Pues sí, el feminismo comparte con el nazismo la misma fundamentación biológica para la exaltación de un colectivo. En el caso del nazismo fue la raza y en el feminismo el género. Y en ambos casos, al igual que ocurriese con el comunismo, ese colectivismo trata de glorificar a una masa sin rostro ni personalidad, previa aniquilación del individuo que es quien realmente piensa, siente y actúa, privando así a las personas de su característica principal de ser naturaleza inteligente dotada de libre albedrío, es decir, destruyendo la inteligencia y la libertad. De alguna manera puede considerarse que el feminismo es una síntesis del nazismo y el comunismo.
En cambio y durante siglos, la exaltación de la feminidad en el mundo católico se celebraba hoy, 8 de diciembre, día de la madre (aunque en España esta fecha fuera traspuesta al primer domingo de mayo en los años 60 del pasado siglo), por considerar que, en la figura de la persona de María, se reunían todas las características de perfección de la mujer. Pero con la colectivización biológica del feminismo, esa dignidad individual y sobrenatural de la mujer, sostenida en dones como la virginidad, la aceptación, la maternidad, la perseverancia, la belleza o el intelecto femenino capaz de dar a cada cual lo suyo sin abandonar a nadie, entre otros, desaparece en aras de una ideología que ensalza lo puramente material y biológico frente a lo espiritual y trascendente, que es el verdadero motor de la vida humana. Es lo animal rivalizando frente a lo humano.
De alguna forma el feminismo representa la destrucción de lo puramente femenino. La antropomorfización de una ideología frente a la encarnación de un ideal de perfección.