ESPAÑA Y EL RACISMO
Quizá sea España el único pueblo que tiene como fiesta nacional la Fiesta de la raza. Se celebra —como es sabido— el 12 de octubre, conjuntamente en España y en América española, en recuerdo del descubrimiento, ese día, del Nuevo Mundo. ¿Y queriéndose aludir con esa fiesta a qué? ¿A la expansión de la Raza española por un nuevo continente? ¿A una afirmación rotunda de la raza española como raza única y aparte de las otras razas? No.
Si España es el único pueblo que tiene una Fiesta de la Raza —solemne y nacional— también es el único pueblo España que no tiene sobre «la raza» prejuicio alguno. Es el único pueblo «que no entiende ni quiere entender de razas».
Esa Fiesta del 12 de octubre quiere significar lo contrario de su título. Quiere significar que «España se fundió con todas las razas de America». Como se había fundido y se fundiría con razas africanas, asiáticas y europeas.
Para España —una paradoja más de España— la «Fiesta de la Raza» significa la «Fiesta de la no raza en el mundo».
¿Entonces por qué se utilizó la palabra «raza» para designar a esa fiesta? Pues por un simple motivo circunstancial. Esa fiesta se instituyó en España en aquellas épocas finiseculares en que las teorías racistas de los Chamberlain, y aquellas de la supremacía de los anglo-sajones estaban en su auge. En que era una moda hablar de las razas, su diferenciación y sus superioridades. Y a ello se debió que los institutores de esa fiesta utilizasen ese equívoco término de «raza». Equivoco especialmente para el genio español.
¿Cuál era y es el genio español? Justamente: el antirracista. El considerar la distinción de las razas como un pecado. Un genio esencialmente Cristiano. Un genio «fraternizante». El español genuino jamás tuvo reparos en unirse a mujeres de color y en procrear hijos mestizos. ¿Se explicaría de otro modo el que hoy hablen español cerca de cien millones de almas? ¿Se explicaría si no el que la América española sea hoy un continente civilizado y autónomo?
Para España el problema judío no fue ni es ni será nunca un problema de raza. Sino un problema de fe. Es cierto que en la Alta Edad Media española y en el Renacimiento, cuando ya la unidad política de la nación se acercaba a su triunfo (1492) se hizo una teórica clasificación de sangres, de «limpieza de sangre». Y se distinguieron los cristianos viejos —o verdaderos cristianos— de los cristianos nuevos, o conversos. Es cierto que la Inquisición se basó a veces para sus pesquisas en ciertos caracteres somáticos. Pero no pasó de la forma de las narices. Como lo testimonian escritores coetáneos. Así Lope en su comedia «Lealtad en el agravio» decía:
« No hay en toda la Corte
qué encubra cierto defecto.
¿Cuál es?
Las narices grandes ».
Y Quevedo en «el Buscón»: «Hay muy grande cosecha de esta gente y de la que tiene sobradas narices y solo les faltan para oler tocino». Y el mismo Quevedo atacando a Góngora le maliciaba de ser judío por esa razón de las narices:
«En lo sucio que has cantado
y en lo largo de narices
demas de que tu lo dices
que no eres limpio has mostrado ».
Pero la Inquisición española no iba mucho más allá de las narices, de ese rasgo elemental, por lo demás muy común en la raza morena y algo semítica de los más rancios cristianos españoles.
El español no tenía ni tiene esa sensibilidad racista de los nórdicos. Yo recuerdo el caso de un amigo mío holandés. Una vez, yendo conmigo, se nos acercó un estudiante negro conocido, y se acercó sin que el holandés lo advirtiera, poniéndole una mano en la espalda. Y con el mayor asombro mío observé que el holandés se estremecía involuntariamente como si una descarga misteriosa le corriera por las venas. Ese estremecimiento era señal de raza pura, me explicó luego un amigo etnólogo de gran prestigio.
* * *
Los españoles no nos estremecemos más que por lo contrario. Cuando vemos a un inglés, a un irlandés, o a un alemán rehuir el contacto del hombre de color.
Yo, por ejemplo, tengo en mi familia, parientes nacidos en Cuba, en la India, en Filipinas, en Italia. ¿Cómo voy a hacer cuestiones de razas, en mi familia? Pues mi caso es el corriente de todos los más castizos españoles, que descienden de los emigrantes, aventureros, conquistadores de América, Asia y África. Mi caso es el típico del «cristiano español». Por eso tuvimos los españoles «capacidad universal de expansión». Y si el Fascismo en el porvenir será todavía más universal y católico que en la actualidad, será porque España lo tomará en sus manos, lo interpretará con su genialidad cristianamente humana, y zanjará con su corazón —como con una espada celeste— los nudos gordianos de «la raza aria» y de «la raza latina».
* * *
Nosotros comprendemos que un alemán sueñe y crea firmemente en eso de lo ario. Conocemos la profundidad y antigüedad de ese mito germánico. Remonta nada menos que a los orígenes indo-germanos de las primeras inmigraciones europeas. Sabemos que ya desde aquella remota época la palabra arya significaba «señor» (o sea la gente alta y rubia) y «dasya» (moreno) significaba «esclavo». Esa idea primigenia y fundamental persistiría a través de la historia: desde Lutero hasta Hitler. Nosotros lo sabernos y comprendemos. Pero no lo compartimos. Porque compartirlo seria dejar de ser «cristianos», «católicos», «universalistas». Por tanto: españoles.
* * *
No solo son los arios el único pueblo racista. Hay otro pueblo, tan importante como ese, que cree en la raza y hace de la raza una razón de ser, de existencia y perduración: el pueblo judío. Es otro pueblo, el judío, pagano, bárbaro, somaticista, con culto del «jus sanguinis». Por eso judíos y hitlerianos tienen tan feroces rencores unos de otros.
Para un español el protestante alemán o el judío talmúdico se convierten en hermanos desde el momento que abjuran sinceramente de sus herejías, de sus Credos heréticos. Solo así se explica que altos inquisidores, y dignatarios famosos de la Iglesia española, y gran parte de la Nobleza hispánica, procedan de conversos judíos. No hubo católicos más fervientes, por ejemplo, que aquellos Alonso de Espina o Gerónimo de Santa Fe, judíos conversos que persiguieron a sus hermanos de raza con más celo que Torquemada, de quien también se duda de su pureza de sangre.
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Nosotros hace mucho tiempo que lanzamos la profecía de que el triunfo final del Fascismo solo llegará el día que lo recoja genialmente España. Nosotros previmos la lucha inevitable, ineluctable, de los derechos de la «raza latina» (Roma) con los de la «raza aria» (Berlín). Si no surge una cruzada contra el comunismo ruso —como otrora, contra los sarracenos, y todas las diferencias se diluyen frente al común y terrible enemigo— no habrá más salvación para el Fascismo en el futuro que el genio crismático de España, como en el Renacimiento salvó el Catolicismo bajo la espada del Cesar germánico Carlos V al servicio del Dios de Roma.
España, puede ser otra vez en la Historia, la solución generosa al conflicto de razas que se avecina en el seno mismo de la doctrina fascista.
E. Giménez Caballero
Antieuropa. Rasegna dell'espansione fascista nel mondo, Numero dedicato al razzismo, pp. 367-370.
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Comentario de Hispanorromano
He querido compartir con vosotros este artículo, inédito en España, que publicó Ernesto Giménez Caballero en la revista fascista italiana «Antieuropa», dirigida por el jerarca Asvero Gravelli. Quedaba sólo un ejemplar a la venta en las librerías de viejo italianas y a precio de oro, por la ley de la oferta y la demanda. Pero he pensado que merecía la pena hacerse con esta revista y con el artículo de Giménez Caballero, ya que describe a la perfección lo que pensaba la Falange fundacional sobre el racismo y sobre la misión histórica de España, que coincide en líneas generales con lo que pensaba el tradicionalismo carlista y la derecha católica, es decir, las fuerzas contrarrevolucionarias y profundamente españolas.
Este testimonio tiene gran valor porque quien afirma esto es un falangista (al que algunos, en su miopía, le adjudicarían un pensamiento cercano al nazismo en esta cuestión), y además lo hace en una importante revista italiana de doctrina fascista, donde los participantes italianos van en una línea parecida a la del escritor español.
Sobre el director de esta revista italiana, Asvero Gravelli, y sobre los planes que tenía, dejo una breve reseña, extraída de un artículo de E. Milá, que puede servir de introducción:
CitaHasta la constitución oficial de los Comités de Acción por la Universalidad de Roma (CAUR, Comitati d’Azione per l’Universalità di Roma), el fascismo italiano había hecho poco por influir en movimientos similares inspirados en él, pero nacidos fuera de la península itálica. Valdría la pena hablar a título de excepción de Asvero Gravelli y su “panfascismo”, como precedentes de los CAUR.
Gravelli, nacido en 1902, a pesar de que no es probable, distintos rumores lo consideraban como “hijo natural” de Mussolini a cusa de una impresionante semejanza en sus rostros. Sea como fuere, Mussolini lo trató casi como un hijo. Con apenas 19 años participó en la aventura d’anunziana de Fiume abandonando sus estudios. Figuró entre los primeros colaboradores de Mussolini tras la fundación de los Fascios Italianos de Combate y fue uno de los más jóvenes colaboradores del Popolo d’Italia. A los 20 años se convirtió en Secretario General de la Vanguardia Juvenil Fascista participando en la Marcha sobre Roma. Una vez llegado el fascismo al poder, Gravelli se dedicó a escribir para diarios y revistas ocupando un rango importante en la jerarquía del partido. Nombrado “cónsul” de la Milicia Voluntaria para la Seguridad Nacional, en 1928 creó la revista Antieuropa y el movimiento del mismo nombre, destinado a estimular las relaciones internacionales del fascismo. En 1932 fundaría Octubre con fines similares bajo cuyo título publicaría una refundición de artículos definiendo el “panfascismo” (1). En 1939 sería nombrado consejero nacional de la Cámara de los Fascios y de las Corporaciones. Participó en distintas películas de propaganda durante el régimen fascista. Luchó como voluntario en la guerra de Etiopía, luego formó parte del Cuerpo de Tropas Italianas en España en donde resultó herido dos veces, siendo condecorado por su valor. Cuando el Gran Consejo Fascista destituyó a Mussolini el 8 de septiembre de 1943, Gravelli tomó partido por la República Social Italiana siendo nombrado subjefe del Estado Mayor de la Guardia Nacional Republicana. Encarcelado en Milán al final de la guerra, fue amnistiado y en 1947 se unió al Movimiento Social Italiano, fundando distintas revistas neofascistas (Antidiario y Latinità) para luego constituir fuera de la disciplina del partido el Movimiento Legionario Italiano, inspirado en D’Annunzio. Publicó una biografía de Mussolini centrada en su período como agitador socialista. Murió en 1956.
Desde el principio de su carrera política, Gravelli mantuvo tesis propias sobre el fenómeno fascista que, en buena medida coincidían con las que en España sostenía Giménez Caballero. Para Gravelli, el eje central de la ideología Fascista era el binomio latinidad–cristianismo. En tanto que movimiento “universales”, inspirados en ellos, el fascismo podía adquirir una proyección internacional, dejar de ser un mero fenómeno italiano para convertirse en “panfascismo” (2). Estas orientaciones –latinidad y cristianismo– eran para Gravelli lo que distanciaba al fascismo del nacional-socialismo y lo que hacía que ambos fueran, inevitablemente, competidores en tanto que su eje sería el paganismo y el protestantismo. Gravelli no solamente iba “a la contra” del nacional–socialismo, sino que parte de su obra estuvo marcada por la primera ofensiva “paneuropeísta” generada por el conde Coudenhove–Kalergi. Para Gravelli, los distintos partidos “fascistas” del ámbito latino debían de formar una alianza para lograr la “unidad religiosa y espiritual” del continente.
http://info-krisis.blogspot.com/2020/12/jose-antonio-falange-y-los-caur-falange.html
Ahora que algunos cuestionan estas ideas universalistas incluso en ambientes católicos; ahora que muchos desprecian la Hispanidad por albergar diversas razas en su seno; ahora que se ha extendido la delirante idea de que el antirracismo es un pérfido invento de Soros, de la Escuela de Frankfurt, de Trotski, de los comunistas, de los judíos, de los masones o de vaya usted a saber quién, considero interesante traer este testimonio histórico, inédito en España. Que, por otra parte, no hace sino expresar la doctrina católica tradicional sobre este particular, que asumió España en sus empresas históricas.