Las fiestas populares ya hace tiempo que están muy paganizadas. Por ejemplo, las fiestas en honor a San Fermín han ido perdiendo su esencia religiosa y cada vez más son una verdadera orgía pagana, donde el sexo y el alcohol fluyen con una naturalidad que asustaría a los antiguos paganos. No entiendo cómo las autoridades religiosas no han tomado cartas en el asunto.
De otro lado, ese carácter de desenfreno sexual y alcohólico, unido a la presencia masiva de la juventud, hace que estas fiestas resulten proclives a la violencia. Donde hay sexo —o simplemente competición sexual— hay violencia. Donde hay alcohol hay una desinhibición que en algunos individuos hace que afloren la agresividad y los peores instintos tribales. Si todo ello lo aderezamos con la presencia masiva de la juventud —de por sí proclive a la violencia, por simple condición física y por la necesidad de afirmar su personalidad— en espacios muy reducidos, donde abundan los involuntarios pisotones, empujones y codazos para abrirse paso entre la multitud, tenemos un cóctel explosivo. En ese ambiente de competición sexual y desinhibición alcohólica, cualquier pisotón involuntario es susceptible de interpretarse como una agresión y dar lugar a una pelea.
La música tampoco acompaña. La música moderna, desde el rock hasta el tecno, se basa en ritmos sincopados que despiertan instintos tribales y generan agresividad en el oyente. Esa agresividad musical puede ser positiva si, en un momento dado, estoy deprimido en casa y necesito algo que me anime. Me pongo una canción de hard rock o de tecno industrial y por momentos me siento mejor. Pero a la larga ese tipo de música no despierta instintos sanos en el individuo y mucho menos en la masa. Las tribus urbanas y la ultraviolencia tipo La naranja mecánica están muy unidas a toda esa música moderna.
En suma, con esos precedentes, es lógico que en las fiestas populares se produzcan de forma regular episodios de violencia graves. Desde que empecé a salir por la noche, a principios de los noventa, recuerdo siempre peleas de las que resultaba difícil escapar por muy buena voluntad que le echases. En la zona de los bares copas y discotecas, todos los fines de semana se libraba una guerra que a algunos les dejó simples magulladuras pero que a otros les supuso una estancia en el hospital o la muerte. Esta violencia era especialmente notoria en las fiestas populares, donde las aglomeraciones, el alcohol y la competición sexual alcanzaban su punto más alto. De siempre, recuerdo que en las fiestas de mi ciudad se producían todo tipo de peleas y reyertas que a veces acababan en muertes. No sé desde cuando es así, pero he leído algunas crónicas locales de los años 60 en las que se retrataba una violencia parecida, aunque no tan nihilista. En los últimos tiempos la novedad es que a los episodios de violencia pura se unen los de abusos y violencias sexuales, con frecuencia sodomíticas, que al menos en mi época eran una cosa rara en las fiestas populares. Supongo que algo tendrá que ver que desde la infancia se tenga un acceso ilimitado a la pornografía más escabrosa que se pueda imaginar desde el PC o desde el teléfono móvil. O el hecho de que, gracias al feminismo, se considere a la mujer igual al hombre, con lo que no debería ser objeto de especial respeto o protección, y se considere que es un derecho de la mujer hacer uso de los reclamos sexuales que estime oportunos.
En los últimos tiempos los medios publican muchas noticias sobre agresiones en fiestas. Pero, sinceramente, no creo que haya un aumento significativo de la violencia. Incluso diría que, desde hace una década, las zonas de copas son mucho más tranquilas que antaño. La diferencia es que ahora abren los telediarios y copan las redes sociales informaciones que antes no pasaban de la crónica de sucesos en la prensa local. Y me parece que esa sobreexposición mediática no aporta nada positivo. Por el contrario, puede hacer que surjan imitadores, de lo que conozco más de un caso.
Ahora bien, el problema de la violencia de la juventud existe y lo venimos arrastrando desde hace tiempo. ¿Cómo solucionarlo? Una parte de la violencia es inherente a la juventud y al ligoteo. Ayudaría frecuentar otro tipo de músicas, moderar el consumo de alcohol, evitar las aglomeraciones y proponer a la juventud otros cauces para encontrar "pareja". Pero veo difícil que se solucione si no vamos a la raíz, que es la paganización de unas fiestas que en origen eran cristianas. Si la sociedad no vuelve a ser católica, seguirán estas violencias o, en el caso de que se reduzcan por la falta de juventud o por la creciente reclusión de ésta en lo "virtual", como de hecho podría estar sucediendo, se trasladarán al ámbito privado, sobre todo al terreno sexual.