Recojo en este hilo uno de los temas que se debatieron el pasado año en un congreso realizado por la Diócesis Complutense de Alcalá de Henares, con motivo de la celebración del cincuenta aniversario de la encíclica "Humanae Vitae" sobre la regulación de la natalidad, y los veinticinco años de la "Veritatis Splendor" sobre cuestiones fundamentales relacionadas con la Enseñanza Moral de la Iglesia .
El congreso se definió con el título "El triunfo de la vida y la verdad del amor humano", congregando a varios participantes que, desde diferentes perspectivas y disciplinas, trataron de poner en evidencia la actualidad y urgencia de los contenidos abordados por dichas encíclicas, en el marco moral de la Doctrina Social de la Iglesia.
El punto al que me refiero, y que he querido traer a debate por haberlo abordado ya en otras ocasiones en el foro, es el que se refiere al suicidio demográfico de Europa, concretamente y por centrarnos, el caso español que, desde la ponencia realizada por el Dr. Javier Ros Codoñer, presenta sin duda un panorama absolutamente desolador, si nuestra sociedad no comienza ya a dar un giro importante a sus políticas y modos de entender la vida y la sociedad.
La ponencia de D. Javier Ros, que puede verse en el video adjunto, junto a la de otros ponentes, se titula: "EUROPA, HACIA EL COLPASO DEMOGRÁFICO Y CULTURAL", y aborda más o menos pormenorizadamente, el declive demográfico de nuestra sociedad y los interrogantes de presente y futuro que esta realidad plantea. Trato a continuación de resumir y comentar un poco los datos e ideas que se presentn, aunque aconsejo ver el video pues la conferencia, y en general todo el congreso, resulta bastante interesante e ilustrativa. Creo que he puesto bien el enlace al video, de todas formas, si comenzara desde el principio, podéis ir al minuto 1:07:48
La ponencia comienza exponiendo que, desde comienzos del S.XX (curiosa coincidencia con el desaste del 98), España ha seguido una tendencia demográfica continuada de carácter negativo, que ha tenido tres momentos de especial preocupación por haberse situado la cifra de defunciones por encima de la de los nacimientos. El primer momento fue el de los años de la llamada Gripe Española por motivos obvios, luego vinieron los años de la Guerra Civil también por motivos evidentes (ambas causas pueden entenderse como catastróficas), pero el tercer momento es el actual en el que, desde 2015 y sin existir causa catastrófica que lo justifique, nuestro país vuelve a tener un saldo negativo en su crecimiento vegetativo, que va aumentando parejamente al descenso en el número de matrimonios, lo que revela que en esta ocasión se trata de un fenómeno puramente socio cultural motivado por las ideologías, o casi me atrevería yo a decir por la pérdida de los ideales de nuestra cultura. Un dato que no conocía es que, incluso la época del Baby Boom, como se conoció a los años sesenta y principios de los setenta, fue en realidad un repunte de la natalidad dentro de una misma tendencia negativa que venía dándose desde comienzos de siglo con respecto a la natalidad tradicional española.
Según datos del INE, el numero de nacimientos, desde 2008 hasta el 2016, que son los datos manejados en la ponencia, se ha reducido en más de un 21% hasta situarse por debajo del índice de fecundidad necesario para el equilibrio estable de la población, y la tendencia no parece haber cambiado. De otro lado, la tasa de mortalidad, sobre todo a causa del envejecimiento, se ha situado por encima de la de países subdesarrollados o en vías de desarrollo. Actualmente estamos entre los diez países del mundo con una tasa de población más envejecida y se espera que de aquí a una década, de seguir la tendencia, seamos el segundo país más viejo del mundo, solo por detrás de Japón.
Por otra parte se apunta también un importantísimo desequilibrio en cuanto a lo que se refiere a la densidad de población que, en 2017 se situó para toda España en una media de 92 habitantes por Km2 pero con enormes desequilibrios distributivos ya que, provincias como Madrid o Barcelona cuentan con tasas entre 700 y 800 habitantes, frente a otras como Teruel o Soria cuyas medias son de apenas 9 habitantes, por citar los puntos extremos. Todo ello sin mencionar que se trata de medias que no observan que, en cualquiera de los casos la población se centra en las capitales, dejando el mundo rural, en ocasiones completamente despoblado. Las regiones más afectadas por la pérdida de población, llegando en algunos casos a unas pérdidas del 75% con respecto a los años 90, son las regiones de Galicia, Castilla y León, norte de Extremadura y sur de Aragón; en general las zonas del interior y de la fachada atlántica. Y las más pósperas en cuanto a población, con incrementos que llegan a superar el 300% con respecto a la citada década de los 90, las regiones de Madrid, algunos puntos de norte cantábrico, Cataluña, Baleares, Valencia, Murcia y Andalucía; en general la capital, las zonas industriales y la España mediterránea.
Entre las causas de dicho envejecimiento y pérdida de población, se pueden distinguir cuatro grandes motivos. Por una parte las causas económicas relacionadas con las dificultades que atraviesan los jóvenes a la hora de emanciparse, casarse y formar una familia. Por ejemplo, la caída de los contratos fijos o indefinidos a jornada completa en un 30% respecto a la primera década del siglo, mientras que de otro lado ha aumentado la contratación eventual o por horas en más de un 80%, cifras que si bien señalan a priori un aumento del empleo, sin embargo esconden un aumento significativo de la precariedad laboral.También se señalan en este grupo de causas económicas, el coste de mantener a los hijos que, según los datos presentados, se sitúa en torno a los 15.000 euros por año, los primeros años, lo que supone más del 80% del salario medio de un trabajador, dificultando enormemente así la tarea de emprender o aumentar la familia.
Se añaden a estas las causas relacionadas con los estilos de vida propios de la modernidad, como la competitividad y la eficiencia que obligan a prolongar la vida académica y la entrada en el mundo laboral, causando un importante retraso de la edad para contraer matrimonio y procrear. De estas resulta que, los jóvenes con mayores estudios, y por tanto con mayor recorrido académico, son los que tienen mayores posibilidades de encontrar trabajo, encontrándose al final de sus carreras con tasas de empleo en torno al 50%. Mientras que los jóvenes con menos estudios tienen que enfrentarse a tasas cercanas al 70%, lo que les lleva igualmente a tener que esperar años antes de poder emprender la creación de una familia. La situación es directamente desquiciante ya que retrasa actualmente la edad del matrimonio por encima de los 35 años, cuando en los años 70 del pasado siglo era de 25 años, con la consecuencia evidente de un retraso en la edad media de la maternidad, que es de las más altas del mundo, con todos los problemas de salud y reproductividad que conlleva emprender la concepción y crianza a partir de determinada edad. Por encima de los 30 años ya se considera embarazo de riesgo, cosa que desmotiva evidentemente a muchas parejas a la hora de procrear. A todo lo anterior o como consecuencia de ello, hay que sumar la enorme caída en el número de matrimonios que, desde los años 90 ha descendido en un 25% mientras que se ha triplicado el número de parejas de hecho, con lo que esto conlleva de falta de compromiso frente a la procreación.
También se apunta a un descenso demográfico por causas técnicas, es decir a aquellas que apuntan al control demográfico. Al reducirse la población y aumentar la edad de la maternidad, tambien se reduce el número de mujeres en edad de procrear y su miedo a procrear, lo que conlleva una espiral dificil atajar. Según los datos ofrecidos en la ponencia, todos provenientes de fuentes oficiales, más del 70% de las parejas utilizan siempre métodos anticonceptivos en sus relaciones, alrededor de un 12 % los utiliza eventualmente y solo un 17% más o menos no los utilizan nunca, siendo el preservativo y la píldora los principales métodos empleados. Además hay que sumar el aborto que, desde su despenalización hasta 2017, se han practicado más de dos millones de interrupciones voluntarias por medios mecánicos, a los que se tendrían que añadir los incontables abortos provocados por la ingesta de la píldora del día después que, si bien su uso es legal, no deja de tratarse igualmente de una forma ilegal de aborto libre en las primeras instancias de la concepción. El control de la natalidad se convierte así en el verdadero gran genocidio que ha conocido la propia humanidad, muy lejos en cifras de esos otros, aunque no menos gravosos, con los que unos y otros se señalan históricamente para justificar así sus propios métodos genocidas. Esto último es un apunte mio.
Finalmente se apuntan también, como causas del colapso demográfico, elementos estructurales de la cultura occidental moderna, es decir, causas culturales como es la lógica individualista motivada por “el consagrado derecho a la libertad”, que se ha apoderado del discurso cotidiano llevando así a despreciar a "las masas", o lo que siempre se ha entendido como "el pueblo", dotándo a las nuevas generaciones de una tremenda superficialidad a la hora de abordar los problemas comunes. Superficialidad que se ve acrecentada por el discurso del odio y el consumo en las redes sociales que invitan a despreciar al prójimo y a satisfacer con inmediatez cualquier deseo. En definitiva se denuncia una realidad generada en gran medida a través de los medios de comunicación social, que han invadido lo existencial hasta la esfera de lo intimamente privado, llevándonos hacia un modelo de sociedad narcisista en la que el individuo tan solo se relaciona consigo mismo y sus deseos, quedando así la corporalidad humana sometida a un discurso hedonista desprovisto de trascendencia, donde difícilmente tienen cabida la concepción de la vida, la procreación de los hijos, el atento cuidado familiar de los ancianos y desposeídos o simplemente cualquiera que se encuentre alejado de las modas, modernismos y tendencias actuales.
Todo esto ha generado una sociedad caracterizada en gran medida por el nihilismo y la desilusión, pero sobre todo por una gran pérdida de la esperanza o confianza en el futuro, frente a las promesas que sembró la modernidad. Los grandes discursos ideológicos del pasado siglo XX han ido cayendo uno tras otro, sin que ninguno de ellos haya sido capaz de lograr ningún avance moral de la sociedad, más allá de lo que falsamente preconizan los eslóganes políticos, ni mucho menos han sido capaces de proporcionar el bienestar social que prometieron. Una realidad a la que además hay que sumar ahora los anuncios catastrofistas del cambio climático y la supuesta necesidad ecológica del control demográfico para prevenir la superpoblación, que van generando poco a poco una conciencia social de “injusticia” ante la posibilidad de traer hijos al mundo. Idea que se ve reforzada además por la proliferación incesante de una creación cultural basada en la distopía, como las afamadas series de "Los juegos del hambre", "El corredor del laberinto", etc, planteándose así un futuro en clave catastrófica por culpa del ser humano, que en definitiva resulta aterrador y mueve a la conciendcia a concluir que el futuro de la humanidad no es un buen lugar para tener hijos. Es decir, ingeniería social de primer orden.
Todo lo señalado hace que el matrimonio y la familia tradicional se sitúen en las periferias culturales de la sociedad moderna, que poco a poco se va viendo cada vez más marginada por la fuerza de los medios de comunicación, estudios sociales y políticas públicas ideologizados, que se encargan de difundir a cambio del modelo tradicional, conceptos como la monogamia sucesiva, el amor confluyente, el amor líquido, las relaciones abiertas o poliamor y las relaciones dentro del abierto abanico de multi identidades queer. A lo que hay que añadir que, en numerosas ocasiones, el niño ya no es, socialmente hablando, un fin en sí mismo ni tiene un valor incondicional. Incluso en el peor de los casos empieza a dejar de ser una "inversión" humana más o menos accesible al matrimonio para convertirse en un simple objeto de deseo o satisfacción individual de uno de los miembros con independencia del otro. De este modo, la persona, antes incluso de nacer, pasa a formar parte del catálogo de gustos, deseos y propiedades que la modernidad consumista ofrece al individuo. De esta forma y aunque se siga procreando, actualmente el niño es el gran ausente ya que, aunque las parejas sigan organizándose y esforzándose por el niño, en gran medida lo hacen desde su propio y particular punto de vista sin tener en cuenta el desarrollo integral y objetivo del niño como sujeto individual.
Las consecuencias que se señalan de todo esto son numerosas y de distinto calado, con una caída demográfica que puede situar a nuestro país, a mediados de este siglo en torno a los cuarenta millones de habitantes, con una población de más de 65 años superior al 35%, el doble que en la actualidad, frente a un escaso 50% en edad laboral avanzada.
Esto conlleva cambios importantes en las políticas de jubilación, donde ya comienzan a aparecer propuestas para prolongar la vida laboral, los periodos de cotización o dualizar el sistema de pensiones de forma que el Estado solo cubra parte de las necesidades, ante la imposibilidad futura de mantener un presupuesto cada vez más elevado y con menores ingresos. Cosa que a su vez incide en la espiral del ánimo antinatalista en la sociedad.
De igual forma y con el envejecimiento de la población, que conlleva el aumento de patologías relacionadas con la ancianidad, aumentará el gasto sanitario y el dedicado a cuidados de larga duración, que se calcula puede crecer en torno a los seis mil millones de euros por década.
En cuanto a la despoblación de las áreas rurales por fallecimiento de las generaciones ancianas y éxodo de los jóvenes a las ciudades, debido a las causas citadas, se prevé que seguirá aumentando ante la falta de posibilidades para el desarrollo familiar, produciéndose así el abandono cada vez mayor de tierras de labor y pastoreo, que aumentarán de esta forma la desertización en algunas zonas y el asalvajamiento de otras con el consiguiente riesgo y coste ecológico, antropológico y económico que esto conlleva, produciéndose de esta forma en aras de una modernidad sin sentido, la pérdida definitiva de un inmenso, rico e histórico patrimonio rural y cultural, especialmente en el norte por ser una de las zonas más afectadas por la despoblación y la difícil orografía.
Una de las pocas consecuencias positivas que puede tener este proceso demográfico, será la que seguramente ocurra con el mercado de la vivienda, salvo intervenciones de parte que yo no descarto, pues se prevé una verosímil caída de precios a medio plazo dada la saturación de fincas construidas y el excendente fruto de las herencias, a medida que vayan muriendo los actuales propietarios. No obstante, esto también afectará al coste de los mantenimientos pues al haber una gran demanda subirán los precios.
Otra de las consecuencias que se prevén por el envejecimiento poblacional y la caída de la natalidad será la reducción significativa del número de alumnos en las escuelas y universidades a mediados de siglo, con una considerable una pérdida de la oferta laboral en dicho ámbito, una reducción de costes en el área de la enseñanza, y un deterioro igualmente de la oferta educativa.
Finalmente se considera que a medio plazo será inevitable también, un aumento y primacía de "nuevos" valores conservadores debido al envejecimiento poblacional, cosa que el autor pone en comparativa con la gerontocracia en la extinta Unión Soviética y países comunistas de los años 80 que llevaron finalmente al derrumbre del Telón de Acero, entiendo que augurando un posible derrumbre igualmente de nuestro modelo actual, sin otro orden tradicional que lo sustituya, tal como ha ocurrido en esos paises.
Ante este panorama y como única respuesta institucional, empeñada de otro lado en mantener las políticas sociales actuales, se menciona aquel informe de la ONU titulado "Migraciones de Reemplazo: ¿Una Solución ante la Disminución y el Envejecimiento de las Poblaciones?" que llamaba a sustituir a la población europea con inmigrantes de reemplazo y se sugería la necesidad de que España recibiera 12 millones de inmigrantes hasta 2050 para equilibrar la población y mantener la fuerza de trabajo. Ante esta situación se plantea la pregunta de ¿por qué se busca la solución en la inmigración y no en el apoyo a la familia? y ¿qué motivos puede haber para apostar por la vía migratoria y no por un cambio de políticas que promuevan el crecimiento de la natalidad nacional?
Ante esta situación se exponen tres líneas estratégicas a fin de lograr una mejora de la natalidad en España. La primera y de forma urgente, sería la puesta en marcha de políticas familiares, donde el compromiso fiel del hombre y la mujer abiertos a la vida, sea verdaderamente protegido por las leyes y actualizado en todo su potencial generador de desarrollo social. Pero cuidando mucho de que dichas políticas no tengan una simple finalidad natalista como ocurre en los países nórdicos donde el único fin es la procreación como sea, ya que la familia es el "ecosistema propio de la vida humana" y por tanto una verdadera política, debe ser aquella que defienda integralmente la dignidad humana y los valores de la "institución familiar tradicional", no como un mero sujeto pasivo receptor de ayudas sino como un agente activo y primordial de la sociedad.
En segundo lugar y a largo plazo, emprender un replanteamiento cultural serio y efectivo, de forma que el valor de la persona humana vuelva a ser puesto en el centro de la sociedad frente a la constante ruptura actual entre lo humano y lo no humano. Es decir, plantear desde ya mismo con la vista puesta en el medio y largo plazo, una regeneración social que debe partir desde el análisis profundo de la realidad en la que vivimos y las consecuencias hacia las que nos aboca la posmodernidad: animalismo, transhumanismo, etc.
Para finalizar y en este caso ya desde una perspectiva puramente católica y eclesial, se plantea la necesidad imperante de una "Nueva Evangelización" como modo de llegar al hombre actual, exclavo de la soledad existencial que causa la sociedad de consumo, la tecnologízación y las redes sociales, y que a pesar de todo sigue pidiendo ayuda e interrogándose ante las cuestiones existenciales.
Concluye citando a Pablo VI en la encíclica Humanae Vitae que da origen a la ponencia: "esto supone, como sabéis, una acción pastoral, coordinada en todos los campos de la actividad humana, económica, cultural y social; en efecto, solo mejorando simultáneamente todos estos sectores, se podrá hacer no sólo tolerable sino más fácil y feliz la vida de los padres y de los hijos en el seno de la familia, más fraterna y pacífica la convivencia en la sociedad humana, respetando fielmente el designio de Dios sobre el mundo".