imagen de la Plaza Mayor de Salamanca que aparece en el artículo, vista en vivo no evoca lo mismo a un turista japonés que a un americano, ni a un salmantino de izquierdas que a uno de derechas. Ni siquiera va a significar lo mismo para dos personas de una misma familia que la visiten en el mismo momento del día, sin embargo, cuando la imagen se fija en un papel o en un archivo digital, aislada del observador, de su contexto y del ambiente cambiante, pasa a convertirse en una especie de prototipo de lo que debe ser y significar dicha plaza para todo el mundo. Trataré de explicarlo con un ejemplo más concreto. Soy catequista de confirmación en mi parroquia, y por ese motivo ayer conversaba con un grupo de jóvenes de entre 17 y 18 años, sobre como imaginaban ellos a Dios. Todos sin excepción, tenían hecha una imagen de Dios, fundamentada en la imaginería del arte sacro. Más o menos la mayoría lo imaginaban como un anciano de largas barbas, con un triángulo en la cabeza y los brazos abiertos, que desde las nubes observa cuanto ocurre en el mundo, lanzando a veces rayos a quienes no actúan como él quiere. Si uno escribe Dios en Google y busca por imágenes, esa es exactamente la imagen mayoritaria que devuelve el buscador, completamente distorsionada con respecto a la realidad, y por tanto distorsionadora del entendimiento humano de Dios. Transmitir el ser, el amor y la voluntad a Dios desde esa perspectiva, es francamente una tarea muy difícil. En realidad, puede decirse que se trata de un hecho limitante, tanto para este caso concreto de la religión como para muchos otros campos de la realidad humana. Y aquí es donde debería entrar el arte como expresión creativa y diferenciadora, capaz de aportar una construcción ideal más sólida y evocadora de la que aporta la repetición incansable de imágenes similares. En el caso que comentaba de estos jóvenes, me veo en la obligación de elaborar una imagen más perfecta de Dios que la que ellos han heredado, para romper las limitaciones que aquella tiene y aunque en su día sirviese para transmitir una determinada idea de Dios adaptada al entendimiento de otra época. Paradójicamente, el arte es aquello capaz de evocar trascendiendo la banalidad, pero que el tiempo acaba convirtiendo en banal, ya que la vida es cambiante y todo lo que hoy es singular mañana se transforma en plural. La imagen banaliza tanto a Dios, como a la Plaza Mayor de Salamanca o lo que se quiera dibujar. Sin embargo, nuestra realidad se ha configurado en torno a las imágenes, y por tanto las necesitamos para construir una idea de la realidad en la que nos movemos, eso es algo que no tiene vuelta atrás salvo que ocurra un cataclismo que nos cambie por completo toda la realidad existente. Hasta las sectas y religiones más literalistas con respecto a ese mandato bíblico, han elaborado diferentes formas de imaginería, necesarias para construir su mundo de ideas. Y como todos vivimos en alguna medida en el mundo de las ideas, es inevitable que, a medida que la técnica permite que hasta el menos avezado pueda elaborar imágenes, hoy estas se multipliquen hasta la saciedad banalizando más y más ese mundo ideal en donde se mueve el ser humano. La banalización de la imagen, ya sea fotográfica o pictórica, no se da tanto por la profusión de artefactos capaces de captar imágenes, como por nuestra multiplicidad y necesidad de captarlas para expresar así los sentimientos, emociones o deseos que nos evocan. Dicho de otra manera, necesitamos compartir nuestro particular mundo de las ideas para sentirnos parte de una comunidad, y eso provoca la multiplicación de imágenes como comunicadoras de ese mundo. Yo lo veo como un árbol en flor, donde cada imagen es una flor que invita la polinización mediante el deleite de su néctar, pero donde solo algunas, las mejores, se convertirán mañana en frutos de donde surgirán nuevos árboles o construcciones ideales. Y como en todo árbol, creo que en este de las imágenes digitales que lo inundan todo, también llegará un momento en el que las flores marchitarán dando paso a frutos reales. Hay una máxima entre los fotógrafos más tradicionales que dice que: "Toda fotografía que no se imprime, no es más que un proyecto inacabado". No sé si habréis visto la película El Último Samurái, una de las mejores películas que a mi entender ha dado el cine, donde se narra de manera excelente la desaparición del orden tradicional. Hay una escena sonde Katsumoto le muestra a Algren su inquietud poética, explicándole que está escribiendo un poema sobre la flor perfecta, como alegoría de la vida, añadiendo al respecto que es algo muy raro y que quién dedique su vida a buscar una sola, no habrá malgastado su vida. Cuando al final de la última batalla Katsumoto muere, antes de morir encuentra el verso que le faltaba para completar el poema de su vida, y dice mirando a unos cerezos florecidos que se ven al fondo: "Perfectas...Son todas perfectas".
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