Hoy es un día grande para centenares de millones de personas en todo el mundo. La Hispanidad celebra la conmemoración del descubrimiento del continente americano y la civilización de aquellas tierras, donde hace apenas cinco siglos, aún permanecían sus gentes sumidas en la oscuridad prehistórica de los sacrificios humanos y la antropofagia. Cierto es, como apuntan algunos defensores del indigenismo, que los conquistadores no eran unos santos vivientes que gozasen de una paz y armonía absolutas en este lado del Atlántico, pero es que, aquellos sacrificios y costumbres precolombinas, tampoco evitaban las continuas guerras, hambrunas, exterminios y en general dominios de unas tribus sobre otras, en los que se hallaba sumido aquel continente. Es decir, los sacrificios y costumbres caníbales -palabra que por cierto es uno de los primeros neologismos americanos, procedente del término taíno "cariba", de donde también proceden "Caribe" o "caribeño" y que significa "gente fuerte", haciendo referencia a determinadas tribus caribeñas, a las que los españoles afirmaron ver consumir carne humana-, venían a sumarse a las guerras y miserias propias de todos los pueblos, pretendiendo ser su solución aunque en realidad hundiéndoles más en la oscuridad profunda del alma, de donde surgen dichas dominaciones.
Una cultura basada en una cosmovisión donde el culto a la muerte o el inframundo suponían la base del dominio social, y en la que existían más de quinientos dialectos y lenguas diferentes, la mayoría de ellas ágrafas, pasaron en poco menos de cincuenta años, mediante la universalización y evolución que supuso la fe y la lengua de los españoles, a convertirse en una civilización constructora de hospitales, universidades, Iglesias o haciendas, regulada por derechos, leyes y en general una nueva estructura social, que les permitió trascender sus oscuras costumbres anteriores y llevarles al culmen de la civilización en aquellos siglos. En efecto, con espadas, pero también con libros y sobre todo con una fe inmensamente poderosa y una concepción de la vida completamente novedosa, los españoles conquistaron y sometieron el Nuevo Mundo, sacándolo de una era de oscuridad y llevándolo a la nueva era de la civilización, que ha llegado hasta nuestros días y hoy celebramos para gracia de todos.
Sin embargo, y pese a que aquel suceso supone ser seguramente uno de los acontecimientos más importantes de la historia de la humanidad, actualmente son muchos los que se distancian de la celebración de la Hispanidad, sumándose al vaivén de las ideologías que tratan de romper la común-unión que supuso el mundo hispano y que han disfrutado sus diversos pueblos durante siglos. No son pocos los países hispanos que hoy rechazan celebrar la Hispanidad, proponiendo celebraciones alternativas orientadas a ensalzar la diversidad indígena, como si no reconocer la importancia de la Hispanidad para la evolución y preservación de dichas culturas, no fuese una forma de involucionar la civilización americana hasta retrotraerla a aquella época oscura precolombina. Tampoco son pocos los políticos y líderes de opinión, que a este y a aquel lado del Atlántico, promueven discursos de odio y división cultural en lo que antaño fue un mundo unido, pero ¿por qué ocurre esto? ¿Por qué España y América han olvidado sus raíces comunes y los fundamentos que les llevaron a ser el primer mundo en los pasados siglos? ¿Realmente existen motivos racionales para no celebrar el nexo común de la Hispanidad? Desde luego que existen, pero no son los motivos que estamos acostumbrados a oír de boca de estos promotores de la anti-hispanidad.
Intentaremos trazar una serie de vínculos sencillos entre fe y biología para tratar de entender la afirmación anterior. Con los españoles llegó a América la fe católica, que ha sido fundamental para el desarrollo de la Hispanidad y la civilización americana, por conllevar un sistema moral que cambió sustancialmente su entendimiento del bien y mal, y dotar a aquellas gentes, sumidas en el culto a la muerte y el inframundo, de una esperanza espiritual y por tanto vital, que les liberaba del dominio de sus caciques y castas sacerdotales. También llegó la lengua castellana que, por su rica diversidad y adaptabilidad, acabó convirtiéndose, como ya ocurriese en la Península Ibérica, en la lengua franca de todas aquellas tribus, pueblos y naciones prehispánicas, permitiendo la intercomprensión de unas sociedades condenadas anteriormente a no entenderse y vivir bajo los preceptos y designios de religiones paganas y castas dominantes. Y finalmente llegó la cultura greco-latina, que suponía dotar las sociedades de un sistema de leyes que procuraban lo que hoy entendemos como marco fundamental de derecho, aquel precisamente sobre el que se basan las reivindicaciones sociales de los pueblos indígenas o las ideologías progresistas que se suman al discurso de la anti-hispanidad. Con los españoles, en definitiva, llegó la civilización, entendida esta como la forma de vida social y cultural que aseguró la supervivencia de los pueblos americanos primero y su evolución posterior hasta convertirse en el continente más rico del planeta, que culminó en naciones libres e independientes. Lo que habían sido, en términos biológicos, rebaños dispersos de hombres y mujeres al socaire de los predadores más fuertes del continente, por gracia de la fe, la lengua y la cultura hispanas, acabó convirtiéndose en el gran rebaño americano, según la terminología cristiana.
Y desde esta perspectiva resulta entonces fácil comprender, los motivos por los que muchos líderes políticos y de opinión, rechazan celebrar la Hispanidad. Un gran rebaño es inalcanzable para los predadores pues la unión de sus miembros es la fuerza que se opone a la pretensión del predador, de esta forma vemos que, en la naturaleza, cuando una manada de lobos pretende alimentarse de un rebaño, lo hace acosando y dispersando a sus miembros más débiles, de forma que acaben separándose de la protección del grupo y puedan ser devorados. Y en la naturaleza humana, que comparte todo con la animal a excepción de su espiritualidad intrínseca, ocurre exactamente lo mismo que con los lobos y los rebaños. La única forma de predar un rebaño social, es apartar a sus miembros más débiles, rompiendo los nexos culturales que les entroncan con los demás. De esta forma la Hispanidad ha tenido innumerables predadores que han ido apartando y devorando poco a poco a sus miembros, hasta lograr en muchos casos que los propios lobos hayan llegado a hacerse con el control de los rebaños. Y siguen insistiendo en romper ese nexo común de la Hispanidad, porque es lo que les permite seguir ejerciendo el control sobre las partes del gran rebaño que han sometido, alimentándose así, material y espiritualmente de la riqueza que les supone.
En términos antropológicos, teológicos y biológicos, la Hispanidad puede considerarse un gran rebaño social de cientos de millones de almas, que alguna vez la fe católica, expresada en lengua castellana, supo reunir para encarnar el cuerpo espiritual de la promesa cristiana, y encarar un futuro lleno de esperanza que les llevase más allá de las profundidades de mundo donde vive el animal. Pero hoy como ayer, los mismos lobos que antaño devoraban corazones humanos en sacrificio, siguen alimentandose de las almas despistadas que se apartan del rebaño de la Hispanidad, abrazando ingenuamente el discurso anti-hispano que les priva de su grandeza e identidad.
Naturalmente que existen los rebaños humanos, sus pastores y los lobos, y estos son los lobos de la Hispanidad. No sería malo ahora ponerles caras y conocer los verdaderos peligros que ocultan estos predadores. Nuestro legado y futuro pueden depender de ello ¿no os parece?