Recojo a continuación un artículo publicado en El Confidencial, donde se hace una reseña de un libro de Victor Lapuente que me ha parecido interesante, aunque con algunas reservas que a continuación trataré de explicar.
Cita"La derecha ha matado a Dios y la izquierda ha matado la patria"
Víctor Lapuente. (Universidad de Gotemburgo)
17/01/2021 - 05:00
"Dios, patria y familia". Llama la atención que el lúcido politólogo Víctor Lapuente (Chalamera, Huesca, 1976) haya encontrado un recorrido virtuoso en el lema del nacionalcatolicismo y en el enunciado del escudo de armas de Jair Bolsonaro. Se expone ahora, acaso, a la lapidación de la progresía, más todavía cuando su último ensayo, 'Decálogo del buen ciudadano' (Península), hunde sus raíces en el pensamiento judeocristiano. Por eso ha recurrido a los 10 mandamientos. Y por la misma razón convoca la moral de Tomás de Aquino o de Agustín de Hipona.
Tranquilidad. Lapuente no se ha convertido en un pastor luterano. De hecho, reivindica el estoicismo clásico como camino de perfección y se abastece de referencias grecolatinas e ilustradas, pero sus arremetidas contra la izquierda y la derecha contemporáneas recuerdan un poco a la iracundia del reverendo Lawrence en el comienzo de 'La noche de la iguana'.
"La derecha neoliberal ha matado a Dios y la izquierda cosmopolita ha matado la patria", proclama Víctor Lapuente en el púlpito. E identifica el narcisismo como la nueva idolatría común. Nos encontramos en las sociedades más prósperas, pacíficas, instruidas y longevas de la historia de la humanidad —sin menoscabo de la desconfianza y de la desigualdad—, pero el individualismo y el hedonismo —la recompensa inmediata— van camino de malograr el ciclo dichoso, tal como se desprende de la congoja social, del oscurantismo, del fanatismo o de las patologías psicológicas.
"La derecha neoliberal ha matado a Dios", insiste Víctor Lapuente. "Y en su lugar ha colocado al 'Homo economicus'. La derecha ha pasado de defender la compasión y el ideal de la justicia social de la democracia cristiana a justificar el 'laissez faire', el 'greed is good', la avaricia es buena. Ha desaparecido el capitalismo compasivo y sensible al sentido o responsabilidad de devolverle la prosperidad a la comunidad".
La severidad del diagnóstico concierne al otro haz. Sostiene Lapuente que "la izquierda cosmopolita ha matado la patria, la idea de que los ciudadanos de un país constituimos una comunidad cultural. La patria laica era para la izquierda el equivalente a Dios para la derecha: un ideal trascendental. Pero la izquierda de ahora, en lugar de enfatizar lo que une a los miembros de una nación, sus valores y tradiciones, ha abrazado un difuso cosmopolitismo apátrida. El endiosamiento del individuo ha repercutido negativamente en la democracia, en la ética, en el capitalismo".
Dios, patria. ¿Y la familia? El ensayo de Lapuente no reivindica los sacramentos ni el catecismo, pero sostiene que la pandemia del narcisismo y del individualismo ha degradado los espacios y fórmulas que apelan a la responsabilidad e implicación de la vida en común. Habitamos en sociedades frágiles que construyen lazos precarios y recelan de los compromisos. Y la familia, en ese mismo contexto de exigencias, se ha convertido en una institución bajo sospecha. "Las obligaciones recíprocas son la base de la convivencia en sociedad. El planteamiento posmoderno, individualista y 'afamiliar' del mundo ha desterrado las obligaciones familiares al Estado. Nuestro mundo quizás es mejor, pero también más solitario", explica Víctor Lapuente en la lógica de las asimetrías.
Asimetrías porque el ciudadano reclama para sí todos los derechos, todo el asistencialismo, toda la noción de víctima, pero recela de cualquier implicación comunitaria concreta y de cualquier sensibilidad evanescente hacia los fenómenos abstractos que nos trascienden. Lapuente explica que la existencia de Dios, gracias a Dios, detiene la pretensión del endiosamiento. Lo mismo podría decirse de la patria como proceso de construcción colectiva. Un límite a la doctrina ultraindividual del empoderamiento. Un hábitat donde demostrar la cooperación.
"Dios y la patria, dos conceptos que suenan rancios y viejos, son las dos ideas más progresistas de la historia de la humanidad, las lanzas más certeras que hemos diseñado para atacar el problema de nuestros problemas colectivos: nuestra proclividad a sentirnos superiores a los demás. Un ideal de trascendencia nos libera. Y la encarnación más pura de la trascendencia es la moralidad", apostilla Lapuente citando a Todorov.
El autor de este decálogo es doctor en Políticas por la Universidad de Oxford, catedrático en Gotemburgo y profesor en Esade. Suyo es el audaz ensayo 'El retorno de los chamanes'. Y de ellos abjura en este 'manual de supervivencia' que ha escrito en condiciones particulares.
Víctor Lapuente no se monta en el autobús de los victimistas. Lo que sí hace es invitarnos a reflexionar sobre las pesadumbres que elevan
Así comienza: "El jueves me diagnosticaron un mieloma múltiple. El domingo nacía mi hijo Antón. Y el lunes empecé a escribir este libro. Sin prisa, pero sin pausa. No sabes el tiempo que te queda".
Urge aclarar que Víctor Lapuente no se monta en el autobús de los victimistas. Ya no hay sitio. Lo que sí hace es invitarnos a reflexionar sobre las pesadumbres que elevan. Y reanima la idea de aceptar la incertidumbre frente a la pretensión de controlar las cosas que se nos escapan.
Es el último y décimo consejo para hacernos mejores ciudadanos. Los nueve restantes no jalonan un manual de autoayuda, sino un manual contra los manuales de autoayuda, tan obsesionados estos últimos con la búsqueda de la continua satisfacción y con el espacio de desarrollo individual.
La sociedad de hoy no prepara al niño para el camino, prepara el camino para el niño. El problema es que la victimización debilita
Así es que Lapuente nos recomienda que busquemos al enemigo dentro de nosotros (I). Que rompamos el espejo del narcisismo y hagamos añicos al individualismo disgregador (II). Que demos las gracias al prójimo en la construcción de las redes afectivas (III). Que amemos a un dios por encima de todas las cosas, por encima de nosotros mismos (IV). Que abjuremos de los falsos dioses (V). Ninguno tan elocuente como el nacionalismo excluyente —valga la redundancia—, como el fanatismo religioso o como el nacionalpopulismo, descriptivos todos ellos de un "narcisismo colectivista" y de una acepción tribal que necesita justificarse en la construcción de grandes antagonismos y de feroces enemigos (el otro, el extranjero, el distinto).
El sexto consejo radica en separar con claridad o clarividencia el orden espiritual del moral. Y el terrenal del político. Dar a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César, en defensa de una sociedad laica que no excluye las aspiraciones trascendentales del individuo.
El séptimo escalón hace inventario y reivindicación de las siete virtudes capitales —coraje, templanza, prudencia, justicia, amor, fe y esperanza—, mientras que el octavo peldaño nos invita a ponernos en la cabeza de nuestro adversario y el noveno diagnostica la enfermedad social del victimismo. "La víctima es el héroe de nuestro tiempo. Y quien no es víctima trabaja en su futura victimización. La sociedad de hoy no prepara al niño para el camino, prepara el camino para el niño. El problema es que la victimización debilita. La cultura de la víctima nos paraliza, nos hace inmaduros. No nos deja asumir nuestra responsabilidad. Cuando todos somos víctimas, nadie puede ser acusado de nada".
Me parece bastante interesantes los planteamientos que hace Lapuente, sin embargo observo en ellos una contaminación filosófica que trataré de explicar, porque la observo cada vez más presente en muchas de las ideas y planteamientos que se vienen dando últimamente en torno a aquellos que pretenden un retorno a las raíces culturales de nuestra sociedad.
No coincido con el autor cuando cita a Todorov proclamando que «Dios y la patria, (...) son las dos ideas más progresistas de la historia de la humanidad, las lanzas más certeras que hemos diseñado para atacar el problema de nuestros problemas colectivos». No lo hago porque esa afirmación, de alguna forma coincide con el pensamiento «ateo-católico» sobre el que tanto hemos hablado en otras ocasiones, que entiende a Dios desde su propia negación, y se evidencia cuando insinúa que «Nosotros hemos diseñado a Dios y la Patria». Niega a Dios directamente al afirmar que es un diseño humano, y lo hace también indirectamente al señalar la patria como tal, pues la patria (de padre) no es sino la tierra donde uno ha nacido, esto es, la tierra que el Padre le ha dado.
Así pues, si Dios y Patria son en este mundo, el ser y el haber supremos para el creyente, pues le dotan de identidad, en cambio para estos nuevos ilustrados, siguen siendo meros diseños humanos que deben protegerse, no tanto por su esencia sino por lo virtuoso y útil de los mismos. Por tanto, al ser el hombre el autor del diseño, es al propio hombre y a sus obras, lo que se deifica. Una conclusión que, además de ser contraria a la fe que se pretende defender, no es sino otra forma de relativismo subjetivista, al llevar implícita la idea de que el hombre pueda perfeccionar su propio diseño según progresen las circunstancias y punto de vista del diseñador. En realidad, cuando se dice que Dios y la Patria son «las lanzas más certeras que hemos diseñado», se está diciendo implícitamente que, no obstante ello, podría haber mejores diseños, de ahí que algunos se atrevan incluso a proponer la reconstrucción de Dios, o que otros divaguen sobre la manera que se debe progresar o conservar la patria, más allá de las fronteras límites de lo moralmente aceptable en la cosmovisión católica.
Tampoco coincido, parcialmente, en que Dios y la Patria sean las dos ideas más progresistas de la humanidad. Primero porque un creyente no puede concebir a Dios como una idea. Cualquiera de nosotros puede pensar que, antes de existir como tal, seamos ideas en la mente de Dios o de nuestros padres, y de ahí concluir que el hombre sea una idea antes de todo. Sin embargo, los creyentes creemos que Dios es eterno, esto es, si nada ni nadie le antecede; si es la causa primera de todas las cosas, nadie puede haberlo ideado; de nada puede haber surgido; nadie lo puede haber creado, a no ser que se conciba a Dios al modo que lo hizo Spinoza, esto es, como causa inmanente de todas las cosas. Una concepción monista y panteísta que está en la base filosófica del inmanentismo racionalista que impregna estas corrientes, «Deus sive natura», e igualmente presente en el modernismo individualista que señala y acusa el autor.
Y en segundo lugar tampoco coincido con el autor porque, si Dios es el Alfa y la Omega, es decir, la causa primera origen de todo y hacia lo que todo transita, la patria se puede entender como el camino material del hombre en dicha transición, que al precederle y trascenderle en su realidad material, no puede ser una mera idea progresista, sino más bien un camino de progreso que es a su vez una realidad conservadora de su propio ser y haber. En cualquier caso, no coincido sobre todo en que Dios o la Patria sean ideas del hombre, sino realidades que le preceden y trascienden, y por tanto le dotan de una identidad y le permiten conservar y progresar su propio ser individual y colectivo.
Luego hay otro concepto que esgrime el autor, con el que tampoco estoy plenamente de acuerdo, como es la idea de apelar a la responsabilidad como motivo último por el que defendernos del individualismo disgregador. La responsabilidad es importante pero desde una cosmovisión católica, que es la que entiendo trata de recuperar el autor en su obra, el motivo y causa de nuestra sociedad es el amor de Dios. Una sociedad que causalmente existe por un acto de amor, tanto en la Creación como en la obra de la Redención.
No es por responsabilidad que Dios decidiera crear al hombre primero, ni enviar a su hijo después para redimirlo de su tropiezo. Ni es por responsabilidad que aquellos primeros cristianos decidieran propagar un mensaje que cambiaría el mundo y a muchos les costó la vida. No es por responsabilidad que millones de hombres y mujeres hayan dado su vida desde entonces por Dios, por la patria, por la familia, por las generaciones venideras, por un mundo mejor. Todo ello se ha hecho originalmente, y en gran medida después, por puro amor. Sin esperar nada a cambio.
Existe ciertamente una responsabilidad respecto de lo común, pero si dicha responsabilidad se antepone a la causa original, puede definitivamente convertirse en un motivo disgregador, en la medida que la responsabilidad de cada uno se vaya diluyendo en la responsabilidad común, a menudo contaminada por intereses y egoísmo. Cosa que entiendo es lo que ocurre actualmente y hace que los hombres se olviden de la propia causa que los creó. Es por amor que existimos y por amor deberíamos, aquí sí, responsabilizarnos de salvaguardar el bien común y la unidad, frente al individualismo y la dispersión.
Finalmente, el autor considera que es la derecha la que ha matado a Dios y la izquierda la que ha hecho lo propio con la Patria, pero al contrario que a él, a mi me parece que es al revés. La Izquierda ha venido matando a Dios desde Nietszche como poco, y todas las doctrinas políticas que han venido después, originadas en esa filosofía, han tratado de eliminar a Dios y poner al hombre en su lugar. En cuanto a la derecha liberal, considero que a quién ha matado es a la Patria, al dejar de entenderla como un bien común y pasar a concebirla como una realidad mediante la que enriquecerse, generando así el 'homo economicus' que señala Lapuente en su libro.
Hay algunas otras cosas que podrían igualmente comentarse, pero no me quiero extender más por no hacer muy larga esta entrada. En cualquier caso, coincido en la idea que subyace en el fondo del planteamiento del autor, la política ha matado a Dios y a la patria, por lo que toca iniciar un proceso de recuperación si queremos que mañana nuestros descendientes tengan un lugar digno en el que habitar. A vosotros ¿qué os parece?