La familia tradicional está desapareciendo a un ritmo estrepitoso. Desde 1960 se ha cuadruplicado el número de madres solteras jóvenes en todo el mundo -según datos de la ONU-, y la proporción de divorcios, ya no solo en los países desarrollados sino también en los que están vías de desarrollo que, aumenta proporcionalmente en la misma medida. En general, los hogares unipersonales o en donde conviven varias personas sin otro compromiso mutuo que el recibo del alquiler, se están convirtiendo en la nueva norma al mismo tiempo que la familia tradicional, que es la base nuclear de naciones como la nuestra, van convirtiéndose en una rareza exótica. La razón de todo esto es diversa. Por una parte, el sistema económico actual no es congruente con los valores tradicionales de la familia, y de otro lado, los contravalores inculcados por las políticas sociales impuestas mayormente por el liberalismo y el progresismo, están destruyendo dramáticamente los principios tradicionales sobre los que se asentaba la misma y por extensión, la propia sociedad.
El cambio social y económico que llevó aparejadas, primero la revolución industrial y luego la marxista en comandita, generó un cambio en las formas de vida que destruyó el concepto de gran familia patriarcal que hasta entonces existía. Hoy, nuevamente, de la mano de las revoluciones tecnológica y marxista cultural, los restos de la familia nuclear que quedan de aquella ruina de las grandes familias, están siendo nuevamente laminados sin piedad, hasta ser sustituidos por otros modelos familiares estériles, sin arraigo ni potencial de desarrollo propio alguno. La familia y la providencia están siendo sustituidos sin reparos por el tándem formado por el estado y los mercados.
Actualmente en nuestra sociedad, alrededor del cuarenta por ciento de los jóvenes en edad casadera, que no están directamente en el paro, ganan menos de lo necesario para fundar y mantener una familia por encima del nivel de pobreza, a lo que hay que sumar la inseguridad laboral y el casi imposible acceso a la vivienda que el precio de las hipotecas y los alquileres suponen desde el comienzo de la burbuja especulativa, a pesar incluso de la crisis y de la supuesta caída de pecios del mercado inmobiliario. Actualmente en una ciudad como Alicante, por menos de quinientos euros mensuales no se encuentra una vivienda digna de alquiler, y la compra de un piso normalito y de segunda mano, en un barrio no marginal, se sitúa a partir de los ochenta o cien mil euros. Algo inasumible para una pareja joven que pretenda emprender un proyecto de vida, fundar un hogar y traer al mundo una descendencia.
Mientras que los salarios se han estancado o subido a un ritmo modesto, el coste real de la vida se ha multiplicado exponencialmente desde hace unas décadas. Los únicos bienes que han reducido su precio en ese tiempo, son los relacionados con la tecnología que, por ser la gran novedad global de nuestro tiempo, producen la falsa sensación de que en realidad vivimos en una sociedad accesible. Al mismo tiempo que esta realidad material de las cosas impide la fundación y mantenimiento de nuevas familias, las nuevas realidades surgidas al amparo de la ideología, e inculcadas casi desde la cuna a través de la enseñanza obligatoria y las leyes, condicionan la forma de proyectar la vida; ateísmo, cientifismo, liberalismo, progresismo, ideología de género, feminismo, aborto, divorcio, etc. Todo ello va poco a poco bestializando y destruyendo a la persona humana hasta remitirla casi a su estado primitivo más salvaje, que luego es convenientemente domesticado a través de deuda, causando que al fin los jóvenes se desentiendan de los vínculos sobrenaturales sobre los que se asienta la familia, la sociedad y la propia civilización occidental. Antes de comenzar, ya tienen puestas las cadenas ideológicas y financieras.
Hoy hablaba del tema con un amigo que escribe habitualmente en una revista católica y me decía que, hace poco estuvo conversando con un sociólogo amigo suyo a propósito de un artículo sobre la familia que estaba documentando, y éste le decía que según algunos estudios que maneja en su ámbito, la familia nuclear tal y como la conocemos, de no revertirse la tendencia, tiene puesta su fecha de desaparición de aquí a no más de diez o quince años. ¡Tremendo!
De cara a estas próximas fechas navideñas, que tienen una gran componente familiar, abro este hilo para tratar el tema de la familia, tanto las cosas que le dan valor como aquellas que la destruyen pues, creo que es significativamente uno de los de mayor importancia hoy en día y sin duda el que más gravedad tiene para el desarrollo futuro ya que, en la familia está la base de la propia humanidad. Y sobre todo atisbar qué soluciones a corto, medio y largo plazo, entendéis que se deberían ponerse en marcha cuanto antes, tanto a nivel personal como social, para evitar su extinción o sustitución por el postizo que la ingeniería social y la ideología están tratando de imponer.
Estás Navidades comeremos, beberemos e incluso algunos rezaremos en familia, en una nación en paz pero ¿podremos seguir disfrutándo esa inmensa riqueza durante mucho más?