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  1. "¡Bendita sea tu pureza y eternamente lo sea, pues todo un Dios se recrea, en tan graciosa belleza, A Ti, celestial princesa, Virgen sagrada María, te ofrezco en este día alma, vida y corazón.Mírame con compasión, no me dejes, madre mía!" Después del Padrenuestro y del Avemaría, ni hubo ni hay otra oración popular, indulgenciada o no, tan frecuentada como la contenida en esta "décima" poética, de autor desconocido, escrita en el periodo renacentista del Imperio Español, síntesis y flor de la más devota admiración mariana, expresada en habla hispana. Con ocasión de la festividad de la "Pura y Limpia Concepción de María Santísima", las siguientes reflexiones contribuirán a ayudarnos a despertar y acrecentar nuestra relación religiosa con la "Thetókos- Christotókos"- "Madre alumbradora de Dios, o Madre alumbradora de Cristo". La devoción a la Inmaculada es eminentemente popular en España. El día fue declarado "Fiesta de guardar en todos los Reinos de Su Majestad Católica", desde el año 1664, antes de que el papa Clemente XI así lo decretara para la Iglesia universal, en 1708. Aún hoy, resulta raro -rarísimo- encontrarse con alguien, que entre sus familiares y amigas no tenga que felicitar a quien celebre su fiesta, con cualquiera de las versiones domésticas de "Concha", "Conchita", "Concepción" o "Inmaculada". Más raro es hallar un pueblo en el que la festividad no se celebre con las galas mejores, litúrgicas, para-litúrgicas o simple y llanamente religiosas. En no pocos de esos pueblos el tipismo se echa a la calle revestido y vivido con desfiles procesionales masivos y enternecedores como "La Encamisá" de Torrejoncillo en la provincia de Cáceres. Multitud de templos, ermitas, entidades y parroquias están consagradas a la Inmaculada. A la piadosa leyenda basada en hechos reales, aunque con interpretaciones no siempre documentadas y veraces, es preciso acudir para desvelar el porqué la Inmaculada llegó a ser, y es, nada menos que "Patrona Celestial de la Fiel Infantería Española" . Y tal leyenda refiere que en la noche del 7 al 8 de diciembre del año 1585, en la llamada "Guerra de los Ochenta Años", el Tercio español de Flandes comandado por el Maestre de Campo Francisco de Asís de Bobadilla, se libró de una muerte segura, gracias a la protección de la Virgen. Uno de los solados sitiados en la pequeña isla de Bammbel encontró una imagen de madera, lo que encendió la moral de los defensores, convencidos de que su protección celestial hubiera facilitado el paso a tierra firme al haberse milagrosamente helado el río que los separaba. La convicción evangelizadora de tanta belleza de la que es portador el arte, con las enseñanzas de obras tan principales, favoreció la devoción a la Inmaculada, de manera convincente, atractiva e inteligible. Nada menos que Velázquez, El Greco, Zurbarán, Morillo y José Antolínez fueron, y siguen siendo, "evangelistas" del hoy dogma de la Inmaculada Concepción, desde el púlpito de los más importantes museos del mundo y los retablos de los templos y catedrales de la Cristiandad. Solo del sevillano Bartolomé Esteban Morillo, su colección rebasa la veintena de obras. Este es el texto literal con el que el papa Pío IX definió el dogma de la Inmaculada el día 8 de diciembre de 1854: "Declaramos, pronunciamos y definimos que la doctrina que afirma que la bienaventurada Virgen María fue preservada y totalmente exenta de la mancha del pecado original, desde el primer instante de su concepción, por privilegio y gracia singular de Dios omnipotente y en vista de los méritos de Jesucristo salvador del género humano, es una doctrina revelada y, por consiguiente, debe ser firme y constantemente creída por todos los fieles". "Potuit, decuit, ergo fecit". De interés ascético, dogmático, litúrgico y piadoso, es de destacar el hecho de que la mayoría de Hermandades y Asociaciones que se fundaron en los tiempos de fervores "inmaculatistas" en España, tuvieron acentuado carácter social y benéfico. De la mano de las santas, sabias y sanas orientaciones que proporciona el diccionario, se llega también a la conclusión de que el término "pureza" de la oración dedicada a María, además de "doncellez, virginidad e inocencia referida al sexo", lleva implícita la idea de "falta de imperfecciones o de mezcla de otras cosas", sin necesidad de tener que apuntar a la justicia, honradez, libertad, disponibilidad, solidaridad y, en definitiva, caridad o AMOR. Exigencias de la fiesta de "la concebida sin mancha, pura y deserotizada", habrá de ser también la actualización de que "María -"la madonna del manto protector"- fue y sigue siendo un ser humano, madre de Jesús, ejemplo y modelo de fe cristiana y que lemas definidores y definitivos en su vida fueron su "fiat" y su "Magníficat", con "alabanzas a Dios, que derriba del trono a los poderosos y levanta del suelo a los humildes". Fuente original: http://www.periodistadigital.com/religion/
  2. Y por tanto, renací en el agua de mi Bautismo. Dentro de un Templo Católico, a Dios gracias. Y quiero morir en extrema unción con un vicario de Cristo, Señor Nuestro. Católico, por supuesto. He tenido la gracia de nacer en un sitio donde he podido conocer al Cristo, al Mesías, a Mi Señor Encarnado. A toda su pirámide Santa, donde su Santísima Madre, María; la humilde y enorme, está a su lado. ¿Iba yo a despreciar tal don gratuito?. Dios me libre. Abro este mensaje para que quede, y puedan opinar. ¿ Jesús qué dijo en su caminar?. Sobre uno edificaré mi iglesia. ¿Jesús donde se metió? Por qué hizo un converso judaico?. ¿Somos de Pablo o de Pedro?. ¿Por qué la Iglesia en Roma fue faro, resistencia y base?, etc, etc.. Todo tiene fácil respuesta: Disposición divina. Por su Hijo Jesucristo. Está escrito todo. ¿Quién se ha separado del hogar común?. Si Jesús dispuso que sería ese. Te vas, o lo quieres cambiar desde fuera, para inmiscuirte y traer tus principios. Esas cosas en el hogar del Señor, pues no. Porque Jesús es tan inmutable como Dios. Saludos.
  3. EL DON DE LA INDULGENCIA. "Se trata de un tema delicado, sobre el que no han faltado incomprensiones históricas, que han influido negativamente incluso en la comunión entre los cristianos. En el actual marco ecuménico, la Iglesia siente la exigencia de que esta antigua práctica, entendida como expresión significativa de la misericordia de Dios, se comprenda y acoja bien. En efecto, la experiencia demuestra que a veces se recurre a las indulgencias con actitudes superficiales, que acaban por hacer inútil el don de Dios, arrojando sombra sobre las verdades y los valores propuestos por la enseñanza de la Iglesia". Juan Pablo II, AUDIENCIA GENERAL. Miércoles, 29 de septiembre de 1999. https://www.youtube.com/watch?v=Oav9lFN1ZA4
  4. El libro del Eclesiástico: amor por la verdad y conciencia del combate. A principios del siglo II A.C. y ante el peligro que suponía la influencia cultural helenística, un tal Jesús, hijo de Sirá, escribió lo que hoy en día conocemos como "Eclesiástico" o "Sirácida", que posteriormente fue utilizado por la primitiva Iglesia cristiana para la formación moral de catecúmenos y fieles. Vamos a acercarnos un poco a los tesoros de esa obra.
  5. Índole doxológica y soteriológica de la Iglesia. Todo, en función de esos fines principales. Es decir, la Iglesia tiene su misión centrada en la mayor gloria de Dios y, unida a ella, en la salvación de los hombres. Si olvidamos eso, nada de lo que hagamos en nuestra labor como miembros suyos tiene sentido. https://www.youtube.com/watch?v=Irx0OeHn0BA
  6. Estamos en Tiempo Pascual, y conviene una reflexión que nos ayude a comprender con mayor profundidad la Resurrección de Jesucristo. Vamos a ayudarnos de Santo Tomás de Aquino para entender cuatro diferencias fundamentales entre esa Resurrección y otras resurrecciones. https://www.youtube.com/watch?v=qCFdGbcMfdY
  7. Es fundamental conocer con un mínimo de exactitud en qué consiste la gracia, ese auxilio sobrenatural que nos permite hacer la obra saludable. Efectivamente, sin gracia no hay salvación. Es la gracia la que nos lleva tanto a la obediencia de la fe como a la virtud sobrenatural, y la que alcanza con su acción también las obras naturales. Pero, sobre un tema tan fundamental, suele haber muy frecuentes confusiones. En este vídeo sólo damos algunas pinceladas sobre los errores que, a nuestro juicio, están más extendidos, incluso entre personas practicantes y clérigos: https://www.youtube.com/watch?v=SWfxFanQuFc&t=317s
  8. Fuente: https://www.lavozdeasturias.es/noticia/opinion/2022/03/11/iglesia-abusos-tiempos-guerra/00031647024072652295398.htm Leo con bastante frecuencia artículos como el que enlazo, ya que me parecen muy representativos del tipo de crítica a la Iglesia que se hace actualmente desde muchos ámbitos de la sociedad. En particular, lo que me parece más representativo en el artículo es el juicio que al autor merece el tema de la culpa en los cristianos, una emoción "negativa", según él. Junto con esta culpa, también tenemos que mencionar el "miedo" como elemento esencial de la fe cristiana, al menos de la fe que el autor atribuye a los dogmas promulgados por las jerarquías eclesiásticas. El autor parece dar por sentado que , en primer lugar, el sentimiento de culpa es esencialmente negativo para los humanos y, segundo, que este "sentimiento" se traduce en una "emoción negativa" que experimentamos los cristianos. Me pregunto si estas dos opiniones no serán más que prejuicios, ya que ni la culpa tiene por qué ser algo negativo (como se suele sostener hoy de forma, a mi juicio, acrítica), ni tampoco los cristianos que creemos en la gracia vivimos atemorizados y esclavizados por dichas culpas. Creo que el artículo es lo suficientemente representativo de muchas críticas a las que hoy se ve sometida la Iglesia, por lo que me parece que puede ser un buen punto de partida para comentar este tipo de prejuicios que abundan hoy en nuestras sociedades occidentales, como el tema de la culpa y el miedo que acabo de mencionar. ¿Qué pensáis vosotros de lo expuesto en el artículo? Subrayo algunas partes que pueden ser jugosas para comentar:
  9. Un nuevo tema bíblico, en este día de la Natividad de la Santísima Virgen María: El Arca de la Alianza como figura de la Madre del Señor. ¿Has investigado alguna vez sobre los paralelismos existentes?
  10. Estamos en 2021. Han pasado treinta y siete años desde que Juan Pablo II terminó de exponer su Teología del Cuerpo. Sigue siendo prácticamente desconocida. Invitamos a escuchar, y lo hacemos porque nos encontramos inmersos en una formidable batalla antropológica, y queremos arrojar luz sobre las armas de las que disponemos. La Teología del Cuerpo es un arma eficaz y hay que sacarla del cajón y evitar que se oxide: https://www.youtube.com/playlist?list=PLaLwnClohuinHtYBwhV4e4Z83ZphbiXbY
  11. En Vozpópuli, la periodista María Palmero publica una valiente reflexión sobre la generación que no quiere tener descendencia. Y lo hace con un lenguaje desenfadado que puede llegar al gran público. Me parece singularmente atinado lo que dice sobre el autoengaño, la pérdida de la comunidad y la ausencia de valores religiosos. Las negritas son de la autora.
  12. Hispanorromano

    La heterodoxia está de moda

    Traslado al foro el primer capítulo de Herejes, una colección de ensayos breves de G. K. Chesterton. Este fragmento trata sobre la necesidad que tiene todo hombre y sociedad de tener una filosofía o una religión a la que supedite sus actuaciones. De cómo esta filosofía o cosmovisión tiene un profundo impacto en la evolución de la sociedad —en la deshumanización que observamos en los últimos tiempos— y por ello no es una cuestión en la que se deban respetar todos los puntos de vista. También nos habla del ridículo afán que tenemos en nuestra época por presentarnos como «heterodoxos», lo que vale tanto como «herejes», «disidentes» o «políticamente incorrectos». En otras épocas más recias, todo el mundo —incluso los herejes— se esforzaban por presentarse como «ortodoxos». La palabra «ortodoxia» no tenía la carga peyorativa que ha adquirido en nuestra época, en la que todo el mundo prefiere presentarse como «heterodoxo», porque lo «rebelde» vende y suena chic. Creo que esto dice mucho de nuestra época, de su desdén por la verdad, de su falta de sentido trascendente y de su impostada rebeldía, que en realidad es conformidad: todos estamos conformes en que somos «inconformistas» y nadie quiere ser «ortodoxo». Somos heterodoxos, pero en rebaño. El texto es algo largo para lo que se estila en internet, pero como merece mucho la pena, creo que lo acabaréis leyendo, o al menos echándole un vistazo a las partes que he señalado en negrita. —————————————————— Curiosamente, nada expresa mejor el enorme y silencioso mal de la sociedad moderna que el uso extraordinario que hoy día se hace de la palabra «ortodoxo». Antes, el hereje se enorgullecía de no serlo. Herejes eran los reinos del mundo, la policía y los jueces. Él era ortodoxo. Él no se enorgullecía por haberse rebelado contra ellos; eran ellos quienes se habían rebelado contra él. Los ejércitos con su cruel seguridad, los reyes con sus fríos rostros, los decorosos procesos del Estado, los razonables procesos de la ley; todos ellos, como corderos, se habían extraviado. El hombre se enorgullecía de ser ortodoxo, de estar en lo cierto. Si se plantaba solo en medio de un erial ululante era algo más que un hombre; era una iglesia. Él era el centro del universo; a su alrededor giraban los astros. Ni todas las torturas sacadas de olvidados infiernos lograban que admitiera que era un hereje. Pero unas pocas frases modernas le han llevado a jactarse de ello. Hoy, entre risas conscientes, afirma: «Supongo que soy muy hereje»; y se vuelve, esperando recibir el aplauso. La palabra «herejía» ya no sólo no significa estar equivocado: prácticamente ha pasado a significar tener la mente despejada y ser valiente. Ello sólo puede indicar una cosa: que a la gente le importa muy poco tener razón filosófica. Pues sin duda un hombre debería preferir confesarse loco antes que hereje. El bohemio, con su corbata roja, debería defender a capa y espada su ortodoxia. El dinamitero, al poner una bomba, debería sentir que, sea o no otra cosa, al menos es ortodoxo. Por lo general, resulta una necedad que un filósofo prenda fuego a otro en el mercado de Smithfield por estar en desacuerdo con sus teorías sobre el universo. Eso se hacía con frecuencia en el último periodo de decadencia de la Edad Media, y se erraba por completo en el objetivo. Pero hay algo infinitamente más absurdo y poco práctico que quemar a un hombre por su filosofía, y es el hábito de asegurar que su filosofía no importa, algo que se practica universalmente en el siglo XX, en la decadencia del gran periodo revolucionario. Las teorías generales se condenan en todas partes: la doctrina de los derechos del hombre se contrapone a la doctrina de la caída del hombre. El propio ateísmo nos resulta demasiado teológico hoy día. La revolución misma es demasiado sistemática; la libertad misma, demasiado restrictiva. No deseamos generalizaciones. Bernard Shaw lo ha expresado en un epigrama perfecto: «La regla de oro es que no hay regla de oro». Cada vez más nos ocupamos de los detalles en el arte, la política, la literatura. Importa la opinión de un hombre sobre los tranvías, sobre Botticelli. Pero su opinión sobre el todo no importa. Puede mirar a su alrededor y explorar un millón de objetos, pero no debe, bajo ningún concepto, dar con ese objeto extraño, el universo, pues si lo hace tendrá una religión, y se perderá. Todo importa, excepto el todo. Apenas hacen falta ejemplos de esta total levedad en relación con el tema de la filosofía cósmica. Apenas hacen falta ejemplos para constatar que, sea lo que sea lo que creemos que afecta los asuntos de índole práctica, no creemos que importe que un hombre sea pesimista u optimista, cartesiano o hegeliano, materialista o espiritualista. Permítanme, no obstante, escoger un caso al azar. En torno a cualquier mesa inocente, tomando un té, es fácil oír a un hombre decir: «La vida no merece la pena». Lo aceptamos como quien acepta la afirmación de que el día es soleado. Nadie piensa que eso pueda repercutir gravemente en el hombre o en el mundo. Y, sin embargo, si esas palabras fueran ciertas, el mundo se pondría patas arriba. A los asesinos les concederían medallas por librar a los hombres de la vida, a los bomberos se los denunciaría por impedir la muerte; los venenos se usarían como medicinas; se llamaría a los médicos cuando la gente se sintiera bien, las sociedades filantrópicas serían erradicadas como hordas de asesinos. Y, sin embargo, nunca especulamos sobre si ese pesimista fortalece o desorganiza la sociedad, pues estamos convencidos de que las teorías no importan. Esa no era precisamente la idea de quienes nos introdujeron a la libertad. Cuando los viejos liberales suprimieron las mordazas de todas las herejías, su idea era que, de ese modo, pudieran producirse descubrimientos religiosos y filosóficos. Para ellos, la verdad cósmica era tan importante que todos debíamos poder aportar nuestro testimonio independiente. La idea moderna, por el contrario, es que la verdad cósmica importa tan poco que nada de lo que nadie diga sobre ella es relevante. Aquéllos liberaron la investigación como quien libera a un perro noble; éstos la liberan como quien devuelve al mar un pez incomestible. Jamás ha habido tan poco debate sobre la naturaleza del hombre como ahora, cuando precisamente, por primera vez, todos pueden debatir sobre ella. Las viejas restricciones implicaban que sólo a los ortodoxos se les permitía abordar el tema de la religión. La libertad moderna implica que no se permite a nadie abordarlo. El buen gusto, la última y más vil de las supersticiones humanas, ha logrado silenciarnos allí donde el resto había fracasado. Hace sesenta años era de mal gusto ser ateo reconocido. Luego llegaron los seguidores de Bradlaugh, los últimos hombres religiosos, los últimos para quienes Dios era importante. Pero no pudieron hacer nada; hoy sigue siendo de mal gusto ser un ateo declarado. Pero su agonía sólo ha conseguido que hoy sea también de mal gusto ser un cristiano declarado. La emancipación sólo ha logrado encerrar al santo en la misma torre de silencio que ocupaba el heresiarca. Y entonces hablamos de lord Anglesey y del tiempo, y decimos que esa es la absoluta libertad de los credos. Con todo, hay personas –entre las que me cuento– que creen que lo más práctico e importante de los hombres sigue siendo su concepción del universo. Creemos que para la propietaria de una casa de huéspedes que esté pensando en aceptar a un nuevo inquilino es importante conocer sus ingresos, pero más importante aún es conocer su filosofía. Creemos que para un general a punto de luchar contra el enemigo es importante conocer la filosofía de dicho enemigo. Creemos que la cuestión no es si la teoría del cosmos influye sobre las cosas, sino si, a largo plazo, hay alguna otra cosa que influya sobre ellas. En el siglo XV, los hombres interrogaban y torturaban a otros por predicar actitudes inmorales; en el siglo XIX, jaleamos y elogiamos a Oscar Wilde por predicar esa misma actitud, y después le rompimos el corazón al condenarlo por llevarla a la práctica. Tal vez pueda cuestionarse cuál de los dos métodos resulta más cruel, pero no cuál resulta más descabellado. La época de la Inquisición, por lo menos, no vivió la vergüenza de crear una sociedad que convirtió en ídolo a un hombre por predicar las mismas cosas por cuya práctica le condenaron. Hoy, en nuestro tiempo, la filosofía o la religión, es decir, nuestra teoría sobre las cosas más elevadas, ha sido expulsada, más o menos simultáneamente, de dos de los campos que ocupaba. Los ideales generales dominaban la literatura. Y han sido expulsadas de ella al grito de «el arte por el arte». Las ideas generales también dominaban la política. Y han sido expulsados de ella en aras de la «eficiencia», al grito de lo que podría traducirse libremente por «la política por la política». Con gran persistencia, a lo largo de los últimos veinte años, los ideales de orden y libertad han menguado en nuestros libros; la ambición de ser ingeniosos y elocuentes ha disminuido en nuestros parlamentos. La literatura se ha vuelto deliberadamente menos política; la política se ha vuelto deliberadamente menos literaria. Y así, las teorías generales sobre la relación que existe entre las cosas han desaparecido de ambas. Y estamos en posición de preguntar: «¿Qué hemos ganado o perdido con esta desaparición? ¿Es mejor la literatura, es mejor la política, tras haber descartado al moralista y al filósofo?». Cuando todo lo que respecta a un pueblo se vuelve débil e ineficaz, se empieza a hablar de eficacia. Lo mismo sucede cuando el cuerpo de un hombre zozobra; entonces ese hombre, por primera vez, empieza a hablar de salud. Los organismos vigorosos no hablan de sus procesos sino de sus metas. No puede haber mejor prueba de la eficacia física de un hombre que cuando habla alegremente de un viaje al fin del mundo. Y no puede haber mejor prueba de la eficacia práctica de una nación que cuando habla constantemente de un viaje al fin del mundo, un viaje al Día del Juicio y a la Nueva Jerusalén. No hay mayor señal de absoluta salud material que la tendencia a perseguir alocados ideales; es durante la primera exuberancia de la niñez cuando pedimos la luna. Ninguno de los hombres fuertes de las eras fuertes habría comprendido el significado de «trabajar para la eficacia». Hildebrand no habría dicho que trabajaba para la eficacia, sino para la Iglesia católica. Danton no habría dicho que trabajaba para la eficacia, sino para la libertad, la igualdad y la fraternidad. Incluso si el ideal de esos hombres era, simplemente, echar escaleras abajo a otros hombres de un puntapié, pensaban en las metas, como hombres, y no en los procesos, como paralíticos. No decían: «Elevando con eficacia mi pierna derecha, usando, como constatará, los músculos del muslo y la pantorrilla, que se hallan en perfecto estado, yo...». Ellos sentían las cosas de otro modo. Se hallaban tan impregnados de la hermosa visión del hombre a los pies de una escalera, que en ese éxtasis el resto seguía como un destello. En la práctica, el hábito de generalizar e idealizar no significaba en absoluto sucumbir a una debilidad mundana. La época de las grandes teorías era época de grandes resultados. En la era del sentimiento y las buenas palabras, a finales del siglo XVIII, los hombres eran en realidad robustos y eficaces. Quienes vencieron a Napoleón eran unos sentimentales. Los cínicos no atraparían ni a De Wet. Hace cien años eran los retóricos quienes dirimían, triunfantes, nuestros asuntos, para bien o para mal. Ahora, nuestros asuntos los confunden, irremediablemente, hombres fuertes y silenciosos. Y del mismo modo en que ese repudio a las grandes palabras y las grandes visiones ha generado una raza de hombres de escasa talla en política, también ha alumbrado una raza de hombres de escasa talla en las artes. Nuestros políticos modernos se abrogan la licencia colosal de un césar y un superhombre, defienden que son demasiado prácticos para ser puros, y demasiado patrióticos para ser morales; pero el resultado de todo ello es que un mediocre llega a ministro de Economía. Nuestros nuevos filósofos artísticos exigen la misma licencia moral, una libertad para destrozar cielo y tierra con su energía; pero el resultado de todo ello es que un mediocre llega a poeta laureado. No digo que no existan hombres más fuertes que éstos, pero ¿diría alguien que existen hombres más fuertes que aquéllos de la antigüedad, dominados por su filosofía y comprometidos con su religión? Puede discutirse si el compromiso es mejor que la libertad. Pero a cualquiera le resultaría difícil negar que su compromiso dio más frutos que nuestra libertad. La teoría de la inmoralidad del arte se ha establecido con firmeza entre las clases estrictamente artísticas. Tienen libertad para producir lo que se les antoje. Tienen libertad para escribir un Paraíso Perdido en el que Satán venza sobre Dios. Tienen libertad para escribir una Divina Comedia en la que el cielo se halle bajo el suelo del infierno. ¿Y qué han hecho? ¿Han producido, en su universalidad, algo más grande y más hermoso que las palabras pronunciadas por el aguerrido católico gibelino, por el rígido maestro de escuela puritano? Sabemos que sólo han creado unas pocas redondillas. Milton no sólo los supera en devoción, los supera también en su propia irreverencia. En todos sus librillos de poemas no hallarán un mejor desafío a Dios que el que pronuncia Satán. Ni encontrarán un sentimiento de paganismo tan imponente como el que sintió aquel fiero cristiano que Farinata describió irguiendo mucho la cabeza en desdén del infierno. Y la razón es obvia. La blasfemia es un efecto artístico, porque depende de una convicción filosófica. La blasfemia depende de la creencia, y se desvanece con ella. Si alguien lo duda, que se siente y trate de provocarse ideas blasfemas sobre Thor. Creo que sus familiares lo hallarán, transcurridas unas horas, en un estado de fatiga extrema. Así pues, ni en el mundo de la política ni en el de la literatura, el rechazo a las teorías generales ha demostrado ser un éxito. Tal vez hayan existido muchos ideales descabellados y engañosos que, de vez en cuando, han desconcertado a la humanidad. Pero no ha existido, sin duda, un ideal en la práctica más descabellado y engañoso que el ideal de la practicidad. Con nada se han perdido más oportunidades que con el oportunismo de lord Rosebery. Él es, ciertamente, un símbolo viviente de esta época: el hombre que es, en teoría, un hombre práctico, y en la práctica, menos práctico que un teórico. Nada en el universo resulta menos sensato que esa veneración por la sabiduría mundana. Un hombre que no deja de pensar en si esta o aquella raza son fuertes, en si esa o aquella causa resultan prometedoras, es el hombre que jamás creerá en nada el tiempo suficiente como para que se imponga aquello en lo que cree. El político oportunista es como el hombre que deja de jugar al billar porque le han ganado al billar, que deja de jugar al golf porque le han ganado al golf. No hay nada que debilite más, en lo referido a las perspectivas de trabajo, que esa inmensa importancia que se da a la victoria inmediata. No hay nada que fracase tanto como el éxito. Una vez he descubierto que el oportunismo fracasa, me he sentido inclinado a estudiarlo con más detenimiento y, al hacerlo, he visto que no puede ser de otro modo. Percibo que es mucho más práctico empezar por el principio y discutir de teorías. Veo que los hombres que se mataron por la ortodoxia del homoousion eran mucho más sensatos que quienes discuten sobre la Ley de Educación. Pues los dogmáticos cristianos trataban de establecer un reino de santidad, y de definir, en primer lugar, lo que era realmente sagrado. Pero nuestros modernos pedagogos tratan de establecer una libertad religiosa sin determinar antes qué es religión y qué es libertad. Si los antiguos sacerdotes forzaban a la humanidad a comulgar con un juicio, al menos, previamente, se tomaban la molestia de acotarlo. Perseguir a causa de una doctrina sin siquiera estipularla es algo que ha quedado para las turbas modernas de anglicanos e inconformistas. Por estas razones, y muchas más, yo, concretamente, he llegado a creer en el regreso a lo fundamental. Esa es la idea general de esta obra. Deseo discutir con mis más distinguidos contemporáneos, no sólo personalmente o de un modo meramente literario, sino en relación con el cuerpo real de la doctrina que enseñan. A mí no me interesa Rudyard Kipling en tanto que prolífico artista o personalidad vigorosa; a mí me interesa en tanto que hereje, es decir, en tanto que hombre cuya visión de las cosas tiene la osadía de diferir de la mía. No me interesa Bernard Shaw en tanto que uno de los hombres vivos más brillantes y más sinceros; a mí me interesa en tanto que hereje, es decir, en tanto que hombre cuya filosofía es bastante sólida, bastante coherente, y bastante equivocada. Regreso a los métodos doctrinales del siglo XIII, inspirado en la confianza general de lograr algo. Supongamos que en la calle se produce una conmoción general por algo, digamos que por una farola de gas, con la que muchas personas influyentes pretenden acabar. Un monje de hábito gris, que es el espíritu de la Edad Media, es convocado para que dé su opinión, y empieza por decir, a la manera ardua de los escolásticos: «Consideremos en primer lugar, hermanos míos, el valor de la luz; si la luz, en sí misma, es buena...». Llegado a este punto, la gente, no sin excusarse, se aleja de él. Todos se acercan apresuradamente a la farola que, en cuestión de diez minutos, acaba en el suelo. Y se felicitan unos a otros por su practicidad nada medieval. Pero con el tiempo se ve que las cosas no resultan tan fáciles. Hay gente que ha derribado la farola porque quería instalar luz eléctrica; otros porque prefieren las viejas, de hierro; otros porque desean que reine la oscuridad y poder, de ese modo, obrar mal. Algunos creen que no basta con derribar una farola; otros, que ya es demasiado; algunos han actuado porque querían destruir el mobiliario municipal; otros, porque querían destruir algo. Y en medio de las tinieblas estalla la guerra, y nadie sabe contra quién lucha. De modo que, gradual e inevitablemente, hoy, mañana, pasado, regresa la convicción de que el monje tenía razón y de que todo depende de cuál sea la filosofía de la luz. La diferencia es que lo que podríamos haber discutido a la luz de la farola de gas, nos vemos obligados a abordarlo a oscuras. G. K. Chesterton, Herejes, cap. I, Comentarios introductorios sobre la importancia de la ortodoxia.
  13. Sé que este hilo puede parecer una estupidez, tal vez lo sea, pero es un tema que me tiene dudando: Me refiero a trabajos como policía, militar, inspector o técnico de Hacienda, médico, farmacéutico, etcétera. En los que tienes que cumplir órdenes que no siempre son justas o no estás de acuerdo con ellas. Por ejemplo un policía aplicando leyes injustas, un militar que participa en una guerra a un país que no considera justa, y tal. El caso de Hacienda quizás sea el menos problemático, pues ya dijo Jesucristo que dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios, refiriéndose precisamente a los impuestos, pero no es menos cierto que hablaba de los publicanos como pecadores en varias ocasiones. Sé que un funcionario de Hacienda no es lo mismo que los publicanos de la antigüedad, que estos eran recaudadores privados y ganaban fortunas a base de corruptelas y cobrar mucho más de lo que marcaba la ley, pero aún así el gobierno podría exigir una cantidad excesiva e injusta de impuestos, y no tengo del todo claro si sería correcto colaborar en ese caso. El caso del policía y el militar igual, pueden verse en situaciones de cumplir órdenes incorrectas moralmente. Por ejemplo la ley de memoria histórica o la de violencia de género, ojo, condeno el maltrato a las mujeres, pero me refiero al uso que le hace el gobierno para cometer injusticias contra los hombres, ¿es pecado hacerlas cumplir? O en el caso del militar, por ejemplo la guerra de Irak del 2003, o la de Libia, guerras a todas luces injustas en las que nos metieron nuestros gobernantes, ¿fue pecado que los militares participaran en ellas cumpliendo órdenes? Luego está el caso de médicos, farmacéuticos y demás, este creo que es el peor de todos, porque ya hablamos de hacer barbaridades que pervierten el noble oficio de la medicina, tales como realizar abortos, recetar medicamentos hormonales para un "cambio de sexo", entregar dichos medicamentos en el caso del farmacéutico, etcétera. Supongamos que el gobierno anticristiano que sufrimos llega a elimitar la objeción de conciencia en el caso del aborto. Bueno, el caso, ¿Qué opináis vosotros de estos oficios y ese conflicto? ¿Es pecado hacer cumplir leyes injustas, participar en guerras por intereses mundanos, cobrar una cantidad excesiva de impuestos aún cuando lo indique la ley, etcétera?
  14. Supongo que os habréis hecho eco de que Hagia Sophia acaba de convertirse en una mezquita por orden del Sultán Erdogan. Grecia ha protestado por este hecho, y el papa ha dicho sentirse muy afligido por este hecho. Adjunto dos tweets muy reveladores. https://twitter.com/mariacvg_/status/1286537446407143424 https://twitter.com/14Milimetros/status/1286622224846401536 Es intolerable lo de este sátrapa, me hierve la sangre pensar que somos aliados de este sultancillo venido a más. Curiosamente, después de este hecho ahora el gobernante del emirato de Sharjah, uno de los siete emiratos que conforman los Emiratos Arabes Unidos, en una entrevista ha dicho que la Catedral de Córdoba pertenece a los musulmanes y no a la Iglesia. Adjunto la noticia. https://www.eldiadecordoba.es/cordoba/gobernante-emiratos-arabes-mezquita-musulmanes_0_1483951755.html Es cierto que la actual Catedral de Cordoba esta dentro de una mezquita, pero ¿acaso la mezquita no se construyó sobre los restos de un iglesia que los musulmanes derribaron? Menudo doble rasero ¿no? No me consta que haya salido ninguna autoridad española, ya sea eclesiástica o gubernamental, a comentar estas declaraciones. De hecho creo recordar que el gobierno pretendía expropiar la catedral de Córdoba. Me parecería muy osado, incluso para estos sacamantecas, que intentasen entregarle la catedral a los musulmanes, aunque quien sabe. ¿A que creéis que obedece este nuevo rumbo en el mundo islámico? ¿Creéis que es algo puntual, o realmente estamos ante una nueva "Yihad soft"?
  15. En efecto. Para no desviar su temática, trasladamos a este nuevo tema la pieza de conversación sobre la Iglesia Católica, ocurrida en el hilo: "Pregunta al lector silente y al registrado que apenas participa. ¿Véis utilidad a este foro?". Para contextualizar el tema. La discusión comenzó a raíz de una pregunta que el usuario Vanu le hizo a Vecka en el hilo señalado anteriormente: Y la respuesta fue la siguiente: Posteriormente se originó la discusión que a continuación trasladamos a este hilo.
  16. En estos tiempos en que muchos católicos cuestionan al Papa y sostienen que la Iglesia, desde el Concilio Vaticano II, no ha hecho otra cosa que transigir con liberalismo, conviene rescatar las instrucciones que San Pío X les dio a los integristas en su día. Ya veréis que tienen plena vigencia y que recuerdan enormemente a algunas situaciones actuales. Además, se podrá ver que las "claudicaciones" de las que acusan a Francisco I ya estaban presentes en aquel Papa al que, sin embargo, los integristas de hoy presentan como contramodelo de Francisco. Expongo unas breves impresiones. El Papa Pío X le pega un buen rapapolvo a los integristas de aquel entonces. La actitud integrista que describe San Pío X me recuerda mucho a la de algunos críticos actuales del Concilio Vaticano II y del Papa Francisco. La novedad es que se ha pasado de una rebeldía estrictamente política a una rebeldía religiosa que llega a cuestionar a la misma Iglesia. Estas instrucciones de San Pío X las han utilizado algunos para argumentar que se puede votar por tal o cual partido. Pero es una interpretación interesada y yo no voy por ahí. Sí me parece acertada la directriz de apoyar las cosas buenas vengan de quien vengan. Llega a decir el entonces Papa que oponerse a priori (es decir, oponerse a algo por sistema, porque lo propone un partido o persona que nos desagrada) está reñido con el amor que le debemos a la Religión y a la Patria. Contrastan estas sensatas y cristianas directrices con el estéril sectarismo en el que están empeñados la mayoría de católicos conservadores. No veo diferencias de fondo entre Pío X y Francisco I. La letra puede que sea diferente, pero el espíritu es muy parecido. Cuando Francisco I intenta llegar a acuerdos constructivos con personas alejadas de la fe católica está haciendo lo mismo que recomendaba hacer San Pío X con los liberales. La desinformación y la falta de formación hacen que a ese Papa lejano en el tiempo se le tome como el súmmum del tradicionalismo mientras que al Papa de ahora se le moteja de "rojo" o de "hereje".
  17. Publico un interesante artículo de Raivis Zeltits, Secretario General de la Alianza Nacional de Letonia, partido conservador que forma parte del grupo europeo ECR, capitaneado por los polacos de Ley y Justicia, donde también está Vox. Le pondría algunas pegas al artículo, pero tiene pasajes de gran provecho que abordan distintos temas: el posmodernismo, la pérdida de significado y de propósito tras la "muerte de Dios", el relativismo, los medios de comunicación de masas y las redes sociales, la desconexión de la realidad, el ISIS como fenómeno nihilista, la propaganda rusa, etc. Lo que dice sobre Rusia es del máximo interés, pero el resto de temas no le van a la zaga. La traducción la ha realizado Álvaro Peñas, antiguo dirigente de DN, pero he introducido algunos retoques. Álvaro tuvo la gentileza de realizar esta traducción y publicarla en su perfil de Facebook, pero apenas obtuvo unos pocos "me gusta" y en gran parte eran de ciudadanos extranjeros. No recibió ni una puñetera respuesta, porque las redes sociales sólo sirven para emitir consignas simples, casi al nivel del berrido. Este interesante texto se perdería en el limbo de Facebook si no lo trajésemos a este foro y desde luego es contenido cien por cien original para Google. El artículo, como decía, aborda aspectos muy poco tratados en el ámbito patriótico y con un nivel que es raro en los líderes derechistas. Tiene interés en sí mismo. Pero también puede servir para conocer un poco más a esos partidos europeos de los que sabemos tan poco. Podéis ver información breve sobre este partido en la Wikipedia española o bastante más ampliada en la Wikipedia inglesa. La impresión que me da es que este partido tiene ramalazos identitarios y de las nuevas derechas que afloran en Europa, pero que va más allá y tiene cierto sentido cristiano que hoy por hoy es un lujo en esos ambientes. Es una impresión preliminar en función del artículo. Pero juzgad vosotros mismos: Esta publicación ha sido promocionada como contenido independiente
  18. Publico un interesante artículo de Raivis Zeltits, Secretario General de la Alianza Nacional de Letonia, partido conservador que forma parte del grupo europeo ECR, capitaneado por los polacos de Ley y Justicia, donde también está Vox. Le pondría algunas pegas al artículo, pero tiene pasajes de gran provecho que abordan distintos temas: el posmodernismo, la pérdida de significado y de propósito tras la "muerte de Dios", el relativismo, los medios de comunicación de masas y las redes sociales, la desconexión de la realidad, el ISIS como fenómeno nihilista, la propaganda rusa, etc. Lo que dice sobre Rusia es del máximo interés, pero el resto de temas no le van a la zaga. La traducción la ha realizado Álvaro Peñas, antiguo dirigente de DN, pero he introducido algunos retoques. Álvaro tuvo la gentileza de realizar esta traducción y publicarla en su perfil de Facebook, pero apenas obtuvo unos pocos "me gusta" y en gran parte eran de ciudadanos extranjeros. No recibió ni una puñetera respuesta, porque las redes sociales sólo sirven para emitir consignas simples, casi al nivel del berrido. Este interesante texto se perdería en el limbo de Facebook si no lo trajésemos a este foro y desde luego es contenido cien por cien original para Google. El artículo, como decía, aborda aspectos muy poco tratados en el ámbito patriótico y con un nivel que es raro en los líderes derechistas. Tiene interés en sí mismo. Pero también puede servir para conocer un poco más a esos partidos europeos de los que sabemos tan poco. Podéis ver información breve sobre este partido en la Wikipedia española o bastante más ampliada en la Wikipedia inglesa. La impresión que me da es que este partido tiene ramalazos identitarios y de las nuevas derechas que afloran en Europa, pero que va más allá y tiene cierto sentido cristiano que hoy por hoy es un lujo en esos ambientes. Es una impresión preliminar en función del artículo. Pero juzgad vosotros mismos:
  19. Diego Álvaro de Moncada

    "La Lágrima Ardiente de María"

    "La Lágrima Ardiente de María". Las llamas, de las que Notre Dame fue víctima, son suficientes. Un intento de investigación de las causas culturales. Por David Engels Publicado originalmente en alemán el 17 de abril de 2019 en el diario Katholische Tagespost 15 de abril de 2019, Francia, París: Las llamas y el humo se elevan desde uno de los hitos más famosos del mundo, la catedral Notre-Dame de París. El alcalde de la capital francesa habla de un "incendio terrible". No es exagerado decir que toda Europa está conmocionada desde el lunes por la noche. Las terribles imágenes de la catedral en llamas, en el corazón de la capital francesa, que durante muchos siglos ha sido el verdadero corazón de la cultura occidental, ya se han grabado a fuego indeleblemente en la conciencia histórica de toda una generación y, al igual que el derrumbe de las torres gemelas, probablemente serán un símbolo del fin de una era: allí termina la hegemonía política de los E.E.U.U., aquí termina la última ilusión de dominio cristiano sobre Europa. ¿Y si el desastre de la Semana Santa el final se convirtiese en un nuevo comienzo? Por supuesto que fue un incendio provocado – si bien, a la postre, no importa si detrás del hecho hay una emoción anticristiana cada vez más extendida que ha estado llevando a ataques contra lugares de culto en Francia día tras día durante meses, o más bien "sólo" una negligencia criminal. Las verdaderas raíces del incendio provocado, del que fue víctima Notre Dame, son mucho más profundas: no sólo, como escribió Benedicto XVI hace sólo unos días, esas raíces llegan hasta las convulsiones del Concilio Vaticano II en torno a los años 1968, sino más atrás, hasta el siglo XIX. Fue en esos días cuando la religión fue degradada gradualmente a un "asunto privado" que ya no tenía que contar en la valoración de las preocupaciones sociales, sino que incluso se interponía en el camino del "progreso". Ya en el siglo XIX, Víctor Hugo escribió con razón: "Notre-Dame está hoy vacía, inmóvil, muerta. Uno se da cuenta de que algo ha desaparecido. Este enorme cuerpo está vacío; es un esqueleto; el espíritu lo ha dejado, sólo se puede ver dónde estuvo una vez, y eso es todo". Nada ha cambiado al respecto, todo lo contrario. Porque lo que ardía ayer era sólo una cáscara vacía; como tantas otras herencias de nuestra cultura, había sido degradada durante mucho tiempo, reducida a objeto de museo y sólo ocasionalmente instrumentalizada para convertirla en el perfil externo de una iglesia destripada y de un gremio político globalizado, cuyo verdadero credo, tal como Emmanuel Macron lo formuló en 2017, a pesar de todas las seguridades posteriores y de las lágrimas de cocodrilo presentes, corresponde a una sentencia de muerte sobre nuestra civilización rural: "No existe una cultura francesa. Hay una cultura en Francia, y es diversa." ¿Y qué lugar puede reclamar un lugar de culto a la Virgen y Madre de Dios en los corazones y en las moradas de los europeos que han mancillado sistemáticamente los ideales de pureza y fidelidad sexual, de estima caballeresca por lo eternamente femenino, de veneración del misterio de la maternidad, de la santidad de la vida del recién nacido y de los arquetipos complementarios del amor paterno y materno, y tal mancilla se ha dado a menudo incluso con el aplauso de un sacerdocio ideológicamente igualitarista? Por lo tanto, probablemente sea aún mejor que las puertas del Santísimo Sacramento se cierren ahora durante muchos años y que su interior descanse finalmente de todas esas multitudes de turistas que, en Notre Dame, sólo miran al imponente cadáver de una civilización menguante de la que ya no poseen ninguna referencia interior, o ante aquellas misas en las que el único objetivo parece ser celebrar la relativización del Absoluto y, por lo tanto, metafóricamente dar la espalda al Santo desde el lugar sobre el que se celebraba el Santísimo Sacramento en el siglo XV. En abril de 2019 la torre del crucero se derrumbó. El ensayista Alexander Pschera, por lo tanto, dio en el clavo cuando escribió en vivo sobre las llamas de París, en Facebook: "La Madre de Dios ya no puede soportar la infidelidad de su pueblo, y dejó caer una lágrima de fuego.... eso es lo único que se puede decir sobre la causa del incendio". Por lo tanto, por terrible que sea el fuego a nivel material, puede incluso ser visto como una especie de purificación, como una llamada a los pocos creyentes que quedan diciéndoles que es hora de romper con una ilusión generalizada y peligrosa: la ilusión de que el cultivo puramente comercial y políticamente justificado de los recuerdos seculares de la cultura cristiana significa algo más que una mera toma de rehenes de la cultura occidental en manos de un Estado, de una élite y de un número creciente de ciudadanos indiferentes interiormente con respecto a esa cultura y que, de hecho, tienen más bien probabilidades de ser hostiles a ella. Si queremos cambiar algo de este hecho, es necesario, por tanto, volver a vivir las propias convicciones sin tener en cuenta la tolerancia condescendiente y cada vez más limitada de una sociedad mayoritaria que se ha vuelto esencialmente atea o musulmana, y ello no sólo en el recinto sosegado del corazón, sino también en toda la vida cotidiana pública y política. Como hace muchos siglos, esta es la hora de una confesión abierta de nuestros valores y de la voluntad orgullosa de no relativizar la búsqueda de lo absoluto a través de la aparente consideración por los demás, detrás de la cual se esconde sólo la propia cobardía, reduciéndola así al absurdo sino, por el contrario, es el momento de hacer todo lo posible para asegurar que Occidente siga siendo fiel a sus raíces espirituales y espirituales, así como apostar por una dura disciplina interna, que incluye la preparación para lo peor, y por una correspondiente actividad política polémica. Porque el peligro en el que se encuentra nuestra civilización es todo menos imaginario, y no sería la primera vez en la historia de la humanidad que una religión desaparece completamente de su patria ancestral: "Tú, romano, expiarás inmerecidamente los delitos de tus mayores, hasta que hayas reconstruido los templos, las moradas ruinosas de los dioses y sus imágenes ensuciadas por el negro humo. Conservas el imperio por conducirte humildemente ante los dioses: de aquí todo principio, hacia aquí debes guiar el fin. Los dioses, por haber sido despreciados, ocasionaron muchas desgracias a la enlutada Hesperia". (Horacio, Carmina 3,6) Asegurar y reconstruir Notre Dame llevará muchos años, quizás incluso décadas, incluso si se prescinde de ingredientes "modernistas" y "contemporáneos" como terrazas en los tejados, bucles interreligiosos, tiendas de museos y cafeterías futuristas en el cielo. Quizás la tediosa resurrección de la Catedral de Notre Dame a partir de sus propias cenizas se convierta así en el símbolo de esos difíciles años de crisis y purificación que sin duda aguardarán a nuestro continente europeo, continente que se encuentra bajo una fuerte presión tanto interna como externa. Y quién sabe: ¿quizás la reapertura de la catedral, si su reconstrucción va acompañada de una verdadera purificación interna de los europeos, coincida con una verdadera renovación política de Occidente, una verdadera "Renovatio Europae"? Hemos tomado la traducción española de los versos a partir de la Antología de la Literatura Latina, de J.C. Fernández Conde y a. Moreno Hernández, Alianza: Madrid, 2012. Traductor V. Cristóbal López.
  20. Transcribo a continuación el texto de una carta que el Papa Francisco ha enviado a los Obispos de la Conferencia Episcopal de los USA, con motivo de unos ejercicios espirituales que, entre otras medidas, les recomendó realizar a causa de los escándalos de abusos e intrigas que han desbaratado gravemente la institución en aquel país. En el foro hemos ido publicando bastante información al respecto pero me ha parecido oportuno abrir un nuevo tema, dado el carácter fuerte de la misiva -entendida dentro del lenguaje constructivo de la diplomacia eclesial- y el punto de inflexión que a mi juicio suponen las palabras del Papa a los Obispos, en lo que seguramente será una de los escritos que pasará a la historia del pontificado de Francisco, tanto por la reprimenda que representa a un sector concreto de la Iglesia, como por el trasfondo universal que tiene el sentido de algunos párrafos en el ámbito de la Iglesia actual. Recordando otras palabras suyas de hace unos años: «Si alguien dice una palabrota sobre mi madre puede esperarse un puñetazo», casi puede interpretarse esta carta como un puñetazo del Santo Padre en la mesa de todo ese entramado corrupto de poder establecido en la jerarquía y élites católicas norteamericanas. Remarco en negrita lo que me parece más interesante. CARTA DEL SANTO PADRE FRANCISCO A LOS OBISPOS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE LOS ESTADOS UNIDOS DE NORTE AMÉRICA Queridos hermanos, El pasado 13 de setiembre, durante el encuentro que mantuve con la Presidencia de la Conferencia Episcopal, sugerí que Ustedes hicieran juntos los Ejercicios Espirituales: un tiempo de retiro, oración y discernimiento como eslabón necesario y fundamental en el camino para afrontar y responder evangélicamente a la crisis de credibilidad que atraviesan como Iglesia. Lo vemos en el Evangelio, el Señor en momentos importantes de su misión se retiraba y pasaba toda la noche en oración e invitaba a sus discípulos a hacer lo mismo (Cf. Mc 14, 38). Sabemos que la envergadura de los acontecimientos no resiste cualquier respuesta y actitud; por el contrario, exige de nosotros pastores, la capacidad y especialmente la sabiduría de gestar una palabra fruto de la escucha sincera, orante y comunitaria de la Palabra de Dios y del dolor de nuestro pueblo. Una palabra gestada en la oración del pastor que, como Moisés, lucha e intercede por su pueblo (Cf. Ex 32, 30-32). En el encuentro le manifesté al card. DiNardo y a los obispos presentes mi deseo de acompañarlos personalmente un par de días, en estos Ejercicios Espirituales, lo cual fue recibido con alegria y esperanza. Como sucesor de Pedro quería unirme a Ustedes y con Ustedes implorar al Señor que envíe su Espíritu capaz de «hacer nuevas todas las cosas» (Cf. Ap 21,5) y mostrar los caminos de vida que, como Iglesia, estamos Ilamados a recorrer para el bien de todo el pueblo que nos fue confiado. A pesar de los esfuerzos realizados, por problemas de logística no podré acompañarlos personalmente. Esta carta quiere suplir, de alguna manera, el viaje fallido. También me alegra que hayan aceptado el ofrecimiento que el predicador de la Casa Pontifica sea quien guíe con su sapiente experiencia espiritual estos Ejercicios Espirituales. Con estas líneas, quiero estar más cerca y como hermano reflexionar y compartir algunos aspectos que considero importantes, así como estimularlos en la oración y en los pasos que dan en la lucha contra la «cultura del abuso» y en la manera de afrontar la crisis de la credibilidad. «Entre Ustedes no debe suceder así, el que quiera ser grande, que se haga servidor de Ustedes; y el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos». (Mc 10, 43-44). Estas palabras, con las que Jesús cierra el debate y pone luz a la indignación que se produjo entre los discípulos al escuchar a Santiago y Juan pedir sentarse a la derecha y a la izquierda del Maestro (Cf. Mc 10, 37) nos servirán de guía en esta reflexión que quiero realizar junto a Ustedes. El evangelio no teme develar y evidenciar ciertas tensiones, contradicciones y reacciones que existen en la vida de la primera comunidad discipular; es más, pareciera hacerlo ex professo: búsqueda de los primeros puestos, celos, envidias, arreglos y acomodos. Así también como todas las intrigas y complots que, secretamente unas veces y públicamente otras, se organizaron en tomo al mensaje y persona de Jesús por parte de las autoridades políticas, religiosas y de los mercaderes de la época (Cf. Mc 11, 15-18). Conflictos que aumentaban a medida que se acercaba la Hora de Jesús en su entrega en la cruz cuando el príncipe de este mundo, el pecado y la corrupción parecían tener la última palabra contaminando todo de amargura, desconfianza y murmuración. Como lo había profetizado el anciano Simeón, los momentos difíciles y de encrucijada tienen la capacidad de sacar a la luz los pensamientos íntimos, las tensiones y contradicciones que habitan personal y comunitariamente en los discípulos (Cf. Lc 2, 35). Nadie puede darse por eximido de esto; estamos invitados como comunidad a velar para que, en esos momentos, nuestras decisiones, opciones, acciones e intenciones no estén viciadas (o lo menos viciadas) por estos conflictos y tenciones internas y sean, por sobre todo, una respuesta al Señor que es vida para el mundo. En los momentos de mayor turbación, es importante velar y discernir para tener un corazón libre de compromisos y de aparentes certezas para escuchar qué es lo que más le agrada al Señor en la misión que nos ha encomendado. Muchas acciones pueden ser útiles, buenas y necesarias y hasta pueden parecer justas, pero no todas tienen «sabor» a evangelio. Si me permiten decirlo de manera coloquial: hay que tener cuidado de que «el remedio no se vuelva peor que la enfermedad». Y eso nos pide sabiduría, oración, mucha escucha y comunión fraterna. 1. «Entre ustedes no debe suceder así». En los últimos tiempos la Iglesia en los Estados Unidos se ha visto sacudida por múltiples escándalos que tocan en lo más íntimo su credibilidad. Tiempos tormentosos en la vida de tantas víctimas que sufrieron en su carne el abuso de poder, de conciencia y sexual por parte de ministros ordenados, consagrados, consagradas y fieles laicos; tiempos tormentosos y de cruz para esas familias y el Pueblo de Dios todo. La credibilidad de la Iglesia se ha visto fuertemente cuestionada y debilitada por estos pecados y crímenes, pero especialmente por la voluntad de querer disimularlos y esconderlos, lo cual generó una mayor sensación de inseguridad, desconfianza y desprotección en los fieles. La actitud de encubrimiento, como sabemos, lejos de ayudar a resolver los conflictos, permitió que los mismos se perpetuasen e hirieran más profundamente el entramado de relaciones que hoy estamos llamados a curar y recomponer. Somos conscientes que los pecados y crímenes cometidos y todas sus repercusiones a nivel eclesial, social y cultural crearon una huella y herida honda en el corazón del pueblo fiel. Lo llenaron de perplejidad, desconcierto y confusión; y esto sirve también muchas veces como excusa para desacreditar continuamente y poner en duda la vida entregada de tantos cristianos que «muestran ese inmenso amor a la humanidad que nos ha inspirado el Dios hecho hombre» (Cf. EG 76). Cada vez que la palabra del Evangelio molesta o se vuelve testimonio incómodo, no son pocas las voces que pretenden silenciarla señalando el pecado y las incongruencias de los miembros de la Iglesia y más todavía de sus pastores. Huella y herida que también se traslada al interior de la comunión episcopal generando no precisamente la sana y necesaria confrontación y las tensiones propias de un organismo vivo sino la división y la dispersión (Cf. Mt 26, 31b), frutos y mociones no ciertamente del Espíritu Santo, sino «del enemigo de natura humana»1 que saca más provecho de la división y dispersión que de las tensiones y desacuerdos lógicos y esperables en la coexistencia de los discípulos de Cristo. La lucha contra la cultura del abuso, la herida en la credibilidad, así como el desconcierto, la confusion y el desprestigio en la misión reclaman y nos reclaman una renovada y decidida actitud para resolver el conflicto. «Ustedes saben que aquellos a quienes se consideran gobernantes — nos diría Jesús — dominan a las naciones como si fueran sus dueños, y los poderosos los hacen sentir su autoridad. Entre Ustedes no debe suceder así». La herida en la credibilidad exige un abordaje particular pues no se resuelve por decretos voluntaristas o estableciendo simplemente nuevas comisiones o mejorando los organigramas de trabajo como si fuésemos jefes de una agencia de recursos humanos. Tal visión termina reduciendo la misión del pastor y de la Iglesia a mera tarea administrativa/organizativa en la «empresa de la evangelización». Dejémoslo claro, muchas de estas cosas son necesarias, pero insuficientes, ya que no logran asumir y abordar la realidad en su complejidad y corren el riesgo de terminar reduciéndolo todo a problemas organizativos. La herida en la credibilidad toca neurálgicamente nuestras formas de relacionarnos. Podemos constatar que existe un tejido vital que se vio dañado y, como artesanos, estamos llamados a reconstruir. Esto implica la capacidad — o no — que poseamos como comunidad de construir vínculos y espacios sanos y maduros, que sepan respetar la integridad e intimidad de cada persona. Implica la capacidad de convocar para despertar y dar confianza en la construcción de un proyecto común, amplio, humilde, seguro, sobrio y transparente. Y esto exige no sólo una nueva organización sino la conversión de nuestra mente (metánoia), de nuestra manera de rezar, de gestionar el poder y el dinero, de vivir la autoridad así también de cómo nos relacionamos entre nosotros y con el mundo. Las transformaciones en la Iglesia siempre tienen como horizonte suscitar y estimular un estado constante de conversión misionera y pastoral que permita nuevos itinerarios eclesiales cada día más conformes al Evangelio y, por tanto, respetuosos de la dignidad humana. La dimensión programática de nuestras acciones debe ir acompañada de su dimensión paradigmática la cual muestra el espíritu y el sentido de lo que se hace. Una y otra se reclaman y necesitan. Sin este claro y decidido enfoque todo lo que se haga correrá el riesgo de estar teñido de autoreferencialidad, autopreservación y autodefensa y, por tanto, condenado a caer en «saco roto». Será quizás un cuerpo bien estructurado y organizado, pero sin fuerza evangélica, ya que no ayudará a ser una Iglesia más creíble y testimonial sino «campana que resuena o platillo que retiñe» (1 Cor 13, 1). Una nueva estación eclesial necesita, fundamentalmente, de pastores maestros del discernimiento en el paso de Dios por la historia de su pueblo y no de simples administradores, ya que las ideas se discuten, pero las situaciones vitales se disciernen. De ahí que, en medio de la desolación y confusión que viven nuestras comunidades, nuestro deber es — en primer lugar — encontrar un espíritu común capaz de ayudarnos en el discernimiento, no para obtener la tranquilidad fruto de un equilibrio humano o de una votación democrática que haga «vencer» a unos sobre otros, ¡esto no! Sino una manera colegialmente paterna de asumir la situación presente que proteja — sobre todo — de la desesperanza y de la orfandad espiritual al pueblo que nos fue encomendado2. Esto nos posibilita sumergirnos mejor en la realidad, intentando comprenderla y escucharla desde dentro sin quedar presos de la misma. Sabemos que los momentos de turbación y de prueba suelen amenazar nuestra comunión fraterna, pero sabemos también que pueden convertirse en momentos de gracia que afiancen nuestra entrega a Cristo y la hagan creíble. Esta credibilidad no radicará en nosotros mismos, ni en nuestros discursos, ni en nuestros méritos, ni en nuestra honra personal o comunitaria, símbolos de nuestra pretensión — casi siempre inconsciente — de justificarnos a nosotros mismos a partir de nuestras propias fuerzas y habilidades (o de la desgracia ajena). La credibilidad será fruto de un cuerpo unido que, reconociéndose pecador y limitado es capaz de proclamar la necesidad de la conversión. Porque no queremos anunciarnos a nosotros mismos sino a Aquel que por nosotros murió (2 Cor. 4, 5) y testimoniar cómo en los momentos más oscuros de nuestra historia el Sector se hace presente, abre caminos y unge la fe descreída, la esperanza herida y la caridad adormecida. La conciencia personal y comunitaria de nuestros límites nos recuerda, como dijo San Juan XXIII que «la autoridad no puede considerarse exenta de sometimiento a otra superior»3 y por tanto no puede aislarse en su discernimiento y en la búsqueda del bien común. Una fe y una conciencia despojada de la instancia comunitaria, como si fuese un «trascendental kantiano», poco a poco termina anunciando «un Dios sin Cristo, un Cristo sin Iglesia, una Iglesia sin pueblo» y presentará una falsa y peligrosa oposición entre el ser personal y el ser eclesial, entre un Dios puro amor y la carne entregada de Jesucristo. Es más, se puede correr el riesgo de terminar haciendo de Dios un «ídolo» de un determinado grupo existente. La constante referencia a la comunión universal, como también al Magisterio y a la Tradición milenaria de la Iglesia, salva a los creyentes de la absolutización del «particularismo» de un grupo, de un tiempo, de una cultura dentro de la Iglesia. La Catolicidad se juega también en la capacidad que tengamos los pastores de aprender a escuchamos, ayudar y ser ayudados, trabajar juntos y recibir las riquezas que las otras Iglesias puedan aportar en el seguimiento de Jesucristo. La Catolicidad en la Iglesia no puede reducirse solamente a una cuestión meramente doctrinal o jurídica, sino que nos recuerda que en esta peregrinación no estamos ni vamos solos: «¿Un miembro sufre? Todos los demás sufren con él» (1 Cor 12, 26). Esta conciencia colegial de hombres pecadores en permanente conversión, pero también desconcertados y afligidos con todo lo sucedido, nos permite entrar en comunión afectiva con nuestro pueblo y nos librará de buscar falsos, rápidos y vanos triunfalismos que pretendan asegurar espacios más que iniciar y despertar procesos. Nos protegerá de recurrir a seguridades anestesiantes que impidan acercamos y comprender el alcance y las ramificaciones de lo acontecido. Por otra parte, favorecerá la búsqueda de medios aptos no ligados a vanos apriorismos ni petrificados en expresiones inmóviles que han perdido la capacidad de hablar y mover a los hombres y mujeres de nuestro tiempo4. La comunión afectiva con el sentir de nuestro pueblo, con su desconfianza, nos impulsa a ejercer una colegial paternidad espiritual que no banalice las respuestas ni tampoco quede presa de una actitud a la defensiva sino que busque aprender — como lo hizo el profeta Elías en medio de su desolación — a escuchar la voz del Señor que no se encuentra ni en las tempestades ni en los terremotos sino en la calma que nace de confesar el dolor en su situación presente y se deja convocar una vez más por Su palabra (1 Re 19, 9-18). Esta actitud nos pide la decisión de abandonar como modus operandi el desprestigio y la deslegitimación, la victimización o el reproche en la manera de relacionarse y, por el contrario, dar espacio a la brisa suave que sólo el Evangelio nos puede brindar. No nos olvidamos que «la falta colegial de un reconocimiento sincero, dolorido y orante de nuestros límites es lo que impide a la gracia actuar mejor en nosotros, ya que no le deja espacio para provocar ese bien posible que integra en un camino sincero y real de crecimiento»5. Todos los esfuerzos que hagamos para romper el círculo vicioso del reproche, la deslegitimación y el desprestigio, evitando la murmuración y la calumnia en pos de un camino de aceptación orante y vergonzoso de nuestros límites y pecados y estimulando el diálogo, la confrontación y el discernimiento, todo esto nos dispondrá a encontrar caminos evangélicos que susciten y promuevan la reconciliación y la credibilidad que nuestro pueblo y la misión nos reclama. Eso lo haremos si somos capaces de dejar de proyectar en los otros las propias confusiones e insatisfacciones, que constituyen obstáculos para la unidad (Cf. EG 96), y nos atrevamos a ponernos juntos de rodillas delante del Señor y dejarnos interpelar por sus llagas, en las que podremos ver las llagas del mundo. «Ustedes saben que aquellos a quienes se considera gobernantes — nos diría Jesús — dominan a las naciones como si fueran sus dueños, y los poderosos los hacen sentir su autoridad. Entre Ustedes no debe suceder así». 2. «el que quiera ser grande, que se haga servidor de Ustedes; y el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos». El Pueblo fiel de Dios y la misión de la Iglesia han sufrido y sufren mucho a causa de los abusos de poder, conciencia, sexual y de su mala gestión como para que le sumemos el sufrimiento de encontrar un episcopado desunido, centrado en desprestigiarse más que en encontrar caminos de reconciliación. Esta realidad nos impulsa a poner la mirada en lo esencial y a despojamos de todo aquello que no ayuda a transparentar el Evangelio de Jesucristo. Hoy se nos pide una nueva presencia en el mundo conforme a la Cruz de Cristo, que se cristalice en servicio a los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Recuerdo las palabras de san Pablo VI al inicio de su pontificado: «hace falta hacerse hermanos de los hombres en el momento mismo que queremos ser sus pastores, padres y maestros. El clima del diálogo es la amistad. Más todavía: el servicio. Debemos recordar todo esto y esforzamos por practicarlo según el ejemplo y el precepto que Cristo nos dejó (Jn. 13, 14-17)»6. Esta actitud no reivindica para sí los primeros lugares ni el éxito o el aplauso de nuestros actos sino que pide, de nosotros pastores, la opción fundamental de querer ser semilla que germinará cuando y donde el Señor mejor lo disponga. Se trata de una opción que nos salva de caer en la trampa de medir el valor de nuestros esfuerzos con los criterios de funcionalidad y eficiencia que rige el mundo de los negocios; más bien el camino es abrirnos a la eficacia y al poder transformador del Reino de Dios que al igual que un grano de mostaza — la más pequeña e insignificante de todas las semillas — logra convertirse en arbusto que sirve para cobijar (Cf. Mt 13, 32-33). No podemos permitirnos, en medio de la tormenta, perder la fe en la fuerza silenciosa, cotidiana y operante del Espíritu Santo en el corazón de los hombres y de la historia. La credibilidad nace de la confianza, y la confianza nace del servicio sincero y cotidiano, humilde y gratuito hacia todos, pero especialmente hacia los preferidos del Señor (Mt 25, 31-46). Un servicio que no pretende ser marketinero o estratégico para recuperar el lugar perdido o el reconocimiento vano en el entramado social sino — como quise señalarlo en la última Exhortación Apostólica Gaudete et Exsultate — porque pertence «a la sustancia misma del Evangelio de Jesús»7. El llamado a la santidad nos defiende de caer en falsas oposiciones o reduccionismos y de callarnos ante un ambiente propenso al odio y a la marginación, a la desunión y a la violencia entre hermanos. La Iglesia «signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano» (LG 1) Lleva en su ser y en su seno la sagrada misión de ser tierra de encuentro y hospitalidad no sólo para sus miembros sino con todo el género humano. Pertenece a su identidad y misión trabajar incansablemente por todo aquello que contribuya a la unidad entre personas y pueblos como símbolo y sacramento de la entrega de Cristo en la Cruz por todos los hombres sin ningún tipo de distinción, «ya no hay judío o pagano, esclavo ni hombre libre, varón y mujer, porque todos Ustedes no son más que uno en Cristo Jesús» (Gal. 3, 28). Este es su mayor servicio, más aún cuando vemos el resurgimiento de nuevos y viejos discursos fratricidas. Nuestras comunidades hoy deben testimoniar de modo concreto y creativo que Dios es Padre de todos y que ante su mirada la única clasificación posible es la de hijos y hermanos. La credibilidad se juega también en la medida en que ayudemos, junto a otros actores, a hilar un entramado social y cultural que no sólo se está resquebrajando sino también alberga y posibilita nuevos odios. Como Iglesia no podemos quedar presos de una u otra trinchera, sino velar y partir siempre desde el más desamparado. Desde allí el Señor nos invita a ser, como reza la Plegaria Eucarística Vd: «en medio de nuestro mundo, dividido por las guerras y discordias, instrumentos de unidad, de concordia y de paz». ¡Qué altísima tarea tenemos entre manos hermanos; no la podemos callar y anestesiar por nuestros límites y faltas! Recuerdo las sabias palabras de Madre Teresa de Calcuta que podemos repetir personal y comunitariamente: «Sí, tengo muchas debilidades humanas, muchas miserias humanas. [...] Pero él baja y nos usa, a Usted y a mí, para ser su amor y su compasión en el mundo, a pesar de nuestros pecados, a pesar de nuestras miserias y defectos. Él depende de nosotros para amar al mundo y demostrarle lo mucho que lo ama. Si nos ocupamos demasiado de nosotros mismos, no nos quedará tiempo para los demás»8. Queridos hermanos, el Señor sabía muy bien que, en la hora de la cruz, la falta de unidad, la división y la dispersión, así como las estrategias para liberarse de esa hora serían las tentaciones más grandes que vivirían sus discípulos; actitudes que desfigurarían y dificultarían la misión. Por eso pidió Él mismo al Padre que los cuidara para que, en esos momentos, fueran uno, como ellos dos son uno, y ninguno se perdiese (Cf. Jn 17, 11-12). Confiados y sumergiéndonos en la oración de Jesús al Padre queremos aprender de Él y, con determinada deliberación, comenzar este tiempo de oración, silencio y reflexión, de diálogo y comunión, de escucha y discernimiento, para dejar que Él moldee el corazón a su imagen y ayude a descubrir su voluntad. En este camino no vamos solos, María acompañó y sostuvo desde el inicio a la comunidad de los discípulos; con su presencia maternal ayudó a que la comunidad no se «desmadrara» por los caminos de los encierros individualistas y la pretensión de salvarse a sí misma. Ella protegió a la comunidad discipular de la orfandad espiritual que desemboca en la auto-referencialidad y con su fe les permitió perseverar en lo incomprensible, esperando que llegue la luz de Dios. A ella le pedimos que nos mantenga unidos y perseverantes, como el día de Pentecostés para que el Espíritu sea derramado en nuestros corazones y nos ayude en todo momento y lugar a dar testimonio de su Resurrección. Queridos hermanos, con estas reflexiones me uno a Ustedes en estos días de Ejercicios Espirituales. Rezo por Ustedes; por favor háganlo por mí. Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide. Fraternalmente, FRANCISCO Ciudad del Vaticano, 1° de enero de 2019. ______________________ 1 San Ignacio, Ejercicios Espirituales, 135. 2 Cf. Jorge M. Bergoglio, Las cartas de la tribulación, 12. Ed. Diego De Torres, Buenos Aires (1987). 3 Juan XXIII, Pacem in Terris, 47. 4 Pablo VI, Ecclesiam Suam, 39 5 Francisco, Gaudete et Exsultate, 50. 6 Pablo VI, Ecclesiam Suam, 39. 7 Francisco, Gaudete et Exsultate, 97. 8 Madre Teresa de Calcuta, Cristo en los pobres, 37-38. Francisco, Gaudete et Exsultate, 107.
  21. Entrevista a Mons. Ricardo García, obispo de Yauyos, Perú. ZENIT – 28 oct. 2018 José Antonio Varela Vidal - El Sínodo de los Obispos (Nota: Subrayo lo que me parece de mayor interés) Terminado el Sínodo de los Obispos sobre la juventud, no solo queda un documento final, una carta a los jóvenes del mundo y vivos recuerdos… Lo más valioso es que quedará como modelo unas semanas de diálogo, de interpelación mutua entre fieles y pastores y sobre todo, la convicción de que en la Iglesia hay aún muchísimo por hacer. Zenit ofrece a sus lectores una entrevista con el padre sinodal, monseñor Ricardo García García, obispo prelado de Yauyos (Perú). Él llevó a la asamblea su vasta experiencia como presidente de la comisión de pastoral juvenil en su país, y los desafíos en este sector para el país inca. ZENIT: ¿Qué le pareció este Sínodo, donde los jóvenes han participado de lo que se ha llamado la ‘sinodalidad’ de la Iglesia? Mons. Ricardo García: Ha sido interesante escuchar a los jóvenes que han participado, no solamente ahora en la asamblea, sino cuando se hicieron las preguntas en su momento. Ahora uno se pregunta ¿a qué jóvenes queremos llegar? Yo creo que este Sínodo tiene que plantear una apertura hacia la gran mayoría de muchachos, que lamentablemente no están cerca de la Iglesia. Hay que plantearse temas para recuperar esa fuerza de la juventud, porque la verdad de Dios es la verdad de todo el mundo. ZENIT: Se habló mucho de la ‘sinodalidad’… Mons. Ricardo García: La ‘sinodalidad’ me parece importante, porque ha permitido estar, escuchar, no solo desde estos días sino desde atrás. Escuchar, para luego quien tiene que tomar las decisiones, las tome. Recordemos que nuestra Iglesia es jerárquica, y que los sucesores de los apóstoles han estado presentes en este sínodo, asimismo ha habido oyentes que han tenido también la palabra, pero es evidente que la decisión la toman los sucesores de los apóstoles. ZENIT: De los temas que se han tratado, ¿cuál le llamó más la atención? Mons. Ricardo García: Yo creo que fue el cómo llegar a la juventud, el llegar a los jóvenes para recuperarlos, digamos así. Ha sido constante el tema del acompañamiento a los jóvenes de distintas maneras, sean los sacerdotes, religiosas y también se habló de laicos que estén bien formados. Porque un joven que tiene un poco más de formación que sus amigos cercanos, influye en sus vidas. Otro tema que me atañe particularmente desde América Latina, es la importancia de las escuelas y las universidades, porque así como en nuestro continente, y en África y en Europa, hay muchas escuelas de orientación católica. Por ello, hay un llamado a recuperar ese canal de acompañamiento a los jóvenes, pues los colegios religiosos no siempre han dejado una huella, con todo el fruto que podría ser. ZENIT: Muchos dirigentes, sean políticos como empresariales, salen de los colegios de la Iglesia… ¿Cómo se debería enfocar hoy esa formación del futuro ciudadano? Mons. Ricardo García: Habría que ahondar primero a través de la doctrina, con un conocimiento más serio, más estructurado sobre la doctrina de la Iglesia católica, y que responda a los temas morales, familiares, asuntos de la vida cotidiana y también aquellos éticos que tengan que ver con la vida social. Un asunto que ha salido en el sínodo, es la importancia de que los muchachos no se queden en un cuarto cerrado que es la Iglesia, o en la parroquia y los movimientos. No, hay que salir, hay que estar en el mundo y ahí ser sal, ser fermento que mueve y que va canalizando, va orientando a la sociedad. Por ello no solamente se debe llenar la cabeza, también hay que llenar el corazón, dar una imagen de cercanía a Jesucristo. Hay que transmitir con entusiasmo lo que hizo nuestro Señor Jesucristo, para enamorarse de Él y estar dispuesto a comprometer su vida. Si uno se entusiasma con eso, también es mucho mayor la posibilidad de que surjan vocaciones, porque encuentras sentido a la existencia. ZENIT: De hecho durante las últimas décadas en América Latina, se ha trabajado mucho con la juventud, Usted mismo ha sido presidente de la comisión de pastoral juvenil en el Perú. ¿Cuál fue el aporte de Latinoamérica para un trabajo práctico con los jóvenes? Mons. Ricardo García: Yo creo que en América Latina en general, hay como una mayor organización de trabajo con la juventud en ciertas instancias, sea a nivel episcopal, diócesis, movimientos, grupos juveniles. Veo que hay una praxis en el ponerse de acuerdo. Creo que otro aporte es que nuestros jóvenes todavía tienen una reserva importante, que es toda la piedad popular que hay en nuestra tierra. En el Perú, el Papa nos dio un piropo muy hermoso, de que éramos una tierra ‘ensantada’. Hay una piedad en la gente, y si digo Perú también digo Ecuador, Bolivia, México, Colombia, en fin, América Latina tiene esta riqueza que con naturalidad uno puede aún expresar su fe sin complejos, sin asustarse ante el qué dirán. ZENIT: Aunque con una formación que la complemente ¿no? Mons. Ricardo García: La piedad popular es una opción muy válida, pero creo que hay que enriquecerla con mayor formación doctrinal y con un compromiso continuo. Que no sea válido solo la fiesta del santo, con mucho entusiasmo, mucha piedad en ese día, pero al día siguiente me olvido. ZENIT: También se habló en los medios sobre la posibilidad de que la Iglesia pudiera aceptar la homosexualidad. ¿Esto ha sido así? ¿Acaso se puede cambiar algo en este punto? Mons. Ricardo García: Ha sido un tema que se ha tocado en la asamblea, y el consenso casi general ha sido recordar la educación y las enseñanzas habituales de la Iglesia. La moral no cambia. Lo que sí hace falta es explicar bien las cosas, el ¿por qué? de los asuntos. No basta quedarse en señalar el sexto mandamiento o decir que el noveno dice esto, y se acabó. Ha sido un pedido de la asamblea, para que se mencione expresamente el porqué de las exigencias morales que tiene la fe cristiana. Sobre el tema de la homosexualidad, se ha dicho que hay que acompañar a las personas que tienen esa situación; acompañarlas, no rechazarlas. No es que se esté aceptando una situación moralmente incorrecta. A las personas hay que darles una luz, pues no se trata de bajarles las exigencias de la fe cristiana, sino hacerles ver el porqué de las cosas, y darles fuerza para que salgan adelante. ZENIT: También vemos que se habló de los abusos, y uno de los temas del sínodo era el discernimiento vocacional ¿Cómo mejorar el discernimiento vocacional y la selección de los candidatos al sacerdocio para evitar problemas? Mons. Ricardo García: En el tema de los abusos, es evidente que el sentir no es igual en todas las partes del mundo. Yo creo que si se pone un termómetro y se va a Estados Unidos, se va a otros sitios de Europa o a Chile, la temperatura es más alta. Pero si nos vamos a otros lugares del mundo, no es un tema que se convierta en “el tema”, ni mucho menos. Tampoco generalicemos un asunto que puede ser propio de cada país. Pero junto con eso, diríamos que el discernimiento vocacional no solamente es para ser sacerdote o ser religioso o religiosa, sino que la vocación es más amplia, parte de algo común para todos que es el bautismo. Se habla bastante de las vocaciones laicales, algunos con consagración otros sin consagración, pero hay una vocación laical. ZENIT: ¿Y cómo seleccionar mejor a los candidatos al sacerdocio? Mons. Ricardo García: Para la selección de los candidatos al sacerdocio, no basta que sea un chico piadoso y punto. Tiene que tener unas condiciones y virtudes humanas que permitan construir lo sobrenatural sobre lo humano. Así se puede construir las virtudes para el trabajo, el orden, la sinceridad, la lealtad, la audacia, la castidad, que es una virtud importante. El desprendimiento también de los bienes, en el sentido de que para muchos jóvenes su ideal es ser un profesional. Me parece muy bien, pero a veces se centra en eso el éxito, pero muchos no se han planteado la posibilidad de entregar su vida a otros asuntos, diríamos así, más trascendentes, y si Dios llama, hay que ir entonces por allí. A algunos Dios les pide más, y uno tiene que estar dispuesto a lo que Dios pida. Pero para llegar a esa situación hay que tener un poco de vida espiritual, un trato con Dios, la gracia de Dios, la acción del Espíritu Santo sobre nosotros. ZENIT: De los temas tratados se ha hablado de algunos descuidos, casi un mea culpa en el trabajo con los jóvenes… ¿Qué se podría corregir a corto plazo? Mons. Ricardo García: Un tema que ha salido es la falta de disponibilidad de los sacerdotes para atender a los jóvenes, pues a veces tienen muchas cosas, mucho trabajo. No creo que se pueda resolver a corto plazo, pero por lo menos sí es una llamada a la actitud de intentar algo en ese tema. Luego también hubo una llamada a los obispos a que apostemos por la juventud, aunque no solamente pensando en una forma teórica, sino destinando medios, incluso de tipo económicos. Hay que apoyar los encuentros, las actividades, las publicaciones, aunque esto suponga gasto. Luego debemos contar más con los jóvenes en ciertas tareas, decisiones, organización… ZENIT: Y la necesidad de la formación… Mons. Ricardo García: Hay que formar a los jóvenes para que actúen con libertad, esto es, formarse bien en la mente y el corazón para que ellos tomen sus decisiones a nivel político, laboral o lo que sea, pero con conocimiento de causa. Creo que es muy importante también lo que dije antes, los jóvenes están más allá, están en la universidad, en el café, en el deporte y tantos otros lugares. Y esos también son un sitio para el encuentro con Dios, esto es lo que hay que rescatar. ZENIT: En el Perú ahora mismo hay una problemática fuerte sobre la corrupción que ha llegado a muchos sectores, incluso el Papa lo advirtió al hablar sobre los presidentes con denuncias o presos… ¿Qué se puede hacer para evitar que esto se institucionalice y llegue a ser como una mafia organizada? Mons. Ricardo García: Creo que los obispos del Perú tienen que hacer un llamado a la responsabilidad, pero con la prudencia de no ponerse en uno u otro partido, o un color u otro color, porque aquí lamentablemente todos tienen rabo de paja, y me refiero a casi todos los políticos. Entonces hay que andar con mucha precaución, porque lo que es una realidad es que hay un enfrentamiento, una venganza de uno a otro, una situación muy desagradable que está desuniendo al país. A corto plazo, hay que llamar a una pacificación, tender puentes, intentar que haya un poco de concordancia en las cosas. Luego a mediano y largo plazo, llamar a la juventud a que se comprometa con las acciones políticas, que son parte del laicado, pues hay una ausencia de políticos que inspiren confianza y transparencia de vida. Una fe que no se manifiesta en lo social, es una fe que está limitada. Debemos animar a los jóvenes para que se involucren en la vida política, bien preparados y muy calificados.
  22. Ayer sábado, la capilla del hospital Virgen de la Salud de Elda, en la comarca del medio Vinalopó, provincia de Alicante, sufrió el ataque incontrolado del odio antirreligioso que cada día se está instalando con mayor fuerza en la sociedad, especialmente en toda esta zona levantina que actualmente gobierna una entente comunitaria de comunistas, socialistas e independentistas. Esta mañana, en la iglesia arciprestal de Monóvar, a la que pertenezco y que es de la que depende la capilla hospitalaria, se ha celebrado una misa y una oración de desagravio por el acto vandálico sufrido ayer, en el que varios individuos indocumentados forzaron el sagrario y extrajeron el copón con las hostias consagradas, que posteriormente arrojaron y pisotearon en la vía publica a la entrada del centro hospitalario. Por supuesto esta noticia no aparece en los medios de comunicación local ni provincial, fuertemente vinculados al ámbito progresista. Vamos progresando.
  23. Con motivo de la próxima festividad del Corpus Christi, Día de la Caridad, que este año se celebra el 3 de junio con el lema «Compromiso social y caridad transformadora», los obispos de la Comisión Episcopal de Pastoral Social, han hecho público un mensaje en el que invitan a «desenmascarar la injusticia por medio de la denuncia profética, socorrer al necesitado mediante la asistencia y colaborar en la organización de estructuras más justas por medio de la transformación social». Mensaje con motivo de la festividad del Corpus Christi, Día de la Caridad 2018 “Compromiso social y caridad transformadora” La Solemnidad del Corpus Christi nos invita a contemplar y celebrar el gran don de la presencia real de Cristo vivo entre nosotros en su cuerpo entregado y en su sangre derramada para la vida del mundo.1 De manera muy especial, es una llamada a entrar en el misterio de la Eucaristía para configurarnos con él. Este misterio, en palabras de Benedicto XVI, “se convierte en el factor renovador de la historia y de todo el cosmos [pues], en efecto, la institución de la Eucaristía muestra cómo aquella muerte, de por sí violenta y absurda, se ha transformado en Jesús en un supremo acto de amor y de liberación definitiva del mal para la humanidad”.2 A la luz de este misterio de amor renovador, liberador y transformador, que es la Eucaristía, invitamos a todos los cristianos, en particular a cuantos trabajáis en la acción caritativa y social, a un compromiso que sea liberador, que contribuya a mejorar el mundo y que impulse a todos los bautizados a vivir la caridad en las relación con los hermanos y en la transformación de las estructuras sociales. Tu compromiso mejora el mundo Transformados interiormente por la contemplación del amor incondicional de Jesucristo, que entrega su vida para liberarnos del mal y hacernos pasar de las tinieblas a la luz, de la muerte a la vida, queremos recordar a todos y cada uno de los cristianos, así como a los hombres y mujeres de buena voluntad que quieran escucharnos, el mensaje de la campaña institucional de Cáritas: “Tu compromiso mejora el mundo”.3 Somos conscientes de que, hoy, no está de moda hablar del compromiso. Es más, para muchos, en esta cultura de lo virtual, de lo inmediato y pasajero, la preocupación por los demás se considera como algo trasnochado. Sin embargo, el compromiso en favor de los más débiles y por la transformación del mundo, es la más noble expresión de nuestra dignidad, de nuestra responsabilidad y solidaridad. Para los cristianos, el compromiso caritativo y social, el ser con los demás y totalmente entregado a ellos, camina en paralelo con nuestra configuración con Cristo. Se trata de un compromiso que nace de la fe en la Trinidad. Los cristianos creemos en un Dios, que es Padre, que ama incondicionalmente a cada uno de sus hijos y les confiere la misma dignidad; un Dios Hijo que entrega su vida para liberarnos del pecado y de las esclavitudes cotidianas, haciéndonos pasar de la muerte a la vida; un Dios Espíritu que alienta el amor que habita en cada ser humano y nos hace vivir la comunión con todos, tejiendo redes de fraternidad y de solidaridad al estilo de Jesús, que “no vino a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por todos”(Mt 20,28). Desde esta configuración con Cristo, os proponemos un cuádruple compromiso: 1. Vivir con los ojos y el corazón abiertos a los que sufren: Hemos de abrir los ojos y el corazón a todo el dolor, pobreza, marginación y exclusión que hay junto a nosotros. Convivimos con una cultura que ignora, que excluye, oculta y silencia los rostros del sufrimiento y la pobreza. Sin embargo, no podemos ignorarlos. Como dice el papa Francisco, “la pobreza nos desafía todos los días con sus muchas caras marcadas por el dolor, la marginación, la opresión (…), el tráfico de personas y la esclavitud, el exilio, la miseria y la migración forzosa”.4 Este desafío resulta “cruel”, cuando constatamos que estas situaciones no son el fruto de la casualidad, sino la consecuencia de la injusticia social, de la miseria moral, de la codicia de unos pocos y de la indiferencia generalizada de muchos. 2. Cultivar un corazón compasivo: La multiplicación y la complejidad de los problemas pueden saturar nuestra atención y endurecer nuestro corazón. Frente a la tentación de la indiferencia y del individualismo, los cristianos debemos cultivar la compasión y la misericordia, que son como la protesta silenciosa contra el sufrimiento y el paso imprescindible para la solidaridad. 3. Ser capaces de ir contracorriente: Esta invitación al compromiso no es algo superficial o periférico. Pone en juego dimensiones tan hondas como la propia libertad. En la vida, podemos seguir la corriente de quienes permanecen instalados en los intereses personales y pasajeros o podemos vivir como personas comprometidas al estilo de Jesús, actuando contracorriente y poniendo los medios para que los intereses económicos no estén nunca por encima de la dignidad de los seres humanos y del bien común. 4. Ser sujeto comunitario y transformador: Los cristianos estamos llamados a ser agentes de transformación de la sociedad y del mundo, pero esto sólo es posible desde el ejercicio de un compromiso comunitario, vivido como vocación al servicio de los demás. Esto quiere decir que hemos de poner todos los medios a nuestro alcance para la creación de comunidades, que sean signo y sacramento del amor de Dios. Comunidades capaces de compartir y poner al servicio de los hermanos los bienes materiales, el tiempo, el trabajo, la disponibilidad y la propia existencia. Comunidades capaces de poner a la persona en el centro de su mirada, palabra y acción. La caridad es transformadora Para todos aquellos que trabajan en el ámbito de la acción caritativa y social de la Iglesia, este compromiso transformador se hace todavía más urgente al tomar conciencia de la fuerza transformadora de la caridad. La doctrina social de la Iglesia habla permanentemente de ella. Recordemos un texto antológico del papa Francisco: «La Iglesia, guiada por el Evangelio de la misericordia y por el amor al hombre, escucha el clamor por la justicia y quiere responde a él con todas sus fuerzas. En este marco se comprende el pedido de Jesús a sus discípulos: “¡Dadles vosotros de comer!” (Mc 6,37) lo cual implica tanto la cooperación para resolver las causas estructurales de la pobreza y para promover el desarrollo integral de los pobres como los gestos más simples y cotidianos de solidaridad ante las miserias muy concretas que encontramos» (EG, nº 188). De acuerdo con estas enseñanzas del Santo Padre, podemos concluir que la acción caritativa no es mera asistencia. La caridad, además de ofrecer los gestos más simples y cotidianos de solidaridad, promueve el desarrollo integral de los pobres y coopera a la solución de las causas estructurales de la pobreza. Los obispos españoles también hemos insistido en esta dimensión transformadora de la actividad caritativa y hemos manifestado que «nuestra caridad no puede ser meramente paliativa, debe ser preventiva, curativa y propositiva. La voz del Señor nos llama a orientar toda nuestra vida y nuestra acción desde la realidad transformadora del reino de Dios».5 Esto implica desenmascarar la injusticia por medio de la denuncia profética, socorrer al necesitado mediante la asistencia y colaborar en la organización de estructuras más justas por medio de la transformación social. Pidamos al Espíritu una mística social transformadora En la plegaria eucarística hay dos momentos especialmente significativos en los que se manifiesta la fuerza transformadora de la Eucaristía. Son las dos “epíclesis” o invocaciones al Espíritu Santo que hacemos en la celebración eucarística. En la primera pedimos al Padre que envíe su Espíritu para que el pan y el vino se conviertan en el cuerpo y la sangre del Señor. En la segunda, invocamos la acción del Espíritu sobre la comunidad eclesial para que sea una sola cosa en Cristo y haga así posible la salvación de los que participan de ella. En ambas epíclesis los cristianos expresamos el dinamismo transformador que encarna la celebración eucarística y descubrimos la necesidad de ser instrumentos de renovación del cosmos y de la humanidad, desde la comunión con Cristo. Pidamos, hoy, al Espíritu Santo que esta mística social y transformadora de la Eucaristía nos ayude a comprometernos en la transformación del mundo y en la promoción de una caridad transformadora en todas nuestras organizaciones caritativas y sociales. Sabemos que la tarea no es fácil, pero la caridad no está para dejar las cosas como están ni consiste en hacer lo que siempre se ha hecho en el campo social. La caridad denuncia la injusticia y promueve el desarrollo humano integral, nos impulsa a la conversión de nuestros criterios y actitudes, de nuestra manera de pensar y de actuar, para colaborar con el Señor en el acompañamiento a las personas y en la transformación de las estructuras que generan pobreza, discriminación y desigualdad. Comisión Episcopal de Pastoral Social Notas: 1 Cfr Jn 6,48-58. 2 BENEDICTO XVI, Exhortación Apostólica Sacramentum caritatis, nº 10. 3 CARITAS ESPAÑOLA, Campaña Institucional 2017-2018, Tu compromiso mejora el mundo, Madrid, 2017. 4 Mensaje en la Jornada Mundial de los Pobres, nº 5, 2017. 5 CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, Iglesia, servidora de los pobres, nº 42, Madrid, 2015
  24. El Papa Francisco ha aprobado recientemente una modificación de gran calado en la enseñanza doctrinal del Catecismo de la Iglesia Católica, declarando como algo “inaceptable” el castigo con la pena de muerte y afirmando el compromiso de la Iglesia con su abolición universal. El cardenal español Luis Ladaria, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, ha presentado este cambio a los obispos de todo el mundo, en una carta donde se explica la modificación realizada al artículo 2.267 del Catecismo. Anteriormente, el Catecismo manifestaba lo siguiente en su punto 2267: «La enseñanza tradicional de la Iglesia no excluye, supuesta la plena comprobación de la identidad y de la responsabilidad del culpable, el recurso a la pena de muerte, si esta fuera el único camino posible para defender eficazmente del agresor injusto las vidas humanas. Pero si los medios incruentos bastan para proteger y defender del agresor la seguridad de las personas, la autoridad se limitará a esos medios, porque ellos corresponden mejor a las condiciones concretas del bien común y son más conformes con la dignidad de la persona humana. Hoy, en efecto, como consecuencia de las posibilidades que tiene el Estado para reprimir eficazmente el crimen, haciendo inofensivo a aquél que lo ha cometido sin quitarle definitivamente la posibilidad de redimirse, los casos en los que sea absolutamente necesario suprimir al reo suceden muy rara vez, si es que ya en realidad se dan algunos.» Tras la reciente modificación el mismo artículo 2267 reza de siguiente forma: «Durante mucho tiempo el recurso a la pena de muerte por parte de la autoridad legítima, después de un debido proceso, fue considerado una respuesta apropiada a la gravedad de algunos delitos y un medio admisible, aunque extremo, para la tutela del bien común. Hoy está cada vez más viva la conciencia de que la dignidad de la persona no se pierde ni siquiera después de haber cometido crímenes muy graves. Además, se ha extendido una nueva comprensión acerca del sentido de las sanciones penales por parte del Estado. En fin, se han implementado sistemas de detención más eficaces, que garantizan la necesaria defensa de los ciudadanos, pero que, al mismo tiempo, no le quitan al reo la posibilidad de redimirse definitivamente. Por tanto la Iglesia enseña, a la luz del Evangelio, que la pena de muerte es inadmisible, porque atenta contra la inviolabilidad y la dignidad de la persona, y se compromete con determinación a su abolición en todo el mundo.» Texto de la carta que el cardenal Ladaria ha enviado a los obispos de todo el mundo: La última modificación importante que hizo la Iglesia respecto a este asunto, fue un 'motu propio' firmado por el beato Juan Pablo II en 2001, ordenando eliminar por completo dicha pena de las leyes vaticanas, al tiempo que hizo, ya por aquel entonces, una dura crítica a EE.UU. y otros países donde se sanciona con frecuencia con dicho castigo, tachándoles de imponer a menudo penas crueles e inútiles. Actualmente la pena de muerte sigue vigente en numerosos países, siendo China, Arabia Saudí, Irán, Irak y Pakistán, aquellos donde más sentencias a muerte se producen actualmente. Solo en China se producen cada año alrededor de mil ejecuciones, aunque sin duda esta modificación tiene una mayor repercusión en aquellos países con gran población católica, como puedan ser los EE.UU. donde la ejecución sumaria aun sigue vigente en algunos estados. De todas formas, la mayor importancia de esta reforma estriba en que aún son muchos los católicos en todo el mundo que se acogían al texto que ahora se ha eliminado, para justificar su juicio o prejuicio contra la actitud de otras personas a quienes no consideran dignas de estar vivas. A partir de ahora nadie podrá ya justificar la ejecución de ninguna persona desde una perspectiva católica, algo que sin duda es un torpedo a la línea de flotación de ese movimiento supuestamente «tradicionalista y patriota» que anda sembrando la división, la discordia o la justificación de la violencia al amparo de dichos postulados, en el seno del pensamiento y el sentir católico. ¿Qué os parece?
  25. La organización Escuelas Católicas ha difundido una nota de prensa donde lamenta las intenciones de la Ministra de Educación con respecto a la enseñanza concertada y defiende la igualdad de la asignatura de Religión con el resto de asignaturas. Con los calores del verano y el mundial de futbol, parece que este tipo de noticias pasen desapercibidas pero preveo un otoño calentito en este ámbito. Como siempre, el socialismo español cargando contra la enseñanza concertada y la orientación religiosa. Cambio de ideología gobernante; cambio de modelo educativo, y van... Es un atropello lo que se está haciendo en España con la enseñanza. Bueno y con muchas otras cosas pues gobierne quién gobierne, lo primero siempre son los intereses económicos o ideológicos y después todo lo demás, al servicio de aquellos.
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