Antes de que se me olvide, traslado al foro un párrafo de Menéndez Pelayo que encontré hace unas semanas por casualidad. En este fragmento el insigne santanderino critica la excesiva influencia francesa —además, de autores no muy ortodoxos— sobre el tradicionalismo español que entonces emprendía la lucha contra las innovaciones liberales.
El tema no es la primera vez que lo oigo. Hace poco leí un un libro de un carlista de raza, Jesús Evaristo Casariego, donde se venía a decir algo parecido. Esa influencia de Francia en el tradicionalismo español siempre me parecido palpable. Algunos de estos tradicionalistas franceses fueron masones —quizá sinceramente arrepentidos, pero ello no impide que quede algún poso— y algunas de sus doctrinas fueron condenadas por la Iglesia.
Intentaré aportar más textos sobre este asunto en un futuro. El tema me parece de gran interés y creo que no se ha estudiado lo suficiente. No se trata de fustigar a los tradicionalistas ni a los carlistas, pues de hecho algunos de ellos consideran negativa esa excesiva influencia de Francia. Cualquier aportación es bienvenida.
He aquí el texto de Menéndez Pelayo:
CitaSi la cultura de los liberales adolecía de exótica y superficial, la de los partidarios del antiguo régimen había llegado a tal extremo de penuria, que en nada y para nada recordaba la gloriosa ciencia española de otras edades, ni podía aspirar por ningún título a ser continuadora suya. Todavía a principios del siglo se conservaban, especialmente en las órdenes religiosas y en el seno de algunas universidades, tradiciones venerables, aunque por lo común de puro escolasticismo; y en tal escuela se formaron algunos notables apologistas, férreos en el estilo, pero sólidos en la doctrina, superior con mucho en elevación metafísica a la filosofía carnal y plebeya del siglo XVIII, única que ellos tenían enfrente. Así lograron y merecen aplauso y buena memoria el sevillano P. Alvarado, el valenciano P. Vidal, el mallorquín P. Puigserver, y otros que aquí se omiten. Pero su obra resulto estéril en gran parte, así por la sujeción demasiado nimia que mostraron al procedimiento escolástico, sin hacerse cargo de la diferencia de tiempos y lectores, cuanto por la intransigencia de que hicieron alarde respecto de toda otra filosofía, condenando de plano todo género de innovaciones buenas o malas, hasta en la enseñanza de las ciencias físicas. Y como al propio tiempo su estilo, que por lo común era inculto, desaseado y macarrónico, no convidase a tal lección a los hombres de buen gusto, este escolasticismo póstumo no solamente no sirvió para convencer a los liberales, sino que entre los realistas mismo hizo pocos prosélitos; siendo sustituido pronto, y sin ninguna ventaja de la cultura nacional, por traducciones atropelladas de aquellos elocuentes y peligrosos apologistas neocatólicos del tiempo de la Restauración francesa, Chateaubriand, De Maistre, Bonald, Lamennais (en su primera época). Tal fué la más asidua lectura del clero español y de los legos piadosos en los últimos años del reinado de Fernando VII; y por este camino la devoción española vino a saturarse muy pronto de sentimentalismo poético, de tradicionalismo filosófico, de simbolismo teosófico, de absolutismo teocrático, de legitimismo feudal y andantesco y de otra porción de ingredientes de la cocina francesa, que mal podían avenirse con nuestro modo de ser llano y castizo. Cuán grande fué el peligro dígalo el grande ejemplo de Donoso Cortés, que ni antes ni después de su conversión acertó a ser español en otra cosa que en el poder y magnificencia de su palabra deslumbradora, con cuyo regio manto revistió alternativamente ideas bien diversas, pero todas de purísimo origen francés, ora fuese el inspirador Royer-Collard, ora Lamennais, De Maistre o Bonald.
Una sola excepción, pero tan grande y gloriosa que ella sola basta para probar la perenne vitalidad del pensamiento español aun en los períodos menos favorables a su propio y armónico desarrollo, nos ofrece Balmes, cuya elevada significación filosófica, apenas entrevista por sus contemporáneos, y aun por muchos de los que se dicen admiradores suyos, ha de crecer con el transcurso de los tiempos y con el mayor estudio de aquella obra capital entre las suyas, aunque no sea la más leída, en que depositó las más ricas intuiciones de su espíritu. [...]
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Como lo prometido es deuda, transcribo un texto del carlista Jesús Evaristo Casariego que versa sobre el mismo asunto. En un capítulo dedicado a Donoso Cortés del libro La verdad del tradicionalismo, J. E. Casariego alaba a aquel escritor pero nos pone en guardia sobre algunas de sus doctrinas:
CitaDonoso Cortés a en política, sobre todo después del 46, un auténtico conservador, un estacionario, cosa que, como se verá unas líneas más adelante, no ocurría con los carlistas, y en filosofía un "extremista" de la secta de dudosa ortodoxia del "tradicionalismo" francés, que tuvo sus campeones en el vizconde clérigo Luis de Bonatd y en el canónigo Bautain, y de cuyas teorías dijo Menéndez y Pelayo que no eran "de la escuela de Santo Tomás y de Suárez, sino otra escuela siempre sospechosa, y para muchos vitanda, que la Iglesia no ha hecho más que tolerar, llamándola al orden en muchas ocasiones, y en el último Concilio (Vaticano), de un modo tan claro, que ya no parece lícito defenderlas sino con grandes atenuaciones".
Esta tendencia consistía en negar rotundamente los legítimos fueros de la razón humana, supeditándola por completo a la tradición y a la revelación divina (Mella la llamó "revelacionista"). Su origen es, en cierto modo, explicable como reacción airada y brusca contra un racionalismo desenfrenado (fruto, a lo largo, del Renacimiento y de la herejía luterana), que por entonces se hallaba en gran boga y para el cual la razón del hombre no debía conocer límites y podía alcanzarlo todo. Pasó, pues, lo que ocurre con los objetos que se desprenden en la cubierta de un navío agitado por las olas, que van a violentos bandazos de una borda contra otra, sin pararse jamás en su sitio. Un bandazo de la reacción contra el racionalismo fué el "tradicionalismo riguroso", que tanto llegó a bullir en Francia en la primera mitad decimonona.
Pruebas de los contactos de Donoso con esta tendencia se encuentran muchas en su obra. Vaya ésta de ejemplo:
"La razón humana no puede ver la verdad si no se la muestra una autoridad infalible... La naturaleza del hombre está enferma y caída... Estando enfermo el entendimiento, no puede inventar la verdad ni descubrirla." (Carta dirigida a su amigo Montalamberg.)
El error de este sectarismo era grave y los daños que pudo haber causado en el progreso humano, de haberse extendido, enormes.
En cambio, el carlismo, el genuino tradicionalismo español y "a la española", estuvo siempre en su puesto exacto, simple y puramente subordinado a la Filosofía inmortal de la Iglesia, que es tan cierta y eterna que un protestante tan alto como Leibnitz tuvo que calificarla de Filosofía perenne.
En lo político, salvando toda clase de distancias, circunstancias y consideraciones personales, puede compararse a Donoso con Metternich. El gran estadista imperial de Austria era un "regresista", y toda su obra tendió a restablecer el antiguo estado de cosas, como si la Revolución francesa y las guerras napoleónicas no hubiesen pasado por la Historia; empeño que sólo consiguió parcialmente y con grandes tropezones, hasta que se le vino estrepitosamente al suelo con el movimiento revolucionario de 1848, que fué una de las más hondas y transformadoras sacudidas que ha sufrido la cristiandad contemporánea. Metternich, lleno de buena fe, creía posible "el regreso" de la Historia, el estancamiento de la Humanidad, error lamentable en el que jamás cayeron los carlistas españoles.
Jesús Evaristo Casariego, La verdad del tradicionalismo, pp. 31-33.
La verdad es que el texto sigue y sigue sobre el mismo tema pero no quiero transcribirlo todo. Critica también la retórica algo afrancesada de Donoso. Abunda en la idea de que el verdadero tradicionalismo no pretende recuperar todo lo anterior ni rechazar todo lo nuevo. Y se apoya en cartas de reyes carlistas que admiten que no todo era de color rosa en el Antiguo Régimen y que no es malo todo lo nuevo:
CitaLa España antigua necesitaba de grandes reformas; en la España moderna ha habido grandes trastornos. Mucho se ha destruido; poco se ha reformado. Murieron antiguas instituciones, algunas de las cuales no pueden renacer [...]
Una foto de Jesús Evaristo Casariego que figura el en el mismo libro:
Dos libros he leído de este hombre y los dos me han parecido de gran provecho. Me parece un pensador digno, honrado y españolísimo. Intuyo la razón por la que no es muy citado por los carlistas en la actualidad. J. E. Casariego se muestra muy comprensivo con el falangismo y aboga por una colaboración. Se muestra también comprensivo con algunos fenómenos en Hispanoamérica, como el peronismo, que levantan ronchas en los sectores conservadores e integristas. Muy antiyanqui y claramente antirracista, a pesar de su abierta simpatía por el fascismo. Casa mal con el espíritu de los tiempos. No quiero imaginar lo que pensaría si viese el actual espectáculo de seudocarlistas y seudocatólicos que llaman “comunista” y “peronista” al Papa al tiempo que reverencian a un presidente yanqui chiflado que odia a los hispanos; que beben los vientos por un chekista ruso y te hablan de un plan maestro para acabar con la raza blanca mediante el mestizaje, generalmente con gran profusión de palabras en inglés.
Por cierto, en su día transcribí en el foro otro inspirador texto de J. E. Casariego pero de otro libro: